En su carrera hacia la Casa Blanca, Trump llegó a alabar a Putin como “un líder fuerte” que hacía “un gran trabajo”. Incluso expresó su deseo de convertir al presidente ruso en su “mejor amigo”. Cabe albergar dudas de si la obsequiosa actitud de Trump hacia Putin ha tenido que ver más con su indisimulado odio hacia Obama y Hillary Clinton o con sus oscuros lazos personales y de su campaña con Moscú, una materia todavía bajo investigación del FBI y del Congreso. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de que tras 17 años al frente de su país, y con pleno control de todos los recursos de poder de Rusia incluidos los militares y mediáticos, Putin es un líder experimentado al que un novato amante de la improvisación como Trump va a tener difícil ganarle la partida.
Porque si algo demuestran las primeras escaramuzas de la política exterior de Trump, sea en Siria o Corea del Norte, es la ruptura del proceso de formulación de políticas, un proceso que en absoluto se puede permitir una superpotencia con intereses y responsabilidades globales como EE UU. A la primera de cambio se ha demostrado que detrás de las bravatas de Trump sobre la imprevisibilidad no hay más que incoherencia. O peor aún, ignorancia, ausencia de autoridad y fragmentación del proceso de toma de decisiones.Acusar a Moscú de cinismo por amparar con subterfugios legales y estridencias propagandísticas el inaceptable empleo de armas químicas contra la población siria está plenamente justificado. Pero no se puede ignorar que se trata de un patrón recurrente en la conducta de Putin, manifestado también en el conflicto ucranio, donde consta que fueron sus misiles los que derribaron al avión de Malasian causando 298 muertos en julio de 2014, como en la ilegal anexión de Crimea, que Trump tanto se ha resistido a condenar poniendo en evidencia, una vez más, la oscuridad de los intereses que dominaron su campaña.Después de mostrar nulo interés por la apertura de los regímenes de la región (veáse el recibimiento prodigado al presidente de Egipto, mariscal Al Sisi) y fiarlo todo a la colaboración con Rusia contra el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) y el terrorismo yihadista, Trump ha decidido posicionarse contra El Asad en Siria, aun a costa de enfrentarse con Moscú, y sin saber muy bien si lo ha hecho por razones estratégicas, anunciando un cambio de política, o puramente emocionales, es decir, en clave de política interior. Sea como fuere, en poco menos de una semana, Trump ha antagonizado a sus dos principales rivales, Rusia y China, a costa de la protección que ambos brindan a dos regímenes títeres, en Damasco y Pyongyang, respectivamente.
Urge que la Admistración de Trump desarrolle una política realista hacia Rusia, que responda a la complejidad de una relación en la que tan importante es marcar las líneas rojas que no se deben traspasar sin consecuencias como los espacios de cooperación en los que explotar intereses comunes. La visita de Tillerson a Moscú debería marcar el comienzo del despertar de Trump con Rusia. EE UU debe pensar a largo plazo y con coherencia; de lo contrario, Putin, mucho más experimentado, ganará siempre la partida e impondrá sus intereses.