El pesar de José Martí por el fallecimiento de la insigne patriota, la recuperación de sus restos y los honores tributados en tierra cubana a la gran mujer, madre y patriota...
Argentina Jiménez
30/03/2015
Mariana Grajales, una de nuestras grandes mujeres en las luchas por la independencia.
Mariana Grajales. Nació en Santiago de Cuba, Oriente, el 12 de julio de 1815 de padres dominicanos: José Grajales y Teresa Coello. Madre de los Maceo, fue grande, no solo porque gestara y pariera héroes, sino también porque educó a todos los hijos para que tomaran la senda que condujera a la consecución de la libertad de Cuba. Su ejemplo ha devenido símbolo de la mujer cubana. Consagró la vida a la lucha por la independencia de Cuba a la que entregó, con amor de madre y orgullo de patriota.
Profundo tocaron las fibras más íntimas de Antonio Maceo las líneas de condolencia enviadas a él por José Martí, con fecha 15 de diciembre de 1893, cuando supo del fallecimiento de Mariana, a quien tanto admiró: “En Patria digo lo que me sacó del corazón la noticia de su muerte: lo escribí en el ferrocarril, viniendo de agenciar el modo de que le demos algún día libre sepultura, ya que no pudo morir en su tierra libre: ese, ese oficio continuo por la idea que ella amó, es el mejor homenaje a su memoria. Vi a la anciana dos veces, y me acarició y miró como a hijo, y la recordaré con amor toda mi vida”.
Otro artículo en Patria está dedicado a la madre de los Maceo, el 12 de diciembre de 1893. En este expresa: “Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible, en la mirada y en el rostro todo, cuando se hablaba de las glorias de ayer, y de las esperanzas de hoy, vio Patria, hace poco tiempo, a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y de pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña (…). “Los cubanos todos, dice una carta a Patria, acudieron al entierro, porque no hay corazón de Cuba que deje de sentir todo lo que esa viejita querida, a esa viejita que le acariciaba a usted las manos con tanta ternura. (…) Recuerdo que cuando se hablaba de la guerra en los tiempos en que parecía que no la volveríamos a hacer, se levantaba bruscamente, y se iba a pensar sola: ¡y ella, tan buena, nos miraba como con rencor! muchas veces, si me hubiera olvidado de mi deber de hombre, habría vuelto a él con el ejemplo de aquella mujer. (…)Patria, en la corona que deja en la tumba de Mariana Maceo, pone una palabra: ¡Madre!”.
Mas, tanto lo conmovió su partida definitiva que volvió a deslizar su pluma y publicó el 6 de enero de 1894 otro artículo en la misma publicación, que en su primer párrafo dice: “¿Qué, sino la unidad del alma cubana, hecha en la guerra, explica la ternura unánime y respetuosa, y los acentos de indudable emoción y gratitud, con que cuantos tienen pluma y corazón han dado cuenta de la muerte de Mariana Grajales, la madre de nuestros Maceo? (…) ¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?”.
Y la menciona de nuevo en una carta respuesta a Maceo desde Nueva York, el 20 de abril de 1894, para aclararle dudas respecto a lo que le han dicho sobre su participación en la Guerra del 95. Le puntualiza que él es imprescindible a Cuba, en cuyos campos espera que pueda llamarlo hermano, y termina la misiva con las siguientes palabras: “¿No me acarició su madre como a hijo? ¿No me ha llamado públicamente su hijo?”.
REPATRIACIÓN DE LOS RESTOS
Pasarían tres décadas antes de cumplirse el sueño de Mariana de volver a su patria y de Antonio Maceo y Martí de darle “libre sepultura”. Intentos se realizaron en la isla para trasladar sus restos hacia su suelo querido. Algunos consideraban sería infructuoso buscarlos después de 30 años, además de innecesario y costoso. Triunfó la petición de un grupo de patriotas que persistieron en el empeño. El 14 de marzo de 1923, la Cámara Municipal de Santiago de Cuba aprobó una moción, mediante la cual accedía a lo solicitado y crearon una comisión con personalidades de esa ciudad para llevar a cabo dicho propósito.
Entre sus integrantes estaba la única sobreviviente de los descendientes de Mariana, Dominga, cinco de sus nietos y Antonio Regüeiferos, el hijo mayor de Fructuoso en primeras nupcias. El 18 de abril del mismo año zarpaba rumbo a Kingston el guardacostas Baire, en busca de sus huesos sagrados.
¿Recordaría Dominga la travesía con su madre hacia el destierro cuarenta y cinco años antes? Es probable. Verla tan triste y con el alma adolorida por tanto sufrimiento y sangre derramada, son vivencias inolvidables.
HONORES MERECIDOS
Llega la comisión a Jamaica y, tras varias gestiones, el consulado cubano en la capital del país vecino consiguió el permiso de exhumación y obtuvo el certificado de defunción. La contribución de un humilde hombre, el sepulturero del cementerio Saint Andrew´s, Cecil Phillip, fue decisiva en la localización de la tumba de la venerable anciana.
Él indicó el lugar exacto donde la enterraron y expuso que en muchas ocasiones vio a su hijo Marcos Maceo visitar el sepulcro, el cual, a pesar del tiempo transcurrido, conservaba una cruz de madera y otro madero como señal.
Testimonios e informaciones periodísticas de la época dan cuenta que desde el inicio de la exhumación, el 22 de abril, los presentes permanecieron con la cabeza descubierta. Muchas personas acudieron al lugar, entre ellas casi todos los emigrados de la isla residentes en Kingston. No faltaron flores y banderas cubanas.
Por ciertas señales que tenía, Dominga reconoció en la osamenta la dentadura completa de su mamá.
Finalizada la ceremonia, en marcha silenciosa, los presentes acompañaron los restos de Mariana colocados en una urna de mármol llevada desde Santiago de Cuba hasta el Consulado de la isla, donde una fila interminable le rindió guardia de honor mientras estuvieron expuestos.
Nutrida fue igualmente la manifestación de personas que marcharon por calles de Kingston tras el vehículo con la urna hasta ser depositada en la popa del guardacostas Baire, cubierta con la enseña nacional. La guardia de honor allí se mantuvo todas las horas que permaneció en ese sitio, antes de zarpar hacia su destino.
Lo hicieron del mismo modo sus acompañantes durante la travesía. Regresaba a su amado terruño Mariana, hecha símbolo, por las aguas del mar Caribe que una vez la vieron partir, impelida por las circunstancias. Tantas muestras de respeto y admiración, tres décadas después de su deceso, corroboran la gran mujer, madre, patriota que fue.
Lo expresa también el hecho de que el alcalde de Kingston viajara a Cuba en el mismo vapor, en representación de su pueblo y en homenaje a los Maceo y a la autora de sus días.
EN CUBA
Al llegar al muelle de Santiago de Cuba el 23 de abril, descendieron la urna del guardacostas bajo los acordes del Himno Nacional. Al recibimiento concurrieron altas personalidades del gobierno y las principales autoridades de la ciudad y de las entidades radicadas allí. En primeras filas, los veteranos del Ejército Libertador, quienes la condujeron, solemnemente, hasta la carroza fúnebre.
A la llegada al Ayuntamiento, y antes de ser trasladados los restos hasta el cementerio Santa Ifigenia, hubo discursos. Hasta casi las 5:00 de la tarde del día 24 estuvieron rodeados de coronas y flores, sin faltarle un minuto la guardia de honor, mientras una fila interminable de personas desfilaba por la capilla ardiente.
Nunca se vio un sepelio más grandioso que el suyo en aquellos tiempos. A lo largo del recorrido hasta el cementerio, a ambos lados de las calles por donde pasó el cortejo fúnebre, se aglomeraba el público. Las casas lucían banderas con crespones negros en señal de luto. Las notas del Himno se escucharon mientras bajaban la urna a la fosa. Sobre la losa quedaba un sinnúmero de coronas y flores.
Significaba el reconocimiento a quien había entregado todo para ver a su país libre de la dominación española y de la esclavitud. En el exilio conoció que el gobierno colonial español decretó su abolición en 1886.
“Cuba puede sentirse afortunada en muchas cosas”, dijo el líder de la Revolución cubana Fidel Castro, el 13 de agosto de 1960, “pero entre ellas, la primera de todas, por el magnífico pueblo que posee. Aquí no solo luchan los hombres; aquí, como los hombres, luchan las mujeres. (…) Y no es nuevo, ya la historia nos hablaba de grandes mujeres en nuestras luchas por la independencia, y una de ellas las simboliza a todas: Mariana Grajales”.
Te vas a quedar con las ganas coyote yanky .... porque Mariana Grajales ( la madre de los Maceo y de la Patria cubana ) jamás merecerá ir al cuarto de San Alejo .... quien si no ella tiene que estar en el salón principal de nuestra casa ?
Mariana Grajales Cuello en la vida de sus descendientes
A la memoria de Norman Grajales Palacios
Mariana Grajales Cuello, (Santiago de Cuba, 12/7/1815–Kingston, 27/11/1893), ha estado presente de manera especial en la vida de sus descendientes, la perspectiva que de esta actitud ha tenido cada generación, permite visualizar la continuidad de algunos patrones instituidos por Mariana en la educación de su familia.
Un acercamiento excepcional a este tema lo refiere el testimonio de Norman Grajales Palacios (Santiago de Cuba, 10/6/1935–29/1/2009), descendiente de Mariana por la línea de José Tomás Maceo Grajales (San Nicolás de Morón, 21/12/1857– Santiago de Cuba, 21/1/1917). Su origen lo ubica en la cuarta sucesión del tronco Maceo y en el mismo lugar de los Grajales, pero doblemente, como él lo consideraba, por ser, tataranieto de Mariana y de un hermano de ella, Julián Grajales Cuello.
Sucesos familiares determinaron que Norman fuera educado por su abuela Felicita Maceo Núñez (Kinstong, 18¿?- Santiago de Cuba, 7/8/1972), popularmente conocida por Fifí Maceo, cuya vida y actividad revolucionaria la han convertido en insignia de la descendencia de los Maceo Grajales en la etapa republicana. Fifí a su vez recibió educación de Mariana durante los años que vivió junto a ella en Jamaica. Estas influencias quedaron en Norman, cuando desde su nacimiento habitó la casa no. 16 de la calle Providencia hasta que fue convertida en museo, propiedad de la familia donde también vio la luz el Titán de Bronce, y convivió junto a descendientes de Felipe, José Marcelino, Rafael y Marcos, circunstancias que llevaron a Norman a conocer con claridad el entorno familiar, así como la impronta de esta estirpe, en una sociedad que si bien ya había elegido a los Maceo Grajales como paradigmas para encauzar ideales políticos, igualmente se habían erigido ejemplo para perpetuar buenas costumbres cívicas, tradiciones, sentimientos y aspiraciones de los cubanos, aunque en predios familiares estos tuvieron sus correspondientes ecos sociales.
No hay dudas de que Norman conoció muy de cerca muchas historias sobre los Maceo Grajales, así como la impronta que ellos dejaron entre sus descendientes; sin embargo y a pesar de manifestar su predilección por José Marcelino Maceo Grajales, él consideró que Mariana fue la más admirada y que su legado fue el que mayor permanencia había tenido en el patrón cultural de su descendencia, mantenida hace aproximadamente 183 años, cuando en 1832 se estrenó como madre con el nacimiento de su primer hijo, Felipe Regüeiferos Grajales.
Entre los patrones de actuación conservados por los descendientes de la llamada tribu heroica, atribuidos a la educación que Mariana dio a sus hijos y que en algunos casos pudo extender a nueras, yernos y nietos que la rodearon, quienes a la vez fueron trasladando a los suyos, Norman reconoce la permanencia de principios fomentados en el hogar, tales como la disciplina, la modestia, la sencillez, el respeto mutuo, la honestidad, la honradez, la limpieza, el aseo personal, la decencia en el andar y en el decir. A esto —dice Norman— le llamamos “las doctrinas de Mariana”.
Fifí —recordaba Norman— hablaba mucho de Mariana, siempre la tenía presente en todo lo que hacía y decía. Por ejemplo, mi abuela, como su abuela, le daba una tarea a cada una de las personas que vivían en la casa, y había que cumplirla estrictamente, salvo por motivos de enfermedad.
El culto a los principios de Mariana entre sus descendientes ha estado favorecido por el gran número de mujeres en la familia, ya que ellas tienen el peso de la educación de los hijos y las actividades que garantizan el buen funcionamiento del hogar. Las Grajales en general —observaba Norman— tienen un parecido físico con Mariana, en cuanto al color de la piel y la mediana estatura; igualmente ha sido una tradición repetir el nombre de la matrona, por lo que siempre ha existido una Mariana Grajales.
Para nosotros los descendientes es un gran orgullo pertenecer a esa gran familia y que los Maceo Grajales nunca se acaben. Me gusta que nos miren como eternos revolucionarios defendiendo a toda costa, hasta con las uñas, los sagrados derechos de la patria, apuntaba.
Norman Grajales Palacios durante su vida atesoró con mucho celo todas las historias de su ilustre familia, por esta actividad fue considerado entre ellos como el historiador de los Maceo Grajales, él fue un fiel colaborador del Centro de Estudios Antonio Maceo Grajales, de sus acciones de investigación y promoción sociocultural.
*Investigadora Centro Estudios Antonio Maceo Grajales
Por LÍDICE DUANY y ALENELIS GARCÍA * Fotos: Cortesía familia Maceo Grajales
17 de agosto de 2015
Su foto más conocida
El 11 de mayo de 1857 a la familia heroica le nacía un nuevo retoño, una niña a la que nombraron Dominga de la Calzada, y quien, como todas las mujeres de esa paradigmática estirpe, rompió con los códigos culturales impuestos en una sociedad colonial, extremadamente segregacionista y machista, en la cual la mujer, subordinada al hombre, veía relegado su rol social a la procreación y las labores domésticas. Realidad que se complejiza en el caso de féminas, esclavas o libertas con una herencia étnica africana, destinadas a sufrir una vida regida por la exclusión social.
Un acercamiento al ciclo vital de esta cubana permitirá conocer a quien, siguiendo los pasos de su madre, Doña Mariana, y acompañando los ideales patrióticos establecidos entre los Maceo Grajales, se encuentra entre las mujeres que respondieron a las exigencias sociales de su época.
La infancia de “Minga” –como la llamaban familiares y amigos– trascurrió en la zona de Majaguabo, en un hogar armónico, sostenido por un código moral en el cual se perpetuaban las buenas virtudes, se aspiraba a un futuro mejor, y se rechazaban las desigualdades sociales. En el seno familiar recibió de sus padres una rígida educación ajustada a las excelentes costumbres de la casa y valores propios de la cultura popular tradicional, imprescindible para la afirmación de la identidad que acompañó siempre a todos los miembros de esta estirpe y que fueron el cimiento de una moralidad y una conciencia individual patriótica que los trascendió.
A su regreso a Cuba, tras terminar la Guerra Necesaria, con varios de sus hijos y nietos
Con apenas 11 años, la niña Dominga siguió a toda la familia a la manigua después del estallido revolucionario del 10 de octubre de 1868. Siempre muy cerca de su madre, en los campos insurrectos, le acompañó en las labores sanitarias, colaborando en la cura de heridos; no solo sufrió las carencias de alimentos y avituallamientos, sino que conoció del espanto de la muerte, del sufrimiento físico y del dolor de la pérdida de seres queridos. Hechos que definieron el crecimiento de quien, en los siguientes 10 años, llegó a convertirse en una mujer enérgica, de fuerte temperamento y acostumbrada a enfrentar las más difíciles situaciones.
Con el mismo sentimiento de frustración que embargó a todos los buenos patriotas recibe el fin de la Guerra, pero no parte inmediatamente al exilio, como algunos miembros de su familia, sino que permanece en Cuba un corto tiempo más, en el que acompaña a su madre y contrae matrimonio, el 21 de agosto de 1878, con Manuel Romero López, quien llegó a ocupar el grado de teniente coronel del Ejército Libertador. De esta unión nacieron seis hijos: Vicente, Edelmira, Antonio, Julián, Manuel y Marcos Romero Maceo; a los que deparó la misma crianza que le inculcaron sus padres, sin blandenguerías, exigiendo de ellos buena apariencia y un excelente comportamiento cívico.
Años de exilio
Jamaica es el país escogido por los Maceo Grajales para residir después de la salida de Cuba al culminar, en 1878, la lucha independentista. Allí llega Dominga y se instala, con los demás miembros de la familia; en Kingston vive hasta que, en 1883, viaja a Honduras, desde donde su hermano Antonio reclama a su esposo para ocupar el cargo de subcomandante del Puerto de Omoa. En este país se estableció definitivamente hasta su regreso a la patria, ya concluida la Guerra Necesaria e instaurada la República.
Rodeada de parte de su descendencia
Aquí se estableció primero en Santiago de Cuba, en la casa sita en Calle 10 de Octubre No. 96, y luego en La Habana, en Cerrada del Paseo No. 26, entre Salud y Zanja, en el actual municipio de Centro Habana. Por ser la única sobreviviente de los Maceo Grajales representó durante varios años a la familia del Titán de Bronce, sin que fuese lo suficientemente atendida. Se han encontrado varios documentos que refieren sus reclamaciones por el pago de la correspondiente pensión como esposa de un oficial del Ejército Libertador y la negativa de las autoridades, que esgrimían insustanciales evasivas.
A ella la historia también le agradece el haber contribuido a esclarecer con su testimonio el lugar de nacimiento de su hermano Antonio y el reconocimiento de los restos de la madre, en Jamaica, para ser trasladados a Cuba y cumplir con el anhelo de Mariana Grajales de descansar eternamente en suelo de la ciudad de Santiago de Cuba. El 25 de febrero de 1926, ante un grupo de cubanos que acudieron a su residencia, Dominga refiere haber conocido por su madre que su hermano Antonio nació en Santiago de Cuba, en la casa sita en Providencia No. 16, inmueble utilizado por la familia para establecerse cada vez que un asunto los traía de Majaguabo, donde tenían las fincas. Evidencia impresa en acta firmada por varios testigos, entre ellos el general Ginestá Punset, José Bofill Cayol y Enrique Cazade Palacios.
Ya con 66 años, en 1923, Dominga Maceo integró la comisión encargada de trasladar los restos de doña Mariana a Santiago de Cuba. Con su participación contribuyó a establecer el lugar exacto de entierro de su madre en Kingston y a demostrar la autenticidad de los restos a partir del reconocimiento de la dentadura encontrada, siendo importante sostén para disipar las dudas de quienes aseguraron que el cuerpo exhumado no era el de la sentida como madre de todos los cubanos.
El 3 de septiembre de 1940 fallece Dominga Maceo, en su residencia capitalina, y es trasladada a Santiago de Cuba para cumplir con su última voluntad; dos días después, el féretro llega a Santiago, donde recibió el respeto de familiares, autoridades y el pueblo de la ciudad. El duelo fue despedido por el doctor Félix Cebreco, veterano de la lucha por la independencia de Cuba; el capitán del Ejército Libertador Manuel Ferrer Cuevas, ayudante del mayor general José Maceo; y José C. Palomino, representante gubernamental. Y como lo deseó, la última en morir de los Maceo Grajales descansa en el cementerio Santa Ifigenia, en el mismo panteón que su madre, Mariana Grajales, y su hermana, María Baldomera.
De Dominga, Santiago de Cuba guarda otros recuerdos. El Museo Casa Natal Antonio Maceo atesora la mascarilla mortuoria esculpida en yeso, inmediatamente después de su fallecimiento, por el habanero Teodoro Ramos Blanco, amigo de la familia; además, el prendedor que, con un diente y un colmillo de su madre, mandó a elaborar luego de la exhumación de los restos de Mariana en Jamaica.
Por todo el país se encuentra conviviendo una extensa descendencia de esta extraordinaria mujer, recordada por su enérgico carácter forjado por una vida dura, con el compromiso eterno de no defraudar los principios y valores legados por ella y trasmitidos de generación en generación.
* Lídice Duany Destrade es doctora en Ciencias Históricas y profesora de la Universidad de Oriente. Alenelis García Isaac es máster en Ciencias Históricas.
_______________ FUENTES CONSULTADAS: Las compilaciones Papeles de Maceo (dos tomos, Academia de la Historia de Cuba), Antonio Maceo. Ideología política. Cartas y otros documentos, y Epistolario de héroes de Gonzalo Cabrales. Los libros Mariana: raíz del alma cubana, de Adys Cupull y Froilán González; La Revolución de Yara, de Fernando Figueredo Socarrás; Antonio Maceo, apuntes para una historia de su vida, de José Luciano Franco; Maceo. Dos conferencias históricas Ferrán, de Eusebio Hernández; Historia de una familia mambisa: Mariana Grajales, de Nydia Sarabia; y María Cabrales: una mujer con historia propia, de Damaris Torres Elers.
A nombre del pueblo cubano, cadetes de la Escuela Interarmas Mayor General José Maceo, Orden Antonio Maceo, depositaron ante la tumba que guarda sus restos una ofrenda floral, en presencia de una amplia representación de santiagueras y santiagueros
SANTIAGO DE CUBA.— Símbolo de la mujer cubana de estos y todos los tiempos, Mariana Grajales Cuello (madre de los Maceo), recibió en ocasión del aniversario 122 de su desaparición física, el homenaje del pueblo cubano en el cementerio Santa Ifigenia, de esta ciudad.
Fallecida el 27 de noviembre de 1893 en Kingston (Jamaica), donde su ejemplo seguía inspirando la causa revolucionaria, sus restos fueron trasladados el 23 de abril de 1923 a esta ciudad, que la había visto nacer el 12 de julio de 1815.
A nombre del pueblo cubano, cadetes de la Escuela Interarmas Mayor General José Maceo, Orden Antonio Maceo, depositaron ante la tumba que guarda sus restos una ofrenda floral, en presencia de una amplia representación de santiagueras y santiagueros.
Mariana es considerada como ejemplo para las madres cubanas por los sentimientos patrióticos inculcados a sus hijos. 12 de los 14 hijos que tuvo Mariana, y su esposo Marcos Evangelista Maceo, participaron de una manera u otra en las contiendas libertadoras, destacándose los generales Antonio de la Caridad, José Marcelino y Rafael.
La propia Mariana, se incorporó tempranamente como enfermera a la Guerra de los Diez Años. Bastó a nuestro Héroe Nacional José Martí su encuentro en Jamaica, para aquilatar esa grandeza de quien diría al conocer su muerte: era la mujer que más me ha conmovido el corazón.