Los deambulantes descansan cuando pueden, y donde pueden (foto de Orlando Freire)
LA HABANA, Cuba – Una prueba del aumento que va experimentando la mendicidad en Cuba son los dos reportajes sobre ese tema aparecidos en el periódico “Juventud Rebelde” (“Sobra la soledad”, ediciones del 15 y 22 de noviembre).
Sin embargo, las autoridades de la isla hacen todo lo posible por minimizar el problema. Ellas no los llaman mendigos o menesterosos, sino “personas con conductas deambulantes”. Se trata, en el fondo, de otro de los eufemismos que emplea el castrismo con el objetivo de edulcorar su imagen. Pero, en esencia, no hay mucha diferencia entre un menesteroso y un deambulante: ambos viven en las calles, se visten harapientamente, y casi siempre dependen de la caridad pública para sobrevivir.
Según cifras del Censo de Población y Viviendas del año 2012, existían en el país unas mil 108 personas con conductas deambulantes. Pero muchos estiman –máxime considerando las deficiencias que hubo en la recopilación de la información censal– que ese es un dato conservador que no refleja lo alarmante de la situación.
Por supuesto, el contenido de los citados reportajes ofrece una visión positiva de la labor que se despliega en el país para acabar con esa anomalía social, pues “en Cuba la atención a las personas con conductas deambulantes constituye una estrategia de prioridad para el Estado”.
En ese contexto, “Juventud Rebelde” informa sobre la creación de un Centro de Protección Social, donde son llevados los deambulantes para recibir atención médica y tramitar su posible reinserción en la sociedad. Y se añade que “la detección de las personas, familias o grupos con conductas deambulantes la puedan realizar los órganos, organismos, organizaciones o instituciones. Una vez que se detecta a esa persona se traslada al Centro de Protección Social, donde se verifica su identidad y la existencia o no de antecedentes delictivos”.
En Cuba tambien hay “sin techos”, pero el tema casi no es tratado por los medios oficialistas (foto de Orlando Freire)
Casi con la certeza de que lo aparecido en esos trabajos periodísticos no refleja la realidad que afrontan muchos de los deambulantes que vemos en nuestros espacios públicos, nos dirigimos, en horas de la tarde del lunes 23 de noviembre, a uno de los sitios más frecuentados por los deambulantes habaneros: los alrededores de la Sala Polivalente Ramón Font, frente a la Terminal de Ómnibus Nacionales.
En ese momento había allí tres deambulantes. Dos de ellos dormían, mientras que el tercero, a duras penas, intentaba limpiar su cuerpo con varios trapos sucios en uno de los pasillos que da acceso a esa instalación deportiva, construida a raíz de los Juegos Panamericanos de 1991, y hoy prácticamente inservible debido a su deterioro constructivo.
No sin cierta desconfianza, el deambulante que pretendía “asearse” nos manifestó que lo hacía de esa manera porque no tenía un peso para ir al baño público de la Terminal de Ómnibus, que casi siempre tiene agua.
Cuando le comentamos lo publicado en “Juventud Rebelde”, en el sentido de que el gobierno se preocupa por atender a las personas como él, y que hay un lugar donde reciben atención médica y otros cuidados, su respuesta fue diáfana: “Mire, el papel aguanta todo lo que le pongan. Nosotros no nos escondemos, todo el mundo sabe que estamos aquí, tirados en el suelo y comiendo lo que aparezca, y nunca ha venido nadie de esas instituciones a interesarse por nosotros”. Y concluyó: “Por eso yo no leo esos periódicos. Prefiero dedicar el tiempo a registrar en los latones de basura. Ahí sí, de vez en cuando, me encuentro con algo que vale la pena”.
Los deambulantes descansan cuando pueden, y donde pueden (foto de Orlando Freire)
LA HABANA, Cuba – Una prueba del aumento que va experimentando la mendicidad en Cuba son los dos reportajes sobre ese tema aparecidos en el periódico “Juventud Rebelde” (“Sobra la soledad”, ediciones del 15 y 22 de noviembre).
Sin embargo, las autoridades de la isla hacen todo lo posible por minimizar el problema. Ellas no los llaman mendigos o menesterosos, sino “personas con conductas deambulantes”. Se trata, en el fondo, de otro de los eufemismos que emplea el castrismo con el objetivo de edulcorar su imagen. Pero, en esencia, no hay mucha diferencia entre un menesteroso y un deambulante: ambos viven en las calles, se visten harapientamente, y casi siempre dependen de la caridad pública para sobrevivir.
Según cifras del Censo de Población y Viviendas del año 2012, existían en el país unas mil 108 personas con conductas deambulantes. Pero muchos estiman –máxime considerando las deficiencias que hubo en la recopilación de la información censal– que ese es un dato conservador que no refleja lo alarmante de la situación.
Por supuesto, el contenido de los citados reportajes ofrece una visión positiva de la labor que se despliega en el país para acabar con esa anomalía social, pues “en Cuba la atención a las personas con conductas deambulantes constituye una estrategia de prioridad para el Estado”.
En ese contexto, “Juventud Rebelde” informa sobre la creación de un Centro de Protección Social, donde son llevados los deambulantes para recibir atención médica y tramitar su posible reinserción en la sociedad. Y se añade que “la detección de las personas, familias o grupos con conductas deambulantes la puedan realizar los órganos, organismos, organizaciones o instituciones. Una vez que se detecta a esa persona se traslada al Centro de Protección Social, donde se verifica su identidad y la existencia o no de antecedentes delictivos”.
En Cuba tambien hay “sin techos”, pero el tema casi no es tratado por los medios oficialistas (foto de Orlando Freire)
Casi con la certeza de que lo aparecido en esos trabajos periodísticos no refleja la realidad que afrontan muchos de los deambulantes que vemos en nuestros espacios públicos, nos dirigimos, en horas de la tarde del lunes 23 de noviembre, a uno de los sitios más frecuentados por los deambulantes habaneros: los alrededores de la Sala Polivalente Ramón Font, frente a la Terminal de Ómnibus Nacionales.
En ese momento había allí tres deambulantes. Dos de ellos dormían, mientras que el tercero, a duras penas, intentaba limpiar su cuerpo con varios trapos sucios en uno de los pasillos que da acceso a esa instalación deportiva, construida a raíz de los Juegos Panamericanos de 1991, y hoy prácticamente inservible debido a su deterioro constructivo.
No sin cierta desconfianza, el deambulante que pretendía “asearse” nos manifestó que lo hacía de esa manera porque no tenía un peso para ir al baño público de la Terminal de Ómnibus, que casi siempre tiene agua.
Cuando le comentamos lo publicado en “Juventud Rebelde”, en el sentido de que el gobierno se preocupa por atender a las personas como él, y que hay un lugar donde reciben atención médica y otros cuidados, su respuesta fue diáfana: “Mire, el papel aguanta todo lo que le pongan. Nosotros no nos escondemos, todo el mundo sabe que estamos aquí, tirados en el suelo y comiendo lo que aparezca, y nunca ha venido nadie de esas instituciones a interesarse por nosotros”. Y concluyó: “Por eso yo no leo esos periódicos. Prefiero dedicar el tiempo a registrar en los latones de basura. Ahí sí, de vez en cuando, me encuentro con algo que vale la pena”.