Lennon y Ono con el cartel "War is Over" (Captura de la imagen del documental "The US vs John Lennon")A finales del año 1969 las calles de Nueva York amanecieron con vallas publicitarias y paredes empapeladas con carteles en el que figuraba el slogan ‘War Is Over (If You Want It)’ [La guerra ha terminado (si tú quieres)]. El responsable de esta extraña campaña en pos de la paz (en uno de los momentos más críticos en la Guerra de Vietnam) fue el cantante británico John Lennon, quien junto a su pareja, la japonesa Yoko Ono, se estaba convirtiendo en uno de los iconos pacifistas más importantes del planeta. Esos mismos carteles también fueron colocados en otras importantes capitales como Londres, Atenas, Roma o Tokio.
En el poco tiempo que llevaba residiendo en EEUU, el ex Beatle se había convertido en una presencia incómoda para la administración que presidía Richard Nixon, al que los sondeos de popularidad lo mostraban como un presidente que daba la espalda a las preocupaciones de los jóvenes del país y a quien la crisis de la guerra podría costarle su reelección en las siguientes elecciones. Muchos eran los que comparaban a Lennon con otro ilustre pacifista: Mahatma Gandhi
Cientos de miles de jóvenes norteamericanos se manifestaban frente a la Casa Blanca protestando contra una guerra estúpida, mientras gritaban consignas pacifistas y coreaban la canción ‘Give Peace a Chance’ escrita por John Lennon y que se estaba convirtiendo en el himno de los pacifistas y antisistemas.
Nixon dio instrucciones específicas para que Lennon fuese investigado y vigilado día y noche. Necesitaban encontrar un motivo por el que detenerlo, hacerlo callar y/o deportarlo del país, con el fin de que dejase de movilizar a las masas.
John Edgar Hoover (director del FBI) tomó las riendas de la investigación exhaustiva al cantante británico, poniéndole una vigilancia constante e infiltrando agentes en las numerosas ruedas de prensa que ofrecían Lennon y Ono.
La pareja se había convertido en una máquina de generar noticias y raro era el día en el que no se realizaba alguna comparecencia frente a los medios, que acudían en tropel para entrevistar y grabar cualquier declaración ofrecida por los personajes más mediáticos del momento.
Jonh Lennon y Yoko Ono hacían protestas pacifistas desde la cama contra la Guerra de Vietnam (the-ammani Tumbl …Según las encuestas realizadas entre 1969 y 1971, John Lennon era más conocido y/o apoyado por los jóvenes estadounidenses que su propio presidente Nixon, algo que ponía muy nerviosos a los miembros del Partido Republicano, debido a que las elecciones de 1972 estaban cerca y la reelección peligraba.
La administración Nixon necesitaba ganarse el apoyo de los más jóvenes, motivo por el que en julio de 1971 se aprobó la ‘Vigesimosexta Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos’ bajándose la edad del derecho al voto de los 21 hasta los 18 años. Era algo que se le podía volver en contra, debido a que los más jóvenes eran los más críticos con la política ejercida desde el gobierno, pero a la vez estaban convencidos que podrían contar con la simpatía de ese nuevo grupo de votantes, a modo de agradecimiento.
Al mismo tiempo varios eran los actos que se montaban contra John Lennon y todo lo que representaba, organizándose encuentros en los que se quemaban sus discos y fotografías (no solo de él, sino también los de su etapa con The Beatles). Detrás de estos ‘linchamientos públicos’ de todo lo que representaba el cantante estaban los grupos más ultraconservadores del país, así como numerosos activistas del Ku Klux Klan.
Lennon se estaba convirtiendo en un peligroso personaje mediático que asistía a mítines y conciertos, arrastrando a miles de jóvenes insatisfechos con las políticas ejercidas desde la presidencia. Su relación y apoyo a la organización política Pantera Negra (declarada por el FBI como ‘enemigo nº 1 de los EEUU') encendió todas las alarmas, propiciando que algo se debía de hacer urgentemente para expulsar del país al ex Beatle y su esposa.
Bajo la escusa de que les había caducado el visado de permanencia en los Estados Unidos, y echando mano de una vieja detención al cantante por posesión de marihuana años atrás en Reino Unido, se presentó una propuesta de deportación para John Lennon y Yoko Ono, quienes hábilmente contrataron a un abogado que batalló y apeló continuamente, alargando el proceso durante cuatro años.
Pero la animadversión contra Lennon se calmó bastante tras la sorprendente y aplastante mayoría absoluta que consiguió Richard Nixon en las elecciones celebradas el 7 de noviembre de 1972 y en las que recibió el apoyo del 60% de los electores norteamericanos. Se dieron cuenta de que el cantante y los grupos pacifistas no representaban el peligro que hasta entonces se creía, por lo que se aflojó la persecución y acoso a la que se le había sometido durante los últimos años.
La dimisión de Nixon en 1974 por el escándalo Watergate, el fin de la Guerra de Vietnam un año después y el periodo de retiro que se había tomado John Lennon, alejándose de los medios sin hacer demasiado ruido, hicieron que, finalmente, en 1976 se le concediese la tarjeta de residencia permanente en el país. El gobierno de los EEUU ya no estaba en guerra con Lennon y durante los siguientes cuatro años vivió como un norteamericano más.
Dos almas perdidas en 1972: John financiaba por convicción personal al IRA y se peleaba con el FBI. Y Presley, intoxicado y despechado, denunciaba a su colega inglés ante Richard Nixon
Un descarado agente del FBI se presentó el 10 de diciembre de 1971 en el Chrysler Arena de Detroit, donde John Lennon era el cabeza de cartel del poco publicitado concierto 'Free John Sinclair', un festival para pedir la liberación de este terrorista del IRA que estaba encarcelado en la prisión de Attica, justo donde ahora 'reside' Mark Chapman, el asesino del propio John.
Eran tiempos desbocados e incomprensibles para Lennon, que llegó incluso a entregarle e 750.000 dólares a la propia organización terrorista de Sinclair.
El agente federal de aquel día en Detroit parecía de película. Vestía gabardina y un bigote falso. Trataba de disimular, pero era obvio que era un policía apuntando cada palabra y cada nota que cantó John Lennon en el concierto. Eso ha quedado reflejado en los archivos del FBI, que ahora están desclasificados. Según la agencia, al primer día de llegar al aeropuerto de John. F. Kennedy, Lennon ya se habían reunido con Jerry Rubbin y Abbie Hoffman, líderes radicales del en aquellos tiempos famoso Youth International Party, una versión vanguardista de los grupos de presión anti sistema de hoy día. John estaba empujado, naturalmente, por el dislate político de Yoko. Se creía el mejor agente provocador de la gente joven.
A los pocos días, inducido por Yoko, Lennon contactó con las Panteras Negras. Una semana más tarde, se reunió con el grupo que promovía los derechos de los Indios Nativos. Para rematar su apretada y saturada agenda política, pocos días después, se presentaba como un líder más en Central Park , en una de las grandes manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam. Encima, se atrevió a fotografiarse con el mayor enemigo de la guerra,el más odiado por la Administración norteamericana, el activista John Kerry. John Lennon sólo llevaba dos semanas en los Estados Unidos y quería vivír en Nueva York, porque la ciudad tenía puerto hacia el mar, como Liverpool. Pero nadie el Gobierno estadounidense se dignó a darle una visa de tres meses. Lennon era un 'sin papeles' en la meca del capitalismo.
La locura política
John Lennon ni se dio cuenta de toda su agitación política. Creía que Estados Unidos era el país de la leche y la miel, el paladín de los derechos civiles. Por eso, no entendió lo qe ocurría cuando en, marzo de 1972, los Estados Unidos revocaron su visa de entrada al país y trataron de repatriarlo de manera inmediata. La excusa oficial era que John Lennon se había declarado culpable de poseer marihuana en su país natal, en el Reino Unido ,en 1968. La orden principal la había dado el senador republicano Storm Thumond, pero detrás de la firma estaba el poderoso Edgar Hoover.
Hoover, el eterno jefe del FB,. tenía evidencias de que los activistas anti sistema, Abbey y Hoffman se habían puesto en contacto con John Lennon para boicotear la Convención Republicana de 1972. Era probable que tuvieran esa idea en la cabeza, pero no tenemos pruebas de ello.
Richard Nixon ya estaba advertido de las tropelías de John Lennon. Aunque parezca increíble, el ídolo eterno de John, Elvis Presley, se había 'chivado' de las acciones anti-americanas en las mismas narices de Richard Nixon. En noviembre de 1972, Nixon se impuso a McGovern, formó Gobierno y John entró en una especie de depresión. ¿Por qué?.
Primero, porque el descalabro demócrata lo vivió en primera persona: John vivía una aventura apasionada con Susan, una chica que trabajaba en el equipo de McGovern. Desanimado y enfangado en lo que consideraba una persecución administrativa, comenzó su su largo y estúpido 'lost weekend'. A la vuelta, Yoko lo echó de casa, de los mismísimos Dakota,donde Ono ya había comprado hasta tres apartamentos.
Por aquellos días, el galés Tom Jones y su 'enemigo' Elvis Presley vivían su años felices en Las Vegas. Elvis quería mucho al "tigre de galés" por su emotivo apoyo, cuando Priscilla se había fugado y acostado con su instructor de kárate, un tipo llamado Mike Stone, que había entrado en la casa de los Presley por recomendación de Tom Jones. Un macho más macho que Jones.
El despojo de Elvis
Pero hay que contar con que Elvis, a finales de 1972, era un despojo de las drogas y que no se acostaba con Priscilla desde hacía meses. El secretario de Elvis, el ejecutivo de la mafia de Memphis Diamond Joe, recibió como un héroe a Tom Jones, en el hotel Hilton de Las Vegas, en la mismísima suite Imperial, con una botella de Dom Perignon, el favorito de Tom. Elvis se agarró al cantante galés y empezó a llorar. Le dijo que llamaba a Lisa cada noche pero que ella lo detestaba y que el divorcio era irremediable. La surrealista imagen se completaba con la presencia de la semi-actriz Linda Thompson, que era la última amante de Elvis. Presley no estaba muy lejos de su nuevo 'juguete', un rifle M16.
La conversación desvarió hacia John Lennon, hacia los escándalos políticos del ex beatle. Tom Jones ha confesado que Elvis le contó con rabia y odio como se había arrepentido de haberle abierto las puertas de su casa de Beverly Hills, un día de agosto de 1965. Elvis le dijo a Tom que John era un "hijo de puta", un anti-americano y que se lo había comunicado a Hoover para que lo expulsara de los Estados Unidos. Hoover le dio su palabra.
Tom Jones le contó a Elvis para calmarle que él mismo había tenido que soportar las insolencias de Lennon, un "tipo desagradable", según el Tigre de Gales. Tom le dijo a Elvis cómo él y John habían llegado incluso a las manos en un estudio de televisión en Inglaterra, durante el programa 'Thank you, lucky stars'. Incluso se citaron para pegarse fuera de los estudios. Ese lenguaje le gustó a Elvis. "Yo también le hubiera pegado a ese cabrón", respondió Elvis.
Es curiosa toda la historia. Una historia que ha salido a la luz a través de las confesiones de Linda, aquella amante temporal de Elvis.
Siempre quedará en nuestro recuerdo 'Run for your life', la canción que John escribió sobre Elvis, en el álbum 'Rubber soul' de los Beatles. John decía en su letra "Prefiero verte muerta, pequeña, antes que con otro hombre" . Justo lo que cantaba Elvis en 'Baby, let's play house', la misma canción que le vino a la cabeza aquella noche con Tom Jones, con su rifle M16 cerca, tras conocer la conducta de Priscilla. John Lennon siempre se arrepintió de aquella canción y dijo que era la peor de los Beatles. Una extraña historia, cuando, para John Lennon , Elvis era su dios particular, hasta llegar a decir que "Antes de Elvis no había nada en la música".
El siguiente texto forma parte del volumen 2 de Diecisiete, teoría crítica, psicoanálisis, acontecimiento, una publicación cuatrimestral, publicada, editada y distribuida por 17, Instituto de Estudios Críticos. Lo presentamos a nuestros lectores como parte de una sinergia editorial entre Yaconic y el instituto. Un interesante acercamiento a la —siempre vigente— figura de John Lennon a través de su relación hijo-padre e hijo-madre; de sus peripecias, aventuras; de su genio creativo y de su muerte.
Por Rafael Gumucio
Un niño tiene que elegir entre su padre y su madre. A su padre apenas lo ha visto. A las pocas semanas de nacer el niño, el padre, marino mercante, se fue en una travesía de años de la que acaba de volver para darse cuenta que no puede soportar vivir más de una semana bajo el mismo techo que su esposa.
El niño conoce demasiado a su madre, sabe de sus escapadas cada día de la semana para ir a tomar en un pub vecino. El niño, que apenas acaba de cumplir cinco años de edad, tiene entonces frente a frente estas dos posibilidades: un padre que casi no tiene cara; una madre que en las mañanas esconde la suya con la mano, para que la luz del sol no la perturbe demasiado. Sabe que elija lo que elija va a equivocarse, porque sabe que él es el error.
El padre le ofrece al menos una casa en otra ciudad mejor, un mejor colegio, un mejor jardín. La madre, sólo su cuerpo ajado que acaba de parir una hija a escondidas y a la que dio en adopción antes de que llegase su marido del viaje. No hay dónde perderse. El niño al que los bombardeos y la amenaza de terminar en Strawberry Field u otro orfanato local, han vuelto serio y discreto, elige al padre dos veces. Prepara su pequeña valija, se peina, hasta que a la hora final corre de vuelta hacia la madre y todo queda sin comentario.
El niño elige a la madre pero la madre no elige al niño. El niño cantará y gritará a esa madre. Nombrará Julian a su primer hijo, por ella, por Julia, su madre. La llamará en sueños o despierto, sin respuesta alguna. El niño elegirá a la madre una y otra vez en esa mujer de Liverpool y en otra de Japón, que la reemplazarán de adulto. Llegará más lejos aún, más lejos que cualquier otro huérfano y acabará convirtiéndose en la madre de su segundo hijo, una madre atenta y bondadosa que hornea el pan, vive de leer el horóscopo y de interpretar sus sueños, mientras la mujer de la casa va en traje sastre a cuidar los negocios de la familia.
Cien mil veces el niño elegirá a la madre. Cien mil veces repetirá ese gesto central en su vida, construyendo la imagen de un Dios Madre que reemplace al Dios Padre. Pero después de esta primera elección a los cinco años, tomará precauciones: intentará nunca más ser invisible, intentará por todos los medios ser inolvidable, pondrá ante todos sus actos los más diversos testigos para que nadie pueda escabullirse. Hará todo y cualquier cosa por no estar solo un sólo instante, y creará con ello una cultura de la orfandad, un mundo para niños abandonados, armas para los que tienen que elegir entre padre y madre. Esa cultura que llamamos cultura mediática.
Creará para los huérfanos por venir; los náufragos de la revolución feminista; los que por culpa de la idea del amor absoluto –que el niño terminó por predicar– se quedarán sin padre y sin madre. A todos ellos el niño les creará una respuesta: la fama, o mejor aún, la exhibición sin límite. Después del paso del niño por el mundo los reality shows y el paparrazeo se harán arte y política.
Todo esto lo dice un niño, éste que les habla, que estuvo enfrentado a la misma decisión, al mismo dilema entre el padre y la madre y que escogió la misma respuesta que el niño de Liverpool: las cámaras, los flashes, el público, esa entidad hermafrodita que sabe ser al mismo tiempo padre y madre, pero es por sobre todo espíritu santo.
Aquél niño tiene nombre. Se llama John Winston Lennon. El Winston desaparecerá por sí mismo cuando el niño logre vencer a su enemigo personal: el anonimato, aunque firmará algunas canciones como Dr. Winston O´Boogie.
Winston, como Winston Churchill, primer ministro cuando el niño nació, el 9 de octubre de 1940. Al ponerle Winston, Alfred, Fredy para los amigos, y Julia, los padres de John Winston, dejan en claro que el niño es hijo de su tiempo, de la época del bombardeo y la excitación patriótica que apuró a tantas parejas. Así, Winston Churchill es, de alguna forma, también el padre de John Winston. Un padre y un enemigo. Churchill les enseñó a Inglaterra y al mundo que había guerras justas y paces criminales. John Winston, en cambio, vio siempre en esa guerra honrosa, en esa honrosa defensa de Inglaterra, un barranco de cinismo y crimen.
John Winston peleó así contra todo lo que Sir Winston defendió con sangre, sudor y lágrimas. Una Inglaterra que perdió su imperio, que se convirtió en satélite de un imperio nuevo pero que seguía ufanándose de sus glorias pasadas, burlándose de los franceses, nombrando Lores y emborrachando irlandeses para matarlos después, a patadas. John Winston no pudo engañarse y no se sintió nunca muy distinto a esos irlandeses, esos negros, esos hindúes que no encontraban trabajo y a los que las mujeres blancas no dejaban entrar en sus casas. Odió en la guerra el mundo en el que creció y llamó paz a otro mundo en el que nunca alcanzó a vivir del todo. Odió la guerra pero vivió toda su vida en ella, siempre en algún combate: por su green card, por que aceptaran su matrimonio, por la paz, por el rock n´roll. Nunca fue un hombre pacífico y, dentro de los Beatles, era quien provocaba las polémicas y los problemas.
John Winston se educó para ser lo contrario de Sir Winston, pero no dejaron ambos de ser parte de una misma revolución. Este hijo de norteamericana que es Churchill, rescata a base de instinto, declaraciones, público, descarado uso y abuso de las imágenes, una Inglaterra que es como él: mitad norteamericana. Así lo sospecha John Winston quien da la espalda al folclore de sus abuelos, a la pompa y circunstancia de Sir Elgar, que elige como folclore personal la música que traen consigo los marines.
No hay mejor época para un semi-huérfano abandonado y solo que la guerra y los años de penuria y confusión que la siguen. El mundo entero por arte de magia, se hace también huérfano.
La guerra borra la distancia cuando acorta y acelera las vidas: es el tiempo de los instintos, de las ganas sin regla. Es el tiempo de John Winston quien decide apostar por el absurdo que acaba de matar a su madre, atropellada por un policía ebrio cuando, extrañamente sobria, volvía a su casa. Quiere John ser el pandillero de barrio pero era delgado y débil. No tiene puños, no sabe usar cuchillo, usa entonces la sorna, la ironía, las caricaturas y los poemas sin sentido en que intentaba mezclar a James Joyce y las canciones de music hall escuchadas en la radio de tía Mimi. De un día para otro, decide ser artista. Tiene talento un poco para todo, una cierta gracia para escribir, para dibujar, para cantar con una extraña voz nasal, pero su instinto le dice que es mejor que evite las lecciones, que siga haciendo a su manera, porque son justamente su manera y su audacia de principiante sus únicas gracias.
Esa fue la profesión que escogió entonces John Lennon, no tener ninguna profesión. Esa fue su única seguridad, no admitir ningún maestro. En la escuela de arte en que terminó estudiando ese fue su problema: se aburría en clase y se escapaba, no soportaba que le dieran órdenes, pero él las daba sin cesar a los que, atraídos por su descaro, lo seguían a todas partes: niños suburbanos como él, suficientemente rico para despreciar a los obreros que hacen todos los días lo mismo, suficientemente pobre para ser el hazmerreír de los niños de colegios privados.
Una vida sin huesos ni dirección es la que propone John a sus amigos, una vida de dandis que roban monedas de la cartera de sus madres. Una vida que de pronto, para John, parece terminar cuando su novia Cynthia queda embarazada y se casan en medio de los ruidos de buldócer, tan fuertes que no se oye la pregunta del oficial, y es George y no John —el novio— quien se adelanta a decir que sí, bajo la risotada de todos.
La historia se repite, piensa la tía Mimi, la madre adoptiva de John. El restaurante en donde se celebra la reciente boda es el mismo bar grasoso donde se efectuó la boda de Alfred Lennon y Julia Stanley. La razón del apuro de ambas bodas es la misma: un niño por nacer. Las sonrisas de los novios, sus besos, son igualmente escasos. Sólo falta el barco que se lleve para siempre al marino que Lennon reemplaza por su grupo de rock que se va Hamburgo, a alojarse en tugurios y casas de putas. Ni en eso, piensa la tía Mimi, John es original. Alfred —o Fredy como lo llamaban todos—también quería ser cantante, también pasó su infancia en audiciones que no terminaron en nada serio. Sólo hay una diferencia que la tía Mimi no puede precisar: John tiene rabia. John no se rinde, John no se permite escapatoria, y es curioso y multiforme y, extrañamente, es testarudo y dúctil, manda pero deja a los otros miembros del grupo influirlo, es irascible y dulce. Le cae bien a los niños ricos, los divierte con sus salidas de tono, pero también les pide libros y discos prestados que estudia con detenimiento. Absorbe a los demás, sabe ser como ellos esperan que sea, pero también sabe ser inesperado.
Solo, sin nadie, encerrado en su pieza, se siente desaparecer, con los otros es en parte ellos y, en parte, él mismo: una voz que se funde con las de sus compañeros. Porque esa fue quizás la primera gran originalidad de los Beatles y sus adláteres ingleses, cantaban de una sola voz que era todas sus voces mezcladas y, al mismo tiempo, eran cuatro personalidades, cuatro mundos en un sólo planeta. Los fundadores del rock fueron siempre solistas: Billy Haley y su sCometas, Elvis Presley, Chuck Berry, o Budy Holly y sus Crikets. En los Platters, las Supremes, los Tempations o hasta los Beach Boys, las personalidades de los miembros se borroneaban para conseguir efectos vocales. Los Beatles, en cambio, eran cuatro que hacían alarde de sus diferencias, que sabían mezclar sus voces muy similares, pero al mismo tiempo se separaban para cantar cada cual sus canciones. Una canción de los Beatles—aunque sean tan personales como Julia, Straweberry Fields forever o The balade of John and Yoko—es siempre un himno, es siempre una canción de todos y para todos, siempre una orden que Charles Mason solía tomar al pie de la letra.
Nada detesta más el adolescente que sentirse solo, con los Beatles nunca corría ese riesgo. Los propios Beatles nunca estaban solos, eran siempre los cuatro en todas partes. Así, los Beatles eran una comunidad ideal que se conectaba directamente con las cofradías medievales de la alegre Inglaterra. Cuando querían ser otros,eran la banda del Sargento Pimienta, grupo que alegra ferias, banda militar sin ejército, conjunto circense.
La ideología del grupo, una mezcla de libertad sexual y sensitiva con cristianismo primitivo y socialismo pacifista, alimentaba aún mejor esta ilusión de tropa alegre de trovadores errantes. Un grupo de amigos todos normales, tímidos, divertidos: Ringo el payaso bueno, Paul el jovencito inocente favorito de las madres, George el tímido espiritual y un poco más atrás, y un poco aparte siempre, John: sus chistes cortantes, John y sus mujeres, John que en esa parodia de los hermanos Marx que los Beatles en sus películas intentaron ser, siempre actuó deGroucho mientras Ringo, era Harpo, y Paul y George, Zeppo y Chico.
Una perfecta maquinaria aceitada en la que John luego huele una trampa. Se había hecho músico para poder decir “Yo”, que era justamente lo que su triunfo con los Beatles no le permitía decir. Era famoso, que era lo que soñaba ser, pero lo era sólo como parte de un cuerpo que no era el suyo, disfrazado de Beatles. Gritó Help!, pero todo terminó en saltos en la nieve y una película donde volvieron los cuatro a actuar de ellos mismos, ese terrible rol, esa implacable cárcel. A John no le quedaba otra que romper el espejo en donde lo tenían encerrado. En una entrevista dijo que los Beatles eran más famosos que Jesucristo. La fama, siempre la fama como el parámetro con el que John leía y medía el mundo. John que se rebela —después de haberlo hecho con profesores y Lores— contra la autoridad suprema, Dios, Dios Padre. Los fanáticos queman montañas de discos, las pifias arrecian y decide, junto a los otros Beatles, dejar los conciertos, las entrevistas, las películas y aislarse en el estudio a buscar en su infancia y en las drogas alucinógenas primero, y de las otras después, una respuesta.
Por entonces, compone largas y alucinadas canciones infantiles, donde el dolor, las roturas, las desafinadas aparecen bruscamente, rompen la paz, destruyen la armonía de las canciones de cuna. Las letras salen de carteles, cartas de niños, restos de sueños, nombres perdidos de orfanatos. Tratando de recuperar su infancia, de poner en orden sus recuerdos, pierde, sin embargo, el “Yo” para contar, la primera persona se convierte en morsa y en huevo. Sabe que su única salvación está en volver al hombre que fue, antes de ser famoso, pero tiene miedo, terror a lo que sufrió pero también a lo que hizo sufrir, a la esposa y al niño que abandonó. No quiere mentir ni decir la verdad, así que requiebra imágenes y sonidos para que el oyente sea quien reconstruya el espejo roto. No hay respuestas, o hay demasiadas, hasta que de pronto Richard Hamilton, pintor pop, encuentra una: le propone hacer una nueva portada para un álbum que se llamará simplemente: The Beatles. Viendo los dos anteriores: Sergeant Pepper’s, y Magical Mystery Tour, llenos de colores y personajes, se le ocurre que la portada de álbum tiene que ser completamente blanca; el nombre del grupo, que es el mismo del disco, y nada más.
La vida entera de Lennon se verá cubierta de pronto por esa blancura en que quiere limpiar sus pecados y sobrellevar sus dudas. Una blancura eterna y completa donde de pronto descubrirá que Dios—esa terrible competencia desleal— no existe y que es bueno, mejor que no exista. Es el sentido de la canción Imagine que algunos católicos desubicados cantan en las misas, un mundo sin Dios, repite John, un mundo sin Dios Padre en donde la paz es posible. Un mundo sin Dios donde el amor al fin es posible. En God, Lennon emprende una larga enumeración de las cosas en las que no cree, entre ellas todas las que han sido centrales en su vida, hasta ahora: los Beatles, Elvis, Zimmerman alias Dylan, para terminar por concluir que cree en él, en ese escaso “Yo” recién recuperado, en él y en Yoko. Luego declara que el sueño ha terminado, que ahora ha decidido vivir en la realidad. La realidad que es justamente él y Yoko, Yoko and Me. A la menos real de las cosas, el amor vivido en público, declarado como un acto político, Lennon lo llama “la realidad”.
La realidad es entonces Yoko, su nueva divinidad, su nueva regla, la madre que eligió de niño pero que esta vez no lo abandonó, que esta vez no se murió, que lo sobrevivió a él. Yoko, el Dios madre, que reemplazó en la teología de Lennon, un hombre que vivía guiado por supersticiones y paranoias, al Dios padre. El Dios madre, una madre a la que le habían quitado a su hija, que le dice lo que ningún otro Dios, profesor, productor, maharishi, le dijo antes: que todo está bien, que tienen razón al mostrarse, al exhibirse, al mezclarse con la multitud.
Es Yoko así la primera autoridad espiritual y personal que no reprime su exhibicionismo, sino que lo comprende. Es la primera mujer que no le exige estar en casa ni proteger sus vidas privadas, sino que lo acompaña en la singular tarea de hacer del mundo su casa. Los flashes, los amigos y la prensa reporteando su luna de miel, su intimidad. John y Yoko han buscado por el mundo entero a alguien que comprenda su profundo sentido de la privacidad que lo cuenta y lo muestra todo para preservar mejor el misterio de sus heridas, la amplitud de sus secretos. Mostrarse para no ser visto, exhibirse para guardar aún mejor sus secretos. Esta pareja de niños encontraron su propia ley, aparte y apartados. Trataron de hacer de su encuentro arte, religión, política, para que nada ni nadie lo disolviese. Apostaron, conociendo el riesgo, a algún tipo de eternidad, hasta que terminó el invierno puro y blanco en que se amaron, el hielo bajo sus pies se resquebrajó.
La última canción que grabó John Lennon se llama Walking on Thin Ice, “Caminando sobre hielo delgado”. Es la mejor canción que logró componer la esforzada, y no del todo despreciable, Yoko Ono. En ella, John Lennon toca la guitarra de modo salvaje, con un sonido que ya nada tiene de hippie o de sonriente. Yoko chilla y recita y da la impresión que de verdad caminan sobre el hielo delgado, hielo que además se dan el lujo ambos de ir quebrando a su paso, con su guitarra afilada y su agudísima voz.
Esa misma noche de la grabación, el hielo se quebró. En la mañana, un desconocido le pidió a John un autógrafo. John firmó su sentencia de muerte. El fan se quedó todo el día delante del edificio Dakota hasta que el ídolo saliera y, sin preguntarle nada, le disparó para seguir esperando tranquilamente; esta vez la llegada de la policía que lo arrestó sin que opusiera ni la más mínima resistencia.
Mark Chapman, el asesino, no era un miembro del Ku Klux Klan, o un agente del FBI, los enemigos a los que John solía temer, sino sólo un gordo sin éxito en nada de lo que emprendió que, siguiendo a John, se había casado con una mujer de rasgos orientales de la que se había divorciado hacía poco. Así mató a John, con una puntería terrible, esa imagen de pareja feliz que vive en público cada instante de su amor. Esa felicidad libre y por encima de las convenciones con la que John había logrado sobrellevar la separación de su padre pero que paradójicamente llevó a tantas parejas a separarse, a tener hijos sin pensarlo y, sin pensarlo, a dejarlos decidir a los cinco años con cuál padre se querían quedar.
Fue así, para vengar a estos cientos de niños huérfanos, que Chapman mató al primero de ellos. Decidió, como Lennon lo había hecho mucho antes, que si no podía ser feliz al menos sería famoso. El hombre que se desangraba a su pies confesaba hace poco ser ahora tan feliz como famoso. Era una traición y la había pagado. Moría así Lennon como muere todo el mundo, pero quizás con más precisión que el resto, en su propia ley, bajo los flashes, los gritos de un fan, y entre sus manos. Moría también como su madre, su elegida madre, asustado y sonriente, sobre el asfalto mojado.
Texto leído durante el ciclo Los íconos de nuestro tiempo, que tuvo lugar del 15 al 17 de abril, 2008, en el Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México, auspiciado por la Fundación de Estudios Iberoamericanos Gonzalo Rojas. Los coordinadores fueron Fabienne Bradu y Philipe Ollé-Laprune.
El 8 de diciembre de 1980, el músico británico y miembro de The Beatles, John Lennon, caminaba por las calles de la ciudad de Nueva York mientras regresaba del estudio de grabación Record Plant, junto a su esposa Yoko Ono. Lennon ya llevaba en ese entonces nueve años viviendo en Estados Unidos, donde le habían negado la ciudadanía americana y el gobierno lo tenía vigilado por su posición en contra de la guerra, y justo cuando estaba por entrar a su departamento en las afueras del edificio Dakota, fue asesinado por uno de sus fans, Mark Chapman.
Las reacciones de los medios y los fans no se hicieron esperar, todo mundo estaba impactado con la formar tan repentina y violenta con la que terminó la vida del ex Beatle. Ringo Starr voló hacia Nueva York para ver a Yoko Ono; un muy sorprendido y afectado George Harrison, decidió encerrarse en su casa en Oxfordshire, Inglaterra; Paul McCartney, quien mantuvo una amistad llena de amor y odio con Lennon, decidió quedarse en su casa en Sussex, Inglaterra y dijo que aunque hubiera un funeral no iría, para no contribuir con la histeria de este trágico evento.
Medios y fans ofrecieron un sinnúmero de tributos, conmemorando su legado, pero, ¿quién era Mark Chapman? ¿Un asesino? ¿Un loco? ¿Un fan? ¿Un enviado del gobierno? Seguramente muchos se lo preguntaron, y resulta que el hombre tiene una historia tanto extraña como perturbadora. Mark David Chapman, nació el 10 de mayo de 1955, hijo de un sargento de la Fuerza Aérea Estadounidense y una enfermera, y con una hermana menor. Chapman creció con un constante miedo hacia su padre, quien lo maltrataba psicológicamente tanto a él como a su madre, tal vez por ello fantaseaba con que era una especie de rey que gobernaba a un grupo de “pequeñas personas” que vivían en su cuarto.
A la edad de 14, Chapman usaba drogas y faltaba a sus clases, además de que sufría de bullying por no ser un buen atleta, incluso se escapó de su casa para vivir en las calles de Atlanta por dos semanas. Como podemos ver, siempre fue un chico con problemas, que tal vez para encontrar un alivio a éstos, fue que se acercó al cristianismo, para ser más precisos a la iglesia Presbiteriana, donde siempre fue un destacado consejero a quienes sus compañeros describían como “un trabajador extraordinario”.
Fue en esa época, por inicios de la década de los 70, que uno de sus amigos le regaló el libro El Guardíán entre el Centeno de J. D. Salinger, con el que Chapman se obsesionó, al grado que él deseaba ser como el protagonista del libro Holden Caulfield, y que este texto de alguna manera lo influyó para después planear el asesinato de John Lennon. Luego su vida se comenzó a tornar complicada, ya que terminó con su novia, dejó la escuela y comenzó a tener pensamientos suicidas, e incluso intentó quitarse la vida en una ocasión, comenzó a trabajar como guardia de seguridad en varios lugares y fue diagnosticado con depresión, además de que comenzó a beber alcohol de forma desmedida y a volver a alucinar con las “personas pequeñas” que vivían en su cuarto.
En esta época, previo al asesinato de Lennon, Mark comenzó a a obsesionarse aún más con el cantante, del cual era un ferviente fan desde su época con The Beatles. Sin embargo, desde que se volvió cristiano, a Chapman le molestaba que su ídolo dijera que los Beatles eran “más populares que Jesús”, y que promoviera la paz y el no tener posesiones (como dice en su canción “Imagine”), pero que llevara una vida llena de lujos y millones de dólares, lo consideraba un blasfemo.
Champman tenía una lista de gente que le desagradaba y que deseaba matar, que incluía a Johnny Carson, Marlon Brando, Walter Cronkite, Elizabeth Taylor, George C. Scott y Jacqueline Kennedy Onassis, pero Lennon era el más fácil de encontrar, por lo que se inclinó por esta idea que se le convirtió en una obsesión, incluso a su esposa le había comentado en varias ocasiones que estaba planeando el asesinato, consiguiendo una pistola y municiones, quien aunque no lo denunció, sí decidió llevarlo con un psicólogo, pero Chapman faltó a la cita justo para ir a Nueva York a encontrarse con Lennon.
Un día antes del asesinato, el cantante James Taylor dijo que Chapman lo estaba acosando en las calles, y que tenía un comportamiento maniaco, incluso hablando solo. El 8 de diciembre, pasó casi todo el día afuera del edificio Dakota, vio al hijo de Lennon, Sean, al que acarició la cabeza, y se encontró con John cuando salió para ir al estudio, lo saludó y le autografió su copia de Double Fantasy, momento que fue captado en una fotografía tomada por Paul Goresh. Cuando regresó del estudio, lo volvió a encontrar para dispararle cinco tiros por la espalda con un revolver calibre 38, cuatro le dieron en la espalda y uno en el hombro, perforándole un pulmón y atravesando una arteria. En sus objetos personales que la policía encontró en su hotel, había una copia de El Guardían Entre El Centeno, donde escribió “este es mi discurso”, firmándolo como Holden Caulfield.
Por supuesto esta no sería una buena historia sin las teorías conspirativas, que afirman que Mark Chapman, a quien ya le han negado en ocho ocasiones su libertad condicional y actualmente tiene 60 años, fue enviado por el gobierno para asesinar a Lennon, ante su constante preocupación por sus ideas “revolucionarias”. No tenemos la evidencia para afirmar o desmentir tal versión, pero de acuerdo a lo que hemos podido saber de la vida de Chapman, es evidente que es una persona que sufría de varios problemas y obsesiones mentales que no recibieron la debida atención, y que en lugar de planear el asesinato como parte de un gran plan para hacerse famoso, porque se lo ordenaron, o por algún motivo que para fines narrativos sería más interesante, los motivos parecen más egoístas, como si sólo cumpliera una de sus obsesiones personales, encomendada por sus propios demonios.