Temíamos encontrarla afectada por el hostigamiento y la violencia que había sufrido, la prolongación del cautiverio, la impotencia de nada poder desde la cárcel frente a la destrucción de lo que tanto costó construir, las presiones multiplicadas a sus compañeros para que la abandonen y renuncien a sus ideas y compromisos. Nuestras cavilaciones debieron interrumpirse cuando apareció impetuosa corriendo con un niño en andas: era la misma de siempre, fuerte y animosa, aunque no resultara difícil advertir las marcas de este tiempo de vejaciones. Nos saludamos con ella y con Raúl Noro, ese antiguo corresponsal del diario La Nación que desde hace años es su compañero, tan unido y tan distinto a ella. La rodean, como siempre, en el patio de tierra de la cárcel –que no se parece a ninguna que haya conocido– muchos niños, nietos propios y del corazón, a los que no dejará de atender mientras hable con nosotros.
Recuerda que fuimos presentados por Germán Abdala treinta años atrás y es inevitable entonces pensar en las marcas que habrá dejado en su formación y en su tenacidad el inolvidable dirigente de ATE, alguien que sabía como pocos vincular la lucha social y la política. Después recuerda su visita a Carta Abierta y aquellos asados en que nos juntábamos buscando una confluencia con distintas agrupaciones kirchneristas. Eran tiempos jubilosos y no es necesario aclarar que los actuales no lo son. Sin embargo, las noticias más recientes dan como para levantar el ánimo. Milagro fue visitada dos veces la semana pasada por el Grupo de Trabajo de Naciones Unidas contra la Detención Arbitraria que, pese a todos los intentos de confundir por parte del gobierno jujeño, ratificó la intimación de su libertad. Alegre y casi desafiante, se ríe de las declaraciones de los funcionarios jujeños molestos por esta firme posición de los delegados internacionales.
Por otro lado, el contexto nacional no resulta menos propicio, después de la espectacular reacción social frente al intento de aplicar el 2x1 a los genocidas. Milagro recuerda emocionada la nube de pañuelos blancos que se extendió por la Plaza de Mayo y sus adyacencias y dice que se siente orgullosa, como nos sentimos todos, frente a este pueblo que ha establecido un compromiso tan fuerte de Memoria, Verdad y Justicia. Como era esperable, alguien menciona que esta Suprema Corte, hoy tan vapuleada, tiene que expedirse sobre su situación. La respuesta de Raúl, temeroso de alentar expectativas que ya alguna vez no se han cumplido, es de un moderado optimismo.
De pronto, cuando se acerca el fin de la visita, la discusión que incluye a otros militantes ha girado hacia la coyuntura política y la dirigente de la Tupac manifiesta su confianza en Cristina, nos anuncian que queda muy poco tiempo de visita. Milagro que no querrá dejarnos sin su ofrenda, comienza a hablar de la madre tierra, se dirige a un pequeño montículo de piedras que ha construido –y en el penal se le ha respetado– y allí acompañaremos la rápida ceremonia. Cada uno de nosotros coloca en tierra un cigarrillo prendido conformando un círculo y nos inclinamos apoyando una rodilla, sumándonos a este ruego a la Pachamama. Me pregunto qué piensa de esto alguien como yo tan poco cercano a este mundo de la religiosidad andina y advierto que me satisface esta reafirmación de identidad. Quizás entendamos mejor a Milagro, como a Evo Morales, si advertimos hasta qué punto estos ritos, estas costumbres, las perduraciones de las culturas originarias, se entrelazan con su proyecto político.
Antes de irnos junto con Matías Cerezo, otro militante de Participación Popular, Milagro nos da una carta para la agrupación en la que nos exhorta a militar en defensa de la patria y agradece la solidaridad con los presos políticos jujeños. La ha escrito con frenesí, como lo hacen los presos que no desperdician ninguna posibilidad de comunicarse con el exterior y sigue escribiendo, cuando ya los guardiacárceles nos reclaman el final de la entrevista. Nos vamos muy emocionados y con un compromiso aún más fuerte. Después iremos al barrio y esa visita resignificará mucho de lo que hemos hablado, porque la magnitud de la obra de la Tupac Amaru muestra la potencialidad del proyecto colectivo y también porque el abandono en que se encuentran esos edificios, el desperdicio de recursos y energías de la sociedad que eso supone, constituye la prueba de que para borrar la memoria de Milagro Sala, el gobierno de Gerardo Morales está dispuesto a hacer absolutamente cualquier cosa.
En San Salvador de Jujuy casi no se habla de Milagro. Los muchos que la siguen queriendo saben que esa mención, lejos de abrir puertas, puede ser fuente de rechazos y problemas. Quizás los que imponen ese silencio crean que eso garantiza la continuidad de esta vida sin Milagro, que su historia puede ir extinguiéndose de a poco. No hay motivos para creerlo, porque aquellos que la quieren son principalmente los más pobres, es decir, los que menos olvidan. Por otra parte, ¿cómo ignorar la imagen cuestionadora de tanta obra hecha por las cooperativas de la Tupac que hoy no es utilizada?, el gran parque coronado por el templo aymara, los talleres textiles, metalúrgico, de materiales de construcción, que podrían ocupar centenares de trabajadores, las monumentales piletas hoy abandonadas en las que miles de chicos disfrutaban, los espacios culturales, el Centro de Salud plenamente instalado con importante equipamiento. Todo esto no es sólo derroche del esfuerzo de todos, agresión incalificable a quienes vivieron con euforia ese trabajo como una forma de integración social, es también el rechazo de un modo de hacer viviendas en un contexto integrador que ya no es el de las ciudades dormitorio: barrios como los construídos por la Tupac Amaru ofrecen, junto a la casa familiar, trabajo, educación, salud y esparcimiento. Esto tiene que ver con algo más que una discusión arquitectónica, está vinculado a un modo de pensar la vida en sociedad, a un proyecto colectivo.
Para cuestionar este proyecto se han dicho muchas cosas sobre los métodos que habría aplicado la Tupac, la intolerancia de Milagro o el manejo interno de la organización. En el tratamiento de estas objeciones, dos cuestiones previas se imponen. Aún en el caso de que se las considerara razonables, nada aportarían a justificar la detención de Milagro y, por otra parte, ninguna agrupación de trabajadores puede justificar que esas diferencias con la dirigente detenida la lleven a apoyar la posición del gobierno provincial como ha hecho el Perro Santillán. Son muchos los temas polémicos respecto al rol de las organizaciones sociales y a su relación con el Estado y seguramente la experiencia de la Tupac dará lugar a nuevas discusiones. Bienvenidas sean, mientras no afecten la solidaridad entre los trabajadores.
Mientras muchos seguidores de Milagro rumian en silencio su angustia y esa adhesión reprimida, otros, de origen menos humilde, tampoco necesitan hablar para apoyar la detención de la dirigente social porque eso les asegura –dicen– que Jujuy esté tranquila. Ya no hay acampes en las plazas ni cortes en las rutas y, sobre todo, se siente menos la presencia de esos pobres que, en la provincia blanca que honra al general Lavalle, recuerdan la historia amenazante de los antiguos habitantes de la tierra.
Es curioso que no se hable de aquello que merecería que todos se expresaran. Cuando en todo el mundo hoy se reclama la libertad de Milagro, Jujuy permanece callada. ¿Cuánto tiempo más podrá resistirse este reclamo? ¿Cuánto tiempo más el partido radical seguirá sosteniendo la posición de Gerardo Morales? En estos días agitados por el insólito fallo de la Corte hubo discursos más que interesantes de dirigentes del radicalismo. Intervenciones que mostraron que más allá de tantas diferencias hay un común tronco democrático ¿Por qué seguir rehuyendo la cuestión de la libertad de Milagro Sala? ¿Puede el partido de Yrigoyen y Alfonsín seguir siendo el principal sostén de este escándalo jurídico, de esta forma de gobierno sobre una provincia al margen de la ley y la Constitución?