Por Rosa C. Báez
*El Otro
Por Roberto Fernández Retamar
Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
Sus huesos quedando en los míos,
Los ojos que le arrancaron, viendo
Por la mirada de mi cara,
Y la mano que no es su mano,
Que no es ya tampoco la mía,
Escribiendo palabras rotas
Donde él no está, en la sobrevida?
1 de Enero de 1959
Tenía apenas 8 años: tan sólo un día antes, había ido con toda mi
familia a la Terminal de trenes, a despedir a un gran amigo que iría a
Birán a hacer su servicio médico rural…
Era una luminosa tarde y mis primos, más bullangueros –o más
atrevidos que yo- se subían a una columna del portal, rajada por el peso
de los años mientras los mayores los regañaban: de pronto, la explosión
y el temor de que hubiera ocurrido lo que preveían los adultos…
corrimos al portal y allí, blancos como papel, gritaban: fue allá, fue allá, miren el humo…
y nos abrazamos con temor, sin imaginar siquiera qué podría haber
sucedido: luego, una nueva explosión… Se hizo la desbandada… todos
queríamos llegar a casa, al seguro resguardo del hogar… Radio Reloj a
toda voz nos alertaba del crimen: eran apenas pasadas las 3 de la tarde
de aquél fatídico 4 de marzo de 1960 cuando la popa del barco francés La
Coubre, que ese mismo día había llegado a La Habana, procedente de
Bélgica, con una carga de armamentos que las Fuerzas Armadas
Revolucionarias recibirían con regocijo para consolidar la defensa de la
Patria, voló en mil pedazos…
Dolor, sangre, desconcierto… y mientras muchos corrían a prestar
auxilio, a salvar la valiosa carga, una nueva explosión cobró la vida de
muchos de los rescatistas… Jorge Oller, reportero gráfico que cubrió el
desastre, nos cuenta:
“El fuego en el barco y los almacenes, los disparos
que salían sin rumbo de las proyectiles alcanzadas por las llamas,
mantuvo tensa la labor de los bomberos y voluntarios que valientemente
desafiaban la muerte. Al caer la tarde lograron dominar la situación y
comenzó la triste labor de recoger a los muertos, unos en el mar, otros
confundidos entre los hierros y cubiertos de casquillos. Los restos de
las víctimas eran colocados en los féretros y llevados al edificio de
la Central de Trabajadores donde quedaron expuestos. Durante toda la
noche desfilaron miles de personas para rendirles tributo. Al día
siguiente continuaban los trabajos de rescate de cuerpos, la
identificación de las víctimas y la organización del entierro. Aquel
macabro hecho ocasiono 101 muertos y desaparecidos y más de 200 heridos,
muchos de ellos atrozmente mutilados”. [1]
Era la mayor, hasta ese momento, de las tragedias que el terrorismo
cobraría a mi país… Fue la muestra de que los Estados Unidos no se
conformarían con haber perdido la “llave del Golfo”. Fue el hito que
sembró en nuestro pueblo la frase que Fidel pronunciara en el entierro
de los mártires: “…no tendríamos otra disyuntiva que aquella con que
iniciamos la lucha revolucionaria, la de libertad o muerte; solo que
ahora libertad quiere decir algo más todavía, libertad quiere decir
patria, y la disyuntiva nuestra seria: Patria o Muerte”.
Luego tendríamos que llorar muchas veces la muerte de hermanos en
atentados, embarcaciones hundidas, frente a las balas asesinas de los
mercenarios en Girón, en la horrible muerte de los jóvenes deportistas
en Barbados… Muchos años han pasado y todavía el gobierno yanqui
mantiene en secreto la documentación que podría probar la participación
de la CÍA en aquel macabro atentado del 4 de marzo de 1960… Dieciocho
años después del derribo de los aviones de Hermanos al rescate que
violaron nuestra soberanía aérea, tampoco han desclasificado los que
podrían demostrar la inocencia de nuestro hermano Gerardo Hernández
Nordelo…
Para evitar crímenes como estos, muchos cubanos han dejado atrás
amor, familia, carrera, trabajos, para infiltrarse en los grupos
terroristas que desde Norteamérica continúan el inútil empeño de tratar
de vencer a nuestra Cuba… Para evitar crímenes como estos, René,
Fernando, Ramón y Antonio han dejado parte de su vida tras las rejas de
injusta prisión y Gerardo ha sido condenado a morir dos vidas como chivo
expiatorio de la venganza, de la frustración…
Mientras, cada día, nuevos planes se fraguan, no sólo ya contra Cuba
si no contra todos nuestros países que han osado levantar su frente al
imperio voraz: mientras, otros hermanos entregan su vida para proteger
la nuestra… ¿a cuántos de esos héroes anónimos debemos nuestra alegría
de despertar cada día en el sagrado suelo de la Patria?
[1]La explosión del barco La Coubre, Jorge Oller Oller