La Asociación Argentina de Intérpretes hará hoy una presentación que es tanto musical como literaria. Ocurre que, dentro de su colección Testimonios, dirigida por Susana Rinaldi, la entidad acaba de editar el libro Piazzolla y yo, de Horacio Malvicino. Se trata de una edición especial, de distribución gratuita, que reedita, en muy buena calidad, aquella semblanza que el guitarrista trazara de su colega y compañero de aventuras musicales bajo el título de El Tano y yo, publicada originalmente por Corregidor. Esta nueva edición será presentada en sociedad hoy a las 18.30, en la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes (Rufino de Elizalde 2831). Estarán presentes el autor y la vicepresidente de AADI y ministro agregada cultural de la Embajada Argentina en Francia, y actuará Daniel “Pipi” Piazzolla, quien siguió a su modo el camino trazado por su abuelo, con formaciones como su actual trío.
“Esta es la historia, con fotos y anécdotas inéditas, de dos músicos que en 1954 se encontraron en la vida y forjaron una profunda amistad”, advierte la contratapa. “Juntos recorrieron el mundo. Uno, con su ingenio y enorme talento, logró –tras denodadas luchas y sacrificios– imponer su música en cada rincón del planeta. El otro, como guitarrista de sus grupos, fue su ‘ladero’. Ambos, Astor Piazzolla y Horacio Malvicino, dejaron un importante legado de música de Buenos Aires a la cultura universal.” En primera persona, con muchas anécdotas y pasajes graciosos, que muestran un código de humor compartido con el biografiado, Piazzolla y yo tiene el plus de tratarse también de la historia de una amistad.
Malvicino integró las distintas formaciones de Astor Piazzolla, desde su Octeto, entre 1955 y 1958, hasta la disolución de su último Sexteto. Esa historia íntegra, también su previa y su despedida, está narrada en Piazzolla y yo: “Nuestra primera presentación con el Octeto fue en la casa de un bacán, don Ignacio Pirovano, que vivía en el llamado Palacio Hume en la esquina de Avenida Alvear y Rodríguez Peña, años después fue sede del Ministerio de Cultura”, cuenta, por ejemplo, Malvicino. “La presentación debut del Octeto fue para algunos personajes de la cultura de esa época y para un gran director de orquesta europeo, quien se quedó maravillado de lo que escuchaba. La verdad es que esperábamos que todo circulara por los carriles normales, pero la revolución que causó nuestra aparición fue tremenda.”
El relato sitúa muy bien el clima de época: “La crítica que disfrutó de la innovación, del trabajo de Astor, de los arreglos, de los solistas y hasta de la inclusión de la ‘guitarra del jazz’. A todo esto los ‘progresistas’ lo consideraban una ‘bisagra’ que cambiaba de golpe y de ahí en adelante, el apacible camino que transitaba el tango”, cuenta. “Al revés, los ‘tradicionalistas’ se pusieron muy mal y comenzaron los epítetos contra el Octeto y contra el Tano: se dijeron verdaderas palabrotas para definir lo nuestro. Hasta llegaron a llamarme a la pensión donde vivía, para amenazarme anónimamente por desnaturalizar al ‘tango tradicional’. ¡De haber sido hoy seguro que habrían organizado algún piquete!”