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General: Martì y nuestro tiempo.
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De: Quico º (Mensaje original) |
Enviado: 31/01/2016 23:25 |
30.1.2016
Reflexiones a propósito de la Conferencia Martiana en Cuba (Por
Atilio A. Boron) Llegó a su término la IIª Conferencia Internacional
“Con todos y para el bien de todos” organizada en La Habana por la
Oficina del Programa Martiano. Este aforismo ha sido a menudo mal
interpretado, como si Martí fuese tributario de una concepción
negacionista de las clases sociales y su conflicto. En realidad era un
fino observador y analista de las sociedades de su tiempo, y sus
fragmentaciones y asimetrías no pasaron desapercibidas a su aguda
mirada. Conocía como muy pocos pensadores independentistas la sociedad
norteamericana, estaba familiarizado con España, donde pasó unos años, y
conocía Cuba como la palma de su mano. También estuvo en varios países
del Caribe, Centroamérica y México y su conocimiento de la región era,
para las limitaciones de su época, realmente impresionante. Con aquella
consigna –“Con todos y para el bien de todos”- Martí quería señalar la
necesidad de dar cuenta de la complejidad de la formación nacional
cubana, integrada por españoles, criollos, afrocubanos y gentes de otras
etnias nativas, y que la república independiente por la cual él luchaba
y por la cual ofrendó su vida tenía que incluir a todas esas
comunidades –no por igual a los campesinos y los terratenientes, va de
suyo- teniendo a la vista el bien común. En suma, proponía para la Cuba
de su tiempo lo que en el lenguaje actual denominaríamos un “estado
plurinacional” tal como, respondiendo a la inspiración martiana, existe
hoy día en Bolivia.
Martí fue cónsul honorario de la Argentina en Nueva York y, por largos años, corresponsal de La Nación de
Buenos Aires en Estados Unidos, desde donde envió penetrantes ensayos
muchos de los cuales fueron luego recogidos, compilados y publicados
bajo el título de Nuestra América. Creo, sin dudarlo, que este notable libro conforma junto con la Carta de Jamaica de Simón Bolívar, y La Historia me Absolverá,
de Fidel, la trilogía fundacional, imprescindible, del pensamiento
emancipatorio latinoamericano. Ajeno a sus enseñanzas, una variante del
marxismo de estas latitudes se precipitó en la ciénaga de un estéril
dogmatismo, incapaz de comprender el crucial problema de la dominación
imperialista para, a partir de su adecuada intelección, desarrollar una
estrategia política adecuada para combatirlo. No sólo eso: sin el
auxilio de Bolívar, Martí y Fidel ese marxismo “doctrinarista y pedante”
-como Gramsci calificaba a una distorsión semejante en los años de la
primera posguerra en Europa- se degradó hasta convertirse en un tosco
determinismo economicista huérfano de cualquier proyecto ético o, más
recientemente, en una metafísica de la lucha de clases: sin historia,
sin estructuras, sin sujetos, puro reino del discurso, la contingencia y
el azar desenvolviéndose en un vacío internacional en donde el
colonialismo y el imperialismo brillaban por su ausencia. Producto de
esas alucinaciones Fidel, Chávez, Evo, Correa asoman en esos relatos
como los villanos que frustran las ansias revolucionarias de las masas y
que, con sus vacilaciones y remilgos pequeño burgueses, impiden el
ascenso –siempre lineal e ininterrumpido, según esta peculiar visión- de
nuestras sociedades desde el infierno del capitalismo hacia los cielos
diáfanos del socialismo.
La
Conferencia ha sido un éxito notable en la empresa impostergable de
recuperar el legado teórico y político de Martí. Una concurrencia
multitudinaria, mayoritariamente joven, de los países latinoamericanos y
caribeños y numerosos contingentes llegados de África y Asia, amén de
los países europeos, Estados Unidos y Canadá, siguió con atención las
intervenciones de las distintas mesas redondas y conferencias. Los
contactos de intelectuales y artistas, y de representantes de partidos y
movimientos sociales se potenciaron; las discusiones de las distintas
experiencias nacionales enriquecieron las perspectivas de análisis y,
en consecuencia, las posibilidades de coordinar internacionalmente las
luchas emancipatorias en Nuestra América salieron fortalecidas. Hubo
excelentes intervenciones de Armando Hart, Frei Betto, “Pepe” Mujica,
Ignacio Ramonet, François Houtart, Federico Mayor Zaragoza, Abel Prieto,
Katiuska Blanco, Pablo González Casanova, Guillermo Castro Herrera,
Fernando Martínez Heredia, Omar González Jiménez, entre otros. La sesión
matutina del miércoles, dedicada a la solidaridad internacional,
alcanzó el registro más emotivo de toda la conferencia al contar con la
presencia de “Los 5” luchadores antiterroristas y sus familiares. Era la
primera vez que estos se reunían con quienes en diferentes países
habían participado en las campañas que culminaron con su liberación.
Fueron cinco discursos breves, concretos y profundos, demostrando que
son cuadros dueños de una impresionante formación, y que sus dieciséis
años de cruel confinamiento carcelario lejos de mellar su voluntad
revolucionaria les sirvieron para afinar las armas de sus críticas. La
sesión culminó con los panelistas y el público entonando con fervor las
estrofas de “La Internacional”.
Parece innecesario
insistir en la asombrosa actualidad del pensamiento martiano. En una de
mis presentaciones citaba algunos pasajes de Nuestra América cuando
para desentrañar las raíces de la rapiña de la Roma Americana su autor
decía que “los norteamericanos creen en la necesidad, en el derecho
bárbaro como único derecho: esto es nuestro porque lo necesitamos.”
Necesitamos petróleo y si este se encuentra en Irak o Venezuela allá
iremos para apoderarnos de ese vital recurso, por las buenas o por las
malas. Toda la doctrina estratégica estadounidense desde la Segunda
Guerra Mundial hasta hoy, y sobre todo después del 11 de Septiembre del
2001, se asienta sobre esa premisa, el derecho bárbaro. Martí lo dijo
hace más de un siglo. Y en relación a los cantos de sirena de proyectos
tales como el ALCA y sus expresiones actuales: la Alianza del Pacífico o
el Tratado Trans Pacífico Martí decía, refiriéndose a la Unión
Monetaria Panamericana -una iniciativa predecesora de aquellas,
propuesta por Washington en 1888-1889- que “quien dice unión económica,
dice unión política… El influjo de un país en el comercio de otro se
convierte en influjo político.” El corolario de esta política imperial,
de anexar de facto a las naciones de la periferia por la vía del
comercio exterior, es la política de combate a los procesos de
integración que la Casa Blanca ha sostenido sin solución de continuidad
desde el Congreso Anfictiónico -convocado por Simón Bolívar en Panamá
en 1826- hasta nuestros días. El ataque estadounidense a la UNASUR y la
CELAC movilizando para tales efectos sus lugartenientes regionales es
inocultable, para ni hablar del ALBA. Ya Martí advertía sobre esta
táctica imperial en las postrimerías del siglo diecinueve al decir que
“lo primero que hace un pueblo para llegar a dominar a otro es separarlo
de los demás pueblos.” La tentativa de debilitar a la UNASUR y la
CELAC, por lo tanto, es el capítulo contemporáneo de la política de
“divide e impera” que Washington ha venido aplicando desde 1826. La
decisión de algunos gobiernos latinoamericanos en el sentido de adherir a
la Alianza del Pacífico en desmedro del robustecimiento de la UNASUR o
el MERCOSUR ampliado demuestra la eficacia de la estrategia de
Washington para reafirmar su hegemonía en el hemisferio dispersando las
fuerzas de sus díscolos vecinos del sur. En la coyuntura actual, cuando
Estados Unidos lanza una fuerte ofensiva para recuperar su influencia en
la región pocas advertencias pueden ser más apropiadas y actuales que
las que Martí plasmara en su célebre carta inconclusa a su amigo
mexicano Manuel Mercado, comenzada a redactar poco antes de su muerte en
combate en Dos Ríos el 19 de Mayo de 1895. En ella Martí decía,
proféticamente, que “ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida
por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con
que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se
extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza
más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré,
es para eso.” Ayer como hoy las ambiciones de Washington en lo esencial
son las mismas: controlar la cuenca del Gran Caribe, incluyendo el Norte
de Sudamérica y, luego, culminar la campaña “cayendo con fuerza” sobre
el resto de América Latina. El imperio no improvisa, y la continuidad de
su política exterior en relación a nuestros países es impresionante.
Sería imposible resumir aquí los momentos más significativos de
estos cuatro días de intensas actividades. Me quedo con unas pocas
perlas que comparto con mis lectores. González Casanova recordando a
Marc Bloch e invitándonos a cultivar la pasión por la esperanza, sin la
cual reinan el conformismo y la resignación. Martínez Heredia diciendo
que ninguna revolución triunfó o fue derrotada sólo por cuenta de los
factores económicos, tal como lo demuestra la sobrevivencia de Cuba en
el “período especial”. Fiel al aforismo martiano que reza que “los locos
son cuerdos”, Houtart dijo que ante el retorno de la derecha (Macri en
Argentina) o la neoliberalización de gobiernos progresistas (Rousseff,
en Brasil) la única opción cuerda y razonable es la radicalización de
las propuestas transformadoras con vistas a iniciar un tránsito hacia un
poscapitalismo, entendiendo por esto, según mi parecer, la
desmercantilización de la naturaleza y los servicios sociales básicos
como la salud, la educación y la seguridad social. Frei Betto cerró su
intervención en la sesión dedicada a Martí y Fidel (en la que tuve el
honor de participar) diciéndole a los chicos de la Unión de Jóvenes
Comunistas y de la Federación de Estudiantes Universitarios allí
presentes: “¡Emborráchense de utopía, organicen la esperanza!” Sin
utopía no hay futuro posible sino la eterna reiteración de un presente
que es una afrenta a la especie humana y una amenaza mortal a la Madre
Tierra. Los “bienpensantes” de nuestro tiempo desprecian a la utopía
como un ejercicio inútil, como un pretexto para el escapismo y la
incapacidad de hacer, supuesta confesión de una patológica ineptitud
para encarar las exigencias de la vida práctica. Pero tal como lo
escribiera Eduardo Galeano, “La utopía está en el horizonte. Camino dos
pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más
allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”
De eso se trata: de caminar, de seguir marchando sin dejarnos arredrar
por las dificultades de la época en que nos toca vivir y por la
ferocidad de la contraofensiva del imperialismo y la derecha en todo el
mundo, y muy especialmente en Latinoamérica y Europa. El “viejo topo” de
la lucha de clases parece haber sido tragado por la tierra. Pero sigue
allí, cavando incansablemente los túneles que debilitan las estructuras
del capitalismo y en el momento menos pensado habrá de reaparecer para
relanzar una nueva fase de ascenso de los movimientos populares. La
dialéctica de la historia nunca se detiene.
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