Por Alejandro Rodríguez Rodríguez*
En Camagüey, en los portales de una calle bastante transitada, habita un borracho singular. Le falta una pierna y usa un pañuelo en la cabeza, de modo que hace ver a Walter Martínez, el periodista venezolano, como niño de teta ante su pinta de pirata. Lo acompañan siempre una caja de cigarros, un pomo plástico de agua, y otro de ron barato que se llena y se vacía varias veces durante la jornada.
Según triangulación de versiones populares, el borracho vivía en una casa de esa misma zona, pero fue echado a la calle por su familia “porque no lo aguantaban más”. Se trata de un alcohólico pesado, de esos que gritan y ofenden.
Una parte interesante de este mito urbano es que el hombre tenía una prótesis plástica que alguien le había mandado del exterior para suplir las funciones de su pierna ausente, pero como todo buen borracho la vendió un día para comprar alcohol.
Esta mañana, sobre las 7:30 am, ya el personaje estaba completamente ebrio, y como de costumbre hablaba mal del gobierno. Entre buche y buche centró su discurso público en que “todo es mentira”, “decían que no iban abandonar a nadie y mírame a mí, impedido físico y en la calle”, y en que “esto es una mierda”.
Al menos esta vez no habló de lo mismo. Ya lo había visto en tres ocasiones previas argumentar con argumentos de borracho la teoría de que Fidel Castro está muerto. Otras veces se pone a hablar de Camilo, el que desapareció en un avión.
La fama de Pánfilo
El caso no es algo insólito: muchos borrachos hablan mal del gobierno, en la calle y en los portales, todos los días. Por lo general refieren el estado de sus vidas y lo asocian con el estado de cosas en Cuba, con la Historia y sus protagonistas.
Hace algunos años se hizo famoso uno de La Habana (Pánfilo, creo que se llamaba) que se dejó grabar en un video mientras describía los detalles de algunos alimentos entregados en la canasta básica, como el picadillo de soya, el pollo viejo y la mortadella echá’a perder.
No sé si es percepción subjetiva mía, pero los borrachos callejeros parecen aumentar en esta ciudad a un ritmo que preocupa. También he visto variar la composición demográfica del grupo: si hace unos años prácticamente todos eran del sexo masculino, entre los 40 y 70 años de edad, ahora se ven más mujeres y tipos jóvenes al antojo del alcohol.
A una de esas mujeres, que en los pasados carnavales vi sentada junto a un termo de cerveza, alcoholizada y con la mirada nula, la había visto años atrás, participando en un buen programa de desintoxicación, dirigido por un buen profesional de la psiquiatría. Llevaba entonces algunos meses sin tomar, y recuerdo que el grupo de anónimos le regaló un cake para celebrarlo.
Creo que ninguno de los borrachos que deambulan por la ciudad se auguraron de futuro el presente que tienen hoy, como no lo hacemos, ahora mismo, ni usted ni yo.
*Periodista cubano residente en Camagüey.Tomado de su blogAlejo3399