Este documento es un ejemplo de las teorías conspirativas, que en una coyuntura política de crisis social avivan los prejuicios y las fobias al proporcionarles una coartada ideológica.
Entre otras acciones, esta calumnia inspiró la masacre de 60.000 judíos (a los que se responsabilizó de la Revolución de 1917) a manos de los rusos blancos.
Si bien ha sido muy leído y citado por sectores antisemitas, su verdadera autoría resulta confusa. La teoría más conocida dice que fue obra de los servicios secretos zaristas, que buscaban desacreditar a la izquierda bolchevique acusándolos de colaborar con la teoría conspiracionista judía expresada en el libro (Trotski, por ejemplo, era de ascendencia judía). En diciembre de 1901, un oscuro personaje conocido por el alias de Sergei Nilus dijo haber traducido al ruso unos textos que en conjunto tituló Los protocolos de los sabios de Sión.
Los Protocolos de los Sabios de Sión, la "obra" de Golovinsky, se publicaron por primera vez en Rusia en 1905. El único nombre que aparecía en él era el del hombre que los publicó, Sergei Alexandrovich Nilus, un personaje que era una mezcla de abogado, juez y monje ortodoxo, y que se creía en posesión de una misión salvadora: denunciar a la Humanidad el complot judío. Los Protocolos formaban parte de un libro de Nilus titulado Lo Grande en lo Pequeño.
Una lectura del panfleto permite deducir que se trata de una fabricación poco lúcida:
Posee un carácter autoinculpatorio (o sea, el narrador —un supuesto anciano de Sión— se echa la culpa de los males del mundo. Esto carece de lógica, ya que los ancianos de Sión no utilizarían un discurso antisemita en su propia contra).
Carece totalmente de raíces lingüísticas y culturales judías (o sea, no parece escrito por un judío).
Parece sólo apto como propaganda antisemita para masas apenas alfabetizadas, con una pobre formación cultural.
Posee un carácter autoinculpatorio (o sea, el narrador —un supuesto anciano de Sión— se echa la culpa de los males del mundo. Esto carece de lógica, ya que los ancianos de Sión no utilizarían un discurso antisemita en su propia contra).
Carece totalmente de raíces lingüísticas y culturales judías (o sea, no parece escrito por un judío).
Parece sólo apto como propaganda antisemita para masas apenas alfabetizadas, con una pobre formación cultural.
Con todo, la leyenda traspasó las fronteras de Rusia, y aún hoy en día no faltan quienes defienden que la organización secreta existió y existe.
Una de las contradicciones más evidentes del texto es la pretendida relación entre judaísmo y masonería. Posteriormente también se ha querido relacionar la masonería con el comunismo, lo que no pasa de ser un absurdo tan grotesco como el anterior, ya que en todos los regímenes comunistas —comenzando por la Unión Soviética— la masonería fue prohibida y los masones perseguidos.
En 1922 la Tercera Internacional Comunista declaró que la masonería y el comunismo son incompatibles, y un par de años más tarde la KGB liquidó los últimos vestigios de masonería arrestando a los pocos masones restantes. (Como era de esperar, la evidencia no bastó para disuadir a algunos autores antisemitas, que declararon que se trataba de una operación de encubrimiento.)
Algo similar ocurrió en todos los países de la órbita soviética, donde la masonería estuvo estrictamente prohibida mientras duró el régimen comunista. La única excepción conocida a esta regla general es la de Cuba, donde la masonería no ha sido suprimida (aunque funciona bajo supervisión estatal).
En 1921, un miembro de la redacción del diario Times de Londres, Philip Graves, quien se encontraba entonces en Estambul, encontró una copia gastada de un libro en francés titulado Diálogos en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la Política de Maquiavelo en el siglo XIX. El autor era anónimo («Por un contemporáneo»).
El libro —como descubrieron rápidamente los miembros de la redacción del Times— había sido escrito en 1858 por Maurice Jolý, un abogado francés. En su novela, en forma de un supuesto diálogo de ultratumba entre Montesquieu y Maquiavelo, Jolý atacaba a Napoleón III. El resultado fue que Jolý fue encerrado en prisión por quince meses.
Philip Graves se dio cuenta inmediatamente del parecido extraordinario entre estos Diálogos de Jolý y los Protocolos de Nilus. Había párrafos enteros que habían sido copiados literalmente, mutatis mutandis por el cambio entre diálogo (entre los dos franceses) y monólogo (del «sabio de Sión»).
Graves había hecho un descubrimiento de la mayor importancia. En tres largos artículos publicados en el Times de Londres de los días 16 a 18 de agosto de 1921, reveló la verdad sobre la falsedad de los Protocolos.
Graves demostró que Nilus había simplemente plagiado los Diálogos de Jolý, cambiando el original y agregando material (en parte copiado de Goedsche, otro autor antisemita de mediados del s. XIX) para servir a sus propósitos.
Los siguientes son algunos ejemplos de estos plagios:Organizaré, por ejemplo, inmensos monopolios financieros —reservas de la fortuna pública— de los que dependerá tan estrechamente la suerte de todas las fortunas privadas, que al día siguiente de cualquier catástrofe política serán absorbidas con el crédito del Estado. Usted es economista, Montesquieu: pese el valor de esta combinación. Diálogos de Jolý (p. 75) Bien pronto organizaremos enormes monopolios —colosales reservas de riquezas— en los que las fortunas de los cristianos, incluso las grandes, dependerán de tal forma de ellos, que al día siguiente de una catástrofe política serán absorbidas con el crédito de los Estados. Señores economistas aquí presentes, consideren la importancia de esta combinación. Protocolos de Nilus (p. 42) Es preciso llegar a que en el Estado haya solamente proletarios, algunos millonarios y soldados. Diálogos de Jolý (p. 77) Es preciso que en los Estados haya solamente proletarios, algunos millonarios... y soldados. Protocolos de Nilus (p. 45) Sila volvió deificado, nadie tocó un cabello de su cabeza. Diálogo de Jolý (p. 159) Sila estaba deificado (nadie tocó un cabello de la cabeza de Sila). Protocolos de Nilus (p. 93)
En total hay más de 160 pasajes en los Protocolos (correspondientes a un 40% del texto total), que están evidentemente basados en pasajes en Jolý. En nueve de los capítulos, el texto copiado alcanza a más del 50%.
Hay que señalar que a veces Nilus se equivoca, pierde el hilo y no entiende quién está hablando, ya que mezcla los juicios contradictorios de los dos personajes de la obra de Jolý.
Un detalle grotesco de los Protocolos es la única cita en latín: Per me reges regnant ('por mí los reyes reinan'). Es una cita bíblica del libro de los Proverbios (8, 15, pero extraída de la Vulgata (la traducción católica de la Biblia). Es inconcebible que en el Congreso de Basilea, donde muchos (si no todos) los participantes hablaban o entendían el hebreo, el conferenciante hubiera tenido que recurrir a una traducción católica de la Biblia, en vez de citar el original hebreo: Bi melajim imlejú ('por mí los reyes reinan').
En total hay más de 160 pasajes en los Protocolos (correspondientes a un 40% del texto total), que están evidentemente basados en pasajes en Jolý. En nueve de los capítulos, el texto copiado alcanza a más del 50%.
Hay que señalar que a veces Nilus se equivoca, pierde el hilo y no entiende quién está hablando, ya que mezcla los juicios contradictorios de los dos personajes de la obra de Jolý.
Un detalle grotesco de los Protocolos es la única cita en latín: Per me reges regnant ('por mí los reyes reinan'). Es una cita bíblica del libro de los Proverbios (8, 15, pero extraída de la Vulgata (la traducción católica de la Biblia). Es inconcebible que en el Congreso de Basilea, donde muchos (si no todos) los participantes hablaban o entendían el hebreo, el conferenciante hubiera tenido que recurrir a una traducción católica de la Biblia, en vez de citar el original hebreo: Bi melajim imlejú ('por mí los reyes reinan').
En enero de 1938, casi a comienzos de la guerra contra el nazismo, el sacerdote católico francés Pierre Charlés publicó en la revista Nouvelle Revue Théologique un artículo comentando la influencia de los Protocolos en el sempiterno antisemitismo europeo.Si se los toma como un programa, los Protocolos [...] son sólo una serie de divagaciones sin importancia, que delatan a cada momento la incoherencia del redactor y su ignorancia de las nociones más elementales. Nadie podría jamás llevar a ejecución ese programa, porque hormiguea de contradicciones y de visible insania. Está comprobado que estos Protocolos son una falsificación, plagiada torpemente a partir de la obra satírica de Maurice Jolý y compuesta con el fin de hacer odiosos a los judíos, excitando contra ellos las pasiones irreflexivas y ciegas de las personas más ignorantes. El Congreso Sionista de Basilea (Suiza) de 1897 no tuvo absolutamente nada que ver con la composición del panfleto ruso. Se puede discutir sobre el fin perseguido por el autor de la falsificación. Parece, en verdad, que debe relacionárselo con la situación interna de Rusia y con el manifiesto zarista del 30 de octubre del mismo año. Pero no queremos examinar este punto para no mezclar conjeturas con esta conclusión de por sí clara. El odio es como la legendaria túnica envenenada de Deyanira, de la que su esposo Hércules nunca logró desprenderse. El odio es el tesoro que el hombre más ferozmente guarda; y el hombre lapida con rabia a aquellos que intentan arrebatárselo.
El escritor argentino Leopoldo Lugones (1874-1938, antisemita y fascista declarado), en el preámbulo a la edición en español del comentario del padre Pierre Charles a los Protocolos, escribe: «En efecto, basta un mediano criterio [...] para comprender que se trata de un panfleto tan maligno como imbécil».
Su lectura por parte de Adolf Hitler, evidenciada en Mein Kampf, fue determinante para avivar los prejuicios fanáticos del futuro dictador.
Con el paso del tiempo se ha convertido en libro de texto entre los grupos de ultraderecha, compartiendo estantería en las librerías dedicadas a este tipo de literatura con panfletos supremacistas blancos y obras en las que se niega el holocausto judío a manos de los nazis. En el interés nazi en extender el antisemitismo, se imprimieron cientos de miles de copias y se repartieron por muchos hogares (se dice que sólo la Biblia podía competir en número de ejemplares) y en las Juventudes Hitlerianas se hizo lectura obligatoria.
El propio Goebbels, en sus diarios, reflexiona sobre su utilidad como vehículo de propaganda antisemita y refiere que Hitler creía en su autenticidad (quedando claro que él mismo y otros sí tenían noticia de que se trataba de una falsificación.)
Incluso el magnate automovilístico estadounidense Henry Ford financió de su bolsillo varias ediciones del folleto ruso y creó una revista (The Dearborn Independent) dedicada a denunciar el peligro judío.
Luego reunió sus artículos de investigación antisemita en un extenso libro en cuatro volúmenes titulado El judío internacional, con el que pretendió demostrar a través de diversos ejemplos la veracidad de los Protocolos. Este libro no tuvo mucho éxito en EEUU, sin embargo se popularizó rápidamente en Europa, dónde fue traducido a 16 idiomas (entre ellos el alemán, por Theodor Fritsch). El viejo continente, curtido durante siglos de ideas antisemitas, fue un campo de cultivo excelente para el libro: en 1922 ya se habían superado las 22 ediciones.
Tanto la extensa obra de Henry Ford como Los protocolos de los sabios de Sión se volvieron elementos indispensables dentro de la propaganda antisemita de Hitler. No se conoce la razón del antisemitismo de Ford.
Este mito de la conspiración judía internacional ha encontrado en los países islámicos un público excepcionalmente receptivo a este mensaje. Las versiones en árabe de los Protocolos se multiplican difundidas por todos los medios posibles, desde fotocopias a internet.