El pasado 27 de marzo se cumplieron cuarenta años del fallecimiento de Juan Marinello Vidaurreta, a solo cuatro meses de la fundación de nuestro Centro de Estudios Martianos, cuya dirección ya se había decidido que ocupara.
Varias razones seguramente influyeron en esa decisión que no pudo ser ejecutada. Su larga militancia revolucionaria, el reconocimiento dentro y fuera de Cuba a su labor intelectual, el respeto que siempre logró imponer entre los que discreparon de sus criterios ideológicos y estéticos, inclusive la amistad sincera que depositó en muchos que se ubicaron en campos políticos opuestos estoy seguro que fueron consideraciones que se manejaron entonces. Mas, sin duda alguna, su dedicación a la obra de José Martí tiene que haber sido el punto central para pensar adjudicarle semejante responsabilidad.
No se equivocaban quienes se inclinaron hacia él, ya que en el campo de los estudios martianos nadie podía discutirle un puesto entre los más destacados estudiosos de la obra del Maestro durante el siglo XX. Figurar en ese grupo no fue regalo inmerecido que le otorgaron varias generaciones cubanas, sino comprensión, por encima de todo tipo de banderías, de que su aporte a la bibliografía pasiva martiana, además de elevada en cantidad de títulos, es insoslayable a la hora de examinar la obra literaria, las ideas del pensador y el liderazgo político del cubano mayor.
A los veintisiete años de edad Marinello nos entregó su primer acercamiento a Martí. Se trata del breve texto titulado «El homenaje», publicado en el Diario de la Marina el 28 de enero de 1926. Allí pedía que al recordarse a Martí se pasase del “discurso emocionado” a “la plática fina y penetrante», y que igualmente se divulgasen sus virtudes y “las normas directrices de sus concepciones políticas”.
Se iniciaba así una línea por la que Marinello transitaría una y otra vez durante su larga ejecutoria intelectual y ciudadana que repetidamente buscó entregar esa plática fina y penetrante, de la que, no obstante, nunca desapareció la emoción para acercar a sus lectores y oyentes a Martí como paradigma ético, político y literario.
No es casual que sus dos aportes más significativos sobre la obra del Maestro sean, a mi juicio, sus dos ediciones de la creación poética martiana: la juvenil, de 1928, (Poesías de Martí, La Habana, Cultural S. A.); y la madura, de 1973 (Poesía mayor, Instituto Cubano del Libro). Ese interés por el poeta marcaría la mirada marinelliana, quien por ello entregó sus observaciones más perspicaces e innovadoras precisamente en torno a ese costado de la escritura martiana. Pienso, por ejemplo en ensayos tan significativos en su momento y aún para la crítica literaria actual como “Españolidad literaria de José Martí” (1942), “El caso literario de José Martí” (1954) y “Caminos en la lengua de Martí” (1956) —todos incluidos en las dos compilaciones tituladas Once ensayos martianos y Dieciocho ensayos martianos— y pienso, además, en ese libro quizás ahora poco leído y nunca justipreciado en su real alcance que se titula José Martí, escritor americano, cuya primera edición fue en 1958 por la editorial mexicana Grijalbo.
Para cualquier estudioso de los escritos de Marinello, resalta en primer lugar su condición de ensayista, género en el que se distinguió por su lengua culta, su argumentación cuidada y la expresión de ideas propias. Hasta José Martí; escritor americano puede considerarse un extenso ensayo o la suma de varios. Sin embargo, cuando se revisa al fondo al crítico se comprenderá que sus prólogos, y en especial su abundantísima obra periodística, junto al sabor característico del ensayo, son piezas que forman parte valiosa de su creación y que en innumerables casos exponen elementos significativos de su pensamiento.
En la bibliografía de Marinello editada por la Revista de la Biblioteca Nacional José Martí en su número de septiembre-diciembre de 1974 aparecen cerca de dos mil fichas de publicaciones periódicas, mientras que en su bibliografía martiana, con ciento cincuenta entradas, publicada aparte en el Anuario Martiano número 6 de la Sala Martí de la Biblioteca Nacional, ciento veintiséis fichas corresponden a publicaciones periódicas.
Curiosamente, la mayoría de ellas se refieren a temas que podríamos estimar tienen que ver con la obra política del Maestro. Dadas las características de tales publicaciones, sus análisis están frecuentemente relacionados con asuntos de actualidad, motivados, casi siempre, por algún debate del momento. Ello podría hacer pensar que los juicios emitidos son también pasajeros, como lo fueron muchos de los sucesos a cuyo calor fueron redactados. Sin embargo, no ocurre así, pues nuestro autor, aun cuando hablase del Maestro en función de un problema coyuntural, siempre trató de explicar el porqué de la trascendencia martiana. Dicho de otro modo: Marinello fue un permanente defensor de la vigencia de Martí como político.
Así, sus textos versan sustancialmente sobre tres cuestiones, a saber: primero, las relaciones entre el proyecto de Martí y el pensamiento marxista; segundo, la significación del pensamiento martiano para la república neocolonial; y, tercero, la presencia de ese pensamiento en la Revolución Cubana.
El primer aspecto fue abordado por él durante los años treinta y cuarenta del pasado siglo y también después de 1959.
Es conocido que el marxismo se convirtió en un ingrediente importante de la conciencia social cubana durante la tercera década del siglo anterior. En virtud del vertiginoso crecimiento de la dependencia del país con respecto a los centros del capital financiero estadounidense, con su inevitable secuela de subdesarrollo; y de la importancia estratégica del proletariado en la estructura de clases, la revolución del 30 ocurrió con un auge de las ideas antimperialistas y un ávido interés por el conocimiento de la teoría del socialismo científico. La crisis del sistema dependiente cubano condujo a que primara la opinión de la necesidad de renovar la vida del país. Unos, por las reformas; otros, por la revolución, para todos era claro que la Isla marchaba por mal camino. Por eso, en el plano ideológico, fue común ir a beber experiencias en las tradiciones libertadoras y nacionalistas del siglo xix, y de modo especial en la personalidad revolucionaria de José Martí.
Juan Marinello fue actor de esos episodios, en los que tomó parte activa como militante del primer partido marxista-leninista, luego de un tránsito previo por otras corrientes filosóficas. Ya a mediados del decenio de los 30 se pueden apreciar las categorías marxistas en sus análisis, y desde ellas intentó asumir a Martí. Fue aquel un proceso complicado, no exento de juicios que él mismo se encargaría posteriormente de afinar.
En un debate en 1935 con Juan del Camino en la revista Repertorio Americano, de San José de Costa Rica, Marinello vio cuestionado algunos de sus juicios en una comparación entre Martí y Lenin, en la que sobreponía a este último sobre aquel como la personalidad válida para la lucha revolucionaria de entonces. Lo valioso del debate es que le permitió corregir algunas de sus expresiones y fue certero ante un problema central de método: las ideas responden al nivel del desarrollo social. Y ello le permitió evitar el infantilismo de querer forzar o exigir al Maestro una visión marxista de los problemas cubanos, idea que precisó todavía más en 1940, en su carta prólogo al libro Ideas sociales y económicas de José Martí, de Antonio Martínez Bello, quien sostenía la tesis de que hubo una postura marxista en Martí.
En los escritos de esos años nuestro autor reitera tres puntos esenciales: que el sentido político de la obra martiana sobrepasa sus supuestos filosóficos; que la naturaleza de Martí como político estuvo condicionada por las circunstancias sociales en que se desenvolvió, y que hay cercanía entre Martí y el socialismo científico en la medida en que aquel tomó partido al lado de las clases explotadas de la sociedad colonial, aunque comprendió que su tarea histórica inmediata no era luchar por resolver las contradicciones internas entre las clases sociales.
Desde tal perspectiva, Marinello fue progresivamente perfeccionando su valoración acerca de la pertinencia del proyecto martiano para los tiempos que se vivían. Todavía a principios de los años 40 insistía en que las soluciones martianas, dados los cambios de la época histórica, no eran exactamente ajustables a aquel presente; pero a la vez insistía en lo siguiente: “Y su innegable grandeza ha de medirse en razón de la etapa en que vivió y de la obra que fue en su tiempo realizable.”
No puedo menos que compartir semejante aserto en cuanto a la grandeza de Martí.
En una conferencia pronunciada en la provincia de Oriente en 1947, Marinello desarrolla estas ideas sobre la vigencia martiana.
“Cuando en términos generales, es el caso de la previsión martiana, la palabra política alude a cuestiones todavía no resueltas y cuya presencia inquieta a los mejores observadores y militantes de nuestro día, está bien claro que hay en esa palabra sustancia viva y pensamiento útil. Lo singular e inesperado está en que el propio Martí, con una anchura de entendimiento político sólo posible en hombre de sus cualidades, nos marcó el camino infalible: la estimación continua de los cambios inevitables.”[1]
En la misma conferencia de 1947, Marinello apunta aspectos que movieron la preocupación del Maestro hacia el futuro cubano y que no se realizaron después del 20 de mayo de 1902.
Según nuestro autor, Martí consideraba como necesidad primera la unidad trascendente de los cubanos y por tanto se opuso a la división racial. En cuanto a la religión, dice Marinello que en Martí no hubo «ni ataque a la religión por sí misma, ni tibieza para señalar y combatir a quienes usan la religión para el avance de corrientes regresivas». En cuanto a la educación, señaló Martí la necesidad de una enseñanza laica, limpia de europeísmos y retoricismos, útil y científica, y que estuviese “trenzada” con las más trascendentes cuestiones americanas. También apunta Marinello que Martí “clamó por una República que pusiese en primer término la protección al campesino y la seguridad del abastecimiento propio” como una forma de salir del monocultivo.
En este texto, Marinello valora el antimperialismo martiano como elemento relevante para sostener la tesis de la vigencia martiana. Considera al Maestro, junto a Maceo, como “los únicos libertadores americanos que penetran el significado económico de la soberanía.” Para ellos Cuba debe ser libre para ser rica: debe ser independiente para regir sus fuentes económicas y para defenderla de penetraciones poderosas y deformadoras
Ese lugar cimero que va dando Marinello al antimperialismo martiano, culmina su proceso de examen de la vigencia martiana. Obsérvese que su análisis marxista se profundiza: Marinello entiende a Martí como expresión de determinada clase social —la pequeña burguesía liberal— que existía en condiciones muy particulares en la Cuba de finales del siglo xix y que tanto el antimperialismo como el acercamiento a los trabajadores en Martí son fundamentos de su radicalismo político, de su comprensión dialéctica de la política, que no responde a los supuestos liberales.
El ejemplo de su obra política y de su pensamiento ha constituido experiencia válida para la Revolución Cubana. Es claro entonces que la confirmación de sus ideas por la práctica social, llevó a Marinello durante los últimos años de su vida a insistir con renovados bríos en el tema de la vigencia martiana. Puede afirmarse inclusive, que la necesidad de hacer comprensible este fenómeno le condujo a producir los textos más completos que escribió sobre el asunto en cuestión.
En la revista Cuba Socialista Marinello señala, a través de los acápites en que divide el artículo, los aspectos observados por Martí y solucionados por la revolución:
a) Libertad real y soberanía verdadera.
b) Liberación económica.
c) «Cambios fundamentales», como el combate contra la concentración capitalista y contra el latifundismo, el monocultivo y el monomercado; el entendimiento de la agricultura como «fundamento del desarrollo económico y del bienestar colectivo»; el desarrollo industrial para el avance latinoamericano; la diversificación de mercados y la eliminación de las diferencias económicas monstruosas.
d) La unión con América Latina.
e) La preocupación por la educación y la cultura populares.
f) El avance democrático y el cese de la discriminación racial.
g) El respeto a la creencia religiosa, pero la no afiliación a la religión como institución.
h) La solidaridad con los pueblos y la lucha por la paz.
Por eso, con plena honestidad, Marinello se plantea la siguiente interrogante: “¿Cómo ocurre que un pensador de reiterados pronunciamientos idealistas pueda llegar a ser, como lo es, inspirador y guía de una revolución que se afinca en los criterios del marxismo leninismo?”[2] Y se responde del modo siguiente en un trabajo fundamental titulado «Fuentes y raíces del pensamiento antimperialista de José Martí»,[3] que presentó al Coloquio de Burdeos en 1972.
Allí señala la respuesta en el antimperialismo, una de cuyas fuentes entiende es la comprensión íntima por Martí de la realidad estadounidense finisecular, en la que descubrió que el racismo era empleado por el poder económico. También considera como otra fuente para el antimperialismo martiano, la postura del Maestro ante las relaciones económicas entre Estados Unidos y América Latina.
Durante su vejez, Juan Marinello dio una sana muestra de frescura intelectual al abordar nuevos temas en el análisis del problema que le preocupó durante cuarenta años: la vigencia de José Martí. Así nos dijo en un Seminario Nacional Juvenil de Estudios Martianos: “Es erróneo sin duda imaginar la postura de un hombre fuera del medio y la época en que se formó y actuó; pero no lo es relacionar lo esencial de su pensamiento con el tiempo que le ha seguido.”
La obra martiana de Juan Marinello merece nuestra atención y, sobre todo, que aprendamos de él su honestidad intelectual, su capacidad de perfeccionar sus ideas y de enriquecerlas según las nuevas circunstancias, y, sobre todo, de contribuir a formar nuestro Martí, el revolucionario pleno y ejemplar.
Pedro Pablo Rodríguez
16 de mayo de 2017