Un encuentro histórico con las víctimas del conflicto

Por Fabián Ramírez, Integrante de la Delegación de Paz de las FARC-EP
Se ha hecho realidad una vez más que a la gran tarea por buscar la
paz y la reconciliación de todo el pueblo colombiano, no se le debe
colocar ningún obstáculo. Así lo deben entender los empecinados en
mantenerse atravesados contra este noble, urgente y gran propósito
nacional y más bien, interpretar el querer de toda Colombia; no hay
cabida para los amantes de la guerra y el exterminio de la población
indefensa.
A Cuba llegaron los primeros 12 colombianos y colombianas de las
seleccionados para representar ese gran universo que son más de 6.5
millones de victimas del conflicto, que por más de cinco décadas ha
afectado al país. Llegaron con las manos abiertas y su corazón aunque
herido, muy dispuesto para decirle al mundo, que en aras de encontrar
una paz justa, estable y duradera, no venían animadas por odios ni
venganzas, sino con la disposición plena de aportar, desde su amor y
sufrimiento, ideas y propuestas para el entendimiento y la
reconciliación de todos.
Este primer grupo de víctimas, aparte de la entrevista privada,
reclamaron terminar esta guerra fratricida, un cese bilateral del fuego y
nos exigieron a las partes no levantarnos de La Mesa de Diálogo hasta
llegar a un acuerdo final de paz. Y tienen razón, la Paz es un
imperativo ético, político y moral que debe sobreponerse a las
convicciones violentas de las elites dominantes representadas en las
instituciones del Estado, responsables, además, de la guerra, de la
corrupción, las desigualdades sociales, la exclusión y muchas otras
injusticias. Deben reflexionar y comprometerse con toda sinceridad a un
¡basta ya!
Con franqueza y esperanza las 12 victimas del conflicto social y
armado, le demostraron a Colombia y al mundo, que cuando hay voluntad
sincera de buscar la Paz es posible superar las dificultades y ceder
para llegar a un entendimiento. Una Paz sin hambre ni exclusión, con
plenas garantías políticas, económicas y sociales; con democratización
de la tenencia de la tierra y respeto a los territorios; con soberanía
nacional; la paz diseñada y moldeada con los asertivos del Constituyente
primario que es el pueblo.
Las FARC-EP, encarnamos un indeleble compromiso con la patria,
especialmente con las víctimas del conflicto, comprendemos su
sufrimiento porque de ellas venimos. En ese universo de víctimas están
nuestras familias padeciendo el despojo, el desplazamiento, la tortura,
la desaparición forzada, amenazas de muerte, entre otras violaciones a
los derechos humanos. Y a las víctimas del conflicto pertenecen también
nuestros presos políticos que padecen terribles sufrimientos por la
violación sistemática de sus derechos humanos. Nosotros también hablamos
desde la orilla de los perseguidos.
Luego de este histórico encuentro, el día 16 de agosto de 2014, en la
capital cubana, ciudad hermana, acogedora y humana, es indudable la
frustración de quienes esperaban de las víctimas expresiones de odio. Es
el caso del Procurador, arpías del Centro Democrático y otros
denotados saboteadores de los diálogos de Paz. A estos les fallaron sus
cálculos guerreristas. La ponderación, el equilibrio y la sindéresis se
están abriendo paso, y en esta patria esperamos firmar acuerdos que
satisfagan a todas las víctimas y a las mayorías nacionales, generando
los cambios que acaben con la miseria, la desigualdad y la falta de
democracia que están en el fondo de la confrontación y la victimización.
Atribuirle a las FARC-EP la victimización ha sido un empeño
recurrente de los medios de comunicación más grandes del país; de paso
cubren con impudicia las atrocidades cometidas por el Estado y su
victimización política, económica y social. Esta mala, provocadora e
inocultable intención le hace mucho daño a los propósitos de Paz de los
colombianos. Como si fueran pocas las agresiones del establecimiento
contra las organizaciones políticas, sindicales, de educadores, de
estudiantes, de agricultores, etc., que se deben movilizar en reclamo de
sus derechos. Como si fueran pocos los montajes judiciales, detenciones
ilegales, torturas, desapariciones, crímenes de guerra y otros delitos
practicados por los organismos de seguridad e inteligencia del Estado,
por los cuales son responsables de por lo menos un 80% de las
violaciones a los derechos humanos.
Esta verdad, que indica que la guerra ha sido una, impuesta por las
clases dominantes y que en ella sitemáticamente se ha violado, por parte
del Estado los derechos fundamentales de las mayorías, debe mantenerse a
flote. Nadie puede olvidar que para abordar este importante tema de las
víctimas hay que auscultar en las causas del conflicto. No se puede
pasar por alto que los problemas del presente que mantienen la
confrontación tienen raíces que se sumergen en el pasado; nadie puede
olvidar que esta tormenta de horrores que vivimos tiene más de medio
siglo de historia hace 50 años, que tiene hitos como el de la guerra de
los mil días, la masacre de las bananeras, el exterminio contra los
comunistas y liberales, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, y tantas y
tantas atrocidades más que están marcadas con la impronta de la
violencia bipartidista liberal-conservador .
Sus víctimas fueron siempre las gentes humildes e indefensas, incluso
aquellas personas a las que pusieron a agitar los trapos rojos y azules
de la intolerancia y la exclusión política mezclando traiciones,
engaños, mezquindades, corrupción y terror hasta conducir al país al
teatro de una guerra de nunca acabar.
En todo esto, pactos como el que provocó el genocidio de la Unión
Patriótica y que aún mantienen a Colombia ensangrentada por medio de
máquinas de muerte como el paramilitarismo, bajo las égidas temerarias
de la Casa Blanca, no es que no deban repetirse sino que deben cesar
porque prosiguen a plena marcha.
Ha llegado el momento y la hora precisa de poner fin a los odios, las
manipulaciones, los engaños; a llegado la hora del entendimiento, para
que entre todos abramos el cauce de la democracia y de la justicia
social. Colombia no merece más tiempos de dolor y muerte, de miseria y
desigualdad; Colombia merece un nuevo presente. Y el presente de la
nueva Colombia no puede ser otro que el de la dignidad, el buen vivir y
la libertad.