“Al amanecer de San Juan se reunían en los inmediatos ríos de la población personas de ambos sexos y colores y después de bañarse entraban en la ciudad con alegría, montados en caballos, en mulos o en burros encintados y llenos de campanillas o cascabeles que entraban por la calle de San Tadeo comenzando la diversión, viéndose después las comparsas de la calle del jabalí, las danzas de las cintas y el complot de los brujos que siempre atraía a multitud de muchachos (sic)”, así describía un jolgorio típico oriental, el patriota e investigador cubano Emilio Bacardí Moreau, en su texto Crónicas de Santiago de Cuba, que data de 1929.
Entre los años 1914-1930, en La Habana, la clase dominante estimuló la creación de un sitio para un jurado que confería premios variados y la habilitación de áreas privilegiadas para contemplar los paseos. Las carrozas eran construidas por las firmas comerciales importantes y en ellas bailaban sus empleadas más bellas, al compás de una orquesta, según el estilo de algunos festejos estadounidenses. En esta etapa emergió el sentido eminentemente mercantilista y propagandista que alcanzó el carnaval habanero en las décadas de los años 40 y 50 de la pasada centuria.
“Como espectáculo las comparsas habaneras contienen elementos estimables. Estéticamente, el arte se da en su conjunto: en sus cortejos para la procesión, en sus trajes de colorines, imitando vestidos nacionales, fantásticos o alegóricos […] en sus farolas brillantes y en sus músicas y canciones, todo ello compuesto de artistas […]”, escribió Fernando Ortiz, el 4 de febrero1937, en un informe de la Sociedad de Estudios Afrocubanos, institución que presidía, en el cual aclaraba al alcalde de la ciudad algunos puntos sobre la validez de las fiestas populares tradicionales.
En la encrucijada de las fiestas
La población cubana gusta de sus festejos, pero no siempre se muestra satisfecha con lo que son en realidad
En septiembre de 2006 BOHEMIA publicó en esta misma sección un amplio reportaje sobre la temática que nos ocupa. Casi una década después, interesada por el destino de las festividades populares tradicionales cubanas, regresa sobre el asunto con nuevas inquietudes.
La doctora en Ciencias Etnográficas Virtudes Feliú, con su vasta experiencia como jurado de carnaval y miembro de la Red Internacional de Investigadores de Fiestas (con sede en Barquisimeto, Colombia), corroboró que poco, o nada, cambió el panorama descrito hace dos lustros.
En Cuba las fiestas populares tradicionales que predominan son los carnavales, los cuales se celebran en un mayor número de provincias. Las charangas abarcan solo una localidad del occidente cubano y las parrandas son típicas en distintas áreas del centro de la Isla.
El mustio color de algunos festejos lo confirmaron encuestas aplicadas a cerca de 300 personas de todas las regiones del país, entre 15 y 65 años de edad. El sondeo evidenció que poco más de 60 por ciento de los consultados no consideró sus festividades como un espacio de diversión idóneo; y estimaron que aun cuando continúan apegadas a la tradición, persisten dificultades a nivel organizativo que afectan la concurrencia. Según expresaron algunos, su presencia en ellas atiende a que “no hay otra cosa”, como declaró un joven universitario de Sancti Spíritus.
La mayoría de los entrevistados coincidió en que los servicios gastronómicos no tienen la calidad debida y, a la vez, son caros en relación con el nivel adquisitivo de la población. Asimismo, una porción notable anotó que se enteró de las actividades de sus fiestas populares tradicionales a través de familiares, amigos o conocidos, y en menor medida por una programación cultural específica o los medios de comunicación (MCM).
La familia, la escuela y los MCM constituyen las principales vías para transmitir tradiciones; pese a que las circunstancias no pintan tan fatales en este rubro, sí queda como tarea pendiente generar programas de estudios para la enseñanza regular que incluyan saberes sobre costumbres y cultura popular. La labor de divulgación todavía es limitada, las radioemisoras locales y nacionales tienen un paso adelante en relación con la televisión, pero no es suficiente.
Algunos de los entrevistados identificaron como una fórmula para estimular las fiestas, la realización de un trabajo sostenido en las comunidades. Así piensa también la doctora Feliú: “Las comparsas que conservan un trabajo comunitario se mantienen vitales; las otras tienen que salir un mes antes a captar gente”, precisa.
Alrededor de dos tercios de los encuestados apreciaron que sus fiestas son atractivas desde el punto de vista estético, a pesar de las limitaciones de recursos materiales; y, con una u otra alteración del orden público se desenvuelven de manera bastante segura.
Tras la conga santiaguera
Más de 90 por ciento de los consultados en el oriente cubano distinguieron a los carnavales como sus fiestas populares tradicionales de mayor significación, aunque marcaron distintas propuestas sugerentes como la Jornada Cucalambeana, las Romerías de Mayo, la Fiesta Iberoamericana y la del Fuego.
Asimismo, de manera general señalaron que los carnavales no satisfacen a plenitud las exigencias en cuanto a oportunidad de recreación, la forma de preservar la tradición, el nivel organizativo, la calidad estética y las ofertas culinarias.
No obstante, es evidente el fuerte sentido de pertenencia a sus festividades que manifiestan los oriundos de Santiago de Cuba. “Los carnavales de mi tierra no me los pierdo jamás, y los de este año menos. En realidad me he ausentado solo dos o tres veces en los casi veinte años que vivo en La Habana”, comento Luis Alberto Fuentes, un santiaguero de 50 años.
Con vistas al aniversario 500 de la ciudad, las instituciones de Cultura, las autoridades del gobierno provincial y las organizaciones políticas y de masas revitalizaron aspectos de los festejos.
Después de algunos años de suspensión, se restableció el carnaval acuático en todo su esplendor. Además de abarcar la zona de la bahía, incorporó las comunidades costeras de Sigua, Siboney y Mar Verde. En el malecón los lugareños disfrutaron de las competencias del espectáculo marítimo con un sugerente desfile de carrozas náuticas que simultaneó con el certamen de las carrozas terrestres y la velada de los fuegos artificiales.
De igual modo, se recobraron verbenas y áreas del carnaval para los adultos, perdidas en décadas anteriores. Tras una ausencia de un cuarto de siglo, volvieron los paseos y las comparsas a la Avenida de La Alameda. Sobresalen en las festividades la presencia activa de colectivos centenarios como las congas de Los Hoyos y Guayabito, y las comparsas Olugo y Carabalí Izuama, entre otros grupos folclóricos de relieve, mientras integran elementos novedosos enriquecedores de la identidad de esa región. Entre ellos los Hombres Carrozas, agrupación dirigida por Elio Miralles que, en poco más de una década, ha logrado impresionar por conjugar los principios esenciales de la cultura autóctona local y de la nacional; en tanto, evidencian buen gusto estético y conceptual.
El gremio de los tocadores de corneta china se instituyó con motivo del centenario de la irrupción de este instrumento en los festejos, a modo de homenaje a sus cultores. La reciente fundación en octubre de este año de la Red de Carnavales del Caribe durante la Fiesta del Fuego, estimula los nexos de cooperación entre las naciones del área que organizan iniciativas artísticas similares.
Imágenes de las congas arrollando por las calles, de la cadencia impetuosa de las comparsas, del colorido de las carrozas y disfraces, junto con los objetos y los instrumentos propios de la fiesta santiaguera, poseen un espacio para la memoria en el repertorio documental que atesora el Museo del Carnaval, otro de los proyectos atendidos con interés por el gobierno local. Único de su tipo en Cuba y remodelado como parte de las conmemoraciones por el medio milenio de la villa, resguarda el acervo patrimonial, legitimado a lo largo de casi cuatro siglos existencia de los festejos.
Aires de espectacularidad se aprecian hoy en una festividad que ha elevado de manera excepcional la estética de los vestuarios, las carrozas, las comparsas y sus coreografías, y la organización. “Mi Santiago estaba lindísimo, arregladito, todos los comercios engalanados. Se sentía un ambiente de fiesta agradable en cualquier calle”, rememoró Gloria Peláez, santiaguera hasta la médula.
Pese a sus muchos logros todavía este carnaval adolece de indisciplinas en el comportamiento ciudadano y subsisten actos violentos. “Perdí a mi hermano menor hace tres años, en una riña callejera”, confesó a BOHEMIA Gladys Milagros Suárez, conmocionada por la pérdida.
Como todo evento cultural la fiesta santiaguera transita por fortalezas y dificultades. Es una suerte que prevalecen las primeras; no por gusto el festejo fue declarado Patrimonio Nacional.
¡Llegaron los carnavales!
Rogelio Aguilar, un trabajador ferroviario de 65 años de edad, rememora aquellos de los años 70: “Yo era un pepillón y me iba con algunos socios y las novias por ahí cerquita de la calle Prado”, añadió cuando lo abordamos en las inmediaciones de la habanera Terminal de trenes de La Coubre.
“Este año fui solo una vez, para que los nietos supieran cómo es eso del carnaval. Pero qué va, ya apenas hay paseo, tomarse una cerveza es un rollo y la comida… carísima”, concluyó este capitalino de pura cepa, alegre y dicharachero que no suele perder una ocasión en la que la música, el baile y la buena mesa sean los protagonistas de la velada.
En nuestra pesquisa hallamos personas a quienes no les interesa el carnaval, pero otras expresaron su deleite por él y sienten profundamente cada uno de los dilemas que hoy experimenta. Entre los habaneros encuestados 80 por ciento lo identificó como su fiesta popular tradicional por excelencia. Pese a que el actual paseo para el desfile de carrozas abarca solo unas cuadras, se evidenció una cifra elevada de seguidores.
Un número significativo de consultados valoró que en la actualidad la festividad tiene mayor organización y seguridad ciudadana, por el empeño de los agentes del orden, pero todavía persisten las riñas y otras alteraciones que afectan el desenvolvimiento de la celebración en un espacio tan reducido.
“Hemos perdido muchos elementos de nuestras fiestas populares tradicionales por la ignorancia y los prejuicios de algunos decisores de las instituciones”, afirma la doctora Virtudes Feliú. (Foto: LEYVA BENÍTEZ)
A otra “situación bastante preocupante” se refirió la doctora Virtudes Feliú: “Hemos hecho investigaciones sobre el carnaval in sito y resulta que muchas personas lo han amado como su tradición original, pero hoy los rechazan”.
Amén del inmovilismo de algunos, y por el esfuerzo de otros, el carnaval habanero acontece en cada período estival ininterrumpidamente, luego de la suspensión ocurrida en la década de los 90, ante la situación económica del país. Sin embargo, todavía las direcciones municipales de Cultura no apoyan lo suficiente a las comparsas de sus respectivas localidades; en la práctica, solo intentan satisfacer la demanda de esparcimiento de los habitantes con la organización de algunos conciertos y bailables.
Es importante que en cada localidad, al menos los fines de semana, se presenten agrupaciones que solo se muestran una vez al año, durante el carnaval. Ello contribuiría a que los diferentes municipios se identifiquen con alguna comparsa.
Las limitaciones económicas perjudican; no obstante, diversos problemas ocurren por la falta de iniciativa y gestión de quienes organizan y programan los festejos carnavalescos. Al mismo tiempo ciertas propuestas han intentado enriquecer el lucimiento de la fiesta, como la presencia de parranderos del centro del país y de los hombres carroza de Santiago.
“En la capital el sentido de pertenencia en relación con el carnaval es bastante bajo, dado por la migración desde todas las provincias”, afirma la doctora Feliú. Esas personas no solo desean practicar en La Habana sus tradiciones autóctonas, también las cultivan entre sus descendientes, y a su vez ellos quieren mantenerlas, por ejemplo, arrollar detrás de las comparsas, para lo cual se necesitaría mayor espacio que el actualmente asignado.
Además, en los carnavales falta una representación de las etnias que conforman la nacionalidad cubana, como la ausente Danza del Dragón, de los descendientes chinos en la Mayor de las Antillas, que en otras épocas sí estuvo. Tampoco se incluyen las sociedades españolas, árabes, y otras, relegadas por la inexistencia de un programa verdaderamente inclusivo.
Que levanten la mano los peques
Involucrar a los más jóvenes en el conocimiento de la cultura popular es una asignatura pendiente. (Foto: LEYVA BENÍTEZ)
Desde los 60 y hasta mediados de los 80, el carnaval infantil era un momento de expectación para niños y niñas. Muchos participaban disfrazados, unos con trajes sofisticados, o con innovaciones graciosas, resultado del ingenio casero de madres y abuelas.
“Las vacaciones más divertidas de mi infancia las pasé en 1981, en el verano que cumplí los nueve años de edad. Todo resultó emocionante, desde los ensayos con la profe Iraida Malberti hasta enterarnos que abriríamos el carnaval infantil y todas las jornadas nocturnas del festejo para adultos”, evoca una periodista habanera.
Históricamente las fiestas carnavalescas infantiles antecedían a la de los mayores, desde hace unos años en La Habana se dejan para el final y pareciera que el hecho de convocarlos responde a una exigencia forzosa. Así se percibió en los celebrados el presente año: las tribunas y palcos fueron desmantelados y la familia en pleno “mal disfrutó” el espectáculo de pie, bajo un inclemente sol.
Bárbara Maricely González, de 43 años de edad y doctora especialista en Medicina General Integral, del habanero municipio de Plaza de la Revolución, reflexiona: “Años atrás todo era muy sano, desfilaban las carrozas y las comparsas con las muchachitas y los muchachitos, y los movimientos de danza eran normales, acordes con sus edades; ahora las pequeñas bailan de una manera muy sensual, se percibe una sexualización de las niñas”. Y concluyó: “Hoy se mal llama ‘carnaval infantil’, pero está diseñado para los adultos, con expendio de bebidas alcohólicas. Y los muñecones, que siempre fueron grotescos, pero simpáticos, ya no son tan atractivos”.
Sin embargo, para beneplácito de muchos, no corrió la misma suerte el festejo infantil en Santiago de Cuba (deteriorado en los últimos lustros) que se revitalizó como parte de las actividades por los 500 años de la ciudad y dedicó varias jornadas a consolidar el relevo encargado de perpetuar las tradiciones.
Las comparsas de niños y niñas brotan del barrio, donde aquellas compuestas por adultos preparan al relevo y garantizan la preservación de la tradición. Un trabajo admirable en este sentido lo realizan los Guaracheros de Regla, creadores de los Guaracheritos, una verdadera obra de transmisión del legado cultural.
De charangueros y parranderos…
Aún la fiesta bejucaleña atrae por su espontaneidad, mas desde hace unos años el fulgor que la caracterizó ha decaído paulatinamente al convertirse en una celebración influida por lo comercial. Las irrupciones de los habitantes de pueblos vecinos ya no ocurren tanto como en las décadas doradas. La fiesta y su organización se han deteriorado.
Por tal razón, desde hace algún tiempo la dirección de Cultura de esa urbe mayabequense organiza encuentros para el debate e intercambio de ideas, en los cuales investigadores, especialistas, historiadores, promotores culturales y portadores de tradiciones exponen iniciativas para contribuir a revitalizar la fiesta más popular de los bejucaleños.
Sin duda, las parrandas se mantienen más vitales, aunque con tropiezos por las limitaciones económicas y los contratiempos en el orden logístico. Los parranderos trabajan para ella durante todo el año con el objetivo de que sea un éxito, recorren cuanto lugar sea preciso en búsqueda de lo necesario para los trabajos de plaza.
Pero todo no es color rosa. En Remedios por lo general las ofertas gastronómicas no son óptimas y tampoco guardan relación con el precio. Así lo cree el veinteañero Jordan Pérez Sáez, quien igualmente considera: “Las pasadas parrandas carecieron de calidad, no estuvieron a tiempo las carrozas ni los trabajos de plaza”.
En otras localidades parranderas también los vecinos piden soluciones más atractivas a la necesidad de esparcimiento; y coinciden en la urgencia de revitalizar las fiestas populares, con las nuevas generaciones como sus protagonistas.
“El complejo parrandero fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación en el año 2013; sin embargo, como otros muchos festejos de la cultura popular y tradicional, comenzó a principios de los 90 a manifestar una descontextualización y, quizás, el desapego de una comunidad que de portadora devino un tanto espectadora, algo que supone una contradicción”, refiere Erick González Bello, investigador y director del Museo de las Parrandas.
Esta fue la razón por la cual a principios de la mencionada década se creó una asociación de parranderos de Remedios y Zulueta. Aunque al poco tiempo se disolvió, proyectos de este tipo pueden allanar el camino de la revitalización de esta fiesta popular. En ese sentido González Bello y el también investigador Juan Carlos Hernández Rodríguez promueven talleres de música, artesanía y oralidad con niños y niñas de las escuelas primarias de la llamada Octava Villa. “Hemos logrado que se reconozcan como responsables de su tradición. Ya es un paso de avance y algo que estamos tratando de hacer entender la dirección de Cultura y el Museo de las Tradiciones -enfatiza-. El máximo responsable del Patrimonio cultural e inmaterial es el pueblo que porta esa tradición por siglos”.
Lentejuelas y remiendos
Cuando las personas no pueden mantener sus tradiciones, ineludiblemente las sustituyen por otras. Cada vez más se difunden ofertas, muy seductoras para muchos -en especial los jóvenes-, pero a la par, devastadoras de la tradición. Son comunes las casas particulares que organizan fiestas con servicio de transporte para facilitar la llegada al lugar.
Y no es que las propuestas del sector privado no convivan con aquellas estructuradas por las instituciones culturales oficiales, por el contrario, todas las iniciativas pueden coexistir mientras predomine lo autóctono de nuestras costumbres, idiosincrasia y cultura.
No ocurre así con las fiestas de Halloween -práctica incipiente en algunas localidades cubanas-, las cuales son manifestaciones totalmente distantes de nuestros conceptos identitarios, pues sus expresiones simbólicas en nada se aproximan a la memoria histórica del cubano y lo que somos hasta hoy.
Es justo señalar que se percibe un florecimiento del deseo de festejar las tradiciones en distintas áreas y provincias, incluso, en lugares que por razones económicas no cuentan con todo el apoyo de las instituciones. El municipio habanero de Guanabacoa lleva casi un lustro celebrando un carnaval y la costera localidad de Regla efectuó, en el presente año, su primer intento.
Las fiestas no alcanzan a cubrir todas las expectativas de los cubanos, y a pesar de que ninguna acción de esta índole se halla suspendida en el aire, pues se necesitan recursos humanos, financieros y materiales muy específicos, está faltando capacidad de innovación y ganas de trabajar y crear.
“Las tradiciones se componen de todos los bienes espirituales de la sociedad; un pueblo sin tradición es un árbol sin hojas, un pueblo sin memoria es un pueblo desvalido”, ha expresado el intelectual cubano Miguel Barnet Lanza, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y de la Fundación Fernando Ortiz.
De tal modo, una suerte de viaje a la semilla parece ser la solución para que las fiestas populares tradicionales no pierdan su arraigo en el pueblo, sino que crezcan y fructifiquen como la genuina imagen de lo cubano.
Fernando Ortiz expresó:
“Los pueblos que no tienen fiestas públicas son pueblos caducos que van rodando hacia su disgregación y absorción por otros; son pueblos en germen que no han podido todavía cristalizar sus expansiones de gozo en moldes propios y ya definidos”.
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“Cuanto más culto es un pueblo, con más amor conserva sus tradiciones estéticas, musicales, corales, danzarias, poéticas, pictóricas, indumentarias, a la vez que se opone enérgicamente a aquellas otras tradiciones caducas que envuelven privilegios o injusticias”, manifestó Fernando Ortiz en los años 30, del pasado siglo, cuando los detractores de los carnavales exigieron su abolición por considerarlos “groseros, impúdicos y salvajes” y una expresión de “atraso social” y “provocadora del orden (sic)”.