El círculo del amor se rompe. Cuestión de creencias., por Carol Ann Figueroa
El Círculo del Amor se rompe, del director Félix Van Groeningen, saca provecho de una increíble banda sonora en la que el violín y el banjo son tan protagónicos como Elise y Didier
Al amor y a la muerte, poco o nada les importa lo que tengamos para decir acerca de ellos. Podemos vivirlos, estudiarlos y analizarlos incansablemente, pero nunca lograremos determinar cómo transformarán nuestra vida una vez que lleguen a ella. Lo único que sabemos a ciencia cierta (quizás), es quesu presencia nos sacude, nos aturde y nos conmueveal mismo tiempo. Solo tras superarlos descubrimos los momentos en que una u otra creencia nos sirvió de salvavidas, o cuándo se convirtieron en pesadas rocas que debimos soltar para salvarnos. Al contar lo vivido nos costará recrear la linealidad de los hechos, pues presencia y ausencia serán la misma cosa. Lascarcajadas y las miradas de complicidadse mezclarán con los silencios y las lágrimas, y al final del relato, solo nos quedará claro que algo nos duele, y que la alegría de haber vivido cosas increíbles y sobrevivir a la dificultad, es lo único que nos alivia.
ElCírculo del Amor se rompe, del director belgaFélix Van Groeningen, no solo nos sumerge en esta experiencia con estremecedora nitidez, sino que además lo hace sacando provecho de unaincreíble banda sonoraen la que el violín y el banjo son tan protagónicos como Elise y Didier, una pareja que encarna el amor perfecto. Tras enamorarse a primera vista, durante seis años cantarán juntos en una banda de Bluegrass, y verán crecer a su hija en medio de la naturaleza, solo para descubrir que cuando ésta sea diagnosticada con cáncer, las creencias elegidas por cada uno para mantenerse a flote no solo son diferentes, sino que amenazarán con romper los cimientos de su relación.
Tanto el florecer como el declive de sus emociones tomarán forma en las canciones que interpretarán con la banda, y cada presentación en el escenario pondrá de manifiestotodo lo que quisieran decir, pero no pueden. A través de la música viajaremos del pasado al presente de su historia y oscilaremos entrela dicha, la tristeza y la zozobra. Todo en lo cual creemos firmemente, será puesto a prueba como si estuviéramos viviendo sus dificultades en carne propia.
Si existe un Dios o todo es cuestión de ciencia, si hay algo más allá de la muerte o el fin del cuerpo es el fin de todo; si el amor verdadero existe o si su círculo se rompe, serán preguntas que nos haremossin hallar respuestas definitivas. Lo único que nos dejará claro la película (quizás), es que para sobrevivir, la fuerza con la cual nos aferramos a nuestras creencias debe ser tan grande como la disposición que tengamos para dejarlas ir.
Según Deleuze y Guattari, el capitalismo deshumaniza.
El capitalismo sitúa a la sociedad dentro del marco de un proceso de producción. Con este marco, el amor se convierte en un elemento más de dicho proceso. Las empresas analizan al ser humano y buscan la forma de extraer de él la mayor cantidad de consumo, no dudando en utilizar el amor y el sexo como reclamo de un modo desnaturalizado y grotesco: la empresa evoca en el consumidor sentimientos amorosos y de deseo, pero su fin último no es buscar el amor ni el sexo por parte del consumidor, sino su dinero y su trabajo. Como consecuencia, se produce deshumanización al identificarse el amor a otro ser humano con el amor a un producto, ya que dicha asociación trae, inevitablemente, la asociación del propio ser humano con un producto. Gilles Deleuze y Félix Guattari consideran que el capitalismo produce una perversión del concepto natural del amor, situando al ser humano como parte de una máquina productora y destruyendo el concepto del cuerpo y el alma.24 Escriben, en Anti-Edipo: «el capitalismo recoge y posee la potencia absurda y no poseída de la máquina. [...] en verdad, no es para él ni para sus hijos que el capitalista trabaja, sino para la inmortalidad del sistema. Violencia sin finalidad, alegría, pura alegría de sentirse en un engranaje de la máquina, atravesado por los flujos, cortado por las esquizias.»25Michel Foucault, refiriéndose a la sociedad capitalista, insiste en su prefacio de 1977 para la edición inglesa de Introducción al esquizoanálisis que se opone «no solo al fascismo histórico, sino también al fascismo que hay en todos nosotros, en nuestras cabezas y en nuestro comportamiento diario, el fascismo que nos hace amar el poder, desear esa misma cosa que nos domina y explota».26 Podemos encontrar una abierta declaración de muchos de los actualmente tácitos valores del capitalismo agresivo en el Manifiesto futurista, escrito por Filippo Tommaso Marinetti, en 1909.
Dentro de la cadena productiva, o, como se la conoce en el mundo anglosajón, «cadena de comodidad», la mentira también es un elemento válido; de hecho, es un elemento recurrente y necesario para que el sistema no sucumba. Es, literalmente, lo que en política se conoce por demagogia; se miente al consumidor con propósitos egoístas, y ello lleva, según los autores anteriormente citados, a una «esquizofrenia» de las relaciones humanas a todos los niveles, haciendo imposible el amor real.24
Werner Sombart consideraba la desnaturalización del amor en la sociedad como una última etapa de un proceso destructivo de evolución que no es privativo de la cultura occidental: En primer lugar, el amor perdió su individualidad con el cristianismo, que lo unificó y teocratizó: ningún amor era genuino si no provenía de Dios, si no era aprobado por la Iglesia. Le siguió un período de «emancipación de la carne», que comenzó con tímidas tentativas y que se continuó, con los trovadores, con un período de sensualidad más acentuada, de desarrollo pleno del amor libre e ingenuo. Por último, aparecieron una etapa de gran refinamiento y, como colofón, la relajación moral y la perversión.27