A 15 años del inicio de los bombardeos de Estados Unidos y la OTAN contra Serbia durante 78 días y noches, el mundo se enfrenta hoy a nuevas amenazas y a una manipulación mediática de dimensiones inimaginables
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Desmanes de la OTAN en Belgrado. Foto:Archivo
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Una de las últimas declaraciones del secretario de Estado norteamericano John Kerry, respecto a Crimea, deja clara la política de una administración que se considera con el derecho a determinar qué se debe hacer en el mundo.
“Naciones Unidas aprobó una resolución (en Kosovo). Fue claramente autorizado bajo el derecho internacional por el derecho a proteger. En Crimea no había nadie que necesitara protección el día en que aumentó el número de soldados, excepto tal vez las fuerzas ucranianas que fueron amenazadas pistola en mano, por lo que tuvieron que dejar sus armas”, precisó el desafiante Kerry.
Al respecto, dos cosas vale la pena recordar: La primera es cómo se usó a Kosovo, provincia serbia y de la exYugoslavia, para montar una imagen mediática que “justificara” ante el mundo, el por qué había que bombardear a Serbia.
Fue precisamente el 24 de marzo de 1999, cuando el entonces secretario general de la OTAN, Javier Solana, cumplió las órdenes del mandatario norteamericano, William Clinton, y comenzó el cruel bombardeo.
Entre el 24 de marzo y el 10 de junio de 1999, más de mil aviones de guerra salidos desde bases situadas en Italia y de portaaviones en el mar Adriático, dejaron caer decenas de miles de artefactos mortíferos sobre ciudades y pueblos serbios.
Aquellas acciones terribles fueron premeditadas. Todo fue perfectamente montado desde Washington, no importaba entonces que el presidente no fuera ni Bush ni Obama, sino el demócrata Bill Clinton.
En aquella oportunidad, Estados Unidos llegó incluso a desconocer totalmente a la ONU y se sintió con el poder de bombardear a otro país sin que hubiese motivos ni resolución alguna del Consejo de Seguridad que la avalara.
Recordemos a otro personaje, Javier Solana, entonces secretario general de la OTAN, quien había sido antes hasta ministro de Cultura en España. Fue él quien, luego de recibir la orden desde Washington, mandó a sus aviones a apretar el gatillo y lanzar miles de bombas, la mayoría revestidas con uranio empobrecido, en Belgrado, Novi Sab, y otras ciudades y pueblos serbios.
Este periodista visitó Serbia cuando aún estaban frescas las huellas del genocidio. Recorrí los lugares bombardeados, comprobé cómo habían destruido las instalaciones de la televisión en Belgrado y Novi Sab; visité la embajada china criminalmente bombardeada y donde murieran masacrados algunos diplomáticos y periodistas. Recorrí hospitales ametrallados, guarderías donde tanto niños como muñecas y otros juguetes fueron pulverizados por los cohetes salidos de los aviones de Estados Unidos y la OTAN.
En bibliotecas y centros de estudios de todo el mundo se pueden consultar los dos libros blancos con cientos de fotos y documentos que denuncian aquel genocidio.
El río Danubio, esa maravilla de la naturaleza que atraviesa a varios países europeos, todavía hoy, en la porción que pasa por Serbia, esconde en sus profundidades restos de cohetes y bombas con uranio empobrecido que no solo mataron o mutilaron a cientos de personas, sino que enfermaron de por vida a otros que padecen de leucemia o cuyos hijos nacen con malformaciones congénitas debido a las radiaciones emanadas de aquellos instrumentos de muerte.
Esta historia no solo terminó con la desintegración total de la que fue Yugoslavia, sino que pretendió y logró cercenarle a Serbia su provincia Kosovo.
Después, para que la “obra” fuera completa, se apresó al presidente Slobodan Milosevic y se le llevó al Tribunal Penal Internacional, especial para Yugoslavia, creado por Estados Unidos para hacer “justicia” contra quienes no se plegaron a los designios de Washington.
En dicho tribunal, misteriosamente, Milosevic murió sin que una causa creíble pudiera opacar las sospechas sobre sus verdaderos ejecutores.
Estas historias es bueno recordarlas y no precisamente para hacer comparaciones —como luego se pretende— en cuanto a lo que ocurre en uno u otro lugar.
Pero esa frase de “doble rasero” tiene su mejor exponente político en la forma en que Estados Unidos —y Occidente en su conjunto— “interpretan” lo ocurrido en Kosovo y Yugoslavia, y lo que hoy sucede en Crimea y Ucrania.
Cuando mutilaron a Serbia quitándole Kosovo, se hizo —dice Washington— para defender el derecho internacional y aprobado por la ONU —que ni siquiera fue consultada cuando bombardearon a Serbia.
Ahora, cuando Rusia acepta la legítima petición de Crimea de formar parte de la Federación, entonces es ilegal para Occidente y, según Obama y Kerry, se viola el derecho internacional.
Olvidan o quieren olvidar que la población de Crimea es mayoritariamente rusa y que el “gobierno” impuesto por Estados Unidos y la OTAN en Ucrania ha dado muestras más que suficientes de su actitud antirrusa, de su filosofía fascista mostrada con los incendios y la destrucción de instalaciones públicas y la muerte de civiles y policías en las calles de la capital ucraniana.
Si quemaron Kiev, qué no harían estas fuerzas contra los habitantes de Crimea a sabiendas de que estos son los más afectados por la actitud prooccidental de algunos dirigentes de Ucrania.
“Estados Unidos no tiene y no puede tener el derecho moral para predicar sobre el respeto a las leyes internacionales y la soberanía de otras naciones. ¿Qué tal los bombardeos a la antigua Yugoslavia o la destrucción de Iraq utilizando una causa falsificada?”, ha declarado el gobierno ruso ante la visión hegemónica de Washington respecto a Crimea.