El tema de los abusos sexuales, los embarazos no deseados, la pobreza y la prostitución suelen abordarse con frecuencia en películas y series televisivas. Eso es apenas un reflejo de la violencia de género que sufren, en porciento elevado, las mujeres de cualquier lugar del mundo.
Menos tratado es el de la brecha salarial por cuestiones de sexo, fenómeno que está muy lejos de tener solución, porque a pesar de las mejoras en comparación con años precedentes, los estudios indican que en la mayoría de los países las féminas perciben por desempeñar la misma faena entre un 70 y 90 % menos de sueldo que los hombres.
La incorporación tardía de la mujer al mercado laboral se ha convertido en un elemento justificativo con el que se trata de explicar, a nivel teórico, el porqué de esta disparidad salarial. Sin embargo, la oficina de la Organización de Naciones Unidas para la Atención a la Mujer, dedicada a promover la igualdad de género y el empoderamiento de las féminas, contabilizó que entre 1980 y el 2008, 552 millones de mujeres pasaron a formar parte de la fuerza laboral en sus respectivas naciones, según informe publicado en el 2013.
En esta etapa se multiplicó la presencia femenina en el panorama profesional, tanto a nivel privado como público. Aun así, seis de cada 10 trabajadores a nivel mundial seguían siendo hombres en el momento de la publicación del estudio. En el 2011, el 50,5 % de las trabajadoras estaban en situación de empleo vulnerable frente al 48,2 % de hombres en la misma circunstancia.
Históricamente quien establece las condiciones de trabajo suelen ser los hombres, y consideran a la mujer como una inversión estacional y no duradera. Entre promocionar a un varón y a una mujer optan por los hombres pues, según dicen, son cabeza del hogar. En realidad cada vez son más frecuentes otros modelos de familia, sobre todo monoparentales donde la mujer es el verdadero sustento de la casa.
Existen diferentes tendencias en el mundo salarial en los últimos años que obviamente influyen en las féminas, siendo posible distinguir entre los países emergentes y en vías de desarrollo, y los países desarrollados.
En los primeros, como pueden ser los de América Latina y el Caribe, los salarios se han incrementado sobre todo por dos razones: como resultado de la dinámica de esas economías y también porque más individuos han pasado de la economía informal a la economía formal, donde el salario medio es superior.
En cambio, en los países desarrollados, como los de Europa o Estados Unidos, los honorarios se han estancado o su incremento ha sido muy ligero.
El informe mundial sobre salarios (2014) de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte que el mercado laboral es un factor que impulsa la desigualdad salarial.
España y Estados Unidos son las dos naciones donde más aumentó la diferencia en el pago a mujeres y hombres, según la OIT. La brecha salarial en la primera ronda era 17 %, mientras que en E.E.U.U. es del 35 por ciento. Es decir, cuando se compara la educación, la experiencia, el sector, la posición ocupacional, en qué ámbito se trabaja —factores que deberían determinar la productividad del individuo— es evidente que las féminas tienen una capacidad que está por encima de la de los hombres; no obstante, la retribución sigue siendo inferior.
Entre los países con menos desigualdad está Suecia (4 %), y el promedio de los 26 países de la Unión Europea incluidos en el sondeo de la OIT revela que las mujeres deberían recibir sueldos de un 0,9 % superior a los de los hombres, pero en realidad ganan un 18,9 % menos.
En China, el sueldo de ellas y ellos debería ser virtualmente el mismo, aunque las mujeres obtendrían una prima adicional de un 0,2 por ciento. La realidad dista de eso y las féminas ganan un 22,9 % menos que los hombres.
El desafío de la desigualdad puede solucionarse mediante políticas que influyan en los salarios y con estrategias fiscales que redistribuyan los ingresos, metas que al parecer no son posibles ni deseadas.
“El estancamiento de los salarios debe ser abordado como una cuestión de justicia y de crecimiento económico”, señaló Sandra Polaski, directora general adjunta para políticas de la OIT. “Y como la desigualdad general es sobre todo una consecuencia de la desigualdad de salarios, es necesario adoptar políticas del mercado laboral para enfrentarla”.
Mientras los poderosos y decisores se ponen de acuerdo, las mujeres del mundo deberán trabajar, como promedio, unos 80 días más que los hombres para emparejar sus ganancias, dato que revela la esencia misma de un mundo injusto y patriarcal.