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General: La herencia maldita
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De: t-maria2  (Mensaje original) Enviado: 19/04/2015 11:12

La herencia maldita

Dos venezolanos caminan junto a un grafiti del presidente Maduro en...

Dos venezolanos caminan junto a un grafiti del presidente Maduro en Caracas. FEDERICO PARRA AFP

THAYS PEÑALVER
Actualizado: 19/04/2015 00:05 horas
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En pocos años, Venezuela recibió el equivalente al PIB español en divisas pero en vez de invertir y ahorrar, las dilapidó salvajemente. A la muerte de Chávez, todo se regalaba en Venezuela, porque cada año había una «fiesta electoral» y lo que más se daba era nada menos que dólares y euros. Se subvencionaban hasta los coches de lujo, que pronto comenzaron a circular masivamente en las desvencijadas calles y así, el parque móvil se duplicó en pocos años y con éstos, las necesidades de repuestos. Era el chavismo saudita: los viajeros, que apenas alcanzaban los 400.000 en 1998, llegaron a los 2,4 millones que viajaban gratis gracias al mercado negro.

Detrás de semejante irresponsabilidad -escondidos tras los balancines de petróleo-, estaban los pobres, quienes estadísticamente habían dejado de serlo porque el transitorio precio del barril los había llevado a ser insosteniblemente de clase media; y la ingenuidad mundial felicitó a Chávez por sus logros contra la pobreza. La importación de alimentos pasó del 35% de los gramos que consumía cada venezolano a 67% y entonces la FAO felicitó a Chávez por su lucha contra el hambre. Entretanto, la nómina burocrática del gobierno pasó de uno a tres millones de empleados y de nuevo el mundo vio con buenos ojos los logros en pro del empleo, mientras éste, se exhibía con supermodelos en las alfombras rojas del festival de Cannes.

Por eso, hablar de un Gobierno de Maduro es hablar de una herencia envenenada. Nos recuerda esas herencias que es mejor no aceptar o en todo caso hacerlo a «beneficio de inventario». Maduro heredó una economía improductiva, una deuda impagable y, por si fuera poco, al chavismo, que lo odia casi con el mismo encono que la oposición. Pero no hay que descuidar las irresponsabilidades propias. En un país que en dos años tuvo crecimiento cero y con una inflación anual del 56%, Maduro optó por incrementar el dinero inorgánico para satisfacer aumentos salariales al mejor estilo de Zimbabue. «Si tenemos inflación del 56% [...] aumentaremos el 59% [...] por encima de la inflación criminal», gritaba Maduro. La liquidez pasó de 25.000 bolívares por habitante a 38.000 en meses y, en medio de semejante locura, el barril de petróleo, que cotizaba a 107 dólares, bajó a 40.

A partir de allí, con un crecimiento de -9,4% en los siguientes dos años (2014-15) Venezuela lo está restringiendo todo y de 865 gramos importados de comida, sólo llegaron 500 a los anaqueles en 2014. Pero Maduro continuó con el frenesí de imprimir dinero a tal nivel que lo volvió a duplicar. Lógicamente el abc de la economía sugiere que si usted sólo produce un pollo y duplica los billetes en la calle o el pollo desaparece por la escasez o cuesta el doble. Pero Maduro aumentó de 25.000 bolívares por cada venezolano, a nada menos que 70.000 y, para colmo de males, sólo hay tres cuartos del pollo regulado. De esta forma, aparecieron la escasez, las gigantescas colas y la distorsión es tal, que en los supermercados es usual ver que se solicitan decenas de trabajadores, porque éstos renunciaron para hacer las colas generadas por el monumental mercado negro.

Ahora bien, el mayor drama de todos fue la pobreza que, oculta bajo los petrodólares, volvió a aparecer con la misma fuerza que 1998. A la muerte de Chávez, Venezuela necesitaba con urgencia a un Den Xiaoping y, ante el fin de la fiesta de las materias primas, aún con mas urgencia a un Hu Jintao. Pero la formación de marxista decimonónico y la obsesión de Maduro por culminar el proyecto de Allende o Castro en pleno siglo XXI, está llevando al país a una bancarrota nunca antes vista. Venezuela, que se había sostenido por la inmensa popularidad de Chávez junto una petrochequera prácticamente ilimitada, está gobernada hoy por un personaje sumamente impopular y sin recursos, de allí que la continuidad del proceso dependa únicamente de la violencia, que no es otra cosa que la herencia maldita de todas las revoluciones socialistas en el tercer mundo y en especial, la de Hugo Chávez.

Thays Peñalver es columnista del diario 'El Nacional'



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