Ucrania planea ilegalizar la ideología comunista
No basta con que los defensores del ideal comunista acepten
los principios de la democracia o el respeto a los derechos humanos para
poder participar de la vida política en Ucrania. Se les exige que
renuncien a la herencia política de Marx y de Lenin, al nombre de sus
partidos, a todos sus símbolos

El pasado 18 de diciembre de 2014, a través de tres de sus
parlamentarios, entre ellos Alexander Turchinov, el Frente Popular de
Arseni Yatseniuk registró ante la Rada de Ucrania el proyecto de ley
1222-1. Su objetivo es prohibir la propaganda de la ideología comunista
en Ucrania.
Las principales disposiciones de esta iniciativa se resumen en las siguientes prohibiciones:
—La prohibición de la promoción de la ideología comunista (art.2), incluyendo la difusión de las ideas comunistas (art.1).
—La prohibición de los partidos políticos y otras asociaciones de
ciudadanos que promuevan la ideología comunista o que usen en su
denominación los términos comunismo, marxismo, leninismo o estalinismo.
Esta prohibición se extiende a los medios impresos que difundan esta
ideología (art.2). Las organizaciones comunistas actualmente existentes
en Ucrania cesarán sus actividades en un plazo de seis meses, plazo que
se reduce a dos meses en el caso de los medios impresos (Disposiciones
transitorias 2 y 3).
—La prohibición de la producción, distribución y publicidad de
símbolos comunistas, incluyendo material considerado como recuerdo o
souvenir. Los símbolos comunistas sólo podrán ser utilizados en museos y
obras de arte, con fines de investigación o de descripción de
acontecimientos históricos (art.3).
El proyecto considera símbolos comunistas las banderas y escudos de
armas de la Unión Soviética, las banderas u otras insignias que combinen
la imagen de la hoz y el martillo con otras manifestaciones nacionales;
los monumentos con figuras del régimen comunista o eventos relacionados
con las actividades comunistas antiucranianas; los nombres de calles,
plazas, empresas, instituciones y organizaciones que hagan referencia a
los nombres de los líderes del régimen comunista, los nombres de la
URSS, las repúblicas soviéticas de la URSS, los congresos del partido
comunista, etc. Sólo quedan exceptuados los monumentos y los nombres
asociados con la liberación de Ucrania de los invasores nazis o el
desarrollo de la ciencia y la cultura ucraniana (art.1).
Las actividades comunistas prohibidas se castigarán con pena de
prisión de hasta cinco años y la posible confiscación de bienes de las
personas condenadas. El periodo de prisión podrá extenderse a los diez
años cuando la realización de las actividades señaladas corresponda a
representantes institucionales o grupos organizados, cuando se utilicen
medios de comunicación así como en caso de reincidencia (Disposición
final 4.1)).
En cuanto a la ideología comunista que se pretende eliminar de la
tierra ucraniana, el artículo 1 del proyecto de ley la define de la
siguiente manera: un sistema de conceptos, ideas y opiniones, basadas en
la teoría de la lucha de clases; la dictadura de una clase social sobre
otras; la creación de un estado totalitario; la violación de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales; la negación del
derecho de los pueblos y las naciones a la autodeterminación; el no
reconocimiento del derecho de la propiedad privada de los medios de
producción; el establecimiento de un sistema de partido único; y el
derrocamiento violento del sistema estatal.
En la nota en la que explican los motivos para la presentación del
proyecto de ley, los proponentes se centran en las consecuencias de la
represión soviética. Sin pararse a pensar si esta ley vulnera la
libertad ideológica y de pensamiento de esa población ucraniana a la que
tanto quieren proteger y vinculando el comunismo con los actuales
problemas de Ucrania, señalan igualmente que la adopción del proyecto de
ley garantizará la eliminación de las amenazas a la soberanía, la
integridad territorial y la seguridad nacional de Ucrania, así como el
fortalecimiento de la nación ucraniana, de su espíritu y de su moral.
En su fondo y en su forma, la iniciativa del Frente Popular ucraniano
es un ejemplo de una mentalidad incluso más reaccionaria que la del
gobierno franquista de Arias Navarro en la España predemocrática. En su
intento de apertura para acercarse a Europa, aquel gobierno trató sin
éxito de presentar una fachada democrática a su dictadura política. Uno
de los componentes de aquel ejercicio de cosmética política fue el
Decreto ley 7/1974, regulador del Derecho de Asociación Política.
Ni siquiera aquel gobierno franquista se atrevió a regular la
prohibición del Partido Comunista en la forma jurídicamente grosera con
la que se plantea ahora en Ucrania. En su artículo once, el legislador
franquista se limitaba a señalar que la denominación de las asociaciones
políticas no podría “usar nombres contrarios al Movimiento Nacional ni a
las Leyes Fundamentales del Reino”. El artículo veintiocho se limitaba a
vincular las infracciones muy graves a los actos que trataran de
modificar el orden institucional vigente “por medios distintos a los
previstos en las Leyes Fundamentales”.
El margen de participación que aquel franquismo agonizante trataba de
garantizar a la oposición para conseguir su supervivencia política
dejará por tanto de existir, por ahora para los comunistas, en la nueva
Ucrania de Yatseniuk. Sólo quedará la oposición política clandestina a
aquellos que caigan en la definición de comunista de los nuevos
inquisidores locales, una definición que no sólo podrá rebuscarse en el
nombre de los partidos o asociaciones sino en sus ideas constitutivas.
Pero el proyecto de ley 1222-1 no es sólo un ejemplo de regulación
jurídica propio de una dictadura. Es también una expresión de un
pensamiento totalitario que se atreve a definir qué “conceptos, ideas y
opiniones” pueden ser objeto de expresión en la vida pública ucraniana. A
las personas que defienden la ideología comunista, aun cuando respeten
las leyes y los procedimientos para la reforma de la Constitución
ucraniana, no les queda otro camino que el exilio interior para huir de
la represión política. De prosperar el proyecto de ley, toda expresión
pública de su pensamiento personal quedará prohibida.
Es llamativo que la prohibición se defina tanto en términos de ideas
políticas como de nombres y de símbolos. Porque no basta con que los
defensores del ideal comunista acepten los principios de la democracia o
el respeto a los derechos humanos para poder participar de la vida
política en Ucrania. Se les exige que renuncien a la herencia política
de Marx y de Lenin, al nombre de sus partidos o asociaciones, a todos
sus símbolos.
¿Qué decir, precisamente al hablar de símbolos, de la prohibición de
vender souvenirs comunistas y de las penas de prisión de hasta cinco
años asociadas? Incluso aquellas personas que no simpatizan con el
actual régimen ucraniano admitirán que sus bases políticas no son tan
débiles como para no permitirse el colorido arcaizante de los pequeños
puestos de venta de recuerdos soviéticos, tan habituales en los mercados
callejeros de los países del Este de Europa.
Sólo la alergia enfermiza al Otro explica esta parte, particularmente
infame, del nuevo proyecto de ley. Porque el problema, en Ucrania, es
que ese Otro esencial, en términos de oposición política real, se define
precisamente en términos de una visión completamente diferente a la que
tiene el Frente Popular de Yatseniuk respecto a la herencia de la
historia soviética (así como, en sentido contrario, respecto a los
héroes colaboracionistas de la derecha ucraniana). La falta de una
mínima capacidad de reflexión crítica para reconocer esta realidad
esencial está precisamente en el origen del cisma interno que afecta a
la población ucraniana y que, con casi total seguridad, la seguirá
alejando aun durante muchos años de cualquier proyecto de democracia
compartida.
Uno de los más llamativos sucesos de la toma de Crimea lo refleja
claramente. Cuando el comandante ucraniano de la base de Belbek, Yuri
Mamchur, trató de volver a la base ocupada por tropas pro rusas, lo hizo
enarbolando una bandera de la Unión Soviética que sólo podía abrirle
paso. Así relata la estratagema la revista Time:
“Sus hombres marcharían desarmados, liderando la columna un
abanderado con una reliquia Soviética – la bandera del 62 Regimiento
Combatiente de Aviación basado en Belbek durante la Segunda Guerra
Mundial. Cualquier soldado nacido en la Unión Soviética habría escuchado
las historias de aquellos pilotos legendarios, los que se habían
impuesto a la Luftwaffe nazi en 1941 y luego guardado los cielos de la
Conferencia de Yalta en 1945. Mamchur contaba con que ningún soldado con
un mínimo de respeto por los héroes de la Unión Soviética dispararía a
una columna con esa bandera”.
La iniciativa del partido de Yatseniuk no es sólo un ataque a la
unidad del pueblo de su país y un peligro para la libertad de
pensamiento y de asociación en Ucrania. La voluntad de control que
muestran estos fanáticos desborda ese marco. Lo ponen de manifiesto los
intentos de algunos miembros de la comunidad ucraniana en España para
regular qué se puede decir y qué no sobre Ucrania en nuestro propio
país.
Como bien saben los que conocieron de cerca el franquismo en España,
los principios políticos en que se basa el pensamiento Yatseniuk son
incompatibles con la defensa de la libertad. No en vano los movimientos
anticomunistas que acabaron por imponerse a la Unión Soviética
colaboraron, casi sin excepciones, con la dictadura de Franco en España.
Slavyangrad