Recientemente ha tomado relevancia en nuestro país el tema de los símbolos patrios.
Se ha convertido en centro de un esclarecedor, necesario y urgente debate cuando los enemigos de la Patria y la Revolución –siempre escudriñando en lo que pudieran ser nuestras debilidades o lagunas–, han pasado a una especie de «ofensiva» que busca confrontar, disminuir y relegar los símbolos nacionales y muy en particular la bandera de la estrella solitaria, que es la más trascendente imagen de la Nación.
Hasta la fecha, no pocos estudiosos y especialistas han incursionado sobre el asunto y brindado a nuestro pueblo –dirigiéndose fundamentalmente a los jóvenes–, alertando sobre esa coyuntura y sobre las formas más patrióticas, eficaces y razonables de enfrentarla, por tratarse de algo que penetra profundamente en el alma y la identidad nacionales, ahora y en el futuro.
Alrededor de esa situación y la necesidad de abordarla con firmeza y lucidez, venía a nuestra mente la poca connotación que en los últimos tiempos hemos dado a una fecha de tanta importancia en la misma génesis de la historia patria como el 19 de mayo de 1850, instituido posteriormente como Día de la Bandera y cuyo centenario celebrado en 1950 fue objeto entonces de múltiples jubileos, a pesar de encontrarnos en medio de la república neocolonial y mediatizada de aquella época.
En nuestro caso, la enseña nacional cuenta con una larga historia más que centenaria; ha sido el sudario glorioso de miles de héroes y mártires; ha inspirado y encabeza el combate por la independencia y la soberanía nacional que aún libramos; y como dijo Byrne en sus inmortales versos y repitió Camilo, «no ha sido jamás mercenaria…».
Habiendo ondeado por vez primera en la frustrada expedición desembarcada en Cárdenas y nacida como fruto de empeños anexionistas surgidos en aquel contexto histórico, fue el genio del Apóstol José Martí quien mejor la definió y estableció como símbolo sagrado de la nación cubana que surgía indetenible.
En el artículo titulado El 10 de abril publicado en Patria de esa fecha del año 1892 y dedicado a la Asamblea Constituyente de Guáimaro, hay dos importantes referencias martianas a la bandera y en la primera de ellas se expresa: «…El pabellón nuevo de Yara cedía, por la antigüedad y la historia, al pabellón saneado por la muerte de López y Agüero…».
Más adelante dice: «…Que Céspedes cedía la bandera nueva que echó al mundo en Yara, para que imperase la bandera de Narciso López, con que se echó a morir con los Agüeros el Camagüey. Que el estandarte de Yara y de Bayamo se conservaría en el salón de las sesiones de la Cámara y será considerado como parte del tesoro de la República…».
En eso no debe haber errores ni confusiones, si apelamos a la imprescindible memoria histórica. Desde Guáimaro hasta hoy, fue el estandarte mambí en las luchas contra el colonialismo español, contra el autonomismo y el anexionismo, por la verdadera independencia y soberanía con justicia y prosperidad.
No es de extrañar que en sus propósitos de subversión ideológica, los enemigos de la Patria y la Revolución busquen desesperadamente las formas de confrontarla, disminuirla o relegarla. Consciente de ello, enfrentemos el vil intento honrándola y ondeándola, multiplicándola donde quiera que debe aparecer con dignidad y respeto, reduciendo al mínimo las astas vacías, elevándola a lo más alto, con libertad y honor.
El Día de la Bandera resulta ocasión propicia para reflexionar sobre nuestra enseña nacional –la bandera de Martí–, exaltar su origen y su historia, sobre las luchas que ha encabezado e inspirado por la Patria, la Revolución y el Socialismo. Nuestro más sagrado símbolo patrio no podrá ser mancillado ni humillado, «nuestros muertos, alzando sus brazos, la sabrán defender todavía…».