ABUELO
¡Pero qué frágil te veo! Con tu pasito cansado
y tu mirada perdida, con tu cabello tan blanco,
y con tu espalda encorvada como si fueras marchando
en adoración forzada, al señor de los milagros.
Por fuera te veo tan débil, con tu silueta delgada
y con esos ojos tuyos, que parece que conservan
cada paisaje vivido, siempre tan llenos de paz,
y plenos de ese tu orgullo por ser un hombre sin par.
¿Quién conociera tu entraña? Con tu rectitud de acero,
con tu espíritu de fuego, y ese carácter forjado
tal vez por el mismo herrero que a los cielos dio un cercado,
para evitar que ahí entren los mil y un arrebatos.
Porque a tu pecho no llegan las malas cosas del hombre,
sus penas y sus pecados, y esas pasiones golosas
que al hombre tan fácil burlan y al espíritu hacen daño,
¡Ay abuelo, si yo fuera como tú ya lo has logrado!
Hombre da cabal valía por los tiempos admirado,
padre de noble conciencia y sentimientos tan fijos,
para aquellos que el destino te obsequiara como hijos,
¿Esposo?
Para hablar del ello creo que tengo que inclinarme.
Esposo como ninguno, pues bien se que en toda tu vida,
te has dedicado por siempre a admirar solo una estrella,
de ese bello firmamento donde la encontraste a ella,
Amante varón por siempre y protector hasta el cansancio,
¡Ay abuelo, cuanto te amo! Si hasta quisiera pedirle
al señor de los milagros si mi tiempo trae la dicha
de alcanzar tus calendarios, pueda caminar pisando
sobre tu huella en la brecha, imitando cada gesto
y cada palabra dicha, por esos labios que emanan
tan solo luz y sabiduría; y esa silueta que endeble
transita por los caminos, no es otra cosa mi viejo,
que el disfraz que te ha tocado para el baile que vivimos
en estos tiempos los hombres, si en el ves que nos gritamos,
tu observas, cuando por algo peleamos, tu enseñas,
y cuando por error fallamos, nos guías con mano diestra.
Hoy solo puedo decirte, señor del tiempo y la espera,
que este mundo no sería sin tu experiencia y tu calma,
pues aunque tu cuerpo ya es débil,
aún vive un tigre, en tu alma.
EDUARDO
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