JESUCRISTO Y LA AMISTAD
Sería un error tener una imagen del Señor lejana y fría.
Jesucristo habló con solemnidad cuando las circunstancias lo requerían
pero trató a todos de un modo entrañable y lleno de amor,
incluso a los que no querían ser amigos suyos sino que le perseguían como enemigos.
Con los que se consideraban amigos suyos tuvo el Señor
una amistad que adquiere unos tonos llenos de cariño y amor.
Precisamente el modo cómo le avisan de la enfermedad de Lázaro es diciéndole:
"el que amas está enfermo"
y los judíos al verle llorar ante el sepulcro del amigo decían:
"¡Cómo le amaba!"
El trato con los Apóstoles está lleno de cordialidad y delicadeza,
como se evidencia a lo largo de la Ultima Cena.
El máximo nivel de amistad lo manifiesta cuando dice:
"Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos sí hacéis lo que os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor;
pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer.
No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que yo os elegí a vosotros,
y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca,
para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros"
En estas palabras se advierte una amistad llena de cordialidad
y muy superior a la de los gentiles, e incluso a la de los mismos judíos.
La relación entre Jesús y los suyos no es la de un señor con sus siervos.
Hay una elección mutua, aunque es Jesús quien toma la iniciativa.
Serán amigos de Jesús cuando cumplan su voluntad,
pero precisamente su voluntad es que se quieran unos a otros.
El grado culminante de la amistad llega en Jesús cuando les dice
que va a dar su vida para salvarlos, cosa que hará al poco tiempo.
Desde las grandes cuestiones hasta las menudas llega el amor de Jesús a los suyos.
Es aleccionador ver cómo descansa en casa de Lázaro, Marta y María;
cómo recoge a los suyos para descansar tras una temporada de intensa actividad,
o cuando después de la Resurrección realiza el milagro de la segunda pesca milagrosa,
tras una noche entera sin pescar nada,
y al llegar a la orilla encuentran "unas brasas encendidas y un pez";
allí, al calor de la brasa, reconfortado el cuerpo por el alimento,
tienen una conversación llena de intimidad, en que Jesús le dice a Pedro:
¿Me amas?,
recuperándole así de su negación durante el juicio de Jesús.
La amistad que Jesús enseña recoge todos los valores humanos nobles,
los eleva a un orden superior y los purifica de las miserias humanas
y los prolonga en un amor eterno.