En mis andanzas, primero por España, y en los últimos tiempos por Latinoamérica y el Caribe, he percibido que ante determinados acontecimientos algunos grupos o personas de izquierda pretenden ser más “democráticos” que la derecha, que para nada lo es, y sin percatarse, caen en la trampa de los sectores ultraconservadores y sus instrumentos de dominación del pensamiento, los emporios mediáticos.
Un ejemplo claro de ello es el diario español El País, que siempre se ha autoproclamado de izquierdas, cuando nunca lo ha sido, al menos en las últimos 30 años, y por el contrario hace más daño a las fuerzas progresistas en la nación ibérica, y en América Latina, que otros periódicos derechistas como ABC o El Mundo, por citar los más conocidos.
Desde supuestas posiciones contrarias al conservadurismo, El País no deja un solo minuto de denigrar de países como Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y Argentina, entre otros, al tiempo de crear cizañas e intrigas para fomentar la división entre los principales protagonistas, y actores de los procesos revolucionarios.
Venezuela es hoy la diana principal de los ataques miserables de ese cotidiano, reproducido por otros latinoamericanos al servicio de los poderes económicos, que bombardean diariamente a sus lectores hasta hacer creer, incluso a sectores progresistas, que el presidente Nicolás Maduro lo hace mal, y nada tiene que ver con el líder de la Revolución Bolivariana Hugo Chávez.
Esos medios de difamación, y quienes se hacen eco de ellos ingenuamente, comparan constantemente a Maduro con Chávez, reiterando que son diferentes, y por supuesto que lo son, porque son seres humanos distintos, aunque sus convicciones sean las mismas.
El objetivo de los adversarios, como lo hicieron con Chávez en su momento, es denigrar de la imagen de Maduro, y liquidar los ideales de la Revolución Chavista, que defiende el actual presidente venezolano contra viento y marea, frente a continuas agresiones de Estados Unidos y sus aliados europeos, y hasta de las críticas de grupos de izquierda.
Algo similar han hecho en repetidas ocasiones con Cuba, marcando supuestas divergencias entre el líder histórico Fidel Castro y su hermano, el hoy mandatario Raúl Castro, que claro está, también son diferentes, pero defienden un mismo proyecto soberano e independiente.
Parecido procuraron hacer en Bolivia intentando crear falsas discordancias de fondo entre el presidente Evo Morales, y su vicepresidente, Álvaro García Linera, cuando en realidad ambos se complementan de manera excepcional.
Recuerdo un diplomático de izquierda latinoamericano asentado en La Paz, pero mediocre hasta la medula, que repetía sin tener elementos, que Morales y García Linera estaban enfrentados, cuando realmente siempre han sido grandes compañeros y amigos de lucha.
Para bien de Bolivia y del país que representaba, el referido funcionario concluyó su misión en la Pachamama (Madre Tierra), y vio desde lejos como los campeones Evo y Álvaro arrasaron juntos en las elecciones de octubre pasado.
Esa práctica de sembrar la discordia entre la izquierda es bien vieja y repetitiva, y tiene un solo antídoto: Cerrar filas entre los que desean lo mejor para los humildes de este mundo, y hacer caso omiso a los tendenciosos.
A la frustrada derecha los une y los desune el dinero, y no es democrática ni mucho menos, mientras la izquierda tiene que repetirse a diario que sus verdaderos valores democráticos están únicamente en la defensa a ultranza de sus pueblos.