Nuestras almas necesitan momentos de silencio.
Para reflexionar, para pensar, para recordar.
La vida nos ha llenado de ruidos innecesarios.
Músicas y prisas, tensiones y urgencias,
mensajes y noticias.
Vale la pena apagar aparatos que nos bombardean
sin cesar, vale la pena encontrar lugares para
que el corazón se abra a Dios, al hermano,
a uno mismo.
Nuestras almas necesitan momentos de silencio.
Para reflexionar, para pensar, para recordar,
para proyectar, para oír la voz profunda
de un enamorado eterno.
Desde el silencio de lo accesorio será posible
abrirse a mensajes de vida y de esperanza.
Descubriremos el diálogo que surge entre nubes
y amapolas, entre montañas y espigas, entre el
sol y la luna, entre estrellas gigantes y fugaces
cometas, entre hormigas y abejas, entre niños
y ancianos.
Mil mensajes de belleza llegarán a lo profundo
de la vida, más allá de las prisas cotidianas,
más adentro de emociones superficiales que
dejan huellas pasajeras.
Desde el silencio abriremos la conciencia a voces
que nos piden menos egoísmo y más justicia, menos
rencor y más bondad, menos avaricia y más entrega.
Oiremos llamadas de pobres de comida o de afecto,
de amigos olvidados y heridos, de soñadores que
buscan a alguien que les dé una mano para construir
un mundo un poco más bueno.