Jamás pensé que este horror que hicieron con estos chicos hace treinta años y que gracias a sus abuelas hoy saben quiénes son
pueda ser tomado de manera tan poco seria como ese chino boludo y resentido que dice cualquier cosa por el face y que talita ha pegado aqui
un poco mas de respeto a estas mujeres valientes que supieron luchar por lo justo mientras todas esas ratas de albañalque dicen cualquier cosa hoy porque tienen LIBERTAD, ayer se escondían en sus madrigueras
“Recuerdo que era uno de los brillantes atardeceres de La Plata, el sol estaba bajando y era muy crepuscular, fue un momento muy intenso porque pude decirle a Estela: sí, realmente éstos son los huesos de tu hija pero en algún lugar allá afuera tienes un nieto que debería estar vivo. Fue un momento amargamente dulce. Esos huesos encapsulaban una historia: los huesos de Laura nos estaban diciendo ‘busquen a mi hijo’”, así rememoraba Clyde Snow, el fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense frente al periodista Walter Goobar, el momento en que aparecía la primera prueba material de la existencia de ese joven tal vez demasiado canoso para su edad, de nariz fuerte y palabra luminosa, que creció llamándose Ignacio aunque era deseado, esperado, buscado como Guido. Fueron los huesos los que hablaron entonces, el rastro de su paso por el cuerpo de la madre, una mujer que había parido por primera vez cuando ya había sido robada a su comunidad, cuando su existencia estaba en esa zona sin nombre del cautiverio clandestino, ni viva ni muerta, desaparecida. Estela, la madre de Laura, definitivamente abuela del hijo de ésta desde la exhumación de esos huesos testigos, dice que desde ese preciso momento dejó de ocuparse del cementerio, de pensar en placas y ornamentos funerarios: tenía una tarea, la vida la reclamaba, tenía que encontrar a su nieto. Y además su hija tenía un lugar en el mundo aunque fuera entre los muertos, el duelo iba a continuar, pero el luto ya no. En aquel atardecer luminoso de 1985 todavía no se soñaba con que una operación de reactivos, aparatos que despiden números, números que construyen algoritmos, algoritmos que dibujan perfiles, perfiles que coinciden con un nombre y un nombre que se instala en un árbol genealógico, en una comunidad, una familia, serían, 30 años después, un procedimiento corriente. Los estudiantes de antropología y medicina que en torno de Snow formaron el EAAF contaban con lo que veían, con lo que podían hacer sus manos rescatando con cuidado esqueletos que no estaban mudos pero que no podían decir su nombre, excavando de día y llorando de noche porque esos huesos delataban a personas jóvenes, fusilamientos, ensañamiento en la vida y también después de la muerte y porque lo que buscaban no terminaba de aparecer: la humanidad de esos testigos silenciosos no era completa sin nombre, sin identidad.
Se contaba entonces con los testimonios, con la palabra de los sobrevivientes que reconstruyeron el mapa de esa zona liminar de los centros clandestinos, con su descripción de los tormentos, con sus listas de nombres, la mayoría atrapados en la no muerte y la no vida de la desaparición. Palabra sospechada al principio por el solo hecho de estar vivos. Palabra que se escuchó en los primeros juicios y fue conculcada con las leyes de impunidad que no consiguieron el silencio pero la volvieron menos audible sobre todo para quienes de antemano no querían o no queríamos escuchar del todo. Porque también de eso se trata la situación del desaparecido: nadie duda de la muerte y a la vez la muerte no se instala, no ordena, no deja a la vida seguir su curso. La presencia del desaparecido –de la desaparecida– es constante: en torno de ellos no se organiza el duelo, las familias no lloran juntas en el mismo momento, no se despiden. Cada quien siente el aleteo intermitente de la presencia y de la ausencia, una locura que lleva a mirar cada tanto el pasaje de un colectivo con una esperanza vacua; a lo mejor, tal vez, la tortura le quitó el juicio, esa mujer sentada en el fondo por un instante, un mínimo parpadeo de locura capaz de alterar el tiempo, podría ser mi madre. ¿Y acaso es fácil abandonar esa ilusión? ¿Desprenderse de ese milímetro de esperanza aunque sea vana? No es fácil, aunque tampoco es fácil confesar que se la mantiene, que en algún lugar del corazón o de la mente se la alienta como se sopla una brasa tapada de cenizas.
En estos más de treinta años que pasaron desde aquel atardecer luminoso en que un hombre de sombrero texano que venía a decir que se podía hacer hablar a los huesos y que esos huesos, en el caso de la hija de Carlotto, decían que había desaparecidos vivos, la tecnología avanzó y la palabra se jerarquizó. Cayeron las leyes de impunidad, se sentaron algunos culpables en la silla de los condenados y hubo lugar para las apariciones.
El padre de ese niño que dejó un rastro en los huesos de su madre, el padre del joven que hoy conmueve al país entero, también fue un aparecido. Gracias a la perseverancia y a la tecnología sus restos fueron hallados en 2006, su nombre escrito en un epitafio, su perfil genético conservado y ambas cosas, como una cuña en el devenir, ocuparon su espacio entre generaciones, el espacio necesario para que su hijo pudiera aparecer y para que apenas aparecido se reivindicara como una herramienta de una posible cicatrización.
La historia que esta semana nos conmovió con una alegría contagiosa, impertinente, rebelde frente a cualquiera otra noticia, otra amargura, alegría incluso por sobre la evidencia de la pérdida o potenciada por eso mismo, es una historia de apariciones. De apariciones que vienen sucediéndose, de desaparecidos vivos como son los nietos y las nietas que completaron su identidad con las familias que los buscaban. Y también de los desaparecidos y desaparecidas asesinados, masacrados, ocultados de los ritos de pasaje que las familias y la sociedad entera necesitan para seguir adelante, para procesar el legado, para pelearse incluso con ese legado. Cientos de cuerpos –esqueletos, sí, pero también cuerpos– emergieron del anonimato donde habían sido enterrados en los últimos años con la fuerza de la prueba: cuerpos amados, llorados y enterrados y también cuerpos del delito que acusan por sí mismos a los perpetradores.
Aparecidos que ocupan su espacio entre nosotros, entre nosotras y que abren otros nuevos, que dejan que las generaciones se organicen, que permiten llorar la muerte y llorar de alegría. Que volvieron inteligible una historia que nos pertenece y que puede ser contada incluso a los más chicos. Porque está la prueba, porque está el lugar, porque están las voces. Y están también los oídos que escuchan.
08.2014 |Fue nombrado por el nieto de Estela de Carlotto como un referente de su generación
"Sirve para pensar cuántos nietos están por la ciudad"
Juan Weisz, hijo de desaparecidos y vecino olavarriense, dice que la recuperación de Guido abre la puerta para identificar otros casos, así como "responsables civiles y de la dictadura".
Mis padres desaparecieron en el '77 en Buenos Aires. Estaba con ellos cuando desaparecieron. Militaban en la JTP y en la facultad. Son secuestrados y llevados primero al Banco y después al Olimpo. Yo tengo tres meses en ese momento, soy trasladado con ellos, y en un lapso no determinado de días u horas soy llevado del centro clandestino a la casa de mis abuelos maternos, lo que resulta ser una suerte con lo que pasó con otros 500 bebés que en situaciones similares fueron apropiados. En esa lógica macabra me tocó que me devolvieran a mi familia, con el mandato de que en 48 horas debía estar en Las Flores, donde vivía uno de mis tíos de sangre, que es mi papá de crianza, junto con su mujer. Ellos estaban en ENTEL, a los cuatro años, para la época de Malvinas, lo trasladan a Olavarría, y desde los cuatro vivo en esta ciudad." Juan Manuel Weisz cuenta su historia desde el patio de la librería Insurgente, que creó hace casi diez años. Tanto él como su espacio (mucho más que una librería, casi un centro cultural, un centro social y colectivo, independiente, de autogestión) fueron nombrados por Guido Montoya Carlotto (Ignacio Hurban) en la conferencia de prensa, como un referente de su generación a la hora de pensarse como un hijo de desaparecidos en la localidad del centro bonaerense. En diálogo con Tiempo Argentino, Juan expresa: "Como todos los olavarrienses, estoy muy sorprendido y con mucha emoción, porque Ignacio Hurban es un artista muy reconocido y querido, con una trayectoria muy importante. Y de golpe, después de haber compartido con él unas cervezas después de un espectáculo, incluso fue parte de Insurgente siendo profesor antes de ser director de la Escuela de Música, compartir charlas... y de golpe verlo ahí, sabiendo que él antes no manifestó sentir que él era un nieto apropiado... Me llevó inmediatamente a reflexionar esto de la familiaridad. Pensar con cuántos Ignacios nos podemos estar encontrando día a día, compartiendo cosas, y están ahí, y nosotros estamos al lado tal vez y no los vemos, y ellos mismos no se encuentran y no saben."
Juan Manuel no para, habla, desahoga: "Ahí está el sentido de la continuidad de una lucha. Treinta y siete años de lucha tienen que tener un sentido, y a veces cuando uno enfrenta causas 'perdidas', muchas veces flaquea y piensa: para qué sirve esto. Y ahí está, sirve para esto, y a los olavarrienses, que estamos eufóricos, nos sirve para pensar cuántos otros nietos están caminando la ciudad y no saben de su identidad, así como uno también puede pensar cuántos responsables civiles y de la dictadura también están paseando."
Weisz dice que para los olavarrienses es un buen momento "para comenzar a reelaborar esta historia, y pensar la actualidad, en la que Olavarría últimamente vivió varios episodios donde la impunidad es el tema. Hay casos emblemáticos, como el de Esteban Navarro (N.del R.: su cuerpo apareció en un terreno baldío en octubre de 2004, aún sin culpables) donde su madre lleva diez años luchando, por eso una cuestión a reivindicar en el tema de Ignacio es la lucha. Es un ejemplo para los que luchan hoy."
Juan milita en el movimiento nacional antirrepresivo. Ese gran tema nucleador de toda esta historia, la lucha –sostuvo–, guarda lineamientos con otras también actuales: "Acá desde el año pasado acompañamos a la familia Ortega, a Yésica Medina, que fue la compañera de Tito Ortega, un trabajador de 33 años que por distintos motivos se encontraba con una gran depresión anímica, intentaba quitarse la vida, cuando llegó el policía Juan Coria y lo fusiló. Nosotros estamos peleando junto a ella para que Juan Coria vaya preso y por momentos parece que es difícil, porque es una sociedad que hasta ahora se bancó la impunidad. Con la lucha se puede. De a poco se puede. Es ahí donde me parece encontré una de las cuestiones más alentadoras de todo lo sucedido con Ignacio." «
Investigan el rol de un empresario rural en la apropiación de Guido Carlotto
Las hipótesis que surgen tras la recuperación de Guido. Una denuncia radicada en Abuelas constituye el puntapié inicial de la investigación en torno al robo y apropiación del nieto 114. Un ruralista aparece como el último eslabón de una cadena que podría llegar a Ramón Camps. Indicios e interrogantes.
Una denuncia radicada en Abuelas de Plaza de Mayo marca el pulso de la incipiente investigación en torno a la apropiación de Guido Montoya Carlotto, nieto de la emblemática Estela Carlotto, nacido en cautiverio en junio de 1978, cuya identidad fue restituida el martes pasado.
Como ya informó Tiempo Argentino, los indicios, que la justicia deberá corroborar, conducen al empresario agropecuario oriundo de Olavarría, Carlos "Pancho" Aguilar, sindicado como "el último eslabón de la cadena" en la entrega del bebé robado y a sus vínculos con las Fuerzas Armadas y de seguridad. Su muerte, ocurrida en marzo de este año, parece haber liberado un secreto guardado por casi cuatro décadas, porque, dos meses después, Guido llegaba a Abuelas para despejar las dudas sobre su identidad.
"Era una persona con mucho dinero, dirigente de la Sociedad Rural local, estaba muy vinculado a los militares de esa época y a la jerarquía de la Iglesia", precisaron Guido y Remo Carlotto a este diario.
Según las líneas investigativas recuperadas por Tiempo, la familia Aguilar, dueña de la estancia en la que fue criado Montoya Carlotto, estaría unida por vínculos familiares con un militar fallecido que fuera asesor de Ramón Camps mientras este se desempeñó como jefe de las Policía Bonaerense durante la última dictadura cívico-militar. Se trataría de un ex coronel de caballería mencionado en el informe confeccionado por la Comisión Especial por la Memoria de Olavarría. La esposa de esta figura clave despide a Aguilar, en la necrológica publicada en el diario local El Popular el 27 de marzo pasado, como su "prima" política.
Los vecinos aseguran que el empresario agropecuario, que fue presidente del Centro de Equitación de Olavarría, no sólo le entregaba caballos de equitación a los militares sino que guardaba los de su propiedad en el regimiento.
En aquel pueblo bonaerense aseguran que el mundo equino fue un terreno fértil para que "Pancho" Aguilar nutriera sus relaciones castrenses. Los vecinos aseguran que el empresario agropecuario, que fue presidente del Centro de Equitación de Olavarría, no sólo le entregaba caballos de equitación a los militares sino que guardaba los de su propiedad en el regimiento local.
Esta relación se refleja en una entrevista que Jerónimo Aguilar, hijo de "Pancho" y figura de la equitación local le brindó al diario olavarriense El Popular, en abril de 2011. Jerónimo contó allí que tenía 13 años cuando comenzó equitación en "una escuelita en el Club Hípico viejo, a cargo del suboficial Santiago Ponce".
Otro dato que mencionan en el pueblo es que la partida de nacimiento de Guido, cuyo nombre de crianza es Ignacio Hurban, nombre de pila que el nieto recuperado desea mantener, habría sido falseada por un médico local actualmente en actividad. Sobrevivientes de la represión –que pidieron reserva de su nombre (se sabe, en pueblo chico, infierno grande)-, sostuvieron a este diario que vieron al sospechado en Monte Peloni, centro clandestino de detención que funcionó a pocos kilómetros de la ciudad de Olavarría.
No es casualidad que Remo Carlotto, hijo de Estela y presidente de la Comisión de Derechos Humanos en la Cámara Baja, haya pedido que se "investiguen las conexiones de Aguilar" con el mundo castrense. Se trata de un hombre poderoso: fue integrante de la sociedad de la cantera Cerro del Águila, vicepresidente del Club Atlético Estudiantes, titular del Consejo de Promoción Agropecuaria del INTA de Balcarce, dirigente de la Sociedad Rural de Olavarría, además de ex presidente del Centro de Equitación de Olavarría (CEDO). En un periódico local lo definieron como "un reconocido y apreciado vecino olavarriense", cuyo "espíritu inquieto lo llevo a incursionar en política en la década de los noventa".
LA PISTA LA PLATA-OLAVARRÍA. Aún es un gran interrogante dónde dio a luz Laura Carlotto, la madre de Guido, la hija de Estela, secuestrada en el C.C.D La Cacha, ubicado en La Plata. Las opciones que barajan los investigadores son el Hospital Militar Central o el Penal de Olmos. El sitio donde el terrorismo de Estado le arrancó a su hijo no es menor, ya que daría una pista de la ruta que transitó el bebé hasta llegar a Olavarría. Por lo pronto, el informe realizado por la Comisión Especial por la Memoria local, en 2001, da cuenta que el vínculo La Plata-Olavarría era muy estrecho.
La jurisdicción de Olavarría, así como la de otras ciudades bonaerenses como Azul y General Alvear, entre otras, estaba bajo la órbita del Comando de Sub-zona 12, a cargo de del general Alfredo Oscar Saint Jean, hermano menor del militar retirado Ibérico Saint Jean, quien gobernó la provincia de Buenos Aires entre 1976 y 1981. Aquel comando castrense estaba instalado en la 1ª Brigada de Caballería Blindada de Tandil y tenía a cargo al menos cinco centros clandestinos como el mentado Monte Peloni. Los órganos de Inteligencia con incidencia en esos CCD fueron el Destacamento de Inteligencia 101, justamente con asiento en La Plata, y el 102. Durante la apropiación de Guido, la primera dependencia estuvo conducida por el entonces coronel Alejandro Agustín Arias Duval (entre 1976 y 1979). No es casual la gran cantidad de olavarrienses secuestrados o asesinados en La Plata.
Las jefaturas de área eran las dependencias que tenían el control directo de las operaciones dentro de la estructura militar que impartió la represión ilegal. El Informe por la Memoria local precisa que Olavarría fue controlada por la Jefatura de Área 124, comandada desde octubre de 1975 por el teniente coronel Aníbal Ignacio Verdura, que permaneció en el puesto hasta fines de 1977, cuando fue ascendido. En diciembre de ese año fue remplazado por el teniente coronel Héctor Alberto González Cremer. Los últimos momentos de la vida de Laura Carlotto transcurrieron en esas fechas: fue secuestrada a fines de 1977 y estuvo cautiva nueve meses, dando a luz a fines de junio de 1978. Tan sólo tuvo a su bebé en brazos entre tres y cinco horas. Desde entonces, la suerte de Guido fue una incógnita. Hasta el 5 de agosto pasado, cuando comenzó a desenredarse un ovillo que encierra 36 años de secretos.
La defensa de Servini de Cubría
La jueza María Servini de Cubría aseguró, en una entrevista al diario La Nación, que ella no fue quien dio a conocer que Ignacio Hurban era el nombre adoptivo de Guido Montoya Carlotto, nieto recuperado. "Dicen que yo di a conocer el nombre, pero no fue así. ¡Si el nombre yo casi ni lo sabía!", dijo la magistrada.
"La noticia yo creo que está desde antes de que yo hablara. De hecho, (el periodista Marcelo) Zlotogwiazda llama porque sabía la noticia. La noticia no la doy yo", dijo. Servini de Cubría aseguró que la información "se filtró antes" de que llegara a sus manos. También defendió no haber seguido el procedimiento habitual de las Abuelas porque "acá hay una causa penal" y hay que averiguar "cómo llega la criatura a manos de esa gente".
CFK: "está, por fin, entre nosotros"
La presidenta Cristina Fernández describió ayer, a través de su cuenta de Twitter y también con imágenes publicadas en la red social Instagram, cómo fue el encuentro que mantuvo el jueves con Guido Montoya Carlotto, nieto recuperado de Estela Barnes de Carlotto, titular de las Abuelas de Plaza de Mayo. "Además de frescura tiene sentido del humor", contó la jefa de Estado.
Cristina explicó que además de Guido, su compañera Celeste y Estela estuvieron los hijos y nuera de la presidenta de Abuelas, "más tres parejas de Olavarría" que los acompañaban; sus propios hijos, Florencia y Máximo Kirchner; los diputados Wado de Pedro y Andrés "Cuervo" Larroque; y el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini. "La verdad parecemos un batallón. Pero ojo, no vamos a la guerra. Queremos ver de cerca el triunfo del amor y la cara que tiene la felicidad."
La mandataria recordó palabras de Estela acerca de los orígenes de los padres de Guido ("el papá era santacruceño como Néstor" y "Laura era platense como vos"), y el primer contacto físico con el nieto 114: "Nos abrazamos. No sé qué habrá sentido y pensado él. Algún día se lo preguntaré."
"Se puede sentir en el ambiente la buena vibra. Las miradas de amor y todavía de sorpresa", dijo en otro tramo de su relato. También describió a Guido como un joven que tiene "mucha frescura" y advirtió: "Quiere seguir llamándose Ignacio... Estela sentada le dice 'pero por lo menos agregale Guido'. En realidad es Ignacio + Guido + Laura + Puño + Estela + Hortensia..."
"Lo importante de su vida es que tendrá muchas cosas para sumar y no para restar, porque tuvo la suerte de crecer con amor", agregó. Y cerró con citas a dos canciones, una de Silvio Rodríguez y otra del Indio Solari porque "Ignacio-Guido está, por fin, entre nosotros".