Hace mucho tiempo, en un mágico lugar, vivía una pequeña bruja, llamada Katrina, que tenía un gran defecto: siempre estaba pidiendo cosas para ella, sin importarle, lo que tuviera que hacer para conseguirlas. Tanto insistía, que en muchas ocasiones, su padre para que se quedara tranquila, movía su varita mágica, para concederle todos y cada uno de sus deseos.
Un buen día, por un descuido de su padre, Katrina, tuvo a su alcance tan preciado tesoro, con el que comenzó a realizar todo tipo de conjuros, para conseguir todo lo que siempre había soñado.
Lo que no podía sospechar, es al día siguiente, una gran multitud de seres mágicos, se agolpara en la puerta de su hogar, reclamando, muy enfadados, todas las cosas que habían desaparecido de repente.
La pobre Katrina, ante tal marea de personas, solo pudo hacer una cosa: devolver una por una, todas las pertenencias a sus dueños legítimos, pidiéndoles perdón por las molestias ocasionadas y prometiéndoles, que nunca más lo volvería a hacer. Cuando la noche, comenzaba a abrirse paso, la fila llegó a su último integrante, el padre de Katrina, al que recibió con bastante miedo, pues pensaba que la iba a regañar y castigar por su mala conducta. Pero nada de esto pasó, ya que al devolver las cosas con arrepentimiento, aprendió que todo se consigue con esfuerzo y dedicación.