En primer plano, Fidel Castro. Detrás está Antonio, su hijo (foto tomada de internet)
LA HABANA, Cuba – El pasado 5 de noviembre, CubaNet se hizo eco de un trabajo publicado en el semanario oficialista “Tribuna de La Habana” bajo el título “Los viajes de Gulliver junior”. El particular interés de ese texto está vinculado a que es posible que se trate de una alusión a los recientes viajes realizados a Turquía, Estados Unidos y otros países por el señor Antonio Castro Soto del Valle.
Como ha publicado la prensa independiente, el extenso periplo realizado por el hijo del fundador de la dinastía cubana y el fabuloso tren de vida que lleva –puesto de manifiesto en imágenes colgadas en YouTube y circuladas por Internet– han constituido un legítimo motivo de escándalo para nuestros compatriotas que han tenido ocasión de verlas.
Se sabe que los agitadores castristas, en vista de las escaseces de todo tipo que el cubano de a pie sufre en medio de la miseria en la que está sumido, preconizan las supuestas bondades de la austeridad y condenan el consumismo. Es un secreto a voces que esos cotorrones desconocen qué cosa es predicar con el ejemplo.
Pero, como reza el dicho popular, “no es lo mismo oír hablar del Diablo que verlo llegar”. De manera análoga, hay diferencia entre escuchar rumores sobre la opulenta vida de lujos que llevan los presuntos apóstoles del ascetismo comunista, y ver con los propios ojos cómo los dineros nacionales se emplean para el disfrute personal desenfrenado de alguien que, en este caso –y pese a su encumbrada ascendencia–, ni siquiera ostenta un alto cargo oficial.
Como era de esperar en la adocenada prensa oficialista cubana, sus personeros no se han dado por enterados del escándalo internacional motivado por los actos del referido príncipe de la sangre. De ahí se deriva la satisfacción con que los simples lectores leyeron el mencionado trabajo, salido de la pluma del colega Alexánder R. Ricardo.
Por supuesto que, en “Los viajes de Gulliver junior”, no se menciona el nombre del personaje, ni se ofrecen otros datos específicos que permitan concretar los planteamientos que se hacen. Todo queda en el terreno de las indefiniciones y las vaguedades, en el campo de las dudas y las alusiones más o menos confusas.
Las breves líneas aluden lo mismo a un “gigante” que a un “enano aventurero”. Se califica al protagonista de “primogénito”, condición de la cual –como se sabe– carece el señor Antonio. Las alusiones geográficas no se ajustan a los hechos acaecidos: se mencionan “el Aomori”, las “playas hawaianas”, la “bahía de Sidney”.
Pero al mismo tiempo se denuncian situaciones reales: “Navegar en la flota de papá es un privilegio hereditario”; “allá en su tierra, otros marineros solo ven pasar las gaviotas”. “Gracias a su padre, Gulliver junior viaja bastante seguido”; “una vez en casa no cuenta nada”; “luego agarra el saco y guarda el botín”…
El lenguaje críptico, a ratos poético, de este texto, no resulta usual en la prensa escrita castrista. Los esmirriados periodiquitos cubanos de hoy, como regla con sólo ocho páginas, no constituyen un espacio apropiado para publicar vaguedades como las que figuran en el aludido trabajo. El reducido volumen de esos libelos y su consagración a las tareas de la agitación comunista, determinan que lo habitual en ellos sean las loas descarnadas al régimen, la magnificación de sus raros éxitos y la ocultación meticulosa de los muchos descalabros.
Esto me hace concluir que sí, que la rara inserción de un trabajo inhabitual como ése es indicativo del propósito de los periodistas de hacer alguna alusión, siquiera vaga –pues hubiera sido irreal pensar en algo más concreto–, a los escandalosos viajes del señor Castro Soto del Valle. En ese contexto, sólo corresponde que los felicitemos por su feliz iniciativa.
En primer plano, Fidel Castro. Detrás está Antonio, su hijo (foto tomada de internet)
LA HABANA, Cuba – El pasado 5 de noviembre, CubaNet se hizo eco de un trabajo publicado en el semanario oficialista “Tribuna de La Habana” bajo el título “Los viajes de Gulliver junior”. El particular interés de ese texto está vinculado a que es posible que se trate de una alusión a los recientes viajes realizados a Turquía, Estados Unidos y otros países por el señor Antonio Castro Soto del Valle.
Como ha publicado la prensa independiente, el extenso periplo realizado por el hijo del fundador de la dinastía cubana y el fabuloso tren de vida que lleva –puesto de manifiesto en imágenes colgadas en YouTube y circuladas por Internet– han constituido un legítimo motivo de escándalo para nuestros compatriotas que han tenido ocasión de verlas.
Se sabe que los agitadores castristas, en vista de las escaseces de todo tipo que el cubano de a pie sufre en medio de la miseria en la que está sumido, preconizan las supuestas bondades de la austeridad y condenan el consumismo. Es un secreto a voces que esos cotorrones desconocen qué cosa es predicar con el ejemplo.
Pero, como reza el dicho popular, “no es lo mismo oír hablar del Diablo que verlo llegar”. De manera análoga, hay diferencia entre escuchar rumores sobre la opulenta vida de lujos que llevan los presuntos apóstoles del ascetismo comunista, y ver con los propios ojos cómo los dineros nacionales se emplean para el disfrute personal desenfrenado de alguien que, en este caso –y pese a su encumbrada ascendencia–, ni siquiera ostenta un alto cargo oficial.
Como era de esperar en la adocenada prensa oficialista cubana, sus personeros no se han dado por enterados del escándalo internacional motivado por los actos del referido príncipe de la sangre. De ahí se deriva la satisfacción con que los simples lectores leyeron el mencionado trabajo, salido de la pluma del colega Alexánder R. Ricardo.
Por supuesto que, en “Los viajes de Gulliver junior”, no se menciona el nombre del personaje, ni se ofrecen otros datos específicos que permitan concretar los planteamientos que se hacen. Todo queda en el terreno de las indefiniciones y las vaguedades, en el campo de las dudas y las alusiones más o menos confusas.
Las breves líneas aluden lo mismo a un “gigante” que a un “enano aventurero”. Se califica al protagonista de “primogénito”, condición de la cual –como se sabe– carece el señor Antonio. Las alusiones geográficas no se ajustan a los hechos acaecidos: se mencionan “el Aomori”, las “playas hawaianas”, la “bahía de Sidney”.
Pero al mismo tiempo se denuncian situaciones reales: “Navegar en la flota de papá es un privilegio hereditario”; “allá en su tierra, otros marineros solo ven pasar las gaviotas”. “Gracias a su padre, Gulliver junior viaja bastante seguido”; “una vez en casa no cuenta nada”; “luego agarra el saco y guarda el botín”…
El lenguaje críptico, a ratos poético, de este texto, no resulta usual en la prensa escrita castrista. Los esmirriados periodiquitos cubanos de hoy, como regla con sólo ocho páginas, no constituyen un espacio apropiado para publicar vaguedades como las que figuran en el aludido trabajo. El reducido volumen de esos libelos y su consagración a las tareas de la agitación comunista, determinan que lo habitual en ellos sean las loas descarnadas al régimen, la magnificación de sus raros éxitos y la ocultación meticulosa de los muchos descalabros.
Esto me hace concluir que sí, que la rara inserción de un trabajo inhabitual como ése es indicativo del propósito de los periodistas de hacer alguna alusión, siquiera vaga –pues hubiera sido irreal pensar en algo más concreto–, a los escandalosos viajes del señor Castro Soto del Valle. En ese contexto, sólo corresponde que los felicitemos por su feliz iniciativa.