A lo largo de su vida, Andy Murray, el nuevo número uno del tenis mundial, ha tenido que soportar cargas que a otra persona le hubieran derribado de inmediato. Cuando era un niño sobrevivió a la matanza infantil en un centro escolar de Dunblane, en un episodio cruento que le marcó para siempre y sobre el que apenas se ha pronunciado; luego, cuando comenzó a dar los primeros golpes con la raqueta y a ofrecer serios indicios de que podía triunfar, sostuvo el empuje nacionalista del Reino Unido, que veía en él a otro Fred Perry, a otro icono deportivo con el que poder sacar pecho; y durante la última década, en el circuito profesional, el escocés ha tenido que convivir con el estigma de que era un perdedor, de que a pesar de ser muy bueno no resistía a la comparativa con Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic, los tres gigantes.
A esta última sentencia no le falta una pizca de razón. En lo que a grandes títulos se refiere, Murray, ganador de tres trofeos del Grand Slam, está a un mundo del suizo (17), del español (14) y del serbio (12), a quien destronó hace dos días, tras casi dos años y medio de soberanía de Nole. No aguanta tampoco el británico en los pulsos directos, malparado en los enfrentamientos con el de Basilea (14-11), el de Manacor (17-7) y el de Belgrado (24-10). Y por supuesto sale perdiendo si el análisis se atiene a la edad a la que todos ellos ascendieron a lo más alto, porque mientras él lo ha hecho en la veteranía, a los 29 años, los otros tres lo hicieron mucho antes, con 23 el mallorquín y el helvético, y con 24 el balcánico.
Los tres colosos, desde 2004, han dominado el tenis sin dejar casi resquicios. Entre ellos suman 43 títulos del Grand Slam de los 54 que se han puesto en juego desde entonces. Tan solo Marat Safin (1), Gastón Gaudio (1), Juan Martín del Potro (1), Marin Cilic (1), Stan Wawrinka (3) y el propio Murray (3) se han entrometido esporádicamente en el negociado del triunvirato, iniciado por Federer, prolongado por Nadal y reforzado por Nole los dos últimos cursos; en concreto, durante 122 semanas consecutivas, desde el 1 de julio de 2014.
Ha sido más de una década de inflexibilidad, en la que al escocés se le ha hecho muchas veces de menos. Sin embargo, su ascensión a la cima consolida un majestuoso ejercicio de supervivencia que trasciende los números, porque solo un fuera de serie como Murray podía seguir la estela de tres figuras históricas del tenis. El de Dunblane, menos talentoso que los tres tenores, cincelado a golpe de fe, pundonor y entrenamientos, no se rindió nunca ante la crítica y ha replicado con perseverancia —y grandes dosis de inteligencia sobre la pista— a aquellos que tildaban el Big Four de grupeto ficticio y defendían la verdadera existencia de un Big Three, sin intruso alguno.
Con 43 títulos de la ATP, tres majors y dos oros olímpicos, Murray ha sabido respetar los tiempos y encontrar el espacio, su espacio. Este domingo batió al bombardero estadounidense John Isner (6-3, 6-7 y 6-4, en 2h 17m) en la final de París-Bercy para adjudicarse su 14º Masters 1.000 y continuar aderezando su gran año, resumido en ocho títulos (Roma, Queen’s, Wimbledon, Río, Pekín, Shanghái, Viena y este último), otras cuatro finales, 73 triunfos y nueve derrotas. Una temporada para enmarcar.