El último artículo de Castro no es solo un desfile de rezagos del pasado, sino
un intento, en el plano emocional más que político, de minimizar a su hermano menor
El largo adiós
“No necesitamos que el imperio nos regale nada”, dice Fidel Castro en un artículo con título irónico y racismo subliminal: El hermano Obama. Pero la cuestión es que el presidente Barack Obama en momento alguno prometió “regalar” algo. Así que aquí tenemos una frase para el estudio de la psicología. O la mente de Castro está recurriendo a un típico mecanismo de defensa llamado proyección, donde el sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos, incluso sus carencias, o está extraviada y confundida, y por lo tanto repite las mismas palabras que él utilizó hace ya bastantes años, cuando la Unión Europa intentó llegar a un acuerdo de cooperación y ayuda.
Por lo demás, si analizamos su texto solo bajo la óptica política, no hay nada sorprendente. Basta repasar los últimos años de la dictadura franquista en España para comprobar que las intrigas, los avances y retrocesos, los intentos de reforma y las vueltas al ideario más reaccionario y la represión más despiadada fueron el pan de cada día, con un dictador agotado físicamente y debilitado mentalmente que se negaba a delegar el poder. Y aquí reside la clave del asunto. A diferencia de Franco, Fidel Castro sí delegó el poder en su hermano (el hermano mayor de Franco nunca estuvo cercano a ello). Así que todo se reduce a la especulación de si las palabras de Fidel Castro tienen alguna trascendencia, salvo brindar cierto apoyo emocional a los recalcitrantes (fenómeno por lo demás que ocurre igualmente en Miami, aunque con el signo ideológico contrario).
El autor
Como ha ocurrido en otras ocasiones, el artículo de Fidel Castro será titular de hoy en la prensa y olvido de mañana. Pero sí contribuye a dos aspectos de la realidad cubana. Uno es la especulación sobre la función de Fidel Castro como retranca a las reformas promovidas por Raúl. La ecuación hermano mayor reaccionario y hermano menor práctico y tecnócrata favorece en última instancia al segundo término, al brindar la justificación perfecta para el inmovilismo. El segundo tiene que ver con la retroalimentación mental que representa para el burócrata de bajo nivel, al que muy ocasionalmente brinda la esperanza tonta de que todavía el futuro pertenece por entero al castrismo.
Por lo demás, la retórica de Fidel Castro no solo es incapaz de “agitar a las masas”, en favor de una renuncia inmediata a depender de las remesas y el turismo extranjero —para citar dos fuentes recurrentes e importantes de ingresos en Cuba— y partir con el azadón y la mocha para el campo, a la conquista de la siembra y el güiro. Más que a estas alturas en Cuba deben provocar ese discurso viejo y esas consignas raídas, lo más probable es que ya no sean dignas siquiera de la indiferencia, sino de la distracción: los cubanos miran hacia otra parte. Si lo que en una época se presentó con el disfraz de un ideario revolucionario y solo fueron metas huecas, impuestas por la fuerza, volver ahora con tales esperpentos —luego del país atravesar el llamado “período especial”— es puro delirio.
Aunque para los que desde la niñez sufrimos el “proceso revolucionario” no hay duda del poder que aún tiene en nosotros Fidel Castro, para promover conversación y escritura, y de lo cual este comentario es un ejemplo más. Vale la pena, sin embargo, intentar apartar el texto del autor.
El texto
El artículo —ya no se utiliza la categoría “reflexiones”, al parecer por la falta de continuidad— es similar a otros anteriores por su falta de coherencia. Castro no presenta una idea, la desarrolla y concluye, sino que lanza palabras, conceptos, frases, estereotipos, recuerdos, todo mezclado en una especie de narrativa cercana a un flujo de conciencia. En este monólogo uno siempre espera encontrar una revelación, una singularidad, algún detalle curioso, pero casi nunca ocurre. Dentro de un marco de referencia, que en lo que respecta a la ciencia y la historia universal, parece fundado en lecturas repetidas de una publicación como laRevista Selecciones, se intercalan algunas anécdotas personales —casi siempre sin mucha trascendencia—, lugares comunes y una visión del proceso revolucionario que inició y llevó a cabo, en cuya descripción cada vez más se acentúa una posición a la defensiva: es perenne la confusión entre la realidad y una serie de supuestos ideales y metas. Hay en este punto un curioso desplazamiento que solo se explica como una forma tergiversada de justificación: Castro habla de la actualidad en términos casi siempre catastróficos, pero ajenos a Cuba: proyecta lo que podría considerarse su concepción del mundo excluyendo la realidad cubana. Puede argumentarse que procede así debido a su alejamiento de la vida pública nacional, pero en la práctica tal alejamiento no es tal: más bien su actitud es propia de un desterrado, solo que ese destierro obedece a razones de salud y no políticas.
El cuerpo, que le jugó una mala pasada a Castro —y aquí vuelve a ser válida la comparación con Franco, que pese a su deterioro físico se mantuvo al frente casi en todo momento hasta su muerte—, domina ahora su escritura, no como un proceso natural en todo ser humano, sino en un sentido físico donde se desprecia la memoria del lector para sustituirla por una verdad propia solo de quien escribe. Así que poco importa que este último artículo se limite a lanzar logros de la revolución que no son tales y vuelva a la repetición de alardes que nunca han de materializarse: “Advierto además que somos capaces de producir los alimentos y las riquezas materiales que necesitamos con el esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo”. Para él las continuas cifras de la incapacidad —endémica a partir del 1ro. de enero de 1959— de producir alimentos no cuentan, como tampoco el intercalar en el texto párrafos completamente ajenos al desarrollo de las supuestas ideas.
Ejemplo de este desarrollo marginal en el último artículo de Castro es desviar todo el argumento Obama. Mandela, raza negra, funeral de Mandela y apretón de manos entre Raúl Castro y Obama a una discreción sobre Gleijeses y Risquet.
El subtema Gleijeses aparece en el artículo de Castro de forma sorpresiva para muchos lectores. Piero Gleijeses es el autor de Conflicting Missions (Havana, Washington and Africa 1959-1976), un libro importante para conocer lo ocurrido entonces pero limitado en algunos puntos por una excesiva influencia de la visión de
Jorge Risquet, quien había sido embajador cubano en Angola, sobre el asunto. Al volver al tema ahora Castro no solo recuerda que Risquet está muerto sino en cierto sentido hay cierto reproche encubierto a Gleijeses —solo explicable a nivel emocional— por esa amistad (“muy amigo de él [Gleijeses de Risquet]” en la que se siente dejado a un lado.
Sin embargo, el tema de la vanidad personal es apenas un detalle de la intención fundamental de Castro, y para conocerla hay que remitirse a la “reflexión” de Castro en octubre de 2008 por la muerte de Mandela, donde habla más de sí mismo que del líder sudafricano. Ese centro, que ahora Castro vuelve a repetir, tiene que ver con el hecho de que la guerra de Angola fue la segunda ocasión en que Cuba estuvo envuelta en un conflicto que podría haber desencadenado una hecatombe nuclear.
No hay comparación entre la Crisis de Octubre y la guerra de Angola en cuanto a la dimensión y las implicaciones del diferendo, pero ambas muestran que el Gobierno cubano, con Fidel Castro al frente, no estaba dispuesto a detenerse frente a una amenaza de ataque nuclear.
Junto a ese panorama de combatividad, peligro y una posible destrucción de grandes dimensiones, hay una historia más vulgar y menos heroica.
“Sudáfrica no soportó el desafío y negoció, después que recibió los primeros golpes en esa dirección, todavía dentro de territorio angolano. En la misma mesa se sentaron durante meses los yanquis, los racistas, los angolanos, los soviéticos y los cubanos”.
El artículo de Castro de ahora no es solo un desfile de rezagos del pasado, sino un intento, en el plano emocional más que político, de minimizar a su hermano menor, al tiempo que una velada o no tan velada amenaza a Estados Unidos, que por supuesto no trasciende a una pataleta de viejo. En igual sentido se sitúa otra amenaza más directa a los propios funcionarios del régimen. El caracterizar las palabras de Obama de “almibaradas” no es solo llamar al presidente de EEUU “blando y meloso“, sino recordar lo peligroso que puede resultar en Cuba acercarse a lo dulce, sea azúcar o miel.
Es esa visión de la historia llena de rencor y lugares comunes es la que repite Fidel Castro de nuevo en este artículo. Como para perpetuar otro lugar común: genio y figura…