Era domingo, serían las dos de la tarde, hacía mucho frío y estaba lloviznando,ya no venía nadie al comercio entonces con mi señora decidimos cerrar así ella terminaba el estofado que estaba haciendo. Lo que pasa que con el almacén siempre los domingos comemos tarde. Yo me fui al comedor y me senté al lado del ventanal que llega hasta el suelo, me puse a sacar cuenta para ver cómo hacía para pagar la cuota del banco que es en dólares, de repente los vi junto al ventanal, dos niños de 8 y 7 años aproximadamente con abrigos gastados y rotos. - ¿No tiene algunos diarios viejos; señor para vender? Yo estaba tan ocupado y hacía rato que rezongaba con los números que les iba a decir que no y además porque no tengo, pero los miré más detenidamente.
Calzaban unas sandalias con media, mojadas y con barro. - Pasen, les voy a preparar una taza de cocoa con leche caliente. No hubo ninguna conversación. Las zapatillas mojadas dejaron las marcas en la pequeña alfombra que está a la entrada del ventanal. Con mi señora les preparamos la cocoa con pan con dulce, luego yo volví al comedor y ella a arreglar las camas. Pasaron unos veinte minutos; me llamó la atención el silencio que había en la cocina, me asomé despacio, la niña tenía la taza vacía en la mano y la estaba observando, el niño preguntó con voz tímida
- ¿Usted es rico, señor?.
- ¿Qué si soy rico? ¡No; por favor! - exclamé, mientras echaba un vistazo a la puerta del fondo que le faltan los pestillos, a los muebles que le faltan algunas manijas, al piso que es de portland, y recordé que la pileta del baño está partida. - Pero sus tazas hacen juego con los platillos, dijo el niño; su voz sonaba a un hambre que ya no estaba en el estómago. Luego se fueron, apretando unas revistas contra el cuerpo para protegerse del viento.
No nos dieron las gracias, no hacía falta, nos habían dado mucho más que eso, sencillas tazas azules pero con platillos que hacían juego. Mientras mi compañera fue al comedor, yo probé las papas y revolví el estofado, estofado con papas, un techo que me protege, una frazada para taparme, un abrigo para cubrirme, un trabajo seguro, todas esas cosas también hacían juego.
Fui al comedor y cuando mi compañera iba a limpiar la alfombra donde estaban las huellas con barro de esas pequeñas sandalias le dije:
- No; déjala así, no la limpies;
- ¿Por qué? - preguntó.
- Porque quiero verlas.
- ¿Para qué?
- Por si algún día me olvido de lo rico que soy.