Cuando le preguntaban cómo le iba en La Habana, una sonrisa socarrona dibujaba su fino bigote.- “¡El Fenómeno, muchacha!”, contestaba.
Legitimado al azar como “el Inquieto Anacobero”, a Daniel Santos le tocó vivir los puntos de giro en la historia musical, mediática y política, que marcaron en paralelo, el rumbo de su vida y la de Cuba.
Este recorte lo guardo de la Bohemia de septiembre de 1946. Te aseguro que fue lo primero que se escribió de él. Entonces decían que era dominicano, porque no era muy conocido aquí.
Fue justo porque Daniel venía huyéndole al terremoto que lo sorprendió en Ciudad Trujillo, un día antes de viajar a Cuba. Estaba en un negocito frente al mar, relajado por las caricias de un par de doñitas tiernas y bañado por la brisa caribeña, cuando la sacudida no respetó la siesta. Pleno mediodía de agosto de 1946, con magnitud de 8.0 en la Escala de Richter.
Ahora, cuando actúa Daniel Santos, muestra su guantelete de yeso que cubre la fractura de su mano derecha.
Como todos los curiosos, Daniel Santos vio con los ojos desorbitados las primeras imágenes del Canal 4 Unión Radio Televisión, en unas pantallas ubicadas en las pulcras vidrieras de un centro comercial.
Fue el 24 de Octubre de 1950 en el Palacio Presidencial, inaugurado por el entonces Presidente de la República, Carlos Prío Socarras. Cómo no recordarle, si este amante del bolero, posteriormente salvó de varias tropelías al Inquieto Anacobero.
Para entonces, algunos decían “pobre radio”, pero fue precisamente ésta, la que catapultó a muchas celebridades desde la capital cubana. Amado Trinidad Velasco, dueño de la poderosa Radio “RHC Cadena Azul”, provocó el debut del boricua.
También la Radiocadena Suaritos, se dedicó a realizar un “tour de force”, atrapando cada vez más radioyentes y los más importantes anunciantes de productos en venta.
Ante los micrófonos desfilaban grandes promesas artísticas y celebridades. Comenzaron con Bobby Capó, Avelino Landín, el trío Tamaulipico, Los Bocheros y Toña la Negra. Ya anunciaban que los próximos artistas serían Nicolás Urzelay, un tenor mexicano que gozaba de gran renombre y seguidamente, una voz que sabe a bolero: Daniel Santos.
Siempre comenzaba con la misma canción: “Anacobero”, del autor puertorriqueño Andrés Tallada. El presentador confunde los términos. “Con ustedes el Anacobero Daniel Santos”. De ahí y de su manifiesta inquietud, ya no hubo marcha atrás.
La voz del “Inquieto Anacobero”, se alzaba con sabrosura, a todas horas, por las esquinas. Hubo su comentario de que al fin y al cabo, La Habana era su tiempo de gozar en paz. Tal vez esa era la excusa para una vez licenciado del ejército del Tío Sam, en cuyas tropas había hecho la campaña del Pacífico del 42 al 46, gastarse “sanamente” todo el dinero ganado, entre burdeles y nightclubs.
Esa chispa boricua, rebotaba en la sonrisa de su amigo Bigote de Gato, en cuyo bar se mataron varios sinsabores. Éste se hizo popular, por pasearse en un auto con anuncios de Bar ¨Tertulia¨, enclavado en la calle Teniente Rey 308 y su amistad con Daniel Santos, iba libre de impuestos.
Bigote de Gato, un asturiano tan cubano, como el boricua lo fue.
Ese si era un espécimen de la bohemia habanera- enfatizaba Bigote, abriéndome bien los ojos, en señal de admiración- pienso que por mí, se hizo famoso. Algunos le atribuyen a esa guaracha ¨vulgar¨, el brinco de Daniel Santos a la fama. No había victrola automática de las que inundaban La Habana, que no rayara -automáticamente- la misma composición.
“Bigote é gato es un sujeto,
Que vive allá por Lúuuyano…”
Alguien le llamó a su estilo, un desaliñado modo de cantar. Eran inflexiones medio extrañas que atrajeron la atención del público desde esa primera vez.
Ese era él. Confiado de su gracia. De sencillo porte en el escenario, maneras suaves. Una sólida expresión en la voz, en el rostro, en la boca.
Los aplausos comenzaron a estallar después de esa primera función. Aquí llegaron a decir que “estaba untao”. Resguardado contra el polvo para el mal. Por lo que esta la fiesta cubana, no se la aguaba nadie.
Cuba era para él, como un escenario natural. Si algo tenía es que tan bonachón, con su mano suelta se lo gastaba todo, hasta el forro. Vivía a las anchas. Si no tenía, también.
Se le veía en los sitios de más baja ralea, a los que la prensa llamaba eufemísticamente ¨más modestos¨, no sin destacar, que él siempre terminaba en pleitos frente al agente de la autoridad más próximo al lugar.
Así, iba haciendo su “guisito” en La Habana, según se pudiera. De vez en cuando caía también una incursión por el interior de la República, hasta que un buen día, le tocó. El borinqueño grabó de un tirón varios discos. Pero ninguna pegó tanto como ¨Bigote é gato¨.
Una racha de oro. Siete meses pasaron en pleno estallido de victrolas. El hecho no escapaba al oído atento de los competitivos empresarios de la radio cubana. Cuanta fonda o club de esquina sin disimular la preferencia, reponía sus canciones una y otra vez, con trago en mano.
La bolsa de todos engordó. También la de él. Aunque, eso de no sufrir privaciones, no era nada permanente.
Dos emisoras quisieron contratarlo a la vez, al notar la preferencia entre los asiduos a los Cafés de esquina. Una, Radiocadena Suaritos y la otra, Radio Progreso.
¨Me decidí por la de Suaritos, porque me gustaba más su sistema de trabajo”. –dijo el boricua a un diario local.
Agradecido por los anuncios que le llovían en Suaritos, ante tal explosión de popularidad, el empresario Laureano Suárez le regalaba 100 pesos todas las semanas, más el sueldo de $600 mensuales que rápidamente fue aumentado a algo más de $ 1000.
En la ciudad más bailadora del mundo, si no hay excusa, se inventa un guaguancó. Es la que pudiéramos llamar, su pasión dominante. Más de una veintena de Academias de Baile, precedidas por unos 7 000 bares y salones para danzar, fueron abiertos en toda la isla del desenfreno desde la Ley Seca, vigente en los Estados Unidos entre 1920 y 1933. La fiesta no paró.
Nuevos establecimientos abrían de esquina en año. En la noctámbula Habana, en muchos casos, las academias de danza encubrían antros de prostitución y petimetres. Sensualidad y lujuria. Aquí el que baila gana.
Por eso cuando Manolo Fernández lo mandó a la Academia de Baile, Daniel se preguntó en voz alta: – ¿A cuál voy, mano?
Manolo, era el hijo de Domingo Fernández, el dueño de Radio Progreso desde 1929, quien lo invitó a quedarse con esa onda sonora, después de salir de Radio Cadena Suaritos.
Sin imaginar lo que sucedería después del próximo encuentro, se detuvo unos segundos a ver pasar los autos desde la acera. Al llegar a la Academia de Marte y Belona, ya varios clientes engalanados, compraban los tickets a la entrada. Uno por cada baile, adentro le aguardan las muchachas. Ellos elegían a su pretendida acompañante, otorgándole una papeleta por cada pieza musical. Al cierre armónico de cada canción, la muchacha garantizaba con su gracia y simpatía un reenganche bailable.
De allí, podrían surgir nuevos amores, compromisos, aventuras y cuando menos, el dinero para comer. Antes de irse, cada una le entregaba al responsable de la caja registradora esos tickets, recibiendo un abono monetario. En consecuencia, había que moverse bonito.
Como en Cuba, Daniel también la pasó difícil, entendió claramente cuando los muchachos de Rogelio Martínez le explicaron que no querían perder el trabajo de la Academia, por irse a aventurar con él. Hay familia que mantener.
En Radio Progreso los músicos sólo ganaban un dólar por presentación. O sea, diez centavos por cada integrante, incluyendo la administración. Eso le pagaba en ese momento, a una orquesta venida a menos.
Tras agotadoras jornadas, hacían algunas presentaciones para tomarle el pulso a la gente. Este pueblo deliraba con ellos. Él creía que lo que le faltaba a la Sonora Matancera, era un buen cantante. Por eso al unir sus estilos, sencillamente, ¡la pegaron!
-“Hay quienes sostienen que yo hice a la Sonora Matancera¨, solía decir sonreído.
La abundancia pronto lo hizo entrar en ¨clase¨, como casi siempre pasa. Ahora, estaba viviendo en un exclusivo edificio del capitalino residencial del Vedado. Caminaba por La Habana, vistiendo de dril blanco, calzado con zapatos charol y frecuentando lujosos centros nocturnos. Los diarios, reseñaban su ¨evolución¨.
¨Tal vez influenciado por la seriedad que “Suaritos” mantiene en su emisora, Daniel Santos ha variado radicalmente su método de vida. Ya no es aquel turbulento muchacho de siempre dispuesto para la “bachata”.
Ahora se comporta de manera distinta: visita aristocráticos clubes, cultiva amistades de la mejor sociedad, aunque no olvida tampoco a sus amigos de los días difíciles. Y por las tardes, su elegante departamento, es asaltado por educandos de un colegio vecino, que van a pedirle el autógrafo, admirados y agradecidos porque ya en plan de hombre serio y bueno, ha compuesto una pegajosa canción cuya letra contiene muy sanos consejos para la niñez.
En La Habana de sus amores le iba tan, pero tan bien, que decide quedarse. Cada noche y madrugada en un cabaret. Para los amaneceres estaba Las Vegas. Después de sus show y pertinentes juergas, los artistas encaminaban sus pasos hasta la descarga, que cerraba a las seis de la mañana.
Una pequeña cafetería contigua, en la esquina de la propia calle Infanta, los recibía con café y pan caliente con mantequilla, cuando ya el sol acribillaba los ojos de los trasnochadores y algunos niños caminaban soñolientos para la escuela, de la mano de sus padres.
Dicen sus amigos músicos, que de ahí se salía para la casa de algunos ellos, a tirarse en el piso con sus hijos pequeños. Le encantaba eso de jugar a los yaquis con los muchachos, donde él siempre terminaba ganando.
Su popularidad atraía, por lo que se le ocurrió enseguida, tener su propio bar.