Algunos de los políticos que se pasean por el Capitolio de Washington, cuyos primeros ladrillos se colocaron en la época de la revolución haitiana, todavía creen que América Latina y el Caribe es el patio trasero que Estados Unidos debe «ordenar» de vez en cuando.
Y como no hay peor astilla que la del mismo palo, el último ejemplo de la vigencia del monroísmo en el ideario norteamericano lleva el sello de Marco Rubio, un legislador con raíces latinoamericanas, cuyos padres cubanos migraron a Estados Unidos en 1956 —cuando Fidel organizaba la revolución en México—, aunque él se empeñe en maquillar su biografía asegurando que su familia «huyó del comunismo».
Dedicado a demoler por todas las vías posibles los puentes que se levantaron entre Washington y La Habana en los últimos años, no es casual que Venezuela sea la otra obsesión del senador por el estado de Florida.
Desde su influyente posición en el Comité de Relaciones Exteriores, es usual escucharlo difamando sobre la nación bolivariana o proponiendo sanciones contra el gobierno democráticamente electo de ese país.
Rubio parece tener tiempo para «preocuparse» por Caracas, a pesar de las urgentes discusiones que tiene pendientes en el Congreso, donde se investigan posibles irregularidades en las elecciones del pasado año y no se logra un consenso sobre acuciantes problemas como la reforma de salud o el sistema de impuestos.
Las inconstitucionales medidas del nuevo gobierno de Donald Trump, que atentan contra los derechos de los migrantes, y la solicitud de millonarios fondos para construir un muro en la frontera con México, también están pendientes en la agenda del legislativo.
Pero el senador hizo un hueco para chantajear a varios países latinoamericanos con el objetivo de que se sumaran a los ataques contra Venezuela en la Organización de Estados Americanos (OEA).
Rubio amenazó directamente a los gobiernos de República Dominicana, El Salvador y Haití. En una entrevista con el Nuevo Herald, aseguró que la votación de esos países en la reunión del Consejo Permanente de la OEA, efectuada el martes pasado, podría tener repercusiones en la asistencia económica que les brinda Estados Unidos.
«Estamos viviendo en un ambiente muy difícil en Washington, donde se están considerando recortes masivos a la ayuda en el extranjero y para nosotros va a ser bien difícil justificar la ayuda a estos países si ellos, al final del día, son países que no cooperan con la defensa de la democracia en la región», manifestó Rubio.
«Esto no es una amenaza, pero es la realidad», dijo. Resulta llamativo que hace apenas un año, Rubio recorría Estados Unidos mendigando el apoyo de esos mismos latinos para intentar convertirse en el aspirante republicano a la Casa Blanca, una competencia que perdió frente a Trump.
Pese al rechazo y legítimas objeciones de varios países de la región sobre la legalidad de una sesión de la OEA dedicada a «analizar la situación en Venezuela», la cita finalmente se llevó a cabo. Pero resultó un fracaso para los objetivos de Washington, al no aprobarse la aplicación de la Carta Democrática Interamericana, con el objetivo de expulsar a Venezuela, ni ningún informe u hoja de ruta con acciones injerencistas contra la nación sudamericana.
Según las agencias de prensa que reportaron desde Washington la sesión de la OEA, entre los países que apoyaron la inocua declaración final de la cita, que se limita a afirmar que el tema se continuará analizando, no se contaba ninguna de las naciones amenazadas por el senador.
«Si un foro como ese no es capaz de unirse para básicamente señalar en una resolución (contra Venezuela), entonces uno se pone a pensar: ¿para qué tenemos a la OEA?», se había cuestionado antes Rubio, en un tono que no escondía la visión instrumental que siempre ha tenido Washington sobre su Ministerio de Colonias.
La América Latina digna que ya cuenta con mecanismos de integración propios y los países al sur del Río Bravo que decidieron hace mucho no dejarse chantajear más por la chequera imperial, bien podrían responder la pregunta de Rubio: la OEA no sirve para nada. ¡Ciérrenla!