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General: Fidel Castro, la revolución y América Latina
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Respuesta  Mensaje 1 de 7 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 07/10/2013 15:31
Fidel Castro, la revolución
cubana y América Latina
por el profesor Luiz Alberto Moniz Bandeira*

Luiz Alberto Moniz Bandeira, autor del libro “De Martí a Fidel. La Revolución Cubana y América Latina” (Ed. Norma) de reciente aparición, indica en este artículo para La ONDA digital que “La revolución cubana fue el hecho político más poderoso y el que mayor impacto causó en América Latina, a lo largo del siglo XX,(...) porque ella agudizó dramáticamente las contradicciones no resueltas entre los Estados Unidos y los demás países de la región.

 

Cuando el dictador Fulgencio Batista, sin más condiciones de mantenerse en el poder, renunció durante el reveillon de 1959 y, secretamente, huyó de Cuba para la República Dominicana, no fue sólo su gobierno que cayó. Todo el Estado cubano se había desintegrado y 1959 se tornó un año realmente nuevo. Días después, centenas de guerrilleros barbudos, gran parte de guajiros (trabajadores del campo), sucios, con uniformes rasgados, entraron en La Habana, bajo el comando de Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Era el clímax de una epopeya, iniciada por apenas 16 sobrevivientes, de los 82 que desembarcaron del yate Granma, en el litoral de Cuba, el 2 de diciembre de 1956.  Fidel Castro tenía entonces 25 años y, durante dos años, comandó la guerra de guerrillas, junto con  su hermano Raúl Castro, Che Guevara y Camilo Cienfuegos, organizando el Ejército Rebelde, que destruyó la dictadura del sargento Fulgencio Batista, respaldada por los Estados Unidos.

 

La revolución cubana fue el hecho político más poderoso y el que mayor impacto causó en América Latina, a lo largo del siglo XX, no por causa de su carácter heroico y romántico o porque el régimen implantado por Fidel Castro evolucionó posteriormente hacia el comunismo, sino porque ella agudizó dramáticamente las contradicciones no resueltas entre los Estados Unidos y los demás países de la región. No fueron los comunistas que promovieron la revolución cubana, en el contexto de la Guerra Fría. Si bien algunos de sus líderes, como Ernesto Che Guevara y  el propio Fidel Castro, en pequeña medida, acogiesen ideas marxistas, ellos no pertenecían a ningún partido comunista y no era inevitable que la revolución cubana se desarrollase a tal punto de identificarse con  la doctrina comunista e instituyese su forma de gobierno. Con  razón, el historiador Thomas Skidmore, de la Brown University, señaló a Cuba como “un estudio clásico del fenómeno nacionalista”, agregando que el pueblo podía ver el carácter autoritario del régimen, pero “el llamamiento real del régimen de Castro era el nacionalismo”. En efecto, la revolución cubana fue autóctona, tuvo un carácter nacional y democrático, y la  implantación de un régimen según el modelo de los países del Este Europeo resultó de una contingencia histórica, no de una política emprendida por la Unión Soviética, sino, emprendida, sí, por los Estados Unidos que, sin respetar los principios de la soberanía nacional y autodeterminación de los pueblos, no aceptaron los actos de la revolución, como la reforma agraria, y transformaron las contradicciones de intereses nacionales en un problema del conflicto Este-Oeste.

 

En abril de 1959, cuatro meses después de la toma del poder en La Habana, Fidel Castro estuvo en Buenos Aires, a fin de participar en la conferencia del Comité de los 21, organismo encargado de estructurar la Operación Panamericana, y su discurso, según el entonces presidente Juscelino Kubitschek, reflejó “mejor que los demás la tragedia de América Latina”, dada la crudeza que resaltaba de sus palabras. Causó un “verdadero impacto” al  reclamar de los Estados Unidos una ayuda financiera a América Latina, por un valor  de U$S 30 millones. Kubitschek, luego de conversar con  Fidel Castro en Brasilia y tener “la oportunidad de conocer, en profundidad, su pensamiento”,  concluyó que él era  “un idealista amargado, que había sufrido en carne propia las consecuencias del apoyo dado por los Estados Unidos a las dictaduras en América Latina”, dado que  Cuba había sido marcada por una “larga tradición de tiranía” y su pueblo, habiendo soportado “el garrote del régimen de Batista, no había conseguido separar la trágica realidad de la situación interna del apoyo irrestricto de Washington al opresor del país”.

 

Al regresar de Buenos Aires, Fidel Castro pasó por Río de Janeiro e hizo un discurso en la Plaza Barón de Río Branco, organizado por la Unión Nacional de los Estudiantes (UNE) y en el cual repitió básicamente lo que dijera en Buenos Aires: “Ni pan sin libertad ni libertad sin pan”.  Recuerdo bien estas palabras suyas, pues yo estaba a su lado en el estrado. Y, en La Habana, Fidel Castro volvió a reiterar que “la ideología de nuestra revolución es bien clara; no solo ofrecemos a los hombres libertades sino que les ofrecemos pan. No solo le ofrecemos a los hombres pan, sino que les ofrecemos también libertades”. A lo largo del discurso, durante el cual trató de definir la ideología de la revolución, Castro, luego de resaltar que en el mundo se discutían dos concepciones, la que ofrecía a los pueblos democracia y los mataba de hambre y la que ofrecía pan, pero les suprimía las libertades, afirmó:

 

“Nosotros  no nos vamos a poner a la derecha, no nos vamos a poner a la izquierda, ni nos vamos poner en el centro, que nuestra Revolución no es centrista. Nosotros nos vamos poner un poco más adelante que la derecha y que la izquierda. Ni a la derecha  ni a la izquierda, un paso más allá de la derecha y de la izquierda”.

 

En abril de 1960, cuando estuve en La Habana, acompañando a Jnio Quadros, entonces candidato a la presidencia de Brasil, vi a Fidel Castro mostrarle un crucifijo que traía colgado en el cuello, indicando que no era comunista y que respetaba a la Iglesia. Pero, un año después, el 16 de abril de 1961, luego del  bombardeo de los aeropuertos de San Antonio de los Baños, Santiago y La Habana  por los aviones de la CIA, Fidel Castro, después de compararlo, con  justo motivo, al ataque  pérfido y traicionero de Japón a Pearl Harbor, en 1941, declaró que  los Estados Unidos no perdonaban a Cuba porque “esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes”.

 

Al hacer esta declaración, Fidel Castro buscó comprometer a la Unión Soviética en la defensa de Cuba. Él jugó con el conflicto político e ideológico que entonces había hecho eclosión entre Moscú y Pekín y había dividido el Bloque Socialista, pues temía que Nikita Kruchev, en la línea de la coexistencia pacífica y en el entendimiento con  John Kennedy, cambiase a Cuba por Berlín Occidental, en pro de mejores relaciones con los Estados Unidos. La proclamación del carácter socialista de la revolución cubana, sin embargo, representó igualmente un duro golpe en los dogmas cristalizados por Joseph Stalin y otros líderes comunistas, bajo el rótulo de marxismo-leninismo, dado que ella había sido realizada no por un partido supuestamente obrero, constituido bajo las normas del llamado centralismo-democrático y rotulado de comunista, sino por el Movimiento 26 de Julio, una organización compuesta, sobre todo, por elementos de las clases medias, que, en el curso de la guerra de guerrillas, pasaron a incorporar campesinos y trabajadores rurales, los guajiros, al Ejército Rebelde, en beneficio de los cuales realizaron la  reforma agraria.

 

De conformidad con la ortodoxia stalinista, Cuba no tenía condiciones materiales sino para realizar una revolución agraria y democrática, mediante la instalación de un “gobierno patriótico”, de unión con  la burguesía progresista, que se propusiese impulsar el proceso de industrialización y, liberando al país del dominio imperialista, promover el desarrollo económico y la emancipación nacional. Los dirigentes comunistas, que visitaban La Habana, consideraban a la revolución en Cuba extraña al modelo, por ellos reconocido,  dado que allá no existía un proletariado industrial, y juzgaban a Fidel Castro y sus compañeros un “grupo inexperiente, con  formaciones ideológicas diversas y poco definidas”, orientados  por lo que calificaron como “marxismo amador, o mejor aún, como cubanismo”. Oí cuando Luiz Carlos Prestes, entonces secretario-general del PCB, calificó a Fidel Castro como “aventurero”, en una entrevista a la prensa de Río de Janeiro, en 1959.

 

Pero el nacionalismo representó, a lo largo de la historia de Cuba, un importante factor de cohesión y permitió que el gobierno revolucionario pudiese mantener un suficiente apoyo popular, en medio de todas las vicisitudes. Y, aunque la presencia de Fidel Castro, como símbolo de la revolución, continuase proyectando una dominante influencia, antes incluso de delegar, provisoriamente, el poder a su hermano Raúl, el 31 de julio de 2006 a fin de someterse a una intervención quirúrgica en el colon intestinal, él ya no era imprescindible al funcionamiento del gobierno y del régimen. La sucesión ya se había dado y poca gente lo había percibido. El poder había pasado hacia una nueva generación de dirigentes, con  Raúl Castro en el comando de las Fuerzas Armadas; Ricardo Alarcón, hábil negociador y perito en relaciones con los Estados Unidos, en la Asamblea Nacional; Carlos Lage, como primer-ministro, controlando la economía del país; y Felipe Pérez Roque, en la conducción de la política y de las relaciones exteriores, manteniendo un extraordinario apoyo internacional a Cuba.

 

Era solamente el héroe nacional, al lado de José Martí. Y no sólo el héroe nacional. Su renuncia a la presidencia de Cuba, luego de un largo período de convalecencia, no causa sorpresa. Era esperada. 

 

Pero el hecho de que permaneció casi medio siglo en el poder, enfrentando y resistiendo al embargo y a todas las agresiones del Imperio - invasión, sabotajes e, inclusive, decenas de tentativas de asesinato por la CIA - constituyó la mayor derrota política que los Estados Unidos sufrieron, no obstante su inmenso poderío económico y militar, el mayor de todos los tiempos.

 

Fidel Castro, el más importante líder de América Latina, en el siglo XX, se tornó el símbolo de una era.

 

Traducido para LA ONDA DIGITAL por Cristina Iriarte

 

* Luiz Alberto Moniz Bandeira es cientista político, profesor emérito de la Universidad de Brasilia y autor de más de 20 obras, entre las cuales se encuentran: De Marti a Fidel: la Revolução Cubana y América Latina y Formación del Imperio Americano.

LA ONDA® DIGITAL



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Respuesta  Mensaje 2 de 7 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 07/10/2013 15:33

Fidel Castro es un inigualable hijo de América - Granma

www.granma.cubaweb.cu/secciones/fidel/
 
A uno de los más grandes estadistas del siglo XX. ... Nuestra esperanza de una América diferente, de una América mejor, proyectada hacia el porvenir en un  ...

Respuesta  Mensaje 3 de 7 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 07/10/2013 15:42

De Cristóbal Colón a Fidel Castro (I) - Juan Bosch

www.manuelugarte.org/modulos/biblioteca/b/bosch.../colon_castro.htm
 
La América De Cristóbal Colón a Fidel Castro. ... Por todo ello, si desde el siglo XI el país mejor situado de Europa para la comunicación .... los años centrales del siglo XVI y los primeros del siglo XIX como de «una historia estática... donde ...

Respuesta  Mensaje 4 de 7 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 08/02/2015 09:58

Eusebio Leal: “No podremos entender la Revolución sin la República”

20 mayo 2012 | 35
Eusebio Leal

Eusebio Leal

Por Pedro Martínez Pírez

A propósito del 20 de mayo de 1902, nacimiento de la República neocolonial cubana, compartimos esta entrevista concedida por el Historiador de La Habana Eusebio Leal, a la Revista Temas:

-Eusebio, ¿República mediatizada, Seudo- rrepública o simplemente República, la cubana que nació el 20 de mayo de 1902 y terminó el Primero de enero de 1959?

-Creo que República, y que, además, es una República que nace bajo las circunstancias de no ser la hija legítima de la Revolución, sino su aborto. Quiero decir: se había fundado una república en Guáimaro, ahí está nuestra tradición revolucionaria, democrática. Los principios fundamentales de nuestras esperanzas futuras se sentaron en Guáimaro, en abril de 1869. Si observamos el proceso que vino después, vamos a ver cómo a partir de la creación de ese territorio libre del colonialismo español -el que el Ejército Libertador pudo sostener y donde, queramos o no, estuvo el gobierno revolucionario con todas sus luces y sombras-, nace ese proceso.

Y se extingue cuando se declara disuelto el Gobierno Revolucionario, no el que fenece con la paz de El Zanjón, y ni aun con el Consejo Revolucionario que se crea después de la Protesta de Baraguá, y que persuade a Antonio Maceo de la necesidad de su partida al exterior, convenciéndolo de que no perezca en una reyerta inútil, cuando ya no había esperanzas materiales y solamente quedaba y quedaría el eco y la luz del acto moral de Baraguá; sino el que termina después de los hitos posteriores, aun el de 1895, con la disolución del Ejército Libertador más tarde, y con la del gobierno presidido por Bartolomé Masó.

Podríamos analizar todos y cada uno de estos hitos: la primera república, la cespediana; la que se extingue con el pacto de El Zanjón; la que sobreviene con el Consejo Revolucionario, presidido por el venerable Silverio del Prado, por Manuel Calvar, por Maceo, por Vicente García; la que sobreviene después, en el 95, con posterioridad a la discusión en La Mejorana entre Martí, Gómez y Maceo, en la que se debate la forma de gobierno. Esto queda atrás en el momento en que, de hecho, se declara disuelto el Ejército mambí, se extingue el gobierno revolucionario, y comienza ese lapso oscuro que es la ocupación norteamericana, enjuiciada por Máximo Gómez, de forma breve y precisa, en su anotación del 8 de enero de ese año 1899: “tristes se han ido ellos [los españoles] y tristes nos hemos quedado nosotros, porque un poder extranjero los ha sustituido”.

Máximo Gómez reconoce implícitamente que había un poder real -el español-, que a lo largo de siglos había privado al pueblo cubano de ejercer, llegado a la madurez de su vida, estando presentes en la sociedad cubana los elementos formativos que la favorecían, una opción independentista -a la que nunca tuvimos en realidad acceso-, fallido primero el intento de que Cuba se incorporase al movimiento de liberación hispanoamericana iniciado en México, y en todo el sur por Bolívar y por los padres fundadores; el resultado del 68 después, y finalmente el desastre de la intervención norteamericana, que Gómez en ese mismo párrafo señala. En esa misma anotación, dice que es una “intervención impuesta por la fuerza”. En esta entrevista no podemos explayarnos en criterios diversos sobre el hecho, pero lo cierto es que los norteamericanos llegan, eso es lo histórico; desconocen al gobierno revolucionario; utilizan al Ejército Libertador como unos cargadores, como unas tropas de adelanto que van limpiándoles el camino, hasta que se esfuma la ilusión de que los americanos vienen a Cuba como aliados.

El propio Gómez -para volver a citarlo- en su célebre carta de respuesta al Capitán General Ramón Blanco, que le insta a una alianza entre tropas cubanas y españolas para arrojar fuera a los yanquis, le responde: “Me asombra su atrevimiento, al proponerme nuevamente términos de paz, cuando usted sabe que cubanos y españoles jamás pueden vivir en paz en el suelo de Cuba. Usted representa en este Continente una monarquía vieja y desacreditada y nosotros combatimos por un principio americano; el mismo de Bolívar y Washington [...] Yo solo creo en una raza: la Humanidad; y para mí no hay sino naciones buenas y malas; España habiendo sido hasta aquí mala, y cumpliendo los Estados Unidos, hacia Cuba, un deber de humanidad y civilización, en estos momentos”; para, poco después, con aquella agudeza que tenía, y como hombre que conocía demasiado la cuestión cubana por dentro, y había oído tanto a Martí, diga: “No veo el peligro de nuestro exterminio por los Estados Unidos, a que usted se refiere en su carta. Si así fuese: “La Historia los juzgará”". El juicio está montado en la ocupación americana, en ese período de ocupación -1900-1902-, cuando quedan claras todas las intenciones; cuando estas se ponen de manifiesto, con brutalidad absoluta, en la asamblea constituyente de 1901 en el Teatro Martí; cuando se les advierte a los asambleístas que si no hay enmienda no hay República. Y a la constituyente, que tenía como único objetivo -para el cual había sido elegida-, preparar una base constitucional para la República futura, le impone el deber de legislar sobre cómo serían las relaciones futuras entre Cuba y los Estados Unidos, y le impone la Enmienda Platt, que no solamente merma, sino mutila todos los atributos de soberanía de la República que nace el 20 de mayo de 1902.

Sí, fue una República, fue reconocida por las grandes potencias, por España, por los Estados Unidos; fue reconocida por Europa, por Japón, por China. Ahí tenemos las cartas de reconocimiento de todas aquellas personalidades. Fue reconocida por todos los pueblos iberoamericanos; pero en realidad la República, como tal, no existió, porque desde el punto de vista jurídico, el gobierno de los Estados Unidos podía intervenir en Cuba sin consultar al Congreso ni al Presidente. Y eso lo ejerció entre 1902 y 1905, en todas las presiones sobre el gobierno de Tomás Estrada Palma, y de una forma brutal cuando ese propio presidente, prevaricando de sus deberes, llama al gobierno norteamericano, en una acción en la cual participa el Ministro de Cuba en Washington, Gonzalo de Quesada, quien pide al presidente de los Estados Unidos la intervención en Cuba. Ambos, Gonzalo de Quesada y Estrada Palma, eran discípulos amados de Martí. Hasta el último momento de su vida está refiriéndose con cariño y con afecto a Estrada, a quien él había llamado “el cenobita de Central Valley”. En la carta del Secretario de Estado norteamericano está citado el telegrama de Quesada que dice: “esto aquí nadie lo sabe, solamente el Presidente y yo”.

Es decir, se hizo a espaldas del Congreso, a espaldas de los sectores de opinión. En medio de un conflicto interno, se solicita la intervención norteamericana. Es un acto de soberbia del presidente Estrada Palma, al no querer reconocer los resultados de unos comicios electorales que estaban viciados, porque la República que se entroniza nació con todos los vicios de corrupción propios del modelo que le había sido propuesto como fórmula de existencia. Dicen que el Presidente norteamericano estaba muy molesto, porque la torpeza de los políticos cubanos venía a deshacer la imagen “grande y generosa” que los Estados Unidos habían dado ante el mundo. La nación norteamericana había cumplido el compromiso solemne de ambas cámaras -expresado en la fórmula de que el pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre y soberano- al intervenir en Cuba. Esa libertad había sido conculcada por la Enmienda Platt, pero quedaba una formulación pública, un teatro montado, y ese teatro venía a ser disuelto por Tomás Estrada Palma, y eso no convenía a los intereses norteamericanos. Ellos no querían estar aquí, la escena maravillosa había sido la partida, la entrega de la República; pero tuvieron que volver, y cuentan que el Presidente norteamericano le expresó a Gonzalo de Quesada: “Dígale al presidente Palma que yo puedo enviar ahora mismo los barcos que me pide, pero que piense en la mancha imborrable que caerá sobre su nombre”.

-A partir del 20 de mayo de 1902 nace un nuevo Estado, y se crea una república que usted dice que no existió en los primeros años por la vigencia de la Enmienda Platt, pero que ha dejado una historia con luces y sombras, a partir de Estrada Palma, pasando por José Miguel Gómez, Menocal, Zayas, Machado…

-Nosotros podemos explicar la historia; lo que no podemos hacer es borrarla. Cuando no se tiene el valor de explicarla, se acude al expediente de omitirla. Yo pienso que eso es un grave error, que ha costado muy caro a los que la han negado. Varias veces he escuchado decir al compañero Fidel que quienes han negado su historia han desaparecido.

No podemos dejar de pensar que el Secretario de Educación Pública del gobierno interventor, en un período, fue Enrique José Varona. Ya sabemos qué representa Varona en la historia de la evolución del pensamiento cubano. Sabemos que en el momento del voto por la Enmienda o contra la Enmienda se escinde la opinión cubana. Una posición era la de quienes creían necesario rechazarla -recurriendo a un expediente de heroísmo que no tenía convocatoria, porque se habían roto las bases de unidad, y la información que podría haber permitido movilizar a muchos, estaba fragmentada.

Otros creían que debíamos tomar lo que se nos daba y luchar por lo que aspirábamos, o por lo que habíamos luchado siempre. Esa es una verdad; y vamos a observar cómo, tanto en el gobierno de Tomás Estrada Palma como en los posteriores, participa un conjunto de figuras de gran relevancia para Cuba que no pueden ser, en forma alguna, borradas y tijereteadas de la historia. Nos quedaríamos sin nadie si no somos capaces de situar lo que usted ha llamado, con razón, la luz y la sombra de un proceso. No hay posibilidad ninguna, es un proceso en el cual se forja un sentimiento antimperialista, en que renacen con fuerza, después de la poda, los más valiosos sentimientos patrióticos. Es un período en el cual figuras como Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily, Enrique José Varona, por citar solamente algunos nombres, van a librar la batalla por el análisis y la búsqueda de una posición cubana frente a las nuevas amenazas de injerencia norteamericana -que son en muchos casos rechazadas- y contra las relaciones que se han creado en Cuba, precisamente por no haber triunfado la revolución martiana “con todos y para el bien de todos”.

No estaba publicada todavía la mayor parte de la obra de Martí; por eso comprendemos la avidez con que Mella, profundamente flechado por el Maestro, busca testimonios martianos en las figuras sobrevivientes de la gran gesta; por eso el papel del doctor Eusebio Hernández, por ejemplo; una tremenda figura, no solo un gran científico, sino un gran patriota, de primerísima línea, consejero de Maceo, compañero y amigo de casi todos los fundadores. Hay un libro precioso con su correspondencia y con todo lo que significó. Además, Mella lo pondera de forma extraordinaria.

Es la etapa en que nace el movimiento obrero, en que se llevan a cabo las primeras huelgas, en que va surgiendo, precisamente, una conciencia proletaria en medio de las necesarias influencias, que venían de nuestra propia matriz española o europea, como el anarcosindicalismo. Tuvimos hasta la fortuna de tener en esa corriente a hombres de la talla de Alfredo López, a quien Mella reverencia como una verdadera figura de primera línea en el orden humano. Es la etapa en que se forja y nace el primer Partido Comunista de Cuba, con un Primer Secretario que era español y que es deportado poco después; lo cual agrega condimento a que nuestra ruptura con España siempre fue con la España política, pero no con la de la raíz, de la rabia y de la idea de que hablaba García Lorca; porque de ahí nos vienen los fundadores de las organizaciones obreras, de la masonería librepensadora y anticlerical, de las organizaciones culturales iniciales. No olvidemos que sin esa continua relación con la España vital no se comprendería la partida a España, apenas treinta años después, de aquella masa de jóvenes que va a combatir por el sueño democrático de la humanidad, en defensa de la República, y que vaya entre ellos uno de los jóvenes más esclarecidos de su generación, Pablo de la Torriente Brau.

Esto es muy complejo, no admite simplificación, no admite decir que todo ha comenzado con nosotros. El movimiento encabezado por Fidel es, como él mismo lo definió, una continuación de la revolución iniciada por Céspedes. Esa revolución adopta, desde el 68 hasta el 59, distintas etapas, y una de ellas es la de la lucha en el período republicano, proclamado luego de la primera y segunda intervención norteamericana en Cuba, y del terrible amago de intervención que sobreviene a la revolución del 30. Hubo entonces injerencia política, pero ya no pudo haber intervención militar con desembarco, porque ya había cristalizado una conciencia que pone al país al borde de una verdadera y grande revolución.

Tampoco podemos omitir que, en medio de todo eso, hay en la República elementos vitales que luchan, por ejemplo, de una forma patriótica por deshacer la Enmienda Platt, desde el punto de vista jurídico, y lo logran cuando hacen que sea finalmente abolida, no como un acto de generosidad del nuevo trato preconizado por Franklin D. Roosevelt, sino como resultado de una gran lucha nacional, en la cual los embajadores, los ministros cubanos -entre ellos Cosme de la Torriente- van a desempeñar un papel muy importante para la desarticulación del aparato jurídico de la Enmienda. Ellos logran barrenarla completamente. Además, estaba delante el proceso revolucionario, fallido, inconcluso; pero real, en el cual se paga el altísimo precio del exilio y muerte de Mella, de la partida frustrada y del asesinato de Guiteras, hechos que nos permiten pensar en el precio que paga el pueblo cubano por todo esto.

También hay un movimiento obrero que tiene una significación enorme en este período, con una gran ventaja para Cuba, y es que los grandes dirigentes obreros del país, formados en el seno de aquel primer Partido Comunista, lo fueron de una forma muy flexible. Dirigentes muy originales porque partían de experiencias vividas muy originales, porque cumplían sus deberes de cara a la clase trabajadora; verdaderos dirigentes, extraordinariamente queridos por el pueblo cubano. No se puede concebir la historia de ese movimiento sin hablar, por ejemplo, de Jesús Menéndez, caído en plena juventud y que logró lo que parecía imposible, en una batalla contra las más poderosas transnacionales de aquel momento.

No podemos olvidar -en la Habana Vieja en particular- el papel de Aracelio y de Margarito Iglesias, como no se puede olvidar el de Miguel Fernández Roig o el de José María Pérez, por solamente citar los nombres de los mártires.

-Durante la República se crea también la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), y en la Protesta de los 13 hacen irrupción los intelectuales.

-Claro que sí, un movimiento intelectual muy fuerte que se inicia, precisamente, con aquellos jóvenes libertadores que, al concluir el proceso independentista, quedan inconformes con el destino incierto de Cuba. Entonces se produce un movimiento, y ahí está ese fermento intelectual de hombres de los que hoy estamos conmemorando los centenarios. Con nombres como Don Fernando Ortiz que, ya desde el comienzo, desde su juventud, está buscando las raíces y las claves interpretativas de la sociedad cubana; Emilio Roig de Leuschenring, “el infante terrible”, como lo llamaron; aquella generación que está en la Protesta; figuras que conocimos y nos pudieron dar un testimonio tan hermoso de aquellos años como José Zacarías Tallet y Juan Marinello, por citar algunos nombres.

Tenemos a Rubén Martínez Villena, siguiendo la huella de Mella, a quien Neruda, con tanta razón, llama “el discóbolo cubano”; detrás de ellos, Raúl Roa y toda esa gran generación, extraordinariamente elocuente, dotada de la capacidad de la oratoria, de la conversación, que logran en sus tertulias en el Naranjal, en el hotel Ambos Mundos, en el Lafayette, en el corazón de La Habana, donde se reúnen con los viejos representantes del pensamiento cubano, con el propio Eusebio Hernández, con Juan Gualberto, con Sanguily, con Varona. Vemos el fin de la vida de Varona; ahí está Roa describiendo en una semblanza lo que significó este para la juventud cubana, y cómo van a buscarlo, y cómo Varona -despojado ya de todo, sin nada material-, se convierte en el abanderado de esa moral, de esa ética cubana, indestructible.

Creo que sí, que hubo un movimiento de cambio, de transformación, una generación que tuvo articulistas brillantes, caricaturistas brillantes como Conrado Massaguer, por ejemplo; revistas espléndidas de pensamiento cubano como Social, hasta llegar al momento crucial, ya en el 30, con una generación aún más joven que viene detrás. Por ahí llegaremos a Nuestro Tiempo, por ahí llegaremos a Orígenes, por ahí llegamos a toda la pintura cubana de esa época; por ahí andamos del brazo de músicos como Amadeo Roldán, de Caturla. Entonces, simple y sencillamente, te diré que esa República fue extraordinariamente fecunda, en todos los aspectos.

-¿Cuáles son los momentos o facetas de la historia de aquella República que demandan hoy un ejercicio más acuciante de reinterpretación o revalorización?.

-Creo que toda la historia republicana es muy importante para su estudio; porque se corre el riesgo siempre de simplificaciones, de reducciones muy mecánicas, en las cuales falta la capacidad de investigar situaciones concretas nacionales e internacionales, el papel de las grandes personalidades en la historia de Cuba, el de las vanguardias políticas y culturales que fueron tan importantes y que borran por completo la imagen del proceso republicano como desierto de virtudes. En él aparecen precisamente los precursores y promotores del proceso revolucionario en su doble vertiente; quiero decir en su vertiente política y en su vertiente cultural.

Esta es una coincidencia muy importante en la historia de Cuba, que marca una regularidad de la Revolución, y es la coincidencia de las vanguardias culturales con las vanguardias políticas. Una inclinación a los problemas sociales ha sido determinante, de forma permanente en esas vanguardias cubanas. Las élites han sido, son, se hacen evidentes, pero son intrascendentes. Las que desempeñan un papel importante son las vanguardias, y no se puede confundir lo uno con lo otro. El proceso republicano es riquísimo: en las relaciones internacionales, por ejemplo, la batalla librada por Cuba por la derogación del apéndice constitucional, es decir, de la Enmienda Platt. ¿Cómo se logra esa derogación formal, que fue una victoria jurídica sobre el Departamento de Estado norteamericano? ¿Cómo se logra el reconocimiento de la pertenencia de Isla de Pinos a Cuba, que era discutida?

Y con Isla de Pinos se discutía también la existencia virtual del archipiélago. Se le concedía a Cuba soberanía nada más que sobre la isla grande. Esa batalla fue importantísima. La presencia de Cuba en la fundación de la Liga de las Naciones, la presencia de Cuba en la fundación de la UNESCO, la presencia de Cuba en el Tribunal Internacional de La Haya. El hecho de que haya sido un cubano su presidente -el doctor Bustamante-, el papel que su doctrina jurídica tuvo para los derechos internacionales, y sobre todo el derecho de las pequeñas naciones, particularmente las pequeñas naciones hispanoamericanas. Entonces yo considero que hay que estudiar la República, que no puede ser borrada de un plumazo; hay que ver el papel que desempeñaron las contradicciones, las posiciones de los grupos de batalla en esa época. Por ejemplo, los que aprobaron la Enmienda Platt, bajo qué condiciones. Generalmente no hubo ninguna anuencia, o casi ninguna a favor del carácter real de la Enmienda como elemento de intervención, como elemento de sujeción, como elemento de menoscabo de la soberanía cubana, hasta hacer inviable esa soberanía. No hubo generalmente anuencia a eso. Los que la aceptaron para continuar la lucha consideraban que era necesario tomar en ese momento lo que se nos daba, para buscar y aspirar a lo máximo. Quiero decir que hay que estudiar, estudiar profundamente, y no se puede, de ninguna manera, hablar de la República como de un monstruo inexistente, de algo que no existió. No es posible.

-¿Cómo evalúa la labor realizada por la historiografía republicana? ¿La obra, por ejemplo, de figuras como Ramiro Guerra, Herminio Portell Vilá, Leví Marrero y Emilio Roig de Leuchsenring?

-Son, a veces, enfoques distintos, distanciados por una actitud fundamental ante la cuestión de la injerencia norteamericana en Cuba. Ramiro Guerra, por ejemplo, es el historiador; es un maestro, un pedagogo. Su Historia es un documento de una eticidad absolutamente inobjetable, y él en sus libros se asoma, se coloca ante el dilema de la injerencia norteamericana en la República, la denuncia; no produce un análisis profundo de las causas y razones, y no desnuda el fenómeno; pero llega hasta el umbral, evidentemente; es hasta ahí donde podía llegar. Y eso está avalado por su conducta, por su vida personal, y por su carácter. Emilio Roig sí entra de lleno en el problema.

Yo te diría, por ejemplo, que para comprender el pensamiento cubano, es indispensable estudiar La expansión territorial de los Estados Unidos, de Ramiro Guerra. Es un libro fundamental para poder entenderlo. Pero también es importante estudiar a Herminio Portell Vilá, que después, con su vida, se aparta de las que habían sido sus convicciones; pero no olvidemos nunca que es el autor de una obra monumental que se llama Cuba y sus relaciones con Estados Unidos y España. Es un libro esencial para estudiar, para comprender el diferendum cubano-norteamericano; esta obra y otras del profesor Portell Vilá.

Tomó un protagonismo importante en los congresos internacionales de historia, convocados por Emilio Roig; estuvo en un círculo de amigos, muy apreciado por Roig; después vino un distanciamiento profundo cuando, llevado por su anticomunismo absoluto, no se da cuenta de las originalidades y de las virtudes que estaban presentes en la Revolución cubana. No la interpreta, y aterrorizado, se va a poner al servicio de los propios intereses que ha combatido. Este es un análisis que hay que hacer, pero sin invalidar la obra. Esto es importantísimo.

-¿Leví Marrero y Emilio Roig?

-Leví Marrero: una obra monumental. Una obra mo-nu-men-tal, que nadie puede desconocer. Hay que situarlo dentro de esa obra de la geografía política cubana, en que cada cual hace un aporte importantísimo, muy concluyente: es el trabajo de Pedro Cañas Abril, son las investigaciones de Sara Isalgué y de Salvador Massip, son los propios trabajos del joven Núñez Jiménez en su momento. Pero Leví Marrero es un hombre de gran sabiduría y su obra es una obra enciclopédica que tendrá que ser consultada, independientemente de sus posiciones personales. Es algo a lo que se puede aplicar aquello de que “el arte no tiene patria, pero los artistas sí”. O sea, podemos enjuiciar las posiciones personales del doctor Leví Marrero; podemos someterlas a debate; pero no su obra.

-¿Y Emilio Roig?

-Emilio Roig de Leuschenring fue uno de los hombres más completos, a mi juicio. Pero es un hombre que se desenvuelve en otros rangos. Emilito se percató de la importancia de la polémica política y de la prensa; no se perdió nunca en su gabinete a hacer historia, solamente a investigar y a publicar libros, sino que fue un polemista; y además un costumbrista. Se dio cuenta de que las costumbres y el carácter tenían mucho que ver y condicionaban o tipificaban mucho la posición de los cubanos ante la sociedad y la historia; por eso fue un costumbrista, por eso fue un periodista.

Advirtió el papel de la ciudad, de las grandes ciudades, y particularmente de La Habana, como lugar que tiene un gran peso en la historia de los acontecimientos. Y por eso fue, además, el historiador de la ciudad. Se dio cuenta de la importancia de los monumentos públicos como resortes de la memoria, y por eso defendió y creó instituciones. Pero lo más importante de su obra, de su sentido martiano, de su carácter cubano, es que está signada por una comprensión de que el pueblo cubano había luchado y había logrado su independencia por su propio esfuerzo; de que Cuba debía ser libre -como decía Martí- de España y de los Estados Unidos; de que el imperialismo norteamericano había tenido un papel nefasto en sus relaciones con Cuba. No hablo de la cultura norteamericana, no hablo de la nación norteamericana, hablo de la acción imperial desnudada a lo largo de su obra: en su estudio sobre la Enmienda Platt, en su ensayo luminoso “Cuba no debe su independencia a los Estados Unidos”. Él deja claro, muy claro, que hay una diferencia absoluta entre las vanguardias políticas, defensoras de la justicia, defensoras de los inmigrantes, defensoras de los pobres, de los negros, de Cuba, y la élite política plagada de intereses inconfesables que siempre creyó que Cuba era la fruta madura que debía desprenderse del árbol. He ahí la distinción entre Roig y las otras personalidades que hemos mencionado.

En el Centro Histórico de La Habana hay algunos símbolos de esa República; está el Palacio Presidencial, el Capitolio, y está también el Palacio del Segundo Cabo, que es anterior, pero donde sesionó la primera Legislatura cubana.

Y acabamos de terminar la restauración de la Cámara de Representantes, construida en 1913, anterior al Capitolio y que hemos conservado; porque el Palacio del Segundo Cabo se transformó, se cambió; pero hemos logrado restaurar la Cámara de Representantes, restituir en ella un busto de Máximo Gómez, cien años después, el mismo día y a la misma hora en que había sido expulsado por una Asamblea Legislativa formada por muchos cubanos de mérito, no solo por oportunistas y traidores. El que se paró allí para decir “si hay que fusilar a Máximo Gómez y hace falta un General para hacerlo, cuenten conmigo”, era un patriota imborrable de la historia de Cuba. Tal era la confusión del momento.

El mismo día y a la misma hora, entronizamos su monumento en bronce en el hemiciclo de este primitivo Parlamento, de esta Cámara Baja cubana. En el mismo edificio en el que Raúl Roa realizó su impresionante labor editorial y de divulgación cultural en el Ministerio de Educación, en los tiempos de Aureliano Sánchez Arango. En el mismo lugar a donde llegó Eduardo Chibás, con su denuncia, que era en definitiva un enfrentamiento contra la corrupción conceptual y latente de la República, independientemente de que fuese cierto o no que Aureliano tuviese las fincas que se le atribuían en Guatemala. El lugar desde donde Armando Hart dirigió la campaña de alfabetización -porque ya era Ministerio de Educación en el momento del triunfo de la Revolución. Ahí estuvimos, y el doctor Hart me dijo, “desde aquí dirigimos el movimiento de la alfabetización en Cuba”. Ese lugar está totalmente restaurado, con todos los atributos del Ministerio de Educación y los de la Cámara de Representantes, las condecoraciones de aquella época, las medallas conmemorativas, los documentos, el texto constitucional de 1940. Es decir, no podemos explicar la historia de Cuba, ni amar la historia actual, desconociendo el pasado, ni admitir tampoco una explicación simplista porque, sencillamente, es poco serio.

-¿Cuál sería a su juicio el balance de la cultura de aquella República y su legado al momento actual?

-Bueno, figúrate. Si nosotros, por ejemplo, no comprendemos el papel desempeñado por el grupo de Avance, o por Orígenes, o por la Sociedad Pro-Arte Musical, no podemos entender la cultura cubana. Fue allí, en Pro-Arte Musical, donde se abrió un espacio a la cultura, un espacio muy democrático, porque las vanguardias políticas cubanas -que eran vanguardias de izquierda, no crípticas, sino confesas- estaban allí; allí fueron a participar en la musicología, en el ballet, en las artes plásticas, en el teatro, pero sobre todo en la música. En ese período cristaliza el teatro cubano. ¿Qué pensar del grupo de Avance? Son las ideas, la defensa de las ideas, la organización de la vida cultural, las exposiciones, el trabajo con las personalidades políticas.

¿Qué pensar de Orígenes? Un grupo de meditación, de reflexión, como siempre tiene que haberlo en toda sociedad. No era una élite en una torre de marfil, era una vanguardia. Quizás menos polémica, una vanguardia que estaba en el culto de ciertas cosas, que son indispensables a toda sociedad y que la mezquindad de la vida republicana y de la sociedad -que podríamos llamar política- no permitía generar, y ellos lo hicieron. Y, desde luego, estaban también las grandes individualidades de la cultura cubana. En ese período hay una serie de cosas de una importancia tal, que no podríamos entender la Revolución sin la República.

Tomado de Temas, n. 24-25, enero-junio de 2001.


Respuesta  Mensaje 5 de 7 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 13/02/2015 15:02
Los jóvenes recordaron el aniversario 60 de la entrada de Fidel a la Universidad.(Tomada de Granma)

Los jóvenes recordaron el aniversario 60 de la entrada de Fidel a la Universidad.(Tomada de Granma)

Los jóvenes recordaron el aniversario 60 de la entrada de Fidel a la Universidad.(Tomada de Granma)


Respuesta  Mensaje 6 de 7 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 22/02/2015 08:53

Declaración del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba

El Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba repudia la guerra económica y mediática contra la Revolución Bolivariana y expresa su invariable solidaridad y apoyo a su pueblo y Gobierno

El Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba expresa su invariable solidaridad y apoyo al pueblo y al Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela y a su legítimo Presidente Nicolás Maduro Moros, frente al reciente intento de golpe de Estado, los planes de atentado y las conspiraciones posteriormente denunciadas.

Cuba repudia la guerra económica y mediática contra la Revolución Bolivariana y rechaza enérgicamente las declaraciones y acciones injerencistas de Estados Unidos y de la Organización de Estados Americanos, que alientan y promueven la subversión interna, en violación de la soberanía, la independencia y la libre determinación del pueblo venezolano.

El Ministerio de Relaciones Exteriores de la República de Cuba ratifica, una vez más, que los colaboradores cubanos presentes en la hermana nación, continuarán cumpliendo con su deber bajo cualquier circunstancia, en beneficio del hermano, solidario y noble pueblo venezolano.

La Habana, 20 de febrero de 2015

     “Año 57 de la Revolución”


Respuesta  Mensaje 7 de 7 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 16/03/2015 20:39
15 marzo 2015 | 55
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Cuba es una referencia mundial en educación. Es lo que acaba de recordar un informe del Banco Mundial que clasifica a Cuba en el primer puesto en cuanto a la inversión en el sistema educativo para el periodo 2009-2013. Con cerca del 13% (12,9%) del PIB invertido en este sector, ningún otro país del mundo, incluidos los más desarrollados, iguala a la Isla del Caribe, que ha hecho de su política social un modelo para las naciones en vía de desarrollo.



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