Los escritores argentinos llevan 40 años preguntándose cómo se puede escribir después de Borges. Alberto Manguel incluso llega a recomendar a los jóvenes no leerlo, porque después de hacerlo cualquier cosa que se escriba “es una especie de parodia de Borges”. Desde ayer el mundo de la cultura argentina, conmovido por la muerte de Ricardo Piglia a los 75 años y tras casi tres sufriendo una enfermedad degenerativa (ELA), empieza a preguntarse cómo será el mundo de las letras sin “el último maestro”, el gran referente contemporáneo, que fue enterrado en el cementerio de La Chacarita de Buenos Aires en medio de un profundo dolor y un respeto reverencial.
Nunca fue un escritor de masas, pero sí una guía indiscutible para el mundo cultural, hasta el punto de que casi todos los que llegaron después lo llaman “maestro”, algo que a él no le gustaba mucho. El impacto que ha causado esta muerte entre todos los que aprendieron con él a escribir y sobre todo a leer —era un extraordinario crítico que llegó a realizar programas de televisión para animar a la lectura— es enorme. “Me enteré cruzando la calle Camargo, por Parque Centenario. Recordé lo que había escrito Bioy Casares en su diario cuando se enteró de la muerte de Borges, que también lo agarró caminando por la calle: estos son mis primeros pasos en un mundo sin Piglia”, escribía en Clarín el cineasta Andrés Di Tella, director del documental 327 cuadernos, centrado en los diarios del escritor.