El 16 de septiembre de 1962 muere en Westport, Estados Unidos, el poeta, periodista, novelista, cuentista y ensayista venezolano Antonio Arráiz.
Antonio Arráiz participó en las protestas estudiantiles contra la dictadura de Juan Vicente Gómez y eso le trajo como consecuencia su encarcelamiento en la cárcel de La Rotunda. En la prisión escribió "Los lunares de la Virreina". Cuando fue liberado de la prisión comenzó a trabajar en el diario "El Heraldo". Es apresado de nuevo y desterrado hasta que regresa a Venezuela en el año 1936. Participó en la fundación del diario El Nacional llegando a ser su director. También fue jefe de redacción de la revista Élite y se desempeñó como periodista en el diario "Ahora".
Al ser derrocado el presidente Rómulo Gallegos en 1948, Antonio Arráiz se estableció, definitivamente, en Estados Unidos donde trabajó en el departamento de publicaciones de las Naciones Unidas.
Parte de su obra:
Poesía: "Áspero", "Cinco sinfonías", "Suma poética".
Novelas: "Los lunares de la Virreina", "Puros hombres", "Dámaso Velásquez".
Cuentos: "Cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo", "El diablo que perdió su alma".
Ensayos: "Este Congreso debe disolverse", "Culto bolivariano.
CANTO A LA REBELDÍA
Yo era un hombre cuando cierto día
encontré a mi padre parado en mi vía.
Alto como torre, duro como bloque,
firme como prócer, fuerte como padre.
-Apártate, padre yo le dije entonces.
-Apártate, padre. Yo ya soy un hombre.
En efecto lo era. Él no lo creía.
Apártate, padre. Voy a mi deber.
Él no comprendía. No le vi ceder.
Apártate, padre, le grité de nuevo.
-Mucha prisa llevo. Mucha fuerza llevo.
-Mucha vida llevo. No te tengo miedo.
Él estaba inmóvil como de basalto.
Me le abalancé las manos en alto,
y en la agosta vía rudo fue el asalto.
¡Oh, qué fuerte era! Nunca lo supuse.
No encontrara antes tan fuerte enemigo.
Todo mi vigor en la lucha puse,
hasta que mi padre dio en tierra consigo.
Y cuando jadeante por la libre vía,
lleno de entusiasmo continuar quería,
mi padre, en la tierra, se alzó como pudo,
y con gran orgullo, ¡oh qué orgullo el suyo!
me gritó:
Hijo mío: ¡Sigue! ¡Sigue! ¡Sigue!