
Tiempo Argentino publicó una serie de ejemplos y reflexiones sobre la producción popular. En ellas, analizamos situaciones concretas donde el escenario podría ser mejor para los más débiles, que involucran desde lo generado trabajando la tierra (lanas, ma.
Tiempo Argentino publicó una serie de ejemplos y reflexiones sobre la producción popular. En ellas, analizamos situaciones concretas donde el escenario podría ser mejor para los más débiles, que involucran desde lo generado trabajando la tierra (lanas, maderas, hortalizas, frutos subtropicales, pescados); el respeto por la cultura de los pueblos originarios; los problemas de ambiente; el manejo de la energía renovable, hasta las dificultades que generan reglamentaciones que no están pensadas para promover o proteger a las unidades más pequeñas.
En esta 25ª y última nota se intentará reseñar los puntos de vinculación entre los casos presentados, anclando el tema en una estrategia general para mejorar la calidad de vida de los que menos tienen.
El primer elemento a destacar es que no nos referimos a población desocupada ni a asalariados mal pagos. Los compatriotas involucrados en nuestros casos trabajan en forma independiente. Y podrían trabajar más tiempo ellos y más –muchas más– personas sumadas a ellos. En algunos casos, esencialmente en los temas ambientales, hay además situaciones que el mercado no resuelve y los gobiernos no encaran, por lo que hay trabajo potencial a realizar que hoy no es implementado.
En consecuencia, no estamos en casi ningún caso ante problemas de distribución injusta del ingreso generado en la producción de un bien, a causa que algunos capitalistas retribuyen de manera insuficiente el valor del aporte realizado por sus trabajadores. Este sería el conflicto tradicional, que es intrínseco al capitalismo. En la gran mayoría de las situaciones, en cambio, analizamos producciones que son llevadas adelante sin patrones y sin personal en relación de dependencia. La contratación de empleados es marginal, respecto del trabajo individual o familiar o comunitario.
En el caso agrario, el grueso de los problemas aparece luego de producir el bien que atiende alguna necesidad. Cuando el poste de quebracho está en el suelo del monte, el cabrito destetado, el morral artesanal o el poncho confeccionado, la banana cosechada y empacada, allí aparece el vínculo más importante con el resto del sistema económico. Aparece la articulación entre quien trabajó la tierra, definió y obtuvo algún fruto de ella y otro actor económico, cuya meta está orientada de manera excluyente al lucro. Allí es donde se produce la apropiación de gran parte del valor generado por el productor primario, que va a parar a manos de comerciantes, transportistas o meros intermediarios.
Será valioso incorporar a la caracterización social de nuestra comunidad el hecho de que hay centenares de miles de compatriotas aplicados a transformar la naturaleza en beneficio general, a través de tareas que no encuadran en esquemas de relación capital - trabajo, y que deben ser protegidos cuando integran sus bienes al mercado capitalista. Ellos, sumados a quienes brindan servicios técnicos y personales, y agregados a todos quienes pueden y deberían trabajar en la protección y remediación del ambiente o en la producción de energía de manera distribuida, a partir de fuentes renovables, sin configurar por ello empresas con fines de lucro, representan una muy importante proporción de los ciudadanos en condiciones y actitud de trabajar. Para todos ellos las reglas de la competencia capitalista –mucho menos las del capitalismo global concentrado– no deberían ser de aplicación. Es más: debemos tener un cuerpo de reglamentaciones en base a proteger ese trabajo de la invasión de quienes tienen como único sentido la acumulación de beneficios económicos.
Buena parte de los ejemplos mostrados en la serie "Una que podamos todos" señalan que en las cadenas de valor donde conviven sin regulación quienes organizan su vida alrededor de agregarle valor a la naturaleza o de brindar servicios comunitarios, con quienes tienen el lucro como meta excluyente, estos subordinan y en el límite esclavizan a aquellos. Esto no sólo afecta la equidad, sino además le resta eficiencia a la tarea de cualquier comunidad, al poner en el bolsillo de algunos el valor generado por otros. En términos puramente económicos: si quien agrega valor es despojado de los recursos para invertir en la reproducción y expansión de su actividad, la cadena de valor languidece y es probable que involucione hacia niveles de explotación cada vez más agudos.
Volviendo al ejemplo del poste de quebracho. Si en el monte vale $ 40 por unidad y tras pasar por cuatro manos llega a $ 300, el hachero no sólo pierde dignidad en su vida, sino que pierde demanda para su producto. Así en todos los casos.
El análisis horizontal de las historias presentadas indica la imperiosa necesidad de construir puentes entre el sistema de producción de bienes y servicios que hemos caracterizado y el "mundo del lucro". Esos puentes pueden ser ámbitos públicos diseñados para comprar los bienes a precios justos y negociarlos con el resto de la cadena preservando así a los productores primarios. Para quienes sufran cierta urticaria con la burocracia –me incluyo– se puede y debe pensar en utilizar a las cooperativas de servicios públicos. Debería diseñarse esquemas por los cuales esas entidades actúen como compradores equitativos y luego como vendedores con otro poder en el mercado, hasta llegar al consumo final.
Con algo de agresividad conceptual, la idea expuesta se puede ampliar fácilmente al recuperador urbano que separa plásticos y los enfarda, mal vendiéndolos a las empresas que luego los procesan, o al taller textil, que queda sometido a las reglas que fija la marca de indumentaria. El primer eslabón, con ningún conflicto interno de distribución de ingresos –o con alguno resoluble– necesita ser defendido en una secuencia de apropiación de valor donde hoy los eslabones siguientes lo llevan a niveles menores a la subsistencia. Es casi como aquello de llamar al hermano mayor para que te defienda en una riña adolescente, pero mucho más grave que esto, porque aquí va la vida de miles y miles de personas y de sus entornos familiares.
Los estudios sobre la dominancia en las cadenas de valor surgieron por 1994 en la Universidad de Duke, en Estados Unidos, con un correlato en universidades inglesas. En los 20 años posteriores, la temática se jerarquizó y se diseminó por el mundo. Gary Gereffi, uno de sus creadores, está hoy a cargo de un ámbito específico del Departamento de Energía de los Estados Unidos. Analiza la distribución de poder e influencia al interior de todas las cadenas de valor para las energía alternativas en que ese país podría incrementar su participación, desde la generación hasta el uso. La idea saltó de la academia a la política pública concreta.
A esa metodología, valiosa por cierto, estamos proponiendo agregarle una idea fuerza: es importante –necesario– cuidar con detalle y aplicación a quienes producen con el objeto central y excluyente de tener una vida digna, conseguida suministrando bienes y servicios que la comunidad necesita. Permitir que quienes piensan y actúan sólo en términos de dinero sojuzgen al hachero, al hilandero, al criador de cabritos, al cartonero, a la costurera, decide el fracaso ético y económico –aunque esto último quede disimulado– de una sociedad.
La seguimos en cada momento. Gracias a todos por transitar estas reflexiones. «