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General: Ni "populistas" ni "republicanos": el Estado desde el punto de vista del marxism
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De: Matilda  (Mensaje original) Enviado: 19/04/2017 18:06

Ni “populistas” ni “republicanos”: el Estado desde el punto de vista del marxismo

Macri habló del Estado como un “aguantadero”, en relación al ciclo kirchnerista. Frente a las versiones simplificadas del rol del aparato estatal, la concepción marxista propone una visión compleja.

Eduardo Castilla

@castillaeduardo

Miércoles 19 de abril | Edición del día

 
 

Fotografía:Diseño base:akhmad maulidi/Behance

Ayer Mauricio Macri definió al Estado bajo el kirchnerismo como un “aguantadero”. La definición no tiene nada de original viniendo del presidente. En última instancia repite la misma línea argumental que sostuvo cuando habló de “ñoquis” justificando los despidos en ese ámbito. La simplificación de Macri se inscribe dentro de su propia concepción de clase que considera al Estado como parte de su patrimonio.

Dentro de un universo de mayor complejidad conceptual que la expresada por el presidente se encuentra la concepción liberal clásica que ve al Estado como el órgano llamado a regir el conjunto de los intereses sociales. Eso que, sin más razones que las ideológicas, es llamado el “bien común”.

Desde el llamado “populismo”, en su amplitud múltiple, se elabora otra concepción del Estado. Aquella que, aceptando el conflicto social y la desigualdad que expresa el mismo, ve al Estado como un “corrector” de esa desigualdad, en función de las capas más empobrecidas.

En casos extremos, esas diferencias toman la forma de diferentes regímenes políticos. Sin embargo, cada vez más, aparecen como matices –a veces importantes- en la forma de gestionar las formas democráticas de un régimen que garantiza la continuidad del poder capitalista.

Si la primera de esas acepciones considera central la defensa de la “república” o de las “instituciones”; la segunda se centra en la defensa de una gestión que busque limitar el conflicto social por medio de atenuar la desigualdad existente.

Sin embargo, ni una ni la otra ponen en cuestión el dominio social de la clase capitalista. Republicanos y populistas, por igual, consideran sagrado la dominación del gran empresariado en la sociedad.

El marxismo y el Estado

Ya en el siglo XIX, el marxismo inauguró una concepción completamente original del Estado. La primera formulación ampliamente conocida de esa visión fue presentada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista.

El texto, que vio la luz casi al calor de las revoluciones de 1848 –la llamada “Primavera de los pueblos”- se convirtió en un documento histórico para la posteridad, marcando un punto de vista radicalmente nuevo sobre el conflicto social.

“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases”. Así inicia el primer apartado del Manifiesto. A partir de allí es imposible deducir una concepción sobre el Estado por fuera de esa definición nodal.

Así, según se lee en el Manifiesto, “el Gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa” (Manifiesto Comunista. Ediciones IPS, pág.12).

Las revoluciones de 1848 mostrarán que la clase trabajadora debe conquistar su independencia política en el camino de su lucha por la emancipación social. Para Marx y Engels, también quedará en evidencia que el Estado burgués no puede ser, simplemente “ocupado” sino que se debe ser destruido. Los jóvenes autores del Manifiesto ya habían planteando la necesidad de que la clase obrera se elevara al terreno del poder político.

Esa conclusión se reforzará a la luz de la heroica Comuna de París, de 1871. En el prólogo de 1872 al Manifiesto Comunista, ambos autores afirmarán que “la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. Ese aparato del Estado debe ser demolido y reemplazado por uno nuevo. Marx dirá que se trata de la “condición previa para toda verdadera revolución popular en el continente”.

La Comuna sería, al decir de Marx, la forma política -"finalmente descubierta"- de la dictadura del proletariado. La clase trabajadora se elevaba al poder político por primera vez en la historia. Al hacerlo mostraba un nuevo tipo de Estado donde la burocracia política y las fuerzas armadas regulares eran destruidas y reemplazadas por la auto-organización del pueblo trabajador parisino.

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En 1875, en la Crítica al Programa de Gotha, Marx polemizará explicando, una vez más, que “los distintos Estados de los distintos países civilizados, pese a la abigarrada diversidad de sus formas, tienen de común el que todos ellos se asientan sobre las bases de la moderna sociedad burguesa, aunque ésta se halle en unos sitios más desarrollada que en otros, en el sentido capitalista”.

Lenin, el Estado y la revolución

La derrota de la heroica Comuna de París dio lugar a proceso contradictorio. Durante las décadas siguientes la clase obrera se fortaleció social y políticamente, con la construcción de fuertes partidos socialistas en los países más importantes de Europa. Sin embargo, ese fortalecimiento tuvo lugar en los marcos de la ausencia de tendencias agudas de la lucha de clases o, directamente, revolucionarias.

Eso conformó partidos socialistas y organizaciones sindicales que, como resultado de esas presiones sociales, se amoldaron a sus propios Estados nacionales. Por ende, a sus propias clases capitalistas. Eso tendría su expresión más trágica en la Primera Guerra mundial, cuando las direcciones de esas organizaciones apoyarían a las fuerzas armadas de sus propias naciones.

Sería la Revolución rusa de 1917 la que volvería a poner la cuestión del Estado en escena, estrechamente ligada a la lucha de clases.

El magistral libro que se titula El Estado y la revolución fue escrito por Lenin al calor de la Revolución Rusa. Se trata de un texto apasionante cuya lectura resulta imprescindible para todos aquellos y aquellas luchadoras que se propongan una pelea seria para enfrentar al capitalismo.

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Lenin volvería a poner en el centro del análisis del marxismo la relación entre el Estado, la lucha de clases y la revolución. En la presentación del libro señalará que “lo que ocurre ahora con la teoría de Marx ocurrió repetidas veces, en el curso de la historia, con las teorías de pensadores revolucionarios y dirigentes de las clases oprimidas que luchaban por su emancipación (…) en vista de la increíblemente extensa deformación del marxismo, nuestra tarea principal es restablecer las verdaderas enseñanzas de Marx sobre el Estado (Obras escogidas, Ediciones IPS, pág. 127).

Esas enseñanzas sobre las que considera necesario volver Lenin son aquellas que definen al Estado en función de su lugar en la lucha de clases. El dirigente del Partido Bolchevique dirá que "Engels explica el concepto de la ’fuerza’ llamada Estado, fuerza que surge de la sociedad, pero que se sitúa por encima de ella y que se divorcia cada vez más de ella. ¿En qué consiste, fundamentalmente, esa fuerza? Consiste en destacamentos de hombres armados que disponen de cárceles y otros elementos" (pág.129). El Estado capitalista es, en esencia, una banda de hombres armados al servicio del capital.

Eso no implica que Lenin no distinga las formas políticas de ese Estado. Formas que tiene una importancia fundamental a la hora de sustentar el dominio de clase. Así, también escribirá que "la república democrática es la mejor envoltura política posible para el capitalismo (...) esta envoltura óptima, instaura su poder con tanta seguridad, con tanta firmeza, que ningún cambio de personas, de instituciones o partidos en la república democrática burguesa puede conmoverlo" (pág.133).

La revolución rusa de 1917 pondría en escena nuevamente a los sóviets, la forma organizativa del movimiento de las propias masas de trabajadores, soldados y campesinos. El sóviet (consejo en idioma ruso) sería la base del nuevo Estado que surgiría de la revolución de Octubre, mostrando una nueva forma de poder político, organizando desde abajo por las propias masas en lucha.

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En 1918, el mismo Lenin escribiría que "Los sóviets son la organización directa de los propios trabajadores y explotados que los ayuda, en todas las formas posibles, a organizar y gobernar su propio Estado" (Obras..., pág. 341).

Trotsky y la burocratización del Estado soviético

La Revolución Rusa no pudo extenderse de manera victoriosa al resto de Europa y el mundo. En ese límite hay que buscar una de las razones de la creciente burocratización del Estado nacido de la primera revolución de masas victoriosa.

Si los primeros años del régimen soviético están asociados a la libertad creciente de la clase trabajadora, la llegada del stalinismo implicará una asociación completamente contraria, identificado conceptos como el del comunismo con formas totalitarias y dictatoriales.

Ese cambio enorme desde el punto de vista político y social implicó una nueva reformulación de la teoría marxista del Estado. La misma sería llevada a cabo esencialmente por León Trotsky, el otro gran dirigente de la Revolución Rusa junto a Lenin.

La revolución traicionada será la obra de Trotsky que condensará el conjunto nodal de definiciones que hacen a la explicación del proceso de burocratización de la Unión Soviética.

Allí, explicando los límites del desarrollo del régimen soviético, el dirigente ruso dirá -entre muchas otras cosas- que "si la tentativa primitiva -crear un Estado libre de burocracia- tropezó, en primer lugar, con la inexperiencia de las masas en materia de autoadministración (...) no tardarían en dejarse sentir otras dificultades más profundas. La reducción del Estado a funciones de "contabilidad y control", mientras que las funciones coercitivas debían debilitarse sin cesar (...) suponía cierto bienestar. Esta condición necesaria faltaba. La ayuda de Occidente no llegaba" (Obras escogidas. Ediciones CEIP. Pág. 76).

La burocracia stalinista fue un producto histórico del fracaso de la revolución social en extenderse, no el resultado "necesario" de la concepción de Marx o Lenin, como se intentó presentarlo por parte de la intelectualidad liberal aliada a la clase capitalista. La dirección -por parte de esa misma burocracia- de la Internacional Comunista implicó enormes derrotas estratégicas para la clase obrera en todo el mundo, profundizando aún más las tendencias antes señaladas.

Aquí, el aporte teórico de Trotsky para comprender en profundidad esa dinámica del Estado soviético, se vuelve imprescindible. Por lo tanto, se trata también de una perspectiva teórica esencial para comprender el siglo XX en su conjunto.

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El Estado, cuestión nodal de la estrategia revolucionaria

Aún hoy, la cuestión del Estado sigue siendo una de las cuestiones nodales de toda perspectiva que se proponga un horizonte emancipatorio. Durante el conjunto del siglo XX y el transcurso del siglo XXI, los debates sobre el Estado han ocupado un lugar central en la izquierda. La cuestión de su carácter, su composición y la posibilidad de transformarlo han surcado a las más diversas corrientes políticas de ese espectro.

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El fracaso del último ascenso revolucionario de masas que tuvo lugar a escala internacional -entre fines de los años 60 e inicios de los 80- dio paso al desarrollo del neoliberalismo como tendencia mundial, con sus secuelas ideológicas en cuanto a la visión sobre el Estado y las formas del régimen democrático.

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En los tiempos turbulentos que corren a nivel internacional, con crecientes tensiones geopolíticas y un desgaste constante de los partidos que ocuparon el centro de la escena durante las últimas décadas, resulta fundamental volver al estudio profundo de la concepción marxista del Estado.

Una concepción que fue forjada por Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo o Gramsci, entre muchos otros, al calor del desarrollo del capitalismo y de la lucha de clases que éste, inevitablemente, trae aparejada.

Una perspectiva así es imprescindible para quienes se proponen enfrentar al sistema capitalista y sus secuelas de opresión y explotación sobre millones.



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De: Matilda Enviado: 19/04/2017 18:08

A 146 AÑOS

La Comuna de París de 1871

Entre marzo y mayo de 1871 el proletariado conquistó su primer organismo de poder en la historia.

La Izquierda Diario

@izquierdadiario

Sábado 18 de marzo | 00:00

 
 
  

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La guerra y la república burguesa

En julio de 1870, Napoleón III declaró la guerra a la Prusia de Bismarck, que lideraba el proceso de unificación alemana, como un intento por mantener la hegemonía francesa en Europa continental y afirmar la autoridad interna del Imperio. Este ‘intento imperialista’ de salvar el régimen terminó rápidamente en un deshonroso fracaso: el 2 de septiembre Napoleón III reconoce la derrota y se rinde en Sedán dando lugar a un vacío de poder en Francia.

El 4 de septiembre, la multitud de París marchó al Ayuntamiento al grito de "La patria está en peligro" y proclamó la República. Esta es inmediatamente hegemonizada por los diputados burgueses de París, denunciados por Marx como una ‘cuadrilla de abogados arribistas’. La dirección del gobierno recayó en Thiers cuya trayectoria política, en 1830, 1848 y en el Imperio había sido "atizar la revolución cuando no está en el poder, para ahogarla en sangre cuando empuña el timón del gobierno". El 4 de septiembre significó el comienzo de la revolución y al mismo tiempo la usurpación de la burguesía de la acción de las masas populares. Esta debilidad inicial impidió que se haga fuerza real la principal lección de las revoluciones de 1848 expresada en la reflexión de Marx de que la clase obrera debía tener la determinación estratégica de organizarse de forma independiente, para establecer en el proceso revolucionario las condiciones de su propia emancipación social.

La terrible situación de la guerra requería que la defensa nacional sea desarrollada con todas las fuerzas de la nación, pero esto implicaba armar a la población lo que los republicanos no estaban dispuestos a hacer concientes del peligro que les significaba. Esta paradoja de la burguesía en el poder de la nación en guerra, llevaba la capitulación y la traición en su seno. Como lo expresó Marx "En este conflicto entre el deber nacional y el interés de clase, el gobierno de la defensa nacional no vaciló un instante en convertirse en un gobierno de la traición nacional". El general Trochu, que tomó la responsabilidad de la defensa de París, confesaba que resistir el asedio prusiano era imposible o a lo sumo una locura heroica. La burguesía francesa, que tenía el pasado de la gran revolución, se mostraba temerosa de las masas, sólo el proletariado podía heredar el heroísmo revolucionario.

El pueblo en armas

Seis meses de asedio sufrió París, mientras el gobierno no desarrollaba ninguna iniciativa seria de defensa esperando el momento oportuno para la capitulación. Pero mientras la burguesía preparaba la traición, en París las masas resistían organizadas. Primero en los ‘comités de vigilancia barriales’ y el ‘Comité Central de los 20 Distritos’, que fueron desarticulados por la represión. Luego por la necesidad de la guerra, surgió una institución poderosa, la Guardia Nacional, la federación de los batallones que se formó espontáneamente agrupando a los miles de obreros, desocupados y capas bajas de la pequeñoburguesía que habían sido armados. Se impuso una democracia directa donde todos los mandos eran votados y también los delegados que se agrupaban en el Comité Central de la Guardia Nacional. El carácter del mismo estaba marcado por la autoorganización y el poder de ejecutar la defensa. La invasión prusiana de París, a inicios del mes de marzo, llevó a sostener la resistencia en los barrios obreros, donde se resguardó toda la población mientras el gobierno huía a Versalles y el poder caía en manos del proletariado.

Con la capitulación del armisticio, Thiers creyó llegado el momento de desarmar París. El intento de retomar los cañones que estaban en manos populares fue resistido por las mujeres que desencadenaron la ira popular que llevó al fusilamiento de los dos generales del gobierno. Esta ofensiva burguesa fue la declaración de la guerra civil, sin embargo la Guardia Nacional no avanzó sobre el gobierno. Al calor de estos acontecimientos Marx criticó el hecho de que la Guardia Nacional no avanzara sobre Versalles y aplastara el gobierno de Thiers. Esta inacción posibilitó que se organizara la contrarrevolución bajo ‘bandera republicana’ y mostró un proletariado vacilante que no pudo mostrarse hegemónico a escala nacional, lo que reforzó la alianza de Thiers con los ‘rurales’ que querían aislar París impidiendo el libre contacto de La Comuna con las provincias, para evitar una sublevación general de los campesinos.

La creación de La Comuna tuvo lugar el 18 de marzo, el Comité Central afirmaba que los obreros habían decidido "hacerse dueños de su propio destino tomando el poder". Marx no dudó en consagrar a la Comuna como "un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a dentro de ella la emancipación del trabajo". El primer decreto suprime al ejército regular y le contrapone "el pueblo en armas", era la consagración de un nuevo estado sobre la destrucción del anterior. La Comuna era la antítesis del Imperio y una superación de la representación de la democracia burguesa. Se basaba en la democracia de las masas mediante el voto directo por distritos. Se buscó eliminar la burocracia con la rotación y la revocabilidad, reuniendo las funciones legislativas y ejecutivas en una corporación de trabajo que funcionaba públicamente. Cada cargo público pasó a tener un salario de obrero para eliminar toda casta privilegiada. La democracia obrera ponía un punto final a la democracia burguesa donde las masas sólo podían votar cada cuatro años a sus propios explotadores.

La Comuna abría paso a la gestión de los productores en busca de un cambio social expresado en las medidas progresivas sobre alquileres y deudas, la prohibición del trabajo nocturno y la reducción de la jornada de trabajo, y fomentando cooperativas y gestión obrera. Una revolución social requería la expropiación de las grandes fábricas y la confiscación del Banco de Francia donde estaban las arcas de la burguesía. Sin embargo al gobierno obrero le faltó tiempo en el poder y no se pudo consolidar. Sobre todo, porque al no avanzar sobre Versalles no pudo desarticular el estado nacional y extender su poder. Los levantamientos comuneros en las principales ciudades son derrotados y tampoco se desarrolla la lucha de clases en el campo bajo la forma de ‘guerra campesina’ de las capas oprimidas contra los terratenientes. El 20 de mayo la contrarrevolución organizada por Versalles, apoyada por toda la reacción europea y por Bismarck que liberó 170 mil prisioneros, ingresó en París. La lucha duró varias semanas y dejó un campo tendido de más de 10.000 muertos.

Estado-comuna: Dictadura del proletariado

A pesar de esta terrible derrota, la lección duradera y profunda de la Comuna es que el proletariado no puede sólo tomar el aparato del estado tal cual es para sí, sino que debe romper esa máquina infernal, destruirla. Con la Comuna la pregunta de por qué tipo de poder podía ser reemplazado el Estado burgués era resuelta. La burguesía inglesa –así lo entendió el London Times– describió la Comuna como "predominio del proletariado sobre las clases pudientes, del artesano sobre el oficial, del Trabajo sobre el Capital".

Para Marx era ‘la forma política al fin descubierta’, la resolución secreta del enigma del poder obrero. Años después en su análisis estratégico León Trotsky afirmaba que: "El Comité Central de la Guardia nacional era, de hecho, un Consejo de diputados de los obreros armados y de la pequeña burguesía...". Es que desarticular el poder centralizado del estado burgués y contraponerle otros organismos de poder es una precondición para una verdadera revolución que despliegue la iniciativa de las masas. La Comuna fue la primera forma del gobierno obrero, treinta y cuatro años después, con la revolución rusa de 1905, se desarrollaron los consejos o soviets que adoptaron formas similares y heredaron sus enseñanzas. El proletariado en el siglo XX adquirió un desarrollo social superior, que le permitió ya no sólo el uso de la democracia territorial sino articular desde las mismas unidades productivas la hegemonía obrera. Los soviets posibilitaron elevar a la clase obrera al triunfo de la revolución proletaria y construir la dictadura del proletariado como puente de la transición al socialismo.

Bibliografía de Referencia:

- La guerra civil en Francia, Karl Marx. 
- El Estado y la revolución, V. I. Lenin. 
- "Las lecciones de la Comuna", León Trotsky.

Fuente: La Verdad Obrera (experiódico del PTS), 16 de julio de 2004.


Respuesta  Mensaje 3 de 8 en el tema 
De: Matilda Enviado: 19/04/2017 18:09

Lenin, el Estado y la hegemonía

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JUAN DAL MASO Y FERNANDO ROSSO 

N.3, septiembre 2013

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Se dice muy seguido y muchas más veces delo que se lo fundamenta, que el marxismo carece de una “Teoría del Estado” y de una “Teoría de la Acción Política”. Sin entrar a discutir hasta dónde el marxismo debería tener formalizadas tales teorías con mayúsculas, este sentido común impuesto como una verdad revelada en los ámbitos académicos esconde las genuinas aportaciones de la tradición marxista clásica tanto para la compresión del Estado como de la acción política.

Y aunque resulte muchas veces acusado de ser un pensador “asiático”, totalitario y antidemocrático, da la casualidad de que el aporte de Lenin resulta fundamental en este sentido, por lo menos en lo que hace a la tradición marxista clásica y sus derivaciones, al punto de que muchos de los que reivindican a Gramsci como una suerte de “superación” del legado de Lenin, precisamente desconocen de forma grosera cómo el propio comunista italiano tomó al líder revolucionario ruso como su referencia inmediata en las cuestiones de la hegemonía.

En este artículo haremos referencia al modo en que Lenin pone en relación la centralidad de la política, su “base de clase”, tanto en el sentido de su carácter de clase como de su carnadura social, y cómo esto se expresa en una concepción del Estado y de la hegemonía de la clase obrera. Destacamos de antemano que la fortaleza del enfoque de Lenin es lograr un punto de vista “equilibrado”, de interdependencia dialéctica entre la autonomía de la política y sus determinaciones sociales.

Este enfoque de Lenin permite justamente “poner límites” a ciertos fenómenos y fragmentos discursivos. Por ejemplo, la famosa “autonomía de la política” que, bien mirada, actúa como contrapeso crítico de los puntos de vistas economicistas, pero a su vez puede derivar en una teoría de la necesidad de una casta política “eterna”, así como en posiciones “sustituistas” de los sujetos socialmente concretos, como en cierta medida fue el caso del posicionamiento de Gramsci sobre la URSS. Es que precisamente los puntos de vista de Lenin se articulan en torno a una concepción del Estado, partiendo de su definición en base a su carácter de clase, pero estableciendo diversas relaciones y aspectos que hacen a los vínculos entre las clases, de éstas con el Estado y del Estado con la sociedad, visto históricamente.

Para desarrollar algunos de estos tópicos, tomaremos en cuenta un fragmento de un trabajo del intelectual marxista francés Daniel Bensaïd sobre El Estado y la revolución, ya que tiene el mérito de expresar de manera concentrada algunos de los principales cuestionamientos a la concepción de Lenin, justamente en la cuestión del Estado, las clases sociales y la política: En El Estado y la revolución, Lenin rompe radicalmente con “el cretinismo parlamentario” del marxismo ortodoxo. Conserva sin embargo su ideología gestionaria. Así, imagina aún que la sociedad socialista “no será ya más que una oficina, un solo taller, con una igualdad de trabajo e igualdad de salario”. Tales fórmulas recuerdan ciertas páginas en las que Engels sugiere que la extinción del Estado significará también una extinción de la política en beneficio de una simple “administración de las cosas”, cuya idea es tomada prestada de los saintsimonianos; dicho de otra forma, a una simple tecnología de gestión de lo social, donde la abundancia postulada dispensaría de establecer prioridades, de debatir opciones, de hacer vivir la política como espacio de la pluralidad. (…) Se trata aquí claramente, no sólo de la extinción del Estado, sino claramente de la extinción de la política, soluble en la administración de las cosas.

Como ocurre a menudo, tal utopía, en apariencia libertaria, se vuelve utopía autoritaria. El sueño de una sociedad que no sería “toda entera más que una única oficina y un solo taller”, no remitiría en efecto más que a una buena organización de su funcionamiento. Igualmente, un “Estado proletario”, concebido como un “cartel del pueblo entero”, puede fácilmente conducir a la confusión totalitaria de la clase, del partido, y del Estado, y a la idea de que, en este cartel del pueblo entero, los trabajadores no tendrían ya que hacer huelgas, puesto que sería hacer huelga contra sí mismos[1].

Política, administración de las cosas, Estado obrero

Criticando la supuesta “utopía” de cuño saintsimoniano de Lenin, Bensaïd introduce una operación teórica que implica la oposición entre “política” y “administración de las cosas”, sin explicar del todo si la distinción entre ambas actividades implica una diferencia de calidad o solamente de grado. Dado que si la diferencia es de calidad, la “autonomía de la política” es mucho más pasible de transformarse en una teoría de la política como actividad especializada y separada del quehacer de la clase trabajadora.

Por el contrario, para Lenin en el Estado obrero de transición no hay diferencia sustantiva entre “política” y “administración de las cosas” (podría decirse también “resolución de los grandes problemas de las masas trabajadoras”), y eso se expresa tanto en lo que hace a las condiciones de posibilidad del gobierno de la clase obrera, como a la relación entre peso social del proletariado y dirección política del Estado, en una concepción de hegemonía obrera superior a cualquier teoría unilateral de “autonomía de la política”. Esta concepción general debe articularse a su vez con la progresión de la revolución socialista internacional, ya que la toma del poder y la construcción del Estado obrero comienzan a nivel nacional: mientras en el plano interno el Estado obrero modifica la relación entre “política” y “administración de las cosas”, en el plano internacional la persistencia del capitalismo y la lucha de clases implica la permanencia de la política, en primer lugar de la estrategia orientada a la lucha por el poder obrero, tal cual está contemplada en la Teoría de la Revolución Permanente de León Trotsky. A su vez, en el plano interno, los retrocesos que puede tener la construcción socialista en la historia concreta (como demostró en la URSS el surgimiento de una casta burocrática), o la pelea entre diferentes intereses de clases inscripta en la misma transición, requieren nuevas respuestas políticas, como las planteadas por Trotsky en el combate por revitalizar los soviets y la pelea por pluripartidismo soviético.

En dos textos de 1917 (“¿Podrán los bolcheviques mantenerse en el poder?” y “La catástrofe que nos amenaza y cómo luchar contra ella”[2]), Lenin desarrolla una serie de planteos programáticos en los que demuestra cómo los trabajadores son capaces de dar una salida propia a los problemas económicos y sociales, y hasta de organizar su propio Estado. Demandas que no solo se refieren a la organización política, sino que apuntan a la transformación de la organización económico-social en el camino a una transición socialista, y que podrían sintetizarse en el control obrero y popular sobre el conjunto de la producción y distribución.

Partiendo de la concepción marxista de que el Estado es esencialmente un órgano de opresión y explotación de una clase sobre otra (desarrollada previamente en El Estado y la revolución), afirma Lenin con relación al aparato del Estado: “El proletariado no puede ‘apoderarse’ del ‘aparato de Estado’ y ‘ponerlo en marcha’.

Pero sí puede destruir todo lo que hay de opresor, de rutinario, de incorregiblemente burgués en el viejo aparato de Estado y reemplazarlo por su propio aparato. Los soviets de diputados obreros, soldados y campesinos son precisamente este aparato”[3].

Luego de demostrar todas las ventajas de los soviets, que surgieron en Rusia en 1905 y fueron una forma históricamente más desarrollada del Estado-Comuna, organismos mil veces más democráticos que cualquier república democrática burguesa, Lenin afirma de manera muy simple que: “La principal dificultad que enfrenta la revolución proletaria es la instauración a escala nacional del sistema más preciso, meticuloso, de registro y control, de control obrero, de la producción y la distribución de los productos”[4].

Más adelante explica los dos “aparatos” con los que cuenta el Estado burgués moderno: Además del aparato de opresión por excelencia –el Ejército regular, la Policía y la burocracia–, el Estado moderno tiene un aparato que está íntimamente vinculado con los bancos y los consorcios, un aparato que realiza, si vale la expresión, un vasto trabajo de contabilidad y registro. Este aparato no puede, ni debe ser destruido. Lo que hay que hacer es arrancarlo del control de los capitalistas; hay que separar, incomunicar, aislar a los capitalistas, y a los hilos que ellos manejan; hay que subordinarlo a los soviets proletarios; hay que hacerlo más vasto, más universal, más popular[5].

Por último Lenin afirma que: Podemos “apoderarnos” de este “aparato de Estado” (que bajo el capitalismo no es totalmente un aparato de Estado, pero que lo será en nuestras manos, bajo el socialismo) y “ponerlo en marcha” de un solo golpe, con un solo decreto, porque el verdadero trabajo de contabilidad, control, registro y cálculo es realizado por empleados, la mayoría de los cuales son, por sus condiciones de vida, proletarios o semiproletarios[6].

Esto en apariencia sería contradictorio con lo que afirma en El Estado y la revolución, donde dice –siguiendo a Engels– que el Estado de transición –la dictadura del proletariado– no sería un Estado en el “sentido estricto”. Pero la realidad es que está planteando la cuestión a dos niveles diferentes. En el primer caso se refiere al Estado como órgano de opresión de la minoría sobre las mayorías, como fueron todos los tipos de Estado históricamente conocidos, incluido el capitalista.

En cambio el Estado obrero o la dictadura del proletariado es el órgano de dominación de la mayoría sobre la minoría, y en este sentido no es un Estado en el sentido estricto. En el segundo caso, se refiere al aparato administrativo del Estado, haciendo hincapié en el registro y control de la producción y distribución –que durante siglo XX, con el desarrollo de las formas estatales, se extendieron a la salud, la educación, y la obra pública.

Bajo el capitalismo, estas funciones están orientadas a las necesidades generales de la sociedad pero bajo la lógica de la ganancia capitalista, por lo que el Estado burgués no puede garantizarlas de manera verdaderamente universal[7].

En este punto Lenin precisa qué es lo que se debe destruir del Estado burgués y qué es lo que hay que conservar-transformar, para ponerlo al servicio de un nuevo Estado proletario; no una nueva forma, sino más precisamente un nuevo tipo de Estado. Contra los reformistas que niegan la necesidad de la destrucción-disolución del Estado y apuestan a su “transformación” pacífica, y contra los anarquistas que hablan de “destruir todo tipo de Estado de la noche a la mañana”, Lenin piensa las formas concretas de la dictadura del proletariado: cómo debe organizarse el Estado y la economía para iniciar el camino al socialismo, como condición para –en el marco del impulso al desarrollo de la revolución mundial– pelear por el comunismo, la extinción de todo tipo de Estado.

La concepción leninista del Estado y la política, entonces, supone una articulación concreta en la que política y administración de las cosas se unen en la consolidación del poder social de la clase obrera como condición previa para el proceso histórico de superación de la sociedad de clases y el Estado.

Estado obrero, hegemonía y clase obrera

Analicemos entonces la cuestión de si de esta concepción se desprende un totalitarismo en el cual los obreros no pueden hacer huelga contra su propio Estado. A diferencia de lo que dice Bensaïd, la posición de Lenin no supone la simple e inmediata disolución de la política en la “gestión de las cosas”, sino que hace mucho más compleja la cuestión de la política en tanto mediación entre las clases, y entre estas y el Estado.

En su discurso pronunciado en la reunión conjunta de los militantes del PC(B) de Rusia delegados al VIII Congreso de los Soviets de Toda Rusia y del Consejo de los Sindicatos de Moscú, realizada el 30 de diciembre de 1920, Lenin –como parte de una polémica con Bujarin y Trotsky en los momentos difíciles del llamado “comunismo de guerra” que pronto sería reemplazado por la NEP– realizó una serie de señalamientos muy importantes para definir la relación del Estado obrero con la clase obrera, en el sentido precisamente opuesto al que propone Bensaïd.

Lenin partía de que la hegemonía del proletariado no podía ser dirigida a través de los sindicatos de masas sino de la vanguardia organizada en el partido para luego precisar las relaciones entre la clase obrera, el campesinado, la vanguardia de la clase obrera, los sindicatos y el Estado en un análisis claramente orientado a sostener el Estado obrero y el poder social de la clase obrera en forma simultánea:

Se comprende que en 1917 hablásemos del Estado obrero; pero ahora se comete un error manifiesto cuando se nos dice: “Para qué defender, y frente a quién defender, a la clase obrera si no hay burguesía y el Estado es obrero?” No del todo obrero: ahí está el quid de la cuestión (…) En nuestro país, el Estado no es, en realidad obrero, sino obrero y campesino (…) nuestro Estado es obrero con una deformación burocrática. Y hemos tenido que colgarle –¿cómo decirlo?– esta lamentable etiqueta o cosa así. Ahí tenéis la realidad del período de transición. Pues bien, dado ese género de Estado, que ha cristalizado en la práctica, ¿los sindicatos no tienen nada que defender? ¿Se puede prescindir de ellos para defender los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad? (…) Nuestro Estado de hoy es tal que el proletariado organizado en su totalidad debe defenderse, y nosotros debemos utilizar estas organizaciones obreras para defender a los obreros frente a su Estado y para que los obreros defiendan nuestro Estado. Una y otra defensa se efectúa a través de una combinación original de nuestras medidas estatales y de nuestro acuerdo, del “enlazamiento” con nuestros sindicatos. Porque el concepto de “enlazamiento” incluye que es necesario saber utilizar las medidas del poder estatal para defender de este poder estatal los intereses materiales y espirituales del proletariado organizado en su totalidad[8].

Superando la tradición del constitucionalismo burgués, que se propone limitar el poder mediante la división de poderes, haciendo abstracción de que es una mera subdivisión del mismo poder de la clase explotadora, Lenin es clarísimo en su posición de articular fuerzas sociales e instituciones políticas para que la “hegemonía” de la clase obrera no se transforme en una sustitución de la clase obrera por el aparato estatal presionado por millones de campesinos. Y en ese sentido, la “hegemonía” en la que está pensando Lenin contiene un sistema de contrapesos al mismo tiempo muy complejo (por las fuerzas sociales que se propone articular) y muy sencillo (por su claridad de cuáles son los problemas a resolver) entre la vanguardia y las masas de la clase obrera y entre la clase obrera de conjunto y el campesinado, que a su vez debe expresarse en la relación entre las organizaciones obreras y el Estado.

Nada más lejos de “la confusión totalitaria de la clase, del partido, y del Estado” en la que “los trabajadores no tendrían ya que hacer huelgas, puesto que sería hacer huelga contra sí mismos”.

En la concepción leninista, que a su vez daba un rol muy importante a la construcción cultural, la diferencia entre política y administración de las cosas resulta relativa, uniendo la democracia política con la industrial. En este contexto, la autonomía de la política, perfectamente conocida por Lenin, estaba integrada en un pensamiento sobre el Estado en el cual el fin de la sociedad de clases no haría que se terminasen los diferendos, los debates y controversias entre los seres humanos, pero sí la necesidad de una casta “especializada” en la política (entendida esta como una mediación al interior de los conflictos) separada de los productores.

Por el contrario, la ilusión en la perennidad de la política, similar a la idea althusseriana de la perennidad de la ideología, podría considerarse como una expresión de la adaptación del marxismo a la idea posmarxista de la democracia “consensual” como horizonte insuperable del “movimiento social”.

 

 

 


 


[1] Daniel Bensaïd, “El Estado, la democracia y la revolución: una vez más sobre Lenin y 1917”, vientosur.info, 4/12/07.

[2] Incluidas en las recientemente publicadas Obras selectas de Lenin, de Ediciones del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx.

[3] V.I. Lenin, “¿Podrán los bolcheviques mantenerse en el poder?” (octubre de 1917), en Obras selectas, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2013.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Cabe aclarar que en estos textos de 1917, Lenin plantea el programa del “control” para un momento particular del desarrollo del proceso revolucionario en Rusia, incluso sin plantear la expropiación generalizada, pero desde una perspectiva transicional, en el camino de un programa general hacia la “expropiación de los expropiadores”.

[8] V. I. Lenin, Obras Tomo XI, Moscú, Progreso, 1973.


Respuesta  Mensaje 4 de 8 en el tema 
De: Matilda Enviado: 19/04/2017 18:11

TEORÍA MARXISTA

Gramsci, Trotsky y la democracia capitalista

Durante las últimas décadas del siglo XX, la democracia capitalista como régimen político y como ideología se extendió más que nunca. El fascismo y el estalinismo fueron pilares fundamentales para que pudiera recrearse, y en particular este último al obturar la idea de una democracia superior al parlamentarismo burgués: la democracia soviética, la democracia obrera.

Viernes 5 de febrero de 2016 | 21:37

 
 

Publicamos para todos nuestros lectores este extenso artículo, aparecido originalmente en la revista Estrategia Internacional Nº 29. Debido a su extensión, publicamos aquí su Introducción y el artículo completo adjunto en PDF para descargar.

INTRODUCCIÓN

Durante las últimas décadas del siglo XX, la democracia capitalista como régimen político y como ideología se extendió más que nunca. El fascismo y el estalinismo fueron pilares fundamentales para que pudiera recrearse, y en particular este último al obturar la idea de una democracia superior al parlamentarismo burgués: la democracia soviética, la democracia obrera.[1]

Actualmente, a más de un lustro de iniciada la crisis capitalista internacional, ante los ojos de millones se muestra, por sobre las formas parlamentarias, la imposición despótica por parte de los gobiernos de diferente signo de los intereses del capital. Las formas bonapartistas, escudadas detrás de los discursos “securitarios”, intentan cerrar esta brecha con mayores dosis de autoritarismo directamente proporcionales a los golpes de la crisis en cada país. Sin embargo, la creencia en la democracia capitalista como expresión de la soberanía popular sigue presentándose ante las grandes mayorías como un máximo insípido de libertad al que se puede aspirar. De allí el gran hándicap para la hegemonía burguesa en estos tiempos crecientemente tormentosos.

Donde más claramente se expresa esta combinación de elementos es en Europa con la crisis de los partidos tradicionales y el desarrollo de nuevos fenómenos políticos. Por un lado, con el ascenso de las formaciones de derecha como el Frente Nacional francés, el UKIP británico, el Partido de la Libertad de Austria entre otros. Y por otro, el de formaciones “neorreformistas” como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado español, fenómenos como la victoria de Jeremy Corbyn en la interna del laborismo británico, o el Bloco de Esquerda que terminó, junto con el Partido Comunista, patrocinando la vuelta al poder del Partido Socialista en Portugal.

En Latinoamérica, también tiene su expresión particular en la crisis de los llamados “gobiernos posneoliberales”. [2] Que golpea de lleno al chavismo en Venezuela, pero también en el Cono Sur a algunos de los regímenes democrático-burgueses que más se han asentado en las últimas tres décadas, como el chileno [3] y el brasilero [4]. A cuya cabeza se encuentran respectivamente los gobiernos de la Nueva Mayoría –a la cual se incorporó el Partido Comunista– y del Partido de Trabajadores. En la Argentina, recientemente el kirchnerismo ha sido desplazado electoralmente por la nueva derecha empresarial de Mauricio Macri. Por izquierda se ha consolidado el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, un frente de independencia de clase integrado por el Partido de Trabajadores Socialistas, el Partido Obrero, e Izquierda Socialista, que es referencia de un sector de masas [5], y que contrasta a nivel internacional con la subordinación de gran parte de la izquierda a las variantes “neorreformistas”.

El ascenso de aquel “neorreformismo” en Europa, así como el ciclo de gobiernos “posneoliberales” en Latinoamérica, ha dado impulso a las teorías de Ernesto Laclau, ya sea como “democracia plural radical” o como “razón populista”. En ambos casos, partiendo de la imposibilidad de la revolución, sus presupuestos teóricos dan sustento a una “estrategia” (reformista) que despoja a la hegemonía, y a la propia democracia burguesa, de sus fundamentos objetivos, es decir, de las bases económicas de la sociedad capitalista, de las clases sociales y las relaciones de fuerza, para situar el problema en el terreno de la articulación de lo discursivo.

En el presente artículo, nos proponemos el objetivo inverso. Pensar la revolución en las estructuras socio-políticas de tipo “occidentales” [6] y regímenes democrático-burgueses. Se trata de una cuestión estratégica fundamental en el escenario actual, luego de décadas de expansión de las ilusiones en la democracia burguesa. Para ello abordaremos una serie de problemas programáticos, tácticos y estratégicos y su articulación con la lucha por el gobierno obrero. En particular el papel de las consignas democrático-formales, o más precisamente, las democrático-radicales, como Asamblea Constituyente, abolición de la figura presidencial y unificación de los poderes legislativo y ejecutivo en una cámara única, revocabilidad de los mandatos, la abolición de los privilegios a los funcionarios, entre otras.[7]

Lo haremos a partir de algunas de las principales elaboraciones de Trotsky y Gramsci, en un contrapunto polémico con la obra ya clásica de Perry Anderson, Las Antinomias de Antonio Gramsci, y con el reciente libro de Peter Thomas, The Gramscian Moment, que se ha convertido en un punto de referencia de los estudios sobre Gramsci en la actualidad.

Para esto retomamos y desarrollamos la apropiación crítica del pensamiento de Carl Clausewitz de la III Internacional y de Trotsky en particular, que el lector puede encontrar también en Trotsky y Gramsci: debates de estrategia sobre la revolución en ‘occidente’ [8]. No casualmente, en su intento de desligar definitivamente la hegemonía de su anclaje de clase, Laclau y Chantal Mouffe, se topan con Clausewitz. “La lucha política –dicen– sigue siendo, finalmente, un juego suma–cero entre las clases. Este es el último núcleo esencialista que continúa presente en el pensamiento de Gramsci, y que pone en él un límite a la lógica deconstructiva de la hegemonía. [ … ] No es exagerado decir que la concepción marxista de la política, de Kautsky a Lenin, reposa sobre un imaginario que depende en gran medida de Clausewitz” [9].

Como decíamos, vamos en el sentido contrario de Laclau y Mouffe. Sin embrago, para nosotros no se trata solo de poner un “límite a la lógica deconstructiva de la hegemonía”, sino de dar cuenta cabalmente de las fuerzas materiales en las cuales se encarna la hegemonía burguesa al interior de la clase obrera y sus potenciales aliados, y de extraer las consecuencias estratégicas que se desprenden de ello.

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Notas a la Introduccion

[1] Lif, Laura y Chingo, Juan, “Transiciones a la democracia”, en Estrategia Internacional N° 16, invierno (austral) 2000.


Respuesta  Mensaje 5 de 8 en el tema 
De: Gran Papiyo Enviado: 20/04/2017 16:53
Pura teoría + ceguera política = voto en Blanco.
 
SALUDOS REVOLUCIONARIOS 
(Gran Papiyo)      

Respuesta  Mensaje 6 de 8 en el tema 
De: Matilda Enviado: 22/04/2017 15:51
Sí,eso es lo que dicen LOS CAPITALISTAS como vos que votan a DE LA RUA,jaja.
Lo cierto es que NO EXISTE TEORÍA REVOLUCIONARIA, SIN PRÁCTICA REVOLUCIONARIA,como tampoco existe PRÁCTICA REVOLUCIONARIA  SIN UNA TEORÍA REVOLUCIONARIA. Traduciendo para la gente con "sentido común" como vos: POR MÁS QUE SE AUTOPROCLAMEN REVOLUCIONARIOS, APOYANDO LA IDEA DE "UN CAPITALISMO BUENO", TERMINAN VOTANDO A DE LAS RUAS Y ALIANZAS DE GATOPARDOS Y ACABAN EN EL CESTO DE LA BASURA.

Respuesta  Mensaje 7 de 8 en el tema 
De: Margarita Enviado: 22/04/2017 18:48
Una pregunta, Matilda:
 
¿Crees que en Argentina será posible que alguna vez la gente de izquierda (partidos y trabajadores o ciudadanos votantes no favorecidos por la oligarquía) deje de obsesionarse con el peronismo y se decida a apoyar a una izquierda anticapitalista?
 
 
 
 
 
 
 

Respuesta  Mensaje 8 de 8 en el tema 
De: Matilda Enviado: 22/04/2017 23:38
Margarita, si no creyera,no llevaría 32 años de lucha. Nos decían que estábamos divididos, nos unimos. Que nunca representábamos nada, tenemos diputados nacionales y provinciales,como nunca en la historia de nuestro país y latinoamérica, ganamos sindicatos, cobramos fuerza dentro del movimiento obrero, gracias a que "los peronistas" ,que se creen dueños del sindicalismo ,demostraron que no hacen sinó transar con el gobierno de turno y las patronales. Estamos preparados, estamos en la lucha permanente, nos han dicho de todo,sectarios,elitistas, funcionales, etc,pero el tiempo demuestra nuestra coherencia,es por eso que crecemos, pero por sobre todas las cosas ,ellos caen por su propio peso,como fruta podrida que no ha servido para otra cosa mas que para "conciliar" diz que,los intereses de clases, de explotadores y explotados. Como si fuera menos doloroso, dejar que el que te devora, te coma de a un pedacito  por vez.
 


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