Era evidente que, tras los recientes triunfos electorales en Argentina y Venezuela, la derecha continental iba a concentrar sus esfuerzos en la elección boliviana del próximo 21 de febrero. Ese envalentonamiento tiene una explicación concreta: golpeando con certeza a Morales se terminaría de debilitar el “bloque posneoliberal”, es decir, aquellos gobiernos que, a lo largo de la última década, han impulsado una serie de transformaciones sociales y económicas, impulsando economías favorables para las mayorías. Ese es el cálculo que, a esta hora, debe explicar cualquier análisis sobre lo que suceda en Bolivia, independientemente de la orientación ideológica de quien lo firme.
La nueva “guerra sucia” contra Evo inició semanas atrás con una campaña de prensa sobre un hipotético “tráfico de influencias” de Morales en beneficio de una ex novia suya, Gabriela Zapata Montaño. La operación se caía apenas explicado el escenario global, algo que hicieron pocos medios: Morales se había distanciado de la jóven en 2007, ingresando Zapata Montaño en 2013 -es decir, seis años después- a la empresa china CAMC Engineering Co, que, vale la pena decir, no depende del Estado boliviano. "Estamos convencidos de que todo esto viene de Estados Unidos",dijo Morales explicando su visión del tema al canal Bolivisión, para luego decir que anteriormente "era acusado de sedición, narcotráfico y terrorismo y ahora, como no tienen nada que inventar, me señalan por tráfico de influencias".
Pero la desinformación operada por los artífices de la campaña del NO continuó, incluso con operaciones casi de principiantes. La oposición circuló dos fotografías falsas que replicaron algunos periodistas. Una, intentando hacer ver a Morales con Zapata Montaño, en un encuentro reciente que jamás ocurrió: la foto mostraba al presidente con Mayra Medinacceli, quien fuera personal de seguridad. Otra, una operación de baja calaña de parte del empresario cementero y ex candidato presidencial Samuel Doria Medina, circulando una factura falsa según la cual Evo Morales habría gastado 1400 pesos bolivianos -unos 200 dólares- por un corte de cabello. Como se ve: todo suma desde el punto de vista del NO a la operación de erosión presidencial, intentando instalar ideas como nepotismo y corrupción cerca de Morales, a fin de volcar el número de indecisos -un 15% apróximandamente- a la negativa. La idea parece ser: “Yo instalo y difundo. ¿Quién se va a enterar después de la desmentida si el gobierno no maneja a los medios de comunicación?”. Como se ve, una lógica a todas luces perversa, equiparable al “todo vale”.
Sin embargo, el despliegue de una ayuda externa para confrontar con Morales resulta notablemente más relevante para los intereses de Washington que las tropelías de Doria Medina y compañía: la agencia norteamericana NED, auspiciosa contribuyente de diversas desestabilizaciones en nuestra región contra gobiernos nacional-populares, progresistas y de izquierda, desembolsó unos 8 millones de dólares entre 2003 y 2014 para financiar a dos decenas de ONG´s bolivianas -según cifras oficiales-. Una de ellas, la Asociación Boliviana de Ciencia Política, presenta a su titular participando activamente de la campaña del NO.
La NED juega fuerte porque cree que es el momento para golpear a Morales, quien hasta esta elección cuenta con un impresionante handicap electoral propio: 53.7% en 2005, 64% en 2009 y 61.3% en 2014. Sería, por tanto, el “brazo ejecutor” de una política que EE.UU. ya no ha podido implementar de forma presencial desde la expulsión del embajador Philip Goldberg, en 2008, tras ser declarado “persona no grata” por el propio Morales. Pero los fondos, como se ve, siguen arribando, independientemente de embajadores, contando con ejecutores de veinte ONG`s, medios de comunicación afines y un conjunto de políticos que está dispuesto a llevar una campaña por un referéndum a los lugares más oscuros posibles.
Esto nos lleva a una conclusión final inocultable: la elección del próximo 21 de febrero no sólo tendrá repercusiones dentro de Bolivia, sino a nivel regional. Mientras las fuerzas progresistas anhelan un triunfo de Morales, que frene la “primavera” de las derechas tras las elecciones de Argentina y Venezuela, los sectores conservadores son conscientes de que un triunfo del NO sería la reafirmación de un nuevo giro en la política latinoamericana. Y Washington, como vemos, tiene posición tomada en la contienda: apalancar la “guerra sucia”, incrementar las líneas irregulares de financiamiento, e intentar promover una derrota del “bloque posneoliberal”. Evo cuenta con una ventaja: aún con todas estas mediaciones, será sólo el pueblo boliviano el que defina su lugar en la historia.