Tom Watkins es un adolescente como tantos otros en el mundo. Vive en una gran ciudad, tiene novia, habla poco y viste ropa con dejes hiphoperos. Pero hay algo que distingue a este quinceañero holandés de la mayoría de los chavales de su edad. Tom no come hamburguesas, ni patatas fritas, ni espaguetis, ni Doritos. Tampoco pescados a la plancha o verduras al vapor. Sólo frutas y verduras crudas.
Su madre, Francis Kenter, decidió adoptar la dieta crudivegana cuando Tom tenía cinco años, y una década después mantiene su convicción de que ingerir productos cocinados o de origen animal es perjudicial para la salud. Médicos y miembros de los servicios sociales aseguran que esta práctica está limitando el crecimiento de Tom y puede causar daños irreparables en su organismo, por lo que tratan de quitar a Kenter la custodia de su hijo. Pero el adolescente asegura que come así porque quiere, no porque ella le obligue.
Éste es el apasionante punto de partida de Rawer, un documental holandés que se estrena este fin de semana en España dentro del festival de cine y gastronomíaFilm&Cook. La película, segunda parte de un documental anterior titulado Raw ("crudo" en inglés), vuelve a entrar en la intimidad de esta familia para contar sus razones, su vida cotidiana y su pelea con el Estado para mantener sus posiciones dietéticas. Y a la vez toca temas tan sensibles como los derechos de los padres y los hijos, la educación o los límites de la libertad personal.
"Después de grabar Raw, seguí en contacto con Tom y su madre", relata la directora de ambas películas, Anneloek Sollart. "Un día Francis me llamó por teléfono para contarme que los servicios sociales para el bienestar infantil le acusaban de negligencia materna. En el hospital decían que Tom estaba malnutrido, pero ella no estaba de acuerdo y seguía sin querer cambiar su dieta. En ese momento supe que tenía que cerrar el círculo y hacer una secuela".
Cariño, se me ha encogido el niño. / RAWER
Francis asegura en el documental que el pescado está "repleto" de mercurio y causa esquizofrenia, comer carne produce cáncer, los cacahuetes están contaminados por un hongo chunguísimo y los lácteos son bombas de hormonas que causan un crecimiento anormal en los niños. Este último argumento le sirve para justificar la corta estatura de Tom, que según los médicos podría ver reducida su altura en 12 centímetros por culpa de su dieta, pobre en calorías, proteínas, calcio y ciertos tipos de grasas. “Tiene los síntomas de malnutrición de un niño africano”, dice una especialista que aparece en el documental. La situación es acuciante porque los daños en la formación de los huesos entre los 10 y los 20 años son irreversibles, hecho que, sumado a los intentos de Francis de sacar de la escuela a su hijo para educarlo en casa, empujan a los servicios sociales especializados en la infancia a llevarla a los tribunales.
Cuando empiezas a ver Rawer, esta crudivegana bien te puede parecer una chiflada obsesionada por los supuestos efectos perjudiciales de muchos alimentos. Pero lo bueno del documental es que no te deja tomar partido con tanta comodidad. Francis se muestra en todo momento como una madre cariñosa, nada estrafalaria, preocupada de verdad por su hijo y lo suficientemente valiente como para enfrentarse al mundo para defender las posiciones que ella considera correctas. Algunas de las preguntas que plantea parecen bastante sensatas: ¿por qué el Estado quiere quitarle a su hijo mientras permite que miles de padres alimenten a los suyos a base de comida basura, cuyos efectos perniciosos sobre la salud están de sobra demostrados? Si una madre nunca dejaría a sus hijos pequeños tomar alcohol, fumar o tomar drogas, ¿por qué ella debe alimentar al suyo con productos que considera igual de perjudiciales?
La admiración de Francis por David Wolfe, gurú estadounidense de la raw food que defiende toda clase de majaderías acientíficas -como la relación entre el dolor crónico o el cáncer con la ingesta de alimentos cocinados- no deja a esta señora en una posición muy creíble. Tampoco los ayunos a los que somete a su perro cuando tiene infecciones de oído “para que su cuerpo se concentre en combatir la enfermedad”. Ahora bien, otros personajes que desfilan por el documental ponen de relieve que el asunto no es tan simple como el de una madre tarada con un niño víctima. El padre de Tom, por ejemplo, dice no estar de acuerdo con la dieta crudivegana, pero insiste en que acusar a su ex mujer de negligencia es absurdo. Y una asistente social se pregunta si a la larga no sería peor para el bienestar del crío verse separado de su madre que crecer 12 centímetros menos.
El gurú charlatán y el perro que ayuna. / RAWER
"Aspiro a que cuando veas la película tengas que admitir que no es sencillo resolver este problema", explica Anneloek Sollart. "Francis pone sobre la mesa algunas cuestiones interesantes, como la de los niños alimentándose de comida basura en las escuelas. ¿Pero está yendo demasiado lejos? ¿Cuándo tiene que intervenir el Gobierno? ¿Cuándo estás haciendo más mal que bien? Es muy complicado. La película va sobre todas esas cuestiones, pero sobre todo trata sobre la cercana y asfixiante, pero también amorosa, relación entre una madre y su hijo".
En un exquisito ejercicio de imparcialidad periodística, Sollart se limita a exponer para que el espectador saque sus conclusiones. "Mi opinión no es importante, sólo soy una directora de documentales. Espero que con esta película la gente empiece a pensar en sus propios hábitos alimentarios y reflexionen sobre la manera en la que vive Francis. Fue realmente importante para mi en la película no tomar partido, ese no es mi trabajo. Yo les doy todo tipo de comida a mis hijos, y estoy muy orgullosa de que les guste comer de todo. Francis sabe que yo pienso diferente, porque siempre he sido muy honesta con ella, pero me creyó cuando le dije que nunca tendría la intención de juzgarle en la película".
Tom con su hermano Ben, que se largó con su padre para dejar de comer lechuga. / RAWER
Si Raw fue polémica en Holanda, Rawer lo fue aún más. Su emisión en televisión generó una gran controversia, en especial por la decisión de Francis de desescolarizar a Tom. "Todos los periódicos y telediarios se hicieron eco de la noticia, y las cosas fueron aún peor: los servicios sociales decidieron llevar a Tom a a un hogar de acogida. Francis huyó con su hijo y durante un par de días nadie supo dónde estaban. Entonces les asignaron un mediador, y Francis y los servicios sociales empezaron a buscar una solución juntos. Ahora Tom ha vuelto a ir a la escuela un día a la semana para poder quedarse con su madre".
Ha pasado más de un año desde que se estrenó el documental, y según Sollart, Tom está bien. "Por lo que sé, todavía es crudivegano. No estamos seguros de si llegará a ser tan grande como los otros chicos. Probablemente seguirá siendo más bajito que sus amigos".