Aunque quizás Estados Unidos intente justificar ante la comunidad mundial la amenaza del presidente Barak Hussein Obama contra Venezuela, lo cierto es que la amenaza fue hecha con posibilidades de ser cumplida, sin contar en apariencia con la contundente respuesta dada a la Orden Ejecutiva imperial no solo por América Latina, sino por un planeta harto de las bravuconerías del guerrerista mandatario, premiado con un Nobel de la Paz.
El pasado día 9, en otro escalón de la guerra no declarada de Estados Unidos contra la Revolución Bolivariana, Obama decretó una Orden Ejecutiva en extremo peligrosa para la paz de América Latina y El Caribe, en el que acusa a Venezuela de ser “una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional” del gigantesco imperio capitalista.
El Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel fue preciso: “La declaración de Venezuela como una amenaza para la Seguridad Nacional de Estados Unidos es un formalismo que siempre ha usado ese país para realizar embargos económicos y una posterior intervención militar en diversos países alrededor del mundo”.
Ante tamaño desacierto en vísperas de la celebración de la Cumbre de las Américas los días 10 y 11 de abril en Panamá, el pensamiento colectivo que en un primer momento le dio la vuelta al planeta era que el Mandatario, primero de ancestros africanos en sentarse en la Oficina Oval de la Casa Blanca, estaba haciendo una broma, o que se había vuelto loco.
Ni lo uno ni lo otro. La afirmación era seria y contundente, preámbulo, según analistas que coinciden con Pérez Esquivel, de una eventual escalada militar contra la Patria de Simón Bolívar y Hugo Chávez, luego de 15 años de ataques continuos contra el pueblo bolivariano, apoyado por la derecha interna y regional.
Los intentos de desestabilización enfilados a derrocar la Revolución Bolivariana, primero durante los gobiernos de Chávez y ahora del presidente Nicolás Maduro, van desde golpe de Estado en el 2002, paros petroleros, guerra económica y psicológica, infiltraciones de paramilitares desde Colombia, intentos de magnicidios, acciones callejeras violentas, con saldo de decenas de muertos y centenares de heridos.
Para los organizadores de la Cumbre hasta el día 9, cuando se conoció la Orden Ejecutiva y sus posibles consecuencias, los preparativos marchaban sobre rueda. Incluso, existía enorme expectativa por la presencia de Cuba en una cita de ese carácter, luego de la decisión de los gobiernos de Washington y La Habana de restablecer relaciones diplomáticas después de cinco décadas, según anunciaron Obama y el presidente de Cuba, Raúl Castro, el pasado 17 de diciembre.
Ese panorama, que prometía una Cumbre combativa pero serena, con Cuba ya incluida gracias a la presión de los gobiernos latinoamericanos que desistieron de la cita si la isla no estaba presente, cambió de manera radical con la injerencista agresión del imperialismo estadounidense a uno de los miembros de la comunidad suramericana.
Sabido es que en Estados Unidos gobierna el capital y no el Presidente, pero este, en definitiva, es el que dará la cara en Panamá ante sus colegas latinoamericanos que, desde que se conoció la noticia, rechazaron y exigieron la derogación de la Orden Ejecutiva carente de sustentación.
Detrás del decreto se encuentran los intereses oligárquicos estadounidenses, que buscan destruir la Revolución inspirada en las ideas de Bolívar primero y en un dominó político liquidar después a los otros gobiernos progresistas de la región para apoderarse de los riquísimos recursos naturales en Suramérica. Al mismo tiempo, apoderarse de nuevo de América Latina, a la que aún considera su patio trasero en un aparente desconocimiento de la realidad.
Quizás en la mente de los estrategas estadounidense cabía la posibilidad de que Venezuela se quedara sola –como un día lo estuvo Cuba- en este diferendo con la más poderosa potencia militar del planeta- y que en la Cumbre de las Américas sería aplaudido el gesto de relacionarse de nuevo de La Habana, después de que Obama reconociera públicamente el fracaso de su política exterior hacia la ínsula.
Durante 56 años, el gobierno y pueblo cubanos resistieron –y aún lo hacen— uno de los bloqueos económico, financiero y comercial más largo de la historia humana contra un país del cual solo lo separan 90 millas. Al final, este 2015, el gran imperio debió doblegarse ante el espíritu indomable de los cubanos que solo bajo condiciones de respeto a la soberanía y la independencia nacional aceptó el diálogo con Washington.
Son muchos los preocupados por el desarrollo de la inminente Cumbre de las Américas, y el principal posiblemente sea el gobierno de Panamá, ante las recientes acciones de Estados Unidos y el apoyo incondicional a Venezuela de todas las naciones de América Latina y El Caribe, y decenas de otros continentes. El planteamiento es el mismo: exigencia a Obama de que derogue ya el decreto del pasado día 9.
El presidente panameño Juan Carlos Varela fue interrogado en fecha reciente por periodistas sobre sus expectativas ante el nuevo panorama creado por la prepotencia estadounidense y su respuesta fue: “Panamá hará sus mejores esfuerzos para ser un buen anfitrión y asegurar que todos los países que participen en esta Cumbre encuentren en nuestro país no solo un pueblo sano, pacífico y con vocación de diálogo, sino amante del consenso y la unidad".
"Hay diferencias, pero no hay nada que la diplomacia no pueda vencer", indicó el mandatario, mientras su vicepresidenta y canciller, Isabel de Saint Malo, refirió que “el surgimiento de tensiones no es buena noticia para la región”, pero advirtió que no cree que las actuales diferencias provoquen nubarrones durante la Cumbre.
El Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanos (UNASUR), el expresidente colombiano Ernesto Samper, consideró que la Cumbre de las Américas “podría devenir espacio idóneo para replantear los nexos en el hemisferio”, y “un excelente escenario para dialogar y rediseñar las relaciones hemisféricas”, comentó en su cuenta de Twitter.
Algunos analistas interpretan que Samper aprovechará la ocasión para que se redefina la presencia de Estados Unidos en el ámbito latinoamericano y caribeño, una idea que parece ambiciosa, mientras otras consideran de darle un puntillazo a la OEA, “insalvable”, de acuerdo con recientes declaraciones del presidente ecuatoriano Rafael Correa.
“Creo que América Latina necesita algo nuevo, algo mejor y algo nuestro, sentenció Correa, quien propuso que la OEA se convierta en un punto de encuentro entre la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y Estados Unidos y Canadá, los únicos dos países del continente que no pertenecen a ese bloque integracionista”, precisó el líder ecuatoriano.
¿Ignorancia canalla?
Dada su aparente ignorancia (vamos a creer que es así) de lo que sucede actualmente en América Latina y El Caribe, y las presiones internas de la industria guerrerista siempre en busca de abrir focos de tensión para ganar más, es probable que Obama ni imaginara la reacción mundial ante su injerencia en una nación soberana, que practica la paz, nunca le declaró la guerra o influyó contra Estados Unidos, y no interviene en sus asuntos internos, a pesar de la violación de los derechos humanos en ese país y su política belicista.
Los más de 600 millones de habitantes latinoamericanos y caribeños no permitirán que los lobbys corporativos militares y financieros traigan la guerra a una región que en el 2014 fue declarada zona de paz durante la Cumbre de la Celac en La Habana. Para los belicistas norteamericanos, que inventan guerras en el mundo, un área tan importante como el continente suramericano, sin conflictos bélicos y con recursos que no pueden controlar, constituye un peligro –según sus mentalidades- para sus intereses económicos y de poder antidemocráticos.
Venezuela no constituye una amenaza para nadie, y solo un pelele de los grandes capitales, -quizás amenazado él mismo por los lobbys guerreristas- sería capaz de enfrentarse a tamaña repulsa mundial por su equivocada política hacia una nación que trata de llevar adelante un proceso político pacífico, a pesar de la violencia contrarrevolucionaria orquestada y financiada por Estados Unidos. Y de ello hay pruebas contundentes presentadas por el gobierno de Caracas.
Por eso, la gran pregunta es con qué discurso se presentará Obama ante sus homólogos de América Latina cuando agrede y amenaza a uno de sus países más respetados y admirados en el mundo por su espíritu digno, revolucionario, solidario y pacifista.
Nadie tiene dudas de que el ataque imperial contra Venezuela será el plato fuerte de la cita panameña, al contrario de lo que se pensaba antes del 9 de marzo, cuando tanto los anfitriones como muchos políticos del área consideraron que el centro de la agenda era el restablecimiento de las relaciones de Cuba y Estados Unidos, en estos momentos en un ámbito de conversaciones.
Si es inteligente –o mejor dicho, si sus jefes lo son- al Mandatario no le quedará otra que aguantar el chaparrón de críticas y firmes posiciones de una región que ya cerró filas con la Revolución Bolivariana, al igual que ya hicieron administraciones de distintas tendencias políticas e ideológicas de varios continentes. Y defenderse, o improvisar excusas, aunque los gobiernos y el clamor mundial exigen que la Orden Ejecutiva se derogue, así como las sanciones previas impuestas a funcionarios gubernamentales.
En un solo día, dos millones 200 mil personas participaron en las redes sociales pidiendo la suspensión de la extrema medida, mientras son numerosos los países donde de manera espontánea la población realiza actos de solidaridad con el pueblo venezolano y en rechazo a la Orden Ejecutiva.
Si obligado por la presión internacional Obama deroga la Orden Ejecutiva, ese paso sería una de las grandes derrotas –otra más- de su gobierno. En 38 años jamás se ha introducido una petición para cancelar un acto ejecutivo de declaración de “emergencia nacional”, como es el caso.
Las distintas administraciones de la Casa Blanca han emitido 53 “estados de emergencia nacional” desde que el Congreso Nacional aprobó la Ley de Emergencia Nacional en 1976, exceptuando declaraciones de desastre para eventos como tornados e inundaciones, según una revisión del diario USA Today.
La ley establece que luego de seis meses de una emergencia debe ser votada de nuevo en las dos Cámaras, pero nunca ha sucedido. Hay decretos de “emergencia nacional” que siguen vigentes durante años o incluso décadas, indicó la cadena multinacional Telesur.
En los últimos días, organismos del Sur, como el Movimiento de Países no Alineados, la Unión de Naciones Suramericanos, la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, la Comunidad del Caribe, el Grupo de los 77 y China, el Grupo Africano y el Grupo de Países de Ideas Afines, muchos de ellas reunidos por separado y otros durante el evento "Medidas Coercitivas Unilaterales y su Impacto en el pleno disfrute de los Derechos Humanos: el caso Venezuela”, en Ginebra, durante el XXVIII período de sesiones del Consejo de Derechos Humanos que concluirá el 27 de marzo.
La mesa está servida. Panamá da los últimos toques a los preparativos de la Cumbre de las Américas que ya muchos politólogos califican de histórica.