MIAMI.- Veinte años han transcurrido desde que ocurriera uno de los peores genocidios de la historia actual ante los ojos del mundo. La masacre de más de 800 mil ruandeses de la etnia Tutsi perpetrada de manera sangrienta por Hutus trajo imágenes de horror a las páginas de las noticias en 1994. Por estos días el equipo periodístico español En Portada traía el tema a uno de sus programas.
Durante cien días que duró la matanza hombres, niños, mujeres y ancianos fueron asesinados fríamente a golpe de machete, balas y granadas. Plazoletas, recintos sagrados de iglesias y estadios se convirtieron en trampas mortales de donde escapar era casi imposible. El odio se inoculaba a través de mensajes radiados por la principal emisora de Kigali. Una voz de mujer transmitía constantemente la razón para matar: “Las cucarachas deben ser eliminadas”; “Ellos (los tutsis) no son ruandeses, son cucarachas”: “No gastes balas en las cucarachas, córtalas en pedacitos con machete”. Y tras la orgía macabra una salmodia con justificación divina: “Alegrémonos amigos, las cucarachas han sido exterminadas. Alegrémonos amigos Dios nunca es injusto”.
Hoy los ecos de aquel horrible episodio no se han apagado. Valerie Bemeriki, la periodista que puso voz al odio en aquella trágica jornada, está condenada a cadena perpetua por inducir al asesinato de miles de personas. Fue solo un eslabón en la cadena del crimen. Muchos están presos como ella. La mayoría pidió perdón. Otros se han reintegrado a la sociedad junto a aquellos que una vez fueron su objetivo criminal en un proceso de reconciliación que parece haber eliminado las barreras raciales en un país que hoy, bajo el gobierno de Paul Kagame, niega las diferencias entre etnias.
Otra arista terrible se erige en este aniversario. Se trata de la acción de los cascos azules destacados en el país africano a raíz del suceso. Sobre ellos pesan acusaciones de indiferencia y hasta complicidad, especialmente contra el mando francés y belga conjunto en aquel operativo. Dicen en Uganda que ayudaron a perpetrar el crimen en connivencia con los hutus. Pero más allá de que se demuestre la verdad de esa acusación, lo que sí parece innegable es la pasividad y la ineficacia del mando de Naciones Unidas en medio del conflicto que no consiguieron frenar y del que se salieron el mismo día en que se iniciaba el festín de sangre. O como dicen en Uganda: el día que el diablo se soltó.
Por estos días, coincidiendo con la macabra fecha del 6 de abril, en la Haya se inicia el juicio contra las tropas holandesas de la ONU destacadas en Srebrenica. Se les acusa de salir obedientemente cuando el carnicero que comandó la masacre contra más de 8 mil musulmanes de origen bosnio, les diera la orden de irse dejando el campo libre a los asesinos.
Los hechos separados por kilómetros de distancia geográfica, uno en medio del continente africano y el otro en plena Europa civilizada, ponen de manifiesto que la maldad no tiene fronteras. Pero más todavía la fragilidad de las instituciones que deberían evitar su acción letal. Es preocupante el olvido de una gran parte de la Humanidad que todavía tiene fresca la imagen del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Un genocidio que demoró en plasmarse años para aniquilar millones de vida en campos de concentración, pero que en nuestros días ocurre casi con la misma facilidad y con mayor encarnizamiento si se tiene en cuenta que en Uganda en apenas tres meses casi fueron cegadas un millón de vidas (300 por hora) y en la ciudad bosnia en un solo día la cifra mortal pasó de los ocho mil víctimas.
Preocupa la indolencia de los medios que pasan por alto estas efemérides para centrase en la noticia del momento, algunas veces importante pero la mayoría de las veces una nota sobre la frivolidad de un mundo egoísta que se consume en la apatía. Un mundo donde la tendencia parece ser la repetición de episodios de enfrentamientos por razones de raza, nacionalidad, regionalismos, intereses de bloques económicos, clasistas o simplemente identidades políticas. Un mundo que no se cansa de repetir epítetos vejatorios contra quien consideran el “otro”. Gusanos, escuálidos, infieles, cucarachas, ratas, fascistas, comunistas…toda una variedad. Y las Ugandas y Srebrenicas amenazan con repetirse o se repiten de hecho en Ucrania, Siria, Venezuela y por estos días en Sudán del Sur, envuelto este último país en otra aniquilación bajo la justificación del odio étnico. Episodios que indican que el diablo sigue actuando a sus anchas y se necesita la labor de instituciones que se esfuercen en poner fin a esas correrías de muerte y destrucción.
Durante cien días que duró la matanza hombres, niños, mujeres y ancianos fueron asesinados fríamente a golpe de machete, balas y granadas. Plazoletas, recintos sagrados de iglesias y estadios se convirtieron en trampas mortales de donde escapar era casi imposible. El odio se inoculaba a través de mensajes radiados por la principal emisora de Kigali. Una voz de mujer transmitía constantemente la razón para matar: “Las cucarachas deben ser eliminadas”; “Ellos (los tutsis) no son ruandeses, son cucarachas”: “No gastes balas en las cucarachas, córtalas en pedacitos con machete”. Y tras la orgía macabra una salmodia con justificación divina: “Alegrémonos amigos, las cucarachas han sido exterminadas. Alegrémonos amigos Dios nunca es injusto”.
Hoy los ecos de aquel horrible episodio no se han apagado. Valerie Bemeriki, la periodista que puso voz al odio en aquella trágica jornada, está condenada a cadena perpetua por inducir al asesinato de miles de personas. Fue solo un eslabón en la cadena del crimen. Muchos están presos como ella. La mayoría pidió perdón. Otros se han reintegrado a la sociedad junto a aquellos que una vez fueron su objetivo criminal en un proceso de reconciliación que parece haber eliminado las barreras raciales en un país que hoy, bajo el gobierno de Paul Kagame, niega las diferencias entre etnias.
Otra arista terrible se erige en este aniversario. Se trata de la acción de los cascos azules destacados en el país africano a raíz del suceso. Sobre ellos pesan acusaciones de indiferencia y hasta complicidad, especialmente contra el mando francés y belga conjunto en aquel operativo. Dicen en Uganda que ayudaron a perpetrar el crimen en connivencia con los hutus. Pero más allá de que se demuestre la verdad de esa acusación, lo que sí parece innegable es la pasividad y la ineficacia del mando de Naciones Unidas en medio del conflicto que no consiguieron frenar y del que se salieron el mismo día en que se iniciaba el festín de sangre. O como dicen en Uganda: el día que el diablo se soltó.
Por estos días, coincidiendo con la macabra fecha del 6 de abril, en la Haya se inicia el juicio contra las tropas holandesas de la ONU destacadas en Srebrenica. Se les acusa de salir obedientemente cuando el carnicero que comandó la masacre contra más de 8 mil musulmanes de origen bosnio, les diera la orden de irse dejando el campo libre a los asesinos.
Los hechos separados por kilómetros de distancia geográfica, uno en medio del continente africano y el otro en plena Europa civilizada, ponen de manifiesto que la maldad no tiene fronteras. Pero más todavía la fragilidad de las instituciones que deberían evitar su acción letal. Es preocupante el olvido de una gran parte de la Humanidad que todavía tiene fresca la imagen del Holocausto durante la Segunda Guerra Mundial. Un genocidio que demoró en plasmarse años para aniquilar millones de vida en campos de concentración, pero que en nuestros días ocurre casi con la misma facilidad y con mayor encarnizamiento si se tiene en cuenta que en Uganda en apenas tres meses casi fueron cegadas un millón de vidas (300 por hora) y en la ciudad bosnia en un solo día la cifra mortal pasó de los ocho mil víctimas.
Preocupa la indolencia de los medios que pasan por alto estas efemérides para centrase en la noticia del momento, algunas veces importante pero la mayoría de las veces una nota sobre la frivolidad de un mundo egoísta que se consume en la apatía. Un mundo donde la tendencia parece ser la repetición de episodios de enfrentamientos por razones de raza, nacionalidad, regionalismos, intereses de bloques económicos, clasistas o simplemente identidades políticas. Un mundo que no se cansa de repetir epítetos vejatorios contra quien consideran el “otro”. Gusanos, escuálidos, infieles, cucarachas, ratas, fascistas, comunistas…toda una variedad. Y las Ugandas y Srebrenicas amenazan con repetirse o se repiten de hecho en Ucrania, Siria, Venezuela y por estos días en Sudán del Sur, envuelto este último país en otra aniquilación bajo la justificación del odio étnico. Episodios que indican que el diablo sigue actuando a sus anchas y se necesita la labor de instituciones que se esfuercen en poner fin a esas correrías de muerte y destrucción.