Por Carolina Rosales Zeiger
–¡Vengaaan a compraaar! ¡Vengaaan a compraaar!– dice la nena colgada de la baranda de uno de los canteros de la Plaza de Mayo, mirando directo hacia la fuente, con un pingüino de peluche en la mano. Todavía no son las 4 de la tarde y algunos ya aprovechan el agua que entra y sale de ese centro para refrescarse pies, manos y nuca.
La nena tiene la cabeza cubierta por una remera blanca extra large con la cara de Néstor y Cristina y la inscripción “Gracias”. Lleva un short, una musculosa y un saquito negro que le tapa los hombros del sol. Está colorada por el calor que toda esa cobertura anti insolación le produce, pero no para. Sigue agitando su pingüino e invitando a la gente a que se acerque al puestito de chucherías y souvenirs varios que la mamá tiene montado en el borde del mismo cantero.
–¡Vengaaan a compraaaar!– sigue.
–¡Hola! ¿El pingüino lo vendés?– le pregunta una señora.
–¡No!– responde por instinto y por reacción. Y busca la confirmación:
–Mamá, éste no lo vendemos, ¿no?
–No, ése no.
Sigue tranquila.
Es 9 de diciembre y las familias se acercan a una plaza mansa y tranquila. Las agrupaciones –la militancia orgánica– convocó más tarde que temprano y esta vez no hay lugares de privilegio asegurados ni disputas espaciales de esas que los “sueltos” dan siempre por perdidas. La plaza se va colmando a paso lento, pesado y con cierto extrañamiento.
Un rasta llega con un equipo diminuto pero de alta potencia. Suena la renga. Al palo. Todos a sus al rededor aceptan, naturalmente.
–¿Tenés un cigarrillo?– le pregunta uno.
–Sí claro– responde.
–Disculpame, ¿qué va a pasar acá?
–Es la despedida de Cristina.
–Ah… Y… qué, ¿después toca alguna banda o algo así?
–No no, habla ella y listo.
La política directamente ligada a la cultura no es un capricho vulgar o una asociación interesada. Es que esta plaza, en los últimos años, combinó derechos humanos y música, fiestas patrias y danza, memoria y acrobacias. La idea irreversible de que sin cultura no hay identidad y sin identidad no hay lucha posible.
Pero no, esta vez no toca ninguna banda. Esta vez es el final, y el número de cierre puede ser sólo uno.
Empezando a bajar el sol, el espacio comienza a tupirse. Llegan banderas de diversas partes del conurbano con la inscripción “Resistiendo con aguante”. Son miembros de ese grupo de Facebook que ya cuenta con más de 500 mil integrantes y que se forjó durante la campaña del ballotage entre Scioli y Macri, como trinchera de contención y de relatos triunfantes. “Hoy convencí a mis suegros de que votaran a Daniel”, “Me separé de mi novia porque vota a Macri”, “La verdulera me escuchó atenta, creo que la persuadí”, contaban durante ese mes en el que los bares, colectivos y calles eran un ágora generalizado de discusión electoral.
Las banderas y remeras de la página también llegan en los pechos de los pibes que caminan solos y de las familias que mandaron a estamparlas “x 4′, y que ahora las llevan orgullosas junto al mate y la torta frita que compraron en algún puestito de Avenida de Mayo o Diagonal Norte.
Todavía no hay demasiada efusividad. El encuentro es raro: se piden abrazos y se celebra lo logrado. Hay un intento por sostener ese triunfalismo al cual el peronismo sabe abrojarse, casi mejor que nadie, pero también hay una fuerte necesidad de acompañarse en ese soltar.
Una mujer da vueltas a la fuente como si rondara junto a las madres. Tiene una piel curtida que seguramente le agrega edad, un cuerpo pesado, un cartel casero escrito con marcador indeleble que agradece a Cristina “por devolvernos la dignidad” y lágrimas en los ojos. Está llorando sola. Y es temprano. Cuando se sienta, la nena del pingüino de peluche la desconcentra de su vagar y entonces se seca los ojos y le sonríe. Más tarde volverá a llorar.
***
El acto en la Casa Rosada empezó a las 19:00 puntual. La presidenta inauguró el busto de Néstor Kirchner en medio de agradecimientos varios: a Daniel Scioli, a las organizaciones, a la militancia. El saludo al presidente Evo Morales desató una ola de aplausos especial. Más tarde la mención a Hugo Chávez Frías y a Inácio Lula da Silva como parte de “los tres mosqueteros“, junto al expresidente homenajeado, repetiría la reacción.
“Bueno, creo que hay un poco de gente que nos está esperando en la plaza”, cerró rápidamente Cristina. Y agregó, antes de salir: “Así que muchas gracias a todos y a todas”. La canción elegida para ese final fue Mariposa Pontiac, de Los Redonditos de Ricota.
Ven a mi casa suburbana / me obsesiona tu prisión
(…)
Verte feliz no es nada / es sólo un rock and roll del país
Verte feliz no es nada / es todo lo que hacemos por ti
Sin el obvio “Banderas en tu corazón“ o “Hacer un puente“, el único linkeo posible que aparece en las mentes buscadoras de porqués (¿Acaso hay algo casual en estos actos? ¿Acaso queda alguna decisión librada al azar?) es remitirse a lo que minutos después, la exmandataria diría a la plaza: “He visto muchas medidas cautelares (…) pero en mi vida pensé que iba a ver un presidente cautelar (…) No lo merecimos”. Los insultos al Poder Judicial no tardaron en hacerse escuchar. Entonces Cristina interrumpió: “Con este estado de las cosas, todos los argentinos estamos un poco en libertad condicional2. Y aclaró: “Hay que respetar la voluntad popular”.
Para ese entonces el clima en la plaza había cambiado. Las lágrimas que la entonación del himno había arrancado, como signo inequívoco de que las próximas serían horas de desconsuelo, ahora se sostenían dentro de los márgenes previos al desborde. Casi como sosteniéndola a ella: si vos no te quebrás, nosotros tampoco.
El cantito más repetido en la plaza, y que sería coreado por todo el centro porteño y en colectivos y subtes hasta, al menos, varios puntos de la ciudad, ya era el (podemos augurar: ¿simbólico? ¿histórico? ¿de esos que luego se repiten en los libros de historia?) pegadizo: “Oooh, vamos a volveeeer. A volver, a volver, vamos a volver”. Otro de los preferidos de la noche, y con la misma melodía, fue el canchero –de cancha–: “Sos cagón, sos cagón, Macri sos cagón”, cada vez que el discurso tocaba el tema del traspaso de mando.
***
–Miren que no puedo hablar mucho porque a las 12… ¡me convierto en calabaza!– fue una de las cristineadas más festejadas del acto, chicana ineludible que cosechó risas liberadoras y abrazos cómplices entre esos ojos de lágrimas contenidas. Más tarde, cuando comenzó a despedirse (“Para terminar…”) el chiste reapareció, y toda la plaza coreó:
–¡Hasta las 12! ¡Hasta las 12! ¡Hasta las 12!
Una sonrisa fina aceptó el halago. Pero entonces la sobreexcitación militante empezó a desbordar los cuerpos. Cristina empezó agradecer: habló de empoderamiento popular, de libertades, de derechos. Agradeció tanta felicidad, alegría y amor. Auguró que siempre iba a estar.
Pero ya fue difícil escuchar.
La ansiedad, la angustia, la felicidad, estallaron en los cuerpos contenidos de las (¿500 mil? ¿700 mil?) personas que colmaban la plaza y centro porteño. Una ovación tapó el fin de ese discurso y mezcló: el mensaje de arriba, con el de abajo. Como signo de, no quizá lo que fue, sino lo que dejó: una batalla discursiva con intenciones de horizontalidad. Una fusión entre arribas y abajos. “La tarea sigue, porque el lugar de un militante no es un gobierno: está junto al pueblo”, había dicho unos minutos antes.
***
La plaza se desconcentró más o menos rápidamente. Por las calles –Av. de Mayo, Diagonales, Florida, 9 de julio, subtes– seguía el coro prediciendo la vuelta. Otros, algunos, eligieron quedarse a esperar la medianoche ahí. En una parada de colectivo, una pareja charlaba.
–Yo pienso, ¿qué va a hacer la chabona ahora? Para mi va a desaparecer un tiempo, se va a guardar.
–No… va a seguir militando, ella es una militante.
(Tomado de Notas)