Luis Almagro fracasa en su gira antivenezolana | Política para Dummies | Scoop.it
 El secretario general de la OEA, Luis Almagro, todavía continúa exigiendo la aplicación de la Carta Democrática contra el país, sin ningún tipo de éxito. 

Con ese fracaso a cuestas es que Luis Almagro fue la última semana de enero a la reunión de la Asamblea Parlamentaria Euro-Latinoamericana (DLAT), donde exigió “la liberación de los presos políticos en Venezuela” y criticó el proceso de diálogo entre el chavismo y la oposición, auspiciado por la Unasur y el Vaticano. 

Sin embargo, tan poca repercusión tuvieron sus declaraciones defendiendo a Leopoldo López que hasta salió con las tablas en la cabeza cuando el parlamentario europeo Javier Couso de Izquierda Unida le reprochó su “obsesión con Venezuela”. 

Concretamente, Couso criticó su silencio respecto al golpe en Brasil, remarcando lo que compone sus movimientos políticos desde 2016 para acá: “Su obsesión con Venezuela, que lo ha convertido en un secretario general partidista, que no ayuda en nada y mucho se parece a un bombero pirómano”. 

Tal fue el fracaso de Luis Almagro que hasta lo intimaron a que convenza “a la oposición (venezolana) a sentarse en la mesa de diálogo” en vez de torpedearla. 

Justamente por esa posición de debilidad y falta de amor propio, además de argumentos, fue que sólo se animó a decir que hoy en “Venezuela existen más razones para aplicar la Carta Democrática que antes”, en una entrevista con el diario uruguayo El Observador. 

Lo que también revela el doble discurso que tiene Luis Almagro es que cuando está frente a los medios dice una cosa y en los organismos internacionales otra, como si fuera que en estos últimos no tuviese tanta capacidad ni margen de maniobra para forzar su ofensiva diplomática contra el país. Un hecho que sin lugar a dudas se ve en el nulo impacto que tienen sus declaraciones sobre Venezuela cuando hace un año servían para provocar reacciones en cadena en figuras regionales. 

Ni siquiera el club de expresidentes se acuerda de Almagro y el silencio mediático a su alrededor lo atestigua. 

Mucho de esto tiene que ver con lo mal que ha quedado parado en Washington después de haber apoyado en las últimas elecciones a Hillary Clinton (a tal punto de que el día de la votación esperó los resultados en el búnker de la fallida candidata). Ahora, sin embargo, intenta hacer equilibrio (para pedir apoyo en su agenda contra Venezuela) saludando la asunción del nuevo secretario de Estado de los EEUU, Rex Tillerson, cuando pocas horas antes criticaba abiertamente a Donald Trump por su idea de agrandar el muro que existe en la frontera con México. 

Pareciera no saber si confrontar abiertamente con Washington, junto al resto de organismos que dependen de su financiamiento, o esperar a ver si recupera el apoyo diplomático que tuvo en el pasado para dirigir el organismo. La necesidad de congraciarse con el nuevo secretario de Estado va en sintonía de mantener, en primer lugar, la vitalidad del organismo (y su puesto sobre todo) como interlocutor de la política exterior norteamericana en la región, para a partir de allí intentar catapultar un nuevo episodio de cerco contra Venezuela, hoy mucho más cuesta arriba que 2016 dado el contexto de repliegue geopolítico que condiciona a políticos y a organismos multilaterales. 

Después de todo, gran parte de los apoyos para una eventual candidatura presidencial en su país, Uruguay, están supeditados a que revitalice su ofensiva contra el chavismo, otorgándole relevancia a su puesto como secretario de la OEA. 

Nada sería peor para Almagro que se le aplicara el viejo principio de úselo y tírelo que los norteamericanos tantas veces han utilizado con los arrastrados que dejan de serviles. Sus declaraciones desesperadas y fuera de tiempo dan muestran de eso.