El sistema económico implantado en Cuba desde hace más de cinco décadas es disfuncional. No ha hecho más que demostrar la ineficacia de un gobierno que aplica a capricho procedimientos no factibles para solventar las necesidades del país y que no deja que se desarrolle en su territorio un mercado eficaz.
En esta isla, el Estado es el dueño de la actividad comercial y este se rige por medidas y procedimientos que no sólo no satisfacen las expectativas de adelanto técnico y profesional, sino que tampoco toman en cuenta las leyes de la oferta y demanda. Éstos conllevan a resultados pésimos y frenan el desarrollo de las pequeñas empresas que fueron creadas para el sector cuentapropista, a quienes se autorizó emprender actividades comerciales diversas en nombre de la “actualización” de la economía cubana.
La reciente polémica sobre la ropa importada es un gran ejemplo de este fenómeno. Entre las actividades económicas para trabajadores por cuenta propia autorizadas por el Reglamento del Ejercicio del Trabajo por Cuenta Propia en el año 2011, no está la de comercializar prendas de vestir importadas. No obstante, como la dinámica social y los instintos del libre mercado siempre superan la planificación centralizada, los emprendedores cubanos se las agenciaron para ver posibilidades no explotadas con anterioridad. Utilizaron para ello espacios vacíos que el legislador no previó. Compraron ropas confeccionadas en otros países, las entraron legalmente por los aeropuertos cumpliendo todos los requisitos y las vendieron en las pequeñas tiendas y boutiques privadas, ofertando productos para satisfacer la demanda local. Después de más de un año en funcionamiento este tipo de comercio ventajoso para todos, en noviembre de 2013 el gobierno lo prohibió, dando como fecha límite para finiquitar la actividad el 31 de diciembre de 2013.
Todos los comerciantes de ese sector tuvieron muy poco tiempo para vender todo y se vieron en la obligación de rebajar los precios para salir más rápido de las mercancías en las que habían invertido. Lo que tuvieran en existencia para esa fecha sería dinero perdido y aquellos que continuaran con la venta serían visitados por inspectores quienes impondrían elevadas multas, además del decomiso de todo lo que poseyeran.
Sin embargo, de nada vale imponer el orden mientras que el país carece de una producción nacional que garantice la oferta de prendas de vestir al mercado local, mucho menos cuando la solución sería el despliegue de posibilidades que protejan a los vendedores aunque paguen aranceles y los consabidos impuestos. Mientras menos fábricas, industrias y negocios particulares existan, menos posibilidades tendrá el cubano para encontrar trabajo, vivir y asumir la responsabilidad de constituir un hogar. Este aspecto influye en la tendencia de los jóvenes en unos casos ir a parar al exilio y en otros a la cárcel.
Pero como los ciudadanos no tienen derecho ni a quejarse, una gran parte de ellos, por falta de información, transparencia u honestidad, se deja sumergir en la pobreza mediante el engaño o la manipulación y apuntalan un sistema errado que no acepta sugerencias ni sabe hacia dónde dirigirse para lograr elevar los recursos y levantar a la nación. El control estatal en todas las esferas es tan profundo que la población se siente impotente ante la escasez y alza constante de precios en el mercado, por lo que algunos se lanzan a la búsqueda de salidas emergentes que puedan facilitar su calidad de vida, haciéndolos caer en la corrupción.
Con un sistema económico práctico, eficaz y libre que amplíe las condiciones de trabajo, que tome en cuenta las necesidades del ciudadano y que satisfaga sus demandas, se pueden llegar a alcanzar grandes logros en todos y cada uno de los renglones. Es necesario dar al pueblo la posibilidad de desarrollar el mercado y que se desenvuelva en democracia.