- Breve análisis del presidencialismo argentino y de las posibilidades y probabilidades de éxito de futuras reformas
- Bibliografía
Breve análisis del presidencialismo argentino y de las posibilidades y probabilidades de éxito de futuras reformas
Decimos que el Estado argentino se clasifica dentro de las formas de gobierno presidencialistas porque en su constitución establece que el poder ejecutivo recae sobre la figura del presidente de la Nación (1). Sin embargo esta no es una condición que por si sola sirve para colocar al sistema de gobierno dentro de esa categoría, sino que deben presentarse una serie de atributos para que estemos en presencia de un régimen presidencial. Según Giovanni Sartori, un sistema político es presidencial si, y solo si el presidente (que es Jefe de Estado y Jefe de gobierno): a) es electo popularmente, de manera directa o casi directa (2); b) no puede ser despedido del cargo por una votación del Parlamento o Congreso durante su periodo pre-establecido; c) encabeza o dirige de alguna forma el gobierno que designa. Estas son las condiciones que se deben cumplir según Sartori para la existencia de un presidencialismo puro.
La República Argentina, ha estado lejos de tener gobiernos presidenciales estables (3), desde el año 1930 ha sufrido reiteradas interrupciones del orden democrático, con golpes de Estado en los años 1943, 1955, 1962, 1969 y 1976. Pero es importante señalar que a pesar del retorno de la democracia presidencial en el año 1983, esto no significó que todos los gobiernos desde entonces hasta la actualidad hayan finalizado sin problemas sus mandatos, sino que el periodo se siguió caracterizando por una presente fragilidad e inestabilidad política, que amenazó permanentemente al sistema con un nuevo quiebre. Solamente en tres ocasiones el gobierno pudo terminar su mandato sin dificultades, o mejor dicho, en los tiempos previstos constitucionalmente (4).
Esta situación, ha despertado repetidamente críticas a la forma de gobierno presidencial, provenientes de distintos sectores (académicos, políticos, periodísticos, etc.), quienes le adjudican una rigidez y una decadencia que colocan al sistema constantemente al borde del abismo. Frente a estas opiniones, han surgido múltiples propuestas, algunas con mayor trascendencia mediática que otras, que contemplan la posibilidad de realizar una reforma a la constitución, para modificar el presidencialismo, en búsqueda de un modelo parlamentario que permita hacer frente de una mejor manera a los diversos inconvenientes que periódicamente azotan la vida política y social de los argentinos (5). De cara a este debate, que nos presenta la disyuntiva presidencialismo o parlamentarismo, en términos de estabilidad del régimen (que no debe confundirse de ninguna manera con la estabilidad del gobierno) y teniendo en cuenta la experiencia histórica, los regímenes parlamentarios han funcionado mucho mejor que los presidenciales. Dos investigadores citados por Sartori, han llevado a cabo estudios que refuerzan este argumento (6).
La diferencia se produce, según Juan Linz porque los presidencialismos, a diferencia de los parlamentarismos, son sistemas rígidos, mientras que los modelos parlamentarios presentan una flexibilidad que permite que las crisis de estos sistemas sean crisis de gobierno y no de régimen. Un ejemplo de esta ventaja lo señala Mainwaring al citar el caso chileno del presidente Salvador Allende, depuesto por un golpe de Estado en el año 1973 (7). Para ver reflejada esta situación en la historia del presidencialismo argentino, se puede citar un caso reciente, con los sucesos del 2001, en los que el presidente Fernando De la Rúa se vio obligado a renunciar a su cargo debido a una incontrolable situación política y económica en la que la gran impopularidad que había adquirido su gobierno desembocó en una gran movilización social que generó hechos de represión en los que hubo decenas de muertos. Está situación podría haber sido evitada si la Argentina hubiera tenido una forma de gobierno parlamentaria, ya que la oposición, al haber ganado la mayoría en el Congreso en las elecciones legislativas de ese año, habría tenido la posibilidad de llevar a cabo la destitución del jefe de gobierno, permitiendo de esta manera una transición institucionalizada y evitando aquellos trágicos episodios.
Es por este motivo que Linz llega a la conclusión de que el "remedio" para América Latina no es mejorar el presidencialismo, sino eliminarlo del todo y adoptar en su lugar una forma parlamentaria de gobierno.
Otra crítica al sistema de gobierno presidencialista viene de la mano de Carlos M. Mosca quien argumenta que en este tipo de régimen:
"Cuando el presidente logra ejercer un auténtico liderazgo político, su rol es hegemónico y su gravitación tan extraordinaria que la ciudadanía lo identifica con el gobierno todo. Paralelamente, la vastedad de sus atribuciones lo somete a un continuo desgaste. Si el presidente no logra mantener el consuno, su liderazgo se pierde y llegado el caso, dada la excesiva rigidez del sistema, su reemplazo es prácticamente imposible." (8)