Conocía la injusticia, la desigualdad social y las tiranías que asolaban el continente. A partir de ese momento dedicó toda su vida y saber a escribir no sólo para denunciar las agresiones del imperialismo estadunidense, sino a luchar por la soberanía y liberación de los pueblos de nuestra América. No abandonó nunca la revolución cubana. Se mantuvo fiel a los principios éticos de un periodismo sin mordaza y enfrentado a los grandes monopolios de la información. Por eso tituló sus primeros ensayos periodísticos: cuando era feliz e indocumentado. Su lectura es obligada. Nunca he dejado de pensar en ese título, tan actual y explicativo de un mundo en el que se promueve la ignorancia y un estado de felicidad artificial como mecanismo para establecer un régimen totalitario, omnímodo y despótico.
La Jornada