El presidente Daniel Ortega ha nombrado a su esposa e hijos en cargos claves del Estado, mientras la familia amasó una fortuna gracias al petróleo de Venezuela
Daniel Ortega y Rosario Murillo en un mitin en Granada en 2006. AP
Laureano Ortega gusta vestirse como un ejecutivo de Wall Street. Nada en él denota ser el heredero de un pasado de lucha guerrillera, de una izquierda revolucionaria con incendiarios discursos antiimperialistas. Es el hijo del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega. Un hombre de negocios, nombrado por su padre como asesor presidencial en inversiones y mano fuerte de ProNicaragua, institución que atrae a los inversionistas. Es el joven Ortega que visitó China para vender la idea de la construcción de un Canal Interoceánico en el país y fue él quien recibió en Managua al empresario chino, Wang Jing, dueño de la millonaria concesión del proyecto. Vestido de finísimos trajes y lujosos relojes es la cara de los negocios de la familia Ortega.
El muchacho también tiene su pasión, la ópera, y como hijo del presidente ha montado en el Teatro Nacional de Managua, la gran institución Cultural de este país, el festival Pucciano. Era la primera vez que en América Central se presentaban Turandot y La Bohème, de Giacomo Puccini, con él, Laureano, estrenándose como tenor en un teatro abarrotado por funcionarios públicos y empleados del Estado obligados a escucharlo.
Si Laureano se encarga de las inversiones internacionales, Rafael Ortega está a cargo de los negocios locales. Investigaciones periodísticas de la prensa independiente de Nicaragua revelaron que el mayor de los hijos del mandatario administra el lucrativo negocio de la distribución del petróleo. Desde que llegó al poder en 2007 el presidente Ortega ha recibido abundante apoyo del gobierno de Venezuela: una ingente cooperación petrolera que suma más de 3,500 millones de dólares, que ha permitido crear y controlar todo el sistema de distribución de combustibles del país. Ni una gota de gasolina se vende en Nicaragua sin que genere jugosas ganancias a la familia. La Distribuidora Nicaragüense de Petróleos (DNP), que cuenta con gasolineras en todo el país, está en manos de Yarida Leets, esposa de Rafael Ortega Murillo, según investigaciones del diario La Prensa, de Managua.
Los otros hijos del presidente Ortega y la primera dama son empresarios de medios de comunicación. La ingente cooperación venezolana ha permitido que la familia controle los medios en Nicaragua, desde radios, televisoras hasta portales digitales. Juan Carlos Ortega, un joven desgarbado que estudió periodismo y gustaba formar parte de grupos de rock en sus tiempos de estudiante, ahora es el poderoso director de Canal 8, un medio proclive a la nota roja, con noticias de accidentes, trifulcas en los barrios y misógino. En Canal fue comprado en 2009 por un monto superior a los diez millones de dólares salidos de los fondos venezolanos. Maurice, Daniel Edmundo y Carlos Enrique controlan también los canales 4, 9 y 13, también de la familia, y el Canal 6, supuestamente la estación pública, pero que es manejada como negocio familiar. La familia Ortega mantienen bajo su mando la Nueva Radio Ya, Radio Nicaragua y Radio Sandino, además del porta 19digital, voz oficial del Ejecutivo.
Camila Ortega Murillo es también una boyante empresaria de las comunicaciones, además de mantener su pasión: el modejale y la moda. Ella es la voz que manda en un evento llamado Nicaragua Diseña, donde jóvenes diseñadores intentan abrirse paso, aceptando las órdenes de la joven Ortega.
A la par de los negocios de la familia prospera la llamada oligarquía orteguista, compuesta de leales que se han convertido en millonarios empresarios. Uno de los más destacados es Francisco López, tesorero del Frente Sandinista y que según investigaciones periodísticas ha amasado una fortuna con empresas de construcción que florecen bajo la sombra del régimen. Bayardo Arce, comandante de la revolución que acabó con la tiranía de Somoza, es señalado de ser un rico comerciante, exportador e importador de granos, que además cuenta con una lujosa villa en una zona exclusiva al sur de la capital de Nicaragua.
Fidel Moreno y Gustavo Porras también forman parte del círculo más íntimo del poder en Nicaragua. El primero se destaca como secretario general de la alcaldía de Managua, se dice que es un hombre de confianza de la primera dama Rosario Murillo y se le señala de haber comprado una casa de 300.000 dólares en una lujosa zona residencial de la capital. Mientras que Porras, viejo líder sindical, es ahora el poder detrás de los sindicatos sandinistas, pero que desde hace mucho dejó de vivir como un obrero, porque compró una hacienda ganadera valorada en 148.000 dólares en el municipio de Muy Muy, conocido como el corazón lechero de Nicaragua.
Este círculo ha crecido y se ha enriquecido al amparo del poder. En Nicaragua son llamados la oligarquía orteguista y es comparada con el círculo de poder y riqueza del somocismo, la vieja dictadura contra la que lucharon Ortega y su esposa, la segunda en sucesión en el poder en Nicaragua, pero cuyos desmanes y abusos parecen repetir.
Murillo fue nombrada el martes por el presidente Ortega como su compañera de fórmula presidencial para participar en las elecciones presidenciales previstas para noviembre, en las que el Frente Sandinista participar como único partido importante. Según la Constitución, de faltar el presidente será ella quien asuma el poder en Nicaragua. “Todo es para asegurarse el triunfo de la dinastía familiar. Los nicaragüenses vivimos una guerra por una dinastía familiar, no nos gustan las dinastías familiares. El Frente Sandinista, y miles de nicaragüenses, precisamente lucharon para desterrar ese tipo de gobierno en Nicaragua y esto es lo que se está viendo ahorita”, dijo Luis Callejas, el excandidato presidencial que quedó imposibilitado para participar en las elecciones después de que un fallo de la Corte Suprema lo dejara sin partido. “El Frente Sandinista está instaurando una dinastía familiar, pero no sé cuánto va a durar”, agregó el opositor.
Ortega confirma su giro autoritario al nombrar a su esposa candidata a vicepresidenta
El mandatario nicaragüense se postula para la reelección en los comicios de noviembre. El Tribunal Electoral, controlado por él, despojó el viernes a la oposición de sus escaños parlamentarios
Rosario Murillo, la primera dama de Nicaragua, se colocó el martes constitucionalmente en la línea de sucesión del poder en este país, al ser nombrada por su esposo, el presidente Daniel Ortega, como su compañera de fórmula en el oficialista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), de cara a las elecciones generales de noviembre.
De esta manera Ortega despeja meses de incertidumbre e instaura un modelo de gobierno en el que todo el poder queda en manos de su familia y allana el camino para imponer una nueva dinastía. Según la Constitución, en caso de falta del presidente asumirá el Gobierno su vice, en este caso Rosario Murillo.
Ortega asistió la tarde del martes con Murillo a la sede del Consejo Supremo Electoral (CSE) para inscribir la fórmula presidencial. El Frente Sandinista es el único partido importante que participará en lo que la oposición ya ha catalogado como una “farsa”. Ortega, que controla el Tribunal Electoral y la Corte Suprema, ha logrado sacar de la competencia a la oposición, al despojarla de una casilla electoral, la del Partido Liberal Independiente (PLI), cuya representación legal fue arrebata al opositor Eduardo Montealegre. En este caso fue clave el control sobre el Supremo y la lealtad de los magistrados de ese poder del Estado. En otro fallo, este emitido por los jueces electorales, Ortega se hizo con el control total del Parlamento, al despojar a la oposición de sus curules.
Por lo tanto, las elecciones de noviembre son un mero trámite con el que el presidente pretende legitimar la imposición de su modelo de gobierno de partido único y mando familiar. Hasta ahora Ortega gobernaba Nicaragua al lado de su esposa, una poderosísima primera dama cuyas funciones incluían la administración diaria de todas las instituciones del Estado, una súper ministra, que maneja con un control férreo todas las instancias del Ejecutivo. Nada se hace en la administración pública si no cuenta con el visto bueno de la llamada “compañera Rosario”.
Ese mando, sin embargo, carecía del legitimidad, al no haber recibido Murillo ni un solo voto y por haber sido impuesta a dedo por su esposo. En la lógica de la familia presidencial, el participar en las elecciones de noviembre y ser electa por voto popular garantiza la legitimidad que necesita la sucesión de la familia Ortega en el poder. No importa si esas elecciones carecen de los elementos básicos de una democracia: que sean libres, en las que participe un amplio abanico de partidos y candidatos o que los votos se cuenten correctamente.
Desde que Daniel Ortega regresó al poder en 2007 un halo de oscuridad se ha ceñido sobre la legitimidad de su mandato. En aquella ocasión regresó al Gobierno tras pactar con el presidente corrupto Arnoldo Alemán una reforma constitucional que reducía la cantidad necesaria de votos para convertirse en presidente, al pasarla del 45% al 35%. Luego Ortega se garantizó el control total del Tribunal Electoral y las sucesivas elecciones han sido denunciadas como fraudulentas, incluidas las de 2011, donde repitió mandato. En esa ocasión la Misión de Observación de la Unión Europea calificó el proceso como “opaco” y con tantas trabas que era difícil confirmar el triunfo sandinista.
El primer paso que dio el presidente para lograr la sucesión familiar en Nicaragua fue que la Corte Suprema emitiera en 2011 un fallo en el que declaraba inaplicable para Ortega la prohibición constitucional que le prohibía repetir mandato. La Constitución establecía que no podía ser presidente de Nicaragua el mandatario en funciones y si ya había sido presidente en otra ocasión, ambas prohibiciones eran aplicables a Ortega. Más tarde, tras el triunfo electoral de 2011, Ortega usó su mayoría parlamentaria para reformar la Constitución y eliminar esa prohibiciones, con lo que se garantizaba ser el candidato perpetuo a la Presidencia.
Desde entonces el mandatario ha reformado profundamente el Estado, imponiendo un mando familiar basado en la sumisión de la Policía Nacional y la lealtad del Ejército, el control absoluto de los poderes judicial y electoral y todas las instituciones y la mayoría de municipios del país, que controla ya sea por supuestos fraudes electorales o por destituciones ilegales de alcaldes de la oposición. Era el parlamento -y la voz incómoda de los diputados opositores- la última pieza que quedaba suelta, pero Ortega la liquidó con el fallo del Tribunal Electoral y un poco de ayuda de políticos oportunistas salidos de la oscuridad para jugar el papel de comodines a cambio de prebendas: un escaño como diputado que garantiza un buen salario (en dólares) y beneficios de los que carecen la mayoría de los pobladores de este país sumido en la miseria.
“Todo lo que ha hecho Ortega desde 2007 ha sido acumular el poder, todo el poder. La equivocación es creer que Ortega se va a detener. Él no tiene límites”, dijo a El País la ex comandante guerrillera Dora María Téllez, quien combatió desde el sandinismo a la dictadura de Somoza. Téllez nuevamente se ve frente a la imposición de una familia que controla el poder en este país aunque el somocismo nunca usó la vicepresidencia como plataforma para consolidar el poder. Lo que no es novedoso en la historia de Nicaragua es una familiar gobernando el país como si fuera su hacienda. “En Nicaragua las dictaduras no han sido dictaduras militares, sino familiares”, dijo la también historiadora. Se abre ahora una nueva página de la historia de este país que Cortázar ya definió como tan violentamente dulce.
Daniel Ortega asesta otro golpe al Parlamento y se hace con todo el poder en Nicaragua
El Tribunal Electoral, controlado por el presidente, despoja a la oposición de sus escaños parlamentarios. Ortega impone en Nicaragua un régimen de partido único
Daniel Ortega, en Managua, durante la celebración del 37 aniversario de la Revolución Sandinista.OSWALDO RIVAS (RETURES) / EFE
El Tribunal Electoral de Nicaragua entregó este viernes al presidente Daniel Ortega el control total del Parlamento, al despojar a los diputados de la oposición de sus escaños. El mandatario nicaragüense consolida así todo el poder en su figura, con tintes cada vez más autoritarios, e impone un régimen de partido hegemónico en el país centroamericano.
El fallo del tribunal ordena a la directiva de la Asamblea Nacional el despojo de los escaños a los diputados que fueron electos en 2011 por el PLI, que comandaba el líder opositor Eduardo Montealegre.
El 8 de junio, la Corte Suprema ya había despojado a Montealegre de la representación legal del partido. Con aquella decisión, la justicia nicaragüense dejaba a la oposición sin una casilla electoral para participar en las presidenciales de noviembre, en las que Ortega, del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), será el único candidato importante en liza.
La Corte entregó la representación del Partido Liberal Independiente (PLI) a un político de poca monta que hasta entonces era desconocido en Nicaragua, Pedro Reyes, quien exigió obediencia a los 20 diputados elegidos en 2011 por el PLI y su aliado, el Movimiento Renovador Sandinista (MRS).
Estos representantes opositores —que desde su elección han denunciado desde el Parlamento las arbitrariedades de Ortega, convirtiéndose en una voz incómoda para el presidente— se negaron a obedecer a Reyes, al que consideran un “aliado silencioso” de Ortega, y éste pidió al Tribunal Electoral que los despojase de sus escaños, decisión que ha tomado este jueves.
De esta manera, Reyes pasa a las páginas de la historia de Nicaragua como el político que entregó todo el poder a Ortega, considerado por la oposición como un mandatario autoritario que quiere imponer una nueva dinastía familiar en el país, que no logra sacudirse un pasado de opresión, dictaduras y guerras.
Varios dirigentes del MRS, fundado en 1994 por el exvicepresidente y escritor Sergio Ramírez y conformado por disidentes del Frente Sandinista, denunciaron en un comunicado publicado en redes sociales que el presidente “ha liquidado la Asamblea Nacional sacando a diputados opositores”. Por su parte, el movimiento Ciudadanos por la Libertad —que aglutina a los simpatizantes de Montealegre y a los diputados opositores despojados de sus escaños— también emitió una nota crítica con la decisión judicial. “Podrán destituir a todos y quitarnos un partido, pero la dignidad y principios nunca”, remarcaba.
Hasta ahora no queda claro cuál será la estrategia de la oposición tras quedar fuera de la competencia electoral y sin su principal fuerza: la representación parlamentaria. Algunas voces abogan, desde el interior del movimiento opositor, un cambio de estrategia y un nuevo liderazgo.
“Se necesita un liderazgo, pero uno que entienda que es temporal y dependiente de ideas, de una plataforma ideológica, no un líder que se haga dueño del partido o siga per sécula seculórum [por los siglos de los siglos]. Precisamente lo que nos pasa a los liberales y a muchos otros partidos en América Latina, es que no tenemos teoría de sucesión. Entonces, cuando se trata de suceder a un líder, ocurre una guerra intestina que termina despedazándonos”, admite el político opositor Eliseo Núñez.
Sin oposición y con todos los poderes bajo su control, ahora a Ortega solo le falta solucionar un problema: encontrar una fórmula más o menos legítima paragarantizar la sucesión familiar en el poder y fundar una nueva dinastía.
El mandatario ya ha situado a sus hijos en cargos públicos y al frente de la administración de las empresas que han enriquecido a su familia al amparo de la ingente cooperación petrolera de Venezuela. Pero todavía no ha designado a ninguno de sus familiares como sucesor. En los mentideros nicaragüenses, los rumores apuntan a su mujer, Rosario Murillo, una poderosa primera dama que controla toda la administración pública y cogobierna con Ortega. El mandatario tiene, según la ley electoral, hasta el 2 de agosto para nombrar a su candidato a la vicepresidencia. Y en Managua se cree que la línea de sucesión llega a los pies de Murillo.