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General: CUBA, DEL DESHIELO A LA DESILUSIÓN
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Cuba, del deshielo a la desilusión El gobierno cubano sigue sin voluntad de negociar Obama tendió un ramo de olivo y Castro exigió una altísima indemnización por daños causados por el embargo
Tanto la esperada apertura política como económica fracasaron y se mantiene el éxodo de cubanos
Por Carlos Alberto Montaner - El Nuevo Herald El deshielo cubanoamericano vuelve a congelarse. O, al menos, la temperatura ha descendido mucho. Del tórrido comienzo, hace un año, cuando Obama y Raúl Castro, cogidos de la mano virtual de la televisión, anunciaron el acercamiento, se ha pasado a la desilusión.
En una reciente entrevista el presidente norteamericano ha advertido que no le interesa visitar Cuba si no hay avances en el camino de la tolerancia, y si no le permiten reunirse con los disidentes y quienes defienden la libertad de prensa.
¿Qué ha pasado? Varias cosas previsibles. Primero, la dictadura cubana no negocia nada. Impone condiciones. Los Castro admitieron las conversaciones con Washington sobre la base de que su viejo gobierno de difuntos y flores era la víctima de varias décadas de agresiones continuadas por parte de Estados Unidos.
La Habana esperaba que Obama levantara el embargo, indemnizara copiosamente a la Isla, devolviera la base de Guantánamo, cerrara Radio y TV Martí, y amnistiara a la espía Ana Belén Montes, condenada a 25 años de cárcel por traicionar a su patria en beneficio del régimen de los hermanos Castro.
El gobierno cubano no tenía nada de que arrepentirse. Era una democracia perfecta de partido único, la mejor del planeta, dotada de una ley electoral extraordinaria, y si se mantenían en la cúspide los hermanos Castro desde hacía 56 años, no era por el terror, sino por la benévola voluntad de un pueblo cuyo 98% votaba agradecidamente por los candidatos seleccionados.
En Cuba no había presos políticos, sino políticos apresados por delincuentes. Los disidentes y la oposición democrática no habían sido segregados por la sociedad cubana libremente. Eran fabricaciones artificiales de la embajada norteamericana sin la menor conexión con el pueblo trabajador.
En Cuba todos eran razonablemente felices. Todos estudiaban. Todos se curaban. Todos trabajaban. La economía, pese algunos tropiezos, crecía. Era una maravillosa sociedad, modesta y solidaria, caracterizada por el espíritu de sacrificio con que afrontaba los embates del imperialismo y rechazaba el consumo de la pacotilla capitalista.
La Casa Blanca, en cambio, tenía un criterio muy diferente. Obama pensaba que la pequeña Cuba, hasta entonces víctima de la Guerra Fría, quería cambiar paulatinamente su modelo de gobierno y él estaba dispuesto a ayudar. No tenía la menor idea de que Fidel y Raúl Castro (en ese orden) veían su gesto de tenderle la mano y enterrar el hacha de guerra como la aceptación de una derrota.
Por eso vio con extrañeza el tono virulento de exigencia con que Raúl Castro reclamó la indemnización por los daños y perjuicios, supuestamente provocados por el embargo y las acciones de guerra no declarada efectuadas por la CIA.
Comenzó pidiendo $120,000 millones de dólares y muy pronto llegó a la fabulosa cifra de $300,000 millones, 10 veces el monto de la Alianza para el Progreso puesta en marcha en los años 1960 para toda América Latina.
Hubo, también consecuencias inesperadas. Él le había tendido a Raúl un ramo de olivo, no para consolidar la tiranía, sino con el objeto de facilitar la transición hacia la democracia, como trataba de hacer en Myanmar (antes Birmania), con otra tribu de militares corruptos.
Cuando Obama afirmó en Panamá que Estados Unidos había renunciado a inducir el “cambio de régimen” en la Isla, no quiso decir que rechazaba la evolución hacia las elecciones, las libertades y el pluralismo en Cuba, sino que pensaba alentar al gobierno cubano para que diera ese paso voluntariamente. No quería tirar a Raúl Castro por la ventana, sino colocarlo de manera que se lanzara solo.
Pero no hubo suicidio ni propósito de enmienda. La CIA y el Departamento de Estado le notificaron a la Casa Blanca que, en vez de escoger el camino de una transición sosegada, el gobierno cubano había recrudecido la persecución a sus enemigos dentro de la Isla. Cada día que pasaba había más detenidos, más actos de repudio, más golpizas, más represión.
El engagement, ideado para abrir al régimen, había servido para cerrarlo más, como si Raúl Castro hubiese llegado a la paranoica conclusión de que la mano que le tendía Obama tuviera un puñal escondido contra el que debía defenderse aumentando las actividades de la policía no-tan-secreta.
Y si la apertura política, al menos por ahora, había fracasado, todos los síntomas apuntaban a que tampoco había funcionado la económica, por lo menos desde la perspectiva de la sociedad cubana.
Tras un primer momento de euforia, los cubanos habían regresado a su tradicional pesimismo. La situación era mala, pero en el futuro sería peor.
Entre los miles de exiliados salidos por Ecuador, muchos de ellos hoy acantonados en Costa Rica, abundan los cuentapropistas. Emprendieron algún pequeño negocio para poder largarse y pagarles a los coyotes hasta llegar a Ecuador, de allí a México y, por último, a Estados Unidos.
Unos 40,000 atravesaron siete países y cruzaron la frontera americana en el 2015. Millones más esperan la oportunidad de largarse de Cuba. Antes de 1959, el sueño cubano era prosperar dentro de la Isla, como hicieron cuatro generaciones de cubanos durante los 57 años que duró aquella agitada y delirante república.
40,000 cubanos atravesaron siete países y cruzaron la frontera americana en el 2015 En cambio, el sueño cubano, tras los 57 años que ha durado la pesadilla comunista, es escapar de ese infiernillo a bordo de cualquier cosa: una balsa, una visa, una señora madura en busca de amor, un señor libidinoso que quiera una aventura, un anciano venerable decidido a adoptar a un cubanito mendicante. Lo que sea.
¿Quiénes ganan dinero en la Cuba actual? Muy poca gente, y toda relacionada con la industria turística, dado que cobran en el extranjero y en moneda dura. Una sociedad en la que hay varios cambios diferentes para las divisas, y en la que el salario promedio es US$ 24 al mes, no hay forma humana de desarrollar actividades rentables.
Los inversionistas serios, especialmente si responden ante accionistas y cotizan en Bolsa, llegan a la Isla, confirman que en el mundo hay 100 mercados más seguros y hospitalarios, se toman un mojito, se bañan en Varadero, y adiós muy buenas. Por algo Moody clasifica las obligaciones cubanas como altamente riesgosas. Lo son. Ese sistema no tiene arreglo. Hay que reemplazarlo.
ACERCA DEL AUTOR
Carlos Alberto Montaner es un conocido escritor, periodista y profesor universitario. Sus columnas aparecen en periódicos de Estados Unidos, América Latina y España. El Blog de Montaner
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17D: Primer aniversario de un matrimonio estéril
La agonizante pandilla marxista-antimperialista se recicla, de comunista a burguesa, gracias al capital imperial
Por Miriam Celaya | | La Habana | Cubanet
Transcurrido el primer año del restablecimiento de relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, siguen sin cumplirse las expectativas que despertara el histórico suceso entre los cubanos de la Isla. Con muchas penas y ninguna gloria, los isleños han continuado arrastrando una existencia precaria y huérfana de esperanzas que –lejos de tender a una mejoría– ha visto agravarse la crisis económica permanente, aumentar del costo de la vida y consolidarse el desabastecimiento crónico.
A la vez, crece el deterioro general de los sistemas de salud y educación –último reducto de la retórica oficial–, y se ha generado un nuevo e indetenible proceso de emigración que ha devenido estampida, ante el temor a que las negociaciones entre ambos gobiernos conduzcan eventualmente a la desaparición de la Ley de Ajuste Cubano.
Sentadas ya las bases diplomáticas, reabiertas las respectivas embajadas en Washington y La Habana, y establecidas las agendas de un proceso de negociaciones que continúa discurriendo en secreto, la política de las autoridades cubanas se ha dirigido a obstaculizar hasta su nulidad el efecto que debieron tener las medidas dictadas por el presidente estadounidense a favor de una apertura hacia Cuba en beneficio de iniciativas privadas no estatales. El aumento de visitantes de esa nación vecina y la amplia flexibilización que deja sin efectos muchas de las limitaciones que impone el Embargo no han tenido un beneficio significativo para la población, aunque sí han contribuido al ingreso de divisas para el gobierno cubano y para las empresas extranjeras establecidas en la Isla, en especial para las relacionadas con el sector turístico.
Pese a esto, tales ingresos resultan insuficientes incluso para la camarilla gobernante, agobiada por la enorme deuda externa, la falta de acceso a los créditos del Fondo Monetario Internacional, la angustiosa dependencia de apoyos externos –cuestión que, paradójicamente, utiliza como elemento de descrédito y deslegitimación en el caso de la disidencia interna–, la falta de respuesta del empresariado extranjero a la “atractiva” Ley de Inversiones, y la necesidad imperiosa de ganar tiempo para asegurarse la perpetuidad en el poder.
Finalmente, a la sombra del Tío Sam, se ha cerrado el ciclo de la revolución, con un final no por esperado menos dramático. He aquí que la pandilla “marxista-antimperialista” está operando el milagro de reciclarse desde la agonía, metamorfoseándose de comunista a burguesa precisamente gracias al capital imperial.
A juzgar por las evidencias, y a falta de informaciones autorizadas y contrastables, la casi vertiginosa avalancha de propuestas unilaterales de la Casa Blanca sucedidas en el transcurso del año no ha recibido una respuesta proporcional desde el Palacio de la Revolución. El General-Presidente cubano no solo ha resultado incapaz de corresponder en intensidad y magnitud a los pasos positivos de Washington hacia un acercamiento que redunde directamente en beneficio de la sociedad cubana y no en provecho único de la cúpula gobernante, sino que ha imprimido a la pretendida “normalización” el mismo ritmo (“sin prisa”) que a los extemporáneos y nunca cumplidos Lineamientos del pasado Congreso del PCC.
Desde el 17D, aunque no como resultado de ese acontecimiento, la crisis cubana no ha hecho más que agudizarse. Con la economía en picada, una gran parte de la fuerza laboral en fuga o con aspiraciones a escapar, la población envejeciendo, la tasa de natalidad deprimida, la corrupción rampante, la inflación en aumento y otro incontable número de males por solucionar, cualquier otro gobierno hubiese asumido este momento de distensión y acercamiento como una oportunidad de abrir un camino de prosperidad y bienestar para su pueblo. No así la dictadura de los Castro.
En respuesta, los cubanos comunes son hoy más descreídos políticamente, más indiferentes y más pro-norteamericanos que nunca antes.
Opositores y disidentes: un sector en crecimiento Contrario al criterio más extendido, y pese a estar dividida y fragmentada en múltiples proyectos, la sociedad civil independiente, y en particular los grupos opositores y disidentes, ha estado ganando en organización y crecimiento. Una muestra incuestionable de esto es el incremento de la represión contra ellos.
La progresiva intensidad de la fuerza represora no indica –como sugieren algunos, con una lógica simplista– un “fortalecimiento de la dictadura” a partir del inicio del proceso de conversaciones con el gobierno estadounidense, sino, por el contrario, una muestra de debilidad que acusa a la vez el temor al impacto de la influencia norteamericana en la sociedad cubana y la imposibilidad de contener el crecimiento de las fuerzas cívicas, lo que los conduce a aplicar la violencia para evitar en lo posible, o al menos ralentizar, su propagación y contagio social. Una estrategia contraproducente que ha logrado justamente el efecto contrario: han aumentado el sector disidente y el descontento popular.
Después del parteaguas generado por las diferentes posiciones asumidas ante el proceso iniciado el 17 D, ha sobrevenido un período de intenso activismo opositor en el cual todas las tendencias han ganado en visibilidad y espacios. Se han comenzado a gestar alianzas entre organizaciones de las más variadas tendencias, a partir de un consenso común: la urgencia de consolidar la lucha cívica para conquistar la democracia en Cuba. A este tenor, el consenso general es que todas las formas de lucha pacífica son válidas en tanto ejercen presión sobre las grietas del sistema y coadyuvan a su debilitamiento.
En justicia, hay que reconocer que el empeño de todos los grupos opositores –sea cual fuera su orientación y sus propuestas– no solo se enfrenta al desafío de la acción represiva y violenta del régimen en el poder, sino a la casi total indiferencia de la comunidad internacional y –lo que es peor– a la insuficiente solidaridad y reconocimiento por parte de numerosos gobiernos democráticos del mundo.
Al parecer, los líderes políticos y empresariales occidentales esperan de la oposición cubana la ciclópea tarea de crear una fuerte coalición o convertirse en una alternativa política al poder omnímodo de los Castro, casi sin ayuda alguna, antes de reconocerle el legítimo derecho de representación, no obstante la colosal diferencia de recursos y oportunidades entre los contrincantes. Ante los intereses del capital, los sueños democráticos de los cubanos no significan nada.
2016, un año decisivo Así, este 17D se celebran las bodas de papel del matrimonio por conveniencia entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, pero hasta ahora la unión ha sido estéril. Al menos para los cubanos, que nunca fuimos invitados a la fiesta. El estilo conspirador de la casta verde olivo se impuso en el convite. Sin embargo, sería injusto atribuir los actuales males de Cuba a un supuesto error político de la Casa Blanca. En todo caso, con este acercamiento al régimen Barack Obama está haciendo lo que se espera de un gobernante: velar por los intereses de su país y de sus gobernados. Bien por Obama, mal por Castro.
En realidad, la crisis general cubana existía mucho antes que el Presidente estadounidense asumiera el gobierno, de manera que las frustraciones que hoy sufren los más ilusos responden más bien a un exceso de injustificadas expectativas y a una sobrevaloración de la importancia de Cuba, apenas una insignificante isla con delirios de grandeza, regida por un sistema anacrónico e ineficiente, y perdida en el enorme mapa geopolítico regional.
Ha sido un año intenso, pero mirándolo en retrospectiva, la oposición y los cubanos comunes al menos deberán haber asimilado una valiosa experiencia: nadie vendrá a salvarnos del naufragio.
Hace justamente un año ocurrió lo impensable cuando los más enconados enemigos de este Hemisferio decidieron sentarse a la mesa de negociaciones para zanjar sus diferencias. Algo importante nos enseña esta increíble saga: el año 2016 podría ser decisivo si los que aspiramos a hacer de Cuba un estado de derecho nos revelamos capaces de hacer lo que ahora parece imposible: una coalición cívica frente a una dictadura que se asume eterna. No parece que nos queden otras opciones.
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