DAMASCO, abril 7.— Los 59 misiles Tomahawk lanzados por Estados Unidos contra el aeropuerto militar sirio de Shayrat, cerca de la ciudad de Homs, mataron al menos a seis personas, incluidos civiles, e hirieron a otras siete, operación que fue denunciada por el Gobierno sirio, condenada por Rusia, y apoyada por los países de la Unión Europea y otros de occidente, lo que acerca la posibilidad de un enfrentamiento generalizado en la región.
La reacción inmediata del presidente Donald Trump —ordenando el sorpresivo y extremo golpe militar como respuesta a un supuesto ataque con armas químicas del Gobierno de Damasco contra las fuerzas terroristas que operan en Siria—, fue considerada por la AFP de esta manera: «lo reveló como un líder alimentado por el instinto y la emoción, y dispuesto a sacudir cualquier estrategia en un instante».
Trump alegó el interés nacional de Estados Unidos y esto supone un proceder altamente peligroso, dijeron analistas.
Sin pruebas, ni investigación sobre lo sucedido, medios y políticos con poder arremetieron y culparon al Gobierno del presidente Bashar al-Assad, a pesar de la inmediata explicación de que el bombardeo había sido contra un depósito de armas, donde es evidente que los terroristas producían y almacenaban armas o productos químicos altamente tóxicos que provocaron la terrible consecuencia.
El Ministerio de Defensa ruso confirmó por información «totalmente objetiva y verificada» que el Ejército sirio destruyó un depósito de los terroristas con armas que serían embarcadas hacia Irak, el otro frente donde actúan.
Más allá del golpe contra la aviación siria al ser destruidos seis jets de combate MiG-23 junto con instalaciones de entrenamiento aéreo, depósitos y una estación de radar, la acción —que fue calificada de «imprudente», «irresponsable» y «miope» por el Gobierno sirio—, constituye una agresión flagrante contra ese país y favorece al llamado Estado Islámico, ISIS o Daesh, como quiera nombrársele, y otros grupos terroristas como al-Nusra, que ven un frente directo abierto por Estados Unidos y sus aliados contra Siria.
De hecho, esta acción de guerra suspende los acuerdos que se habían logrado entre Moscú y Washington en busca de una solución pacífica al conflicto que desangra a Siria desde hace seis años y que entre otros puntos se suponía que ambas partes intercambiarían información sobre los vuelos planeados en el área, algo que recordaba Russia Today.
Las declaraciones del ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguey Lavrov, eran contundentes, pues dijo que este golpe aéreo le había recordado el del año 2003 con que se inició la invasión a Irak, el que tampoco contó —como el de ahora— con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU y sin que mediara evidencia de que Siria hubiera utilizado armas químicas.
Irán también catalogó el golpe estadounidense con misiles de «peligroso» y «destructivo», además de violatorio de las leyes internacionales.
Por el contrario, Francia, Alemania, Reino Unido e Italia apoyaban el asalto que, además, lo consideraban como una «advertencia» a Rusia para que presionara a Damasco a una solución política del conflicto, y el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, lo llamó una «acción necesaria», mientras el presidente turco Recep Tayyip Erdogan dijo que era una operación «positiva».
Rusia ha llamado a una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU y el presidente Vladimir Putin ha considerado el golpe estadounidense como «una agresión contra una nación soberana», que se ha llevado a cabo «violando la ley internacional» y «bajo un pretexto inventado».
La injerencia estadounidense y de otros intereses de la región en el conflicto sirio es a las claras. Prensa Latina comentaba: «Entre mediados del 2016 y el presente año, ninguna voz responsable en el mundo occidental se alzó para censurar la entrada de las tropas turcas en este país y mucho menos ante la presencia de 2 000 integrantes de las fuerzas especiales de Estados Unidos, 40 kilómetros dentro del territorio sirio en las cercanías de las ciudades de Al Bab y Manbij, en la región norte de la provincia de Alepo», lo que agregaba que ha sido reiteradamente denunciado por Siria, pero a lo que hicieron oídos sordos.
Esta «prueba de fuerza» de Washington estira, hasta límites imprevisibles, una cuerda que con paciencia, mesura y habilidad tendieron Rusia, Siria e Irán para propiciar el fin de una guerra impuesta desde principios del 2012, agrega Prensa Latina, que llama al escenario «dramático y enrevesado» donde «todo puede suceder para mal y poco para bien porque, una vez más, los niveles de hegemonía e irrespeto a la soberanía de cada nación vuelan hechos añicos».