Parece claro que cuando Aznar, Rato, Rajoy y aquel gobierno maravilla –imitando lo que estaban haciendo los yanquis de Bush
al otro lado del Atlántico- decidieron montar la burbuja inmobiliaria
con el entusiasmo de banqueros, constructores e industriales que vieron
en el ladrillo el nuevo vellocino de oro, buscaban la felicidad de todos
y, por ende, el engrandecimiento de España. De la noche a la mañana se
crearon fortunas imposibles de contabilizar, no había cemento ni
ladrillos para cubrir la increíble demanda, muchos, engatusados por las
inauditas ofertas bancarias, se metieron en pisos para los que tan sólo
unos años antes nadie les habría dado un préstamo y otros muchos ganaron
su peso en oro especulando a corto con compras sobre plano y venta
rápida. Sin saber cómo, quizá por una maldición de Alá, que todo lo
puede, sobrevino la crisis y aquellos barros trajeron estos lodos: Una
país entero dedicado a la construcción había edificado lo suficiente
como para tres generaciones, descuidando los hermosos cascos viejos de
sus ciudades que pasaron a ser zonas marginales. Cosas del azar, del
destino, de la predestinación, del fario.
La crisis estalló con una virulencia inusitada y Europa, fragmentada
como nunca desde 1986, se apuntó al sálvese quien pueda. También por
nuestro bien, en vez de garantizar los dineros de los pequeños
ahorradores, eliminar a la banca implicada y procesar a sus
responsables, decidieron darle miles de millones hasta una cifra que no
alcanzo a comprender pero que habría bastado de sobra para salir de la
crisis si se hubiese empleado en reconstruir la economía productiva y
borrar del mapa las prácticas especulativas. Tras unos momentos de
vacilación –le petit Sarkozy dijo que había que
refundar el capitalismo-, pronto se vio que la crisis era la escusa
necesaria para acabar con todos los derechos que la ciudadanía europea
había conseguido –gracias, como hemos dicho muchas veces al miedo a la
URSS- a lo largo de más de un siglo de luchas. La crisis dejó de ser
crisis y sacó su verdadera cara, una gigantesca estafa que tenía por
objetivo pasar incalculables cantidades de dinero del trabajo al
Capital. La jugada, aunque arriesgada, de momento les está saliendo como
Dios a juzgar por la respuesta de los ciudadanos españoles, europeos y
de todo el mundo.
Pero no queda ahí la cosa, aceptada la más grande estafa de todos los
tiempos como algo normal por la gente de a pie de aquí y allá, dieron
un paso al frente y se dijeron: No, no es suficiente, parece que no les
duele, podemos seguir por la misma senda sin el menor problema, armemos
bien a nuestros guardianes y procedamos a cambiar el sistema de arriba
abajo para regresarlo al siglo XIX del que nunca tuvo que salir. En
cualquier economía familiar se sabe que si no puedes pagar a alguien
para que te limpie la casa, la limpias tu directamente y se acabó. Pues
no, gobiernos, grandes corporaciones industriales y financieras, y
manejadores de fondos de inversión y pensiones, optaron justo por lo
opuesto: Dado que nadie dice nada y que tenemos las puertas del Erario
abiertas de par en par, privaticemos, externalicemos, contratemos y
subcontratemos, es decir eliminemos la gestión directa por parte del
Estado de los servicios públicos y metamos intermediarios nuestros para
que la estafa anterior se quede en agua de borrajas al lado de la que
estamos endilgando.
Se trata claramente de una decisión política reaccionaria que
pretende demostrarnos que somos más tontos todavía de lo que parecemos y
que nos pueden engañar tantas veces como quieran sin que salten
siquiera los plomos. La gestión de los servicios públicos esenciales y
no esenciales por empresas privadas es muchísimo más cara y peor que la
que la directa, puesto que –a nadie puede escapar esto- tiene que sacar
de lo presupuestado un treinta por ciento de beneficio, que
evidentemente se consigue abaratando costes y menoscabando la calidad de
los servicios prestados.
La privatización de las escuelas, institutos y universidades no es
consecuencia de la crisis, pero sí de la estafa y del cambio de sistema
que promueven los poderosos. ¿Por qué quitar a especuladores, chorizos,
curas, obispos y mercaderes un negocio tan opíparo como el de la
Educación que, además, cuenta con la garantía del Estado por si algo
falla? Además de conseguir unos enormes beneficios con cargo a nuestros
impuestos, el control de la Educación por mercantiles y eclesiásticos
suponía la toma de la Bastilla pero al revés: Se conseguía el mayor
instrumento que existe –después de la televisión- para formar
conciencias ad hoc. A la misma estrategia respondía la privatización de
hospitales, centros de salud y la externalización de muchos de los
servicios que prestaba la Sanidad Pública –la mejor del mundo hasta que
los facinerosos vieron que ahí había otro pelotazo histórico-, no se
podía consentir bajo ningún concepto que excelentes gestores públicos
que consiguieron que el gasto en sanidad por habitante en España sea uno
de los más bajos y eficaces de Europa siguiesen por ese camino, se
imponía entregar esa parcela fundamental de nuestros derechos, la
protección de la enfermedad y el dolor, al lucro incesante y creciente,
de tal modo que en muy poco tiempo nuestra salud estará directamente
relacionada con nuestro nivel de renta.
Pero descendamos un poco a asuntos más concretos y quizá más
prácticos para demostrar que no estamos ante una crisis, ni siquiera ya
una estafa, sino ante un asalto perfectamente diseñado contra nuestro
bienestar y, por supuesto, contra los derechos que lo protejen. Hace
unos años el Ayuntamiento de Noia –La Coruña-, incapaz de hacer frente a
los gastos corrientes, se declaró en quiebra. Dimitidos sus regidores,
se formó un nuevo equipo de gobierno que hizo saber a los ciudadanos la
verdadera situación del Concejo. Tras ello, decidieron suprimir todas
las contratas, subcontratas, externalizaciones, concesiones e
intermediarios, regresando a la gestión directa de todos los servicios
públicos con la colaboración de todos los trabajadores: Hoy el
Ayuntamiento de Noia no solo ha salido de la quiebra, sino que se ha
permitido subir el sueldo a los trabajadores públicos y contratar a
nuevos, lo que ha supuesto un enorme revulsivo para la economía de la
zona. Si retrocedemos en nuestra memoria o buscamos en las hemerotecas,
la crisis-estafa comenzó con la quiebra de los bancos yanquis –ellos
tienen la máquina del dinero…-, pero también de los fondos de pensiones y
los seguros sanitarios gestionados por corporaciones privadas. No se ha
dado todavía el caso de que ningún sistema de pensiones europeo haya
declarado la bancarrota, aunque sí la petición de auxilio por parte de
los hospitales privatizados valencianos a la Generalitat para poder
hacer frente a lo que se comprometieron: La Sanidad no es un negocio si
se atiende a todos los enfermos por igual, tengan la edad que tengan y
la enfermedad que sea. Nadie trataría en ese caso las enfermedades
graves, de larga estancia hospitalaria y con terapias carísimas. Lo
mismo sucede con las universidades, nuestros actuales mandantes –no se
les puede llamar de otra manera más suave- critican una y otra vez la
proliferación de universidades públicas por todo el Estado acaecida en
años pasados, sin embargo, no dudan en dar licencias y licencias a
universidades católicas que contarán con subvenciones y becas públicas ad maiorem Dei Gloriam.
Igual pasa con la cocina de una escuela o una cárcel, los servicios de
limpieza o de mantenimiento, los intermediarios encarecen el producto
final y eso lo sabe hasta Gallardón, que ya es decir.
Los funcionarios españoles, en ellos incluyo a maestros, médicos,
bomberos, trabajadores sociales, educadores, son de los que menos cobran
de Europa, nada tuvieron, por tanto, que ver con la crisis-estafa que
nos montaron. Sin embargo, los reaccionarios que nos gobiernan, a través
de sus potentes medios de intoxicación, la emprendieron desde el primer
momento contra ellos, ya que meterse con los funcionarios en tiempos de
crisis –pensaron- daría votos. Pues bien, aquí tenemos el resultado, un
Estado sitiado por las deudas que provienen de pagar las que crearon
los particulares, bancos, constructoras, concesionarias, etc.; seis
millones de parados, una generación de jóvenes magníficamente preparada y
casi perdida; una economía sumergida del 25%; un fraude fiscal de los
más pudientes que nadie ataja y un proceso de privatizaciones en
servicios públicos perfectamente llevados por funcionarios que dentro de
poco dejará chica a la actual crisis-estafa.
Como en la economía doméstica, la mejor gestión es la directa, y todo
lo que sea meter intermediarios en ese proceso es apropiarse de lo
ajeno, bajar la calidad del servicio para que aumente el beneficio de
los privados y meter al país en una vorágine de corrupción como la que
estamos viviendo. Es, pura y llanamente, ideología reaccionaria, la que
usa métodos antiguos para resolver problemas modernos, la que cuida el
privilegio sobre el interés general, la que ordena y manda, la que nunca
es responsable de nada, la que está hundiendo a este país y a quienes
lo habitamos en una sima de la que desconocemos su profundidad, caso de
tenerla.