Por ARMANDO HART DÁVALOS
En la América bolivariana y martiana no hay diálogo posible con el pensamiento anexionista y con quienes quieren entregar nuestros países a los brazos de la ideología de pretensiones hegemónicas presente en los círculos gobernantes del imperialismo yanqui. Nuestra identidad, nuestra cultura y, por tanto, nuestra democracia, se mueven en el espectro amplísimo del antimperialismo, poseen vocación de servicio universal.
Vincular el concepto del desarrollo material con el del crecimiento y mejoramiento social y cultural es la única respuesta válida que exigirá empeños y luchas de la más diversa índole. En el campo del desarrollo del pensamiento revolucionario y de la cultura política, tenemos que levantar con toda dignidad la necesidad de que el desarrollo material vaya acompañado por el desarrollo social con todas sus implicaciones. Y en la esencia de esta problemática se halla la cuestión de la identidad cultural.
Tanto a escala regional, nacional, como multinacional y universal no existen posibilidades reales de transformaciones democráticas capaces de abrir paso a sistemas sociales justos y de amplia participación si no somos capaces de hallar los vínculos entre identidad, universalidad y civilización y de articularlos como si fuéramos artífices de la historia. En las relaciones, a veces contradictorias, entre estas tres categorías está el vórtice de lo que he llamado el ciclón postmoderno, para utilizar un término de moda. El valor práctico de esta identidad se puede apreciar en la historia concreta de un pueblo que hermanó, desde los tiempos de génesis y fundación, la lucha por la libertad, la independencia y la justicia social, con la aspiración de que la cultura y la ciencia llegaran a ser componentes sustantivos del ideario político y ético del país. Esto no es retórica, es carne viva y sangre de nuestra historia nacional.
Para la realización de todo este esfuerzo se requiere de una cultura general integral como la que tiene América. Los grandes pensadores latinoamericanos desde los mencionados Francisco de Miranda, Simón Rodríguez, Félix Varela y José de la Luz y Caballero hasta los de hoy tuvieron una aspiración a la cultura general integral. ¿Cuál es la originalidad de Martí y de Fidel? Que ambos volcaron esa cultura en lo que el Apóstol llamó el arte de hacer política. Su definición de política resulta muy esclarecedora:
La política es el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna; de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación, cueste el sacrificio, o la merma importante del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje; de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila, y su batalla preparada.
Se observará que es una categoría de la práctica, válida para cualquier política que pretenda ser eficaz. Martí la relacionaba con la ética; he ahí los fundamentos de su universalidad.
En el pensamiento martiano, la articulación de estas tres categorías es un componente esencial: ética, política y derecho, sobre el fundamento de la cultura general integral; es la fórmula latinoamericana y caribeña que presenta al mundo de hoy.
Por estas razones, como el principal error práctico de la llamada izquierda del siglo XX, ya señalado, fue divorciar la política de la cultura, el primer deber de los hombres de cultura está en buscar la relación con la política práctica. Ahí está la clave del socialismo que necesita el siglo XXI.
No estamos hablando pues de cultura política —que la tienen todos nuestros grandes pensadores—, sino de cultura de cómo se hace política, de lo que hemos llamado cultura de hacer política, que consiste, en esencia, en superar —como he dicho— el viejo principio conservador de “divide y vencerás” y establecer el principio revolucionario de “unir para vencer”.
Efectivamente, para materializar las más elevadas aspiraciones es indispensable la acción política. Por muchos análisis que hagamos en el infinito laberinto de las cifras y los datos económicos, y de las concepciones filosóficas y sociales más justas, solo se podrán enfrentar eficazmente estos desafíos con ideas políticas fundamentadas en la cultura.
En las décadas del cuarenta y el cincuenta del pasado siglo, el movimiento de oposición a los regímenes corrompidos y tiránicos, las fuerzas progresistas de nuestro país, hicieron suyas las siguientes banderas:
—Libertad política.
—Independencia económica.
—Justicia social.
—Lucha contra la corrupción.
—Combate al crimen.
—Defensa del régimen de derechos para todos.
He ahí la cuestión, es imprescindible ensamblar el tema de la corrupción con la necesidad de transformaciones sociales.
Cada día tengo mayor satisfacción al recordar que la Generación del Centenario de Martí, la de Fidel, desde hace más de medio siglo mantiene la cultura ética como tema central; ahí está la clave: cultura, ética, derecho y política solidaria. En la articulación de estas cuatro categorías se halla la fórmula del amor triunfante y del equilibrio del mundo postulada por el Maestro. Es necesario precisar qué entendemos por cada una de ellas:
Cultura: cuya categoría primigenia y superior es la justicia.
Ética: definida como lo hizo el maestro fundador de a escuela cubana José de la Luz y Caballero cuando postuló que “la justicia es el sol mundo moral”.
Derecho: Como lo definiera José Martí, “Existe en el hombre la fuerza de lo justo y este es el primer estado del Derecho”.
Política solidaria: en su sentido más universal y abarcador del término, es decir “Con todos y para el bien de todos”.
En cuanto a la ética, recordemos que nunca en la historia de las ideas de Occidente se hizo un profundo análisis filosófico-científico de la ética que pudiera dar luz sobre su importancia práctica. La principal dificultad se halla en que, no obstante el alto desarrollo de la ciencia y de la llamada edad moderna, nunca se alcanzó a realizar un examen riguroso, sobre bases científicas, acerca papel de la moral. El proceso de fragmentación acelerado por el imperialismo ha llegado al extremo de formular la tesis de que la historia es una simple cronología de hechos. Pensar así equivale ir más atrás, no solo de Hegel sino de Herodoto, síntoma inequívoco de su decadencia, Olvidan el hecho de que a los países les sucede como a los hombres: cuando pierden la memoria no sabe dónde van, ni cómo concebir el futuro.
Una prueba de la fuerza real de la ética la da el hecho de que las religiones la han tomado como elemento esencial. Siempre fue un asunto fundamental de todas las religiones, incluso desde una concepción metafísica, a través de la ética se envía el mensaje de las ideas. Por eso, Martí dijo que Dios estaba en la idea del bien. Nosotros, procurando buscar la idea del bien en la práctica concreta de la vida y de la historia, tenemos que analizar la importancia de las condiciones económico-sociales y del desarrollo cultural en general.
En relación con el derecho, recuerdo, como postulaba Martí, que lo esencial estaba en la justicia. Subrayaba también el Apóstol: “Todo hombre es una fiera dormida. Es necesario poner riendas a la fiera. Y el hombre es una fiera admirable: le es dado llevar las riendas de sí mismo”.
Las riendas están en la cultura, y en el derecho.
En cuanto a la política solidaria, recordemos que Martí era un hombre radical y al mismo tiempo armonioso. Hay quienes son radicales y no son armoniosos por ello crean innumerables problemas. Hay quienes intentan ser armoniosos y no son radicales, y no logran nada realmente efectivo. El pensamiento revolucionario de Martí está insertado en estas dos categorías fundamentales: armonioso y radical.
Ha llegado la hora de superar esquemas y dogmatismos que nos llegaron de fuera con diferentes etiquetas y estudiar la vida y la obra de todos los pensadores y forjadores de grandes ideas a lo largo de la historia. Es la única forma política y científica para hallar un camino que nos libere de los sistemas opresivos y nos permita arribar a una genuina humanidad, como la que soñaron los grandes utópicos Y esto solo lo podemos hacer con principios científicos y cultivando el amor y la solidaridad.
Por estas razones, hemos venido insistiendo en la necesidad de estudiar lo que hemos llamado cultura de hacer política, presente en Martí y en Fidel. Promover estas investigaciones, sobre el fundamento del pensamiento de Bolívar y de Martí, es un deber con la ciencia histórica, con el pensamiento filosófico y con el futuro político de América y del mundo.
Si en Europa y Estados Unidos pusieron en antagonismo las ideas de unos sabios respecto a otros, en América Latina se procuró siempre la articulación y la armonía, por eso pudo renovar el pensar occidental y situarlo como opción hacia el futuro. Mientras que en aquellas latitudes se divide y antagoniza el patrimonio de los sabios, en América Latina y el Caribe se promueve una síntesis de lo mejor del pensamiento de todos los sabios y la recrea, teniendo como fundamento la justicia como sol del mundo moral y el derecho, cuya esencia se halla en la búsqueda de la dignidad plena del hombre sin distinción de clase alguna; “(…) dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos”, dijo José Martí.
Esa es Nuestra América, la de Bolívar y Martí, dos gigantes que junto a la inmensa legión de próceres y pensadores, constituyen referentes indispensables para la búsqueda del camino que nos conduzca al socialismo del siglo XXI.